La iglesia verdadera

Conferencia General Abril 1972

La Iglesia verdadera

LeGrand Richards

Por el élder LeGrand Richards
Del Consejo de los Doce


Siento que es un gran honor, hermanos y hermanas, compartir con ustedes unos cuantos momentos en esta última sesión de esta inspirada conferencia.  Estoy seguro como cuando he escuchado el mensaje de los hermanos durante las diferentes sesiones, que no podemos sino sentir una profunda apreciación en nuestros corazones porque el Señor consideró apropiado llevar a cabo conferencias en esta Iglesia restaurada.

Sólo piensen en el mensaje y consejo de inspiración que nos ayuda a poner en orden nuestra vida, la vida de los que amamos, la de nuestras familias, y la de los jóvenes.  Se nos ha enseñado cómo tratar a los amigos y vecinos y se ha dicho también cuáles son nuestras responsabilidades en los asuntos políticos en los que deberíamos participar en nuestras comunidades.

Hemos escuchado este hermoso himno maravillosamente interpretado por nuestro coro, «Qué hermosa la mañana».  Piensen solamente en que éste es el mensaje más importante que puede ir por todo el mundo hoy en día.

El presidente Joseph Fielding Smith dijo: «La obra del Señor triunfará.  Ningún poder sobre la tierra puede impedir la propagación del evangelio a toda nación.»

Luego agregó: «El evangelio rodará hasta que llene toda la tierra.» Si el evangelio ha de rodar y ha de llenar toda la tierra, qué gran responsabilidad tenemos nosotros, los Santos de los Ultimos Días, junto con nuestras familias, de ayudar para que esto se lleve a cabo.  No hay ningún mensaje en este mundo que pudiera ser de más valor para nuestro prójimo y nuestros amigos que no son miembros de esta Iglesia, como el testimonio de la restauración del evangelio, acerca del cual el coro acaba de cantar.

Recuerdo las palabras del apóstol Pedro, que dijo a los santos de la antigüedad: «… vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, (¿por qué?) para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9).

En esta conferencia se nos ha exhortado a dejar nuestra luz brillar como dijo Jesús, para que otros, al ver nuestras buenas obras, puedan sentir el deseo de glorificar a nuestro Padre que está en los cielos. (Mateo 5:16.)

Pablo nos dice: la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios» (Romanos 10:17).

«… ¿cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?. . » (Romanos 10:14-15).

Por lo tanto, sobre esta gente recae la gran responsabilidad de testificar a todo el mundo lo que el Señor ha hecho al restaurar su verdad a la tierra en esta dispensación.

Cuando los discípulos le preguntaron a Jesús cuáles serían las señales de su segunda venida, recordaréis que les habló acerca de las guerras y los rumores de guerras, la pestilencia, los terremotos, el hambre y que las naciones lucharían entre sí.  Luego agregó:

«Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin» (Mateo 24:14).

¿Dónde podría uno encontrar en la actualidad el evangelio del reino al que Jesús se refirió?  No de acuerdo a la interpretación que el hombre le da a las Escrituras, sino donde se encuentra el poder divino, como el que Jesús les dio a sus doce discípulos cuando dijo:

«No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros. . .» (Juan 15:16).

«… y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos. . .» (Mateo 16:19).

Cualquiera podría organizar una iglesia y tomar de las Escrituras ciertos pasajes para basar dicha iglesia sobre eso, ¿pero cómo pueden tomar una rama viva de un árbol muerto? ¿Cómo pueden poner en ella el poder y la autoridad para actuar en el nombre del Señor?

No podría actuar por el alguacil de la ciudad, el gobernador del estado o el presidente de la nación sin ser debidamente llamados a dicho puesto.  Tampoco nadie puede trabajar eficazmente en el reino de nuestro Padre Celestial a menos que haya sido divinamente autorizado por aquellos que tienen le transmitir dicho poder.

De manera que estamos aquí como testigos de la restauración del evangelio y damos nuestro testimonio a todo el mundo de que sabemos que Cristo vive, que nuestro Padre vive y que ellos han visitado esta tierra.  Tal como cantamos en ese himno acerca del profeta José, él anunció que en respuesta a su pregunta respecto a cuál de todas las iglesias debía unirse, le fue dicho que no se reuniese a ninguna de ellas, ya que enseñaban como doctrinas los mandamientos y preceptos de los hombres.

Creo que si las personas únicamente tuviesen amplitud de criterio, no les sería tan difícil saber dónde encontrar la verdad.  Naturalmente, nosotros tomamos la Biblia como guía para ayudarnos en nuestra búsqueda de la verdad.  Siempre me he sentido sumamente impresionado por la experiencia que tuvo el élder Orson F. Whitney.  En aquel entonces era miembro del Quórum de los Doce y en una de nuestras conferencias relató lo siguiente que me gustaría leeros: «Hace muchos años, un hombre muy instruido, miembro de la Iglesia Católica Romana, vino a Utah y habló en el Tabernáculo de Salt Lake City; llegué a conocerlo bien, al grado de poder conversar libre y francamente con él.  Era un hombre de mucha erudición, podía hablar por lo menos doce idiomas y parecía saber todo lo concerniente a teología, leyes, literatura, ciencia y filosofía.  Un día me dijo: ‘Ustedes los mormones son unos ignorantes.  Ni siquiera conocen la fuerza de su propia posición.  Es tan fuerte que en todo el mundo cristiano únicamente hay otra que puede defenderse, y esta es la posición de la Iglesia Católica.  La lucha es entre el catolicismo y el mormonismo.  Si nosotros tenemos razón, ustedes están errados; y si ustedes tienen razón, nosotros estamos errados; y no hay más.  Los protestantes no tienen ningún fundamento.  Pues si nosotros estamos en error, ellos están en el mismo error que nosotros, ya que fueron parte de nosotros y de nosotros se desprendieron; mientras que si nosotros tenemos razón, no son sino apóstata a quienes excomulgamos desde hace mucho.  Si nosotros tenemos la sucesión apostólica desde Pedro, como afirmamos, ninguna falta hace José Smith y el mormonismo; mas si no tenemos esa sucesión, era necesario que viniese un hombre como José Smith, y la posición del mormonismo es la única que es lógica.  Una de dos, o es la perpetuación del evangelio desde los días antiguos, o la restauración del evangelio en los últimos días» (LeGrand Richards, Una Obra Maravillosa y un Prodigio, págs. 3-4).

Me parece que si las personas simplemente se pusieran a pensar, podrían llegar a la conclusión de que esta es una declaración correcta, si es que desean encontrar ese evangelio eterno que Jesús dijo que debía ser predicado a todo el mundo como un testigo para todas las naciones antes de que El volviese a la tierra.

Uno no puede estudiar las Santas Escrituras sin saber que los profetas han declarado una apostasía de la Iglesia original.  Cuando Juan el Revelador fue arrebatado de la Isla de Patmos, el ángel del Señor se le apareció y le dijo: «Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas» (Apocalipsis 4:1).

Luego le mostró todas las cosas de la guerra en los cielos hasta la escena final, y le enseñó el poder que le sería dado a Satanás para acosar a los santos (y los santos eran los seguidores de Cristo en su Iglesia); y dijo que ese poder le era dado sobre todas las tribus, lenguas y naciones. (Apocalipsis 13:7.) ¿Por qué habría de estar eso en las Santas Escrituras si el evangelio había de permanecer sobre la tierra desde los días de Pedro hasta la actualidad?

Pablo estaba constantemente amonestando a la gente de esos días que no debía esperar la venida de Jesús hasta que hubiese una apostasía, y fuese revelado el hombre de pecado. (2 Tesalonicenses 2:14.) Y otros de los profetas también han testificado del día en que habrá hambre en la tierra.  El profeta Amós dijo:

«He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová.

«E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán» (Amós 8:11-12).

¿Por qué?  Porque no se encontraba sobre la tierra.

Si el evangelio fuese a permanecer sobre la tierra, entonces cuando el ángel del Señor le mostró a Juan que Satanás lucharía con los santos y dominaría todas las tribus, lenguas y naciones, habría tenido que hacer una excepción para aquellos que aún poseían el evangelio de que la verdad no se encontraba sobre la tierra en ese tiempo.

Las Escrituras están repletas de promesas de una restauración en los últimos días.  Me gustan las palabras de Pedro después del día de Pentecostés, cuando se dirigió a los que habían dado muerte a Cristo:

«Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio,

«y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado,

“a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo» (Hechos 3:19-21).

Si Pedro fue un Profeta de Dios, no podemos esperar la segunda venida de

Cristo, y tampoco puede hacerlo el mundo, sin una restauración, y no una reforma.  Existe una gran diferencia entre remodelar una vieja casa y construir una nueva.  Según lo que sé, en toda la obra misional que he hecho, no hay ninguna otra iglesia, en este mundo que afirme una restauración de todas las cosas, como fue dicho por boca de todos los santos profetas desde que el mundo fue.

Este acontecimiento, cantado por el coro acerca de la venida del Padre y del Hijo, fue seguido por Moroni, un Profeta que vivió sobre esta tierra cuatrocientos años después del tiempo de Cristo, y que trajo las planchas de las cuales fue traducido el Libro de Mormón.

Juan el Bautista, que fue decapitado por el testimonio de Jesús, volvió como un ser resucitado y confirió sobre José Smith y Oliverio Cowdery el Sacerdocio Aarónico, con poder para bautizar por inmersión para la remisión de pecados.  Les dijo que más tarde el Sacerdocio de Melquisedec sería restaurado, y que éste sería el poder para administrar la imposición de manos al comunicar el don del Espíritu Santo.

Pedro, Santiago y Juan, los Apóstoles del Señor Jesucristo, que se encontraban con El en el Monte de la Transfiguración, volvieron trayendo consigo el Sacerdocio de Melquisedec. ¿Podría todo el dinero en el mundo comprar cosas que tuvieran tanto significado para los hijos de nuestro Padre Celestial como esos acontecimientos que se llevaron a cabo? ¿Y qué podríamos recibir nosotros individualmente, nuestras familias, nuestros amigos y seres queridos, que tuviera el valor de la venida de estos santos mensajeros?

Y eso no es todo.  Luego vino Elías el Profeta, de quien habló Malaquías, que si no fuera por su venida antes de que venga el día de Jehová, grande y terrible, toda la tierra sería completamente destruida al tiempo de su venida.  Dijo:

«El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición» (Malaquías 4:6).

Este abrió la puerta para una comprensión de las palabras del apóstol Pablo; cuando dijo que el Señor le había revelado el misterio de su voluntad:

«De reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Efesios 1:10).

Estamos viviendo en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, y la venida de Elías ha traído las llaves de su misión, y esa es la razón por la que edificamos estos templos sagrados.  Esa es la razón por la que tenemos este grandioso programa genealógico, como no se puede encontrar en ningún otro lugar en todo el mundo.  De manera que los profetas han previsto la venida de estos otros profetas santos.

Mientras se encontraba en la Isla de Patmos, Juan no solamente vio el poder que Satanás tendría para luchar contra los santos y reinar sobre ellos, sino que vio «volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo» (Apocalipsis 14:6).  Y estamos viviendo en el día de su juicio.

Luego continúa: «. . . y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas» (Apocalipsis 14:7).

En el tiempo que José Smith había recibido su maravillosa misión, no había en el mundo una Iglesia que adorase al Dios que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas, y que creó al hombre a su propia imagen.  Adoraban a una esencia que moraba por doquier; lo describían como un ser sin cuerpo, partes ni pasiones, que se sienta en la cima de un trono que no tiene cima, y esa es casi la mejor explicación de la nada que una persona podría describir.  Si no tiene un cuerpo, ¿cómo podría hablar? ¿cómo podría oír? ¿cómo podría comprender y hablar?

Moisés mencionó esto cuando conducía a los hijos de Israel a la tierra prometida.  Les dijo que no permanecerían ahí por mucho tiempo, sino que serían esparcidos entre las naciones, y luego dijo: «Y serviréis allí, a dioses hechos de manos de hombres, de madera y piedra, que no ven, ni oyen, ni comen, ni huelen» (Deuteronomio 4:28).

Esa es la clase de dios al que este mundo estaba orando en la época en que José Smith, respondiendo a la admonición, que se encuentra en Santiago.  «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Santiago 1:5), fue y lo buscó, tal como Moisés había aconsejado y encontró al Dios verdadero y viviente.  Tenemos un testimonio para todo el mundo en cuanto a este acontecimiento.

Pienso en las palabras del apóstol Pablo cuando dijo que estaba resuelto a no conocer nada sino a Jesucristo. (1 Corintios 2:2.) Eso no significa que no conociera ni apreciara a los profetas antiguos, sino que había llegado un nuevo día.

El Hijo de Dios, de quién habían hablado los profetas, había venido, y luego dijo: «. . . porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciara el evangelio!» (1 Corintios 9:16).

. De la misma manera, no conocemos nada sino la restauración del evangelio que fue traído por el Hijo de Dios, de manera que no existe ninguna separación de los profetas (le esta dispensación, y ¡ay de aquellos de nosotros si no compartimos estas maravillosas verdades con el mundo!

Hermanos, sé que esta es la obra de Dios el Eterno Padre; es el movimiento más grandioso en la actualidad; no hay en este «mundo ningún hombre ni mujer honrados que realmente amen al Señor, que no se unirían a esta Iglesia si solamente se tomaran el tiempo para saber lo que es y pedirle a Dios el Eterno Padre, quien no los desviará.

Este es mi testimonio para vosotros, y lo dejo en el nombre del Señor Jesucristo.  Amén.

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