Conferencia General Abril 1972
Mantened firmes las líneas de la comunicación
Por el presidente Spencer W. Kimball
Presidente en Funciones del Consejo de los Doce
Mis queridos hermanos, es siempre una experiencia que me infunde temor y gozo a la vez, pararme ante vosotros y proclamar el evangelio eterno, y testificar de la divinidad de la Iglesia, de la misión del Señor, del Profeta y de sus líderes.
Extrañamos terriblemente al hermano Richard Evans, que falleció desde nuestra última conferencia. Tenemos en el hermano Ashton a una persona de gran dinamismo como miembro del Consejo. Extendemos una cordial bienvenida a los hermanos Peterson y Featherstone al grupo de Autoridades Generales; será un gran placer trabajar con ellos y con el obispo Vandenberg y sus consejeros en sus nuevos puestos.
Esta es la semana de la Pascua, una época en que solemnemente nos recordamos mutuamente el acontecimiento sin precedente que se llevó a cabo en un pequeño jardín interior, en la burda tumba, de una colina de calichel en las afueras de Jerusalén. Aconteció ahí, una temprana mañana, y asombró a toda alma que se enteró de ello.
Siendo que nunca había ocurrido en esta tierra, debió haber sido difícil para la gente creer, pero ¿cómo podían seguir dudando, cuando el Señor resucitado fue y se mostró ante ellos, y pudieron palpar las heridas de sus manos y pies? Centenares de sus amigos creyentes dieron testimonio.
Este fue Jesús de Nazaret, nacido en un pesebre, criado en una pequeña villa, bautizado en el río Jordán, crucificado en el Gólgota, sepultado en un frío hueco en el peñasco, y su resurrección confirmada en un pequeño y agradable jardín cerca de la tumba. Los sufrimientos por los que pasó antes de su crucifixión y al estar en la cruz, así como su gran sacrificio, pueden tener Poco o ningún significado para nosotros a menos que vivamos sus mandamientos, ya que El mismo ha dicho:
» … ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?» (Lucas 6:46).
«Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14:15).
Ciertamente si fracasamos en vivir sus enseñanzas, perdemos nuestra comunicación con El.
En una ocasión vimos en Sudamérica un ejemplo de las líneas rotas de la comunicación.
Nos encontrábamos viajando en la parte noroeste de Argentina; era una región ganadera, un camino angosto y derecho por varios kilómetros y a ambos lados del mismo había una cerca de púas. En línea paralela a la cerca había una serie de postes en los cuales estaban afirmados los cables para la comunicación telefónica con el mundo, Sobre cada poste había un travesaño, y de travesaño a travesaño colgaban las líneas de comunicación.
Al viajar por donde el césped había sido tupido pero entonces estaba quemado, encontramos que algunos de los postes, estando en la estela del fuego, también estaban quemados cerca de la base. Descuidadamente, alguien había tirado desde la ventana de un auto un cigarrillo encendido; el césped se había incendiado, las conexiones telefónicas estaban interrumpidas o limitadas, y la comunicación se había ido abajo.
Por un buen trecho, casi todos los postes estaban chamuscados o quemados. Algunos estaban quemados unos cuantos metros desde la base y colgaban en el aire con los cables que los mismos postes debían apoyar. Sueltos, así, estos cables flojos habían causado que los postes tocaran la tierra mientras se bamboleaban con el viento, ocasionando cada vez estática en la línea.
Me imaginé que los cables y los postes telefónicos se asemejan un poco a la gente; son construidos con un propósito y algunas veces cumplen otro. Son diseñados para ser firmes y fuertes y dar apoyo; pero en muchos casos se inclinan, se mecen y se aflojan hasta que las comunicaciones quedan sumamente dañadas, si no quedan realmente interrumpidas.
Por propia experiencia, encuentro que en un gran número de los casos maritales, el problema es la falta de comunicación; los cables están caídos, los postes quemados, los cónyuges riñen y se produce estática donde debiera haber paz. Hay un creciente disgusto y odio donde debería haber amor y armonía.
Cierta típica joven pareja, con únicamente unos cuantos años turbulentos recorridos en su matrimonio eterno —con solamente dos niños desde que hicieron sus votos eternos en el Santo Templo de Dios— iba cada uno por un camino diferente. Sus ideas de la vida eran diferentes en cuanto a los asuntos espirituales (así como en muchos otros): uno deseando avanzar hacía lo que el otro consideraba como fanatismo y el otro avanzando por un sendero que su cónyuge pensaba que era el de la apostasía; y ambos estaban equivocados.
Discutieron el asunto y perdieron su temperamento alejándose más y más de su meta común. Básicamente, ambos eran buenas personas, pero necesitaban postes telefónicos que no estuviesen quemados y cables de comunicación firmes que entonces se encontraban flojos. Su inhabilidad para comunicarse con prudencia produjo enojo, palabras ásperas y el mal entendimiento.
Con el tiempo, cada uno encontró a otra persona y establecieron diferentes líneas de comunicación de simpatía, entendimiento Y consuelo; y esta infidelidad condujo a aventuras físicas que resultaron en adulterios, dos hogares destruidos y cónyuges desilusionados, esperanzas destrozadas y niños perjudicados.
Y todo esto porque dos personas básicamente buenas permitieron que sus líneas de comunicación cayeran y los postes de seguridad se arrastraran por el suelo. Esta no es una pareja, son miles de parejas que empezaron con una llamada de gloria, dulce felicidad y la más alta de las esperanzas.
Después de una reunión de una conferencia de estaca efectuada lejos de aquí, se me acercó un joven cuya cara me era familiar; se identificó como un ex-misionero a quien había yo conocido hacía algunos años. Dijo que no había asistido a la conferencia pero que había ido al final para saludarme. Nuestros saludos fueron alegres y revivimos algunos recuerdos especiales; le pregunté qué era de su vida. Asistía a la universidad, estaba todavía soltero y era un tanto desdichado.
Le pregunté acerca de su servicio en la Iglesia, y la luz de sus ojos desapareció, y un rostro triste y desilusionado dijo: «Ya no soy muy activo en la Iglesia. No me siento como cuando estaba en el campo de la misión. Lo que consideraba que era un testimonio se ha convertido en una desilusión; ya no estoy seguro de que haya un Dios. Debí haber estado ciego en mi devoción y gozo».
Lo contemple por largo rato y le hice algunas preguntas:
«¿Qué haces en tu tiempo libre? ¿Qué lees? ¿Oras seguido? ¿Qué actividades desempeñas? ¿Quiénes son tus amigos?»
Las respuestas fueron lo que yo esperaba. Se había soltado de la barra de hierro: por lo general se relacionaba con personas incrédulas; leía, además de los textos de la universidad, obras de ateos, apóstatas y críticos de la Biblia. Había cesado de orar a su Padre Celestial; sus postes de comunicación estaban quemados, y sus cables colgaban terriblemente flojos.
Le pregunté: «Desde que terminaste la misión ¿cuántas veces has leído el Nuevo Testamento?»
Ni una vez— fue la respuesta. —¿Cuántas veces has leído el Libro de Mormón?
—Ninguna— respondió.
—¿Cuántos capítulos de Escrituras has leído? ¿Cuántos versículos?
No había abierto los libros sagrados ni una sola vez; había estado leyendo material negativo y destructor de la fe, y se preguntaba por qué no podía sonreír.
Ya no oraba más, sin embargo se preguntaba por qué se sentía tan abandonado y solo en un mundo tan difícil. Por mucho tiempo no había participado del sacramento de la Cena del Señor, y se preguntaba por qué su espíritu estaba muerto.
No había pagado ni un centavo de diezmos, y se preguntaba por qué las ventanas de los cielos parecían estar cerradas y negarle la entrada. No estaba recibiendo todas las cosas que podría haber tenido. Y mientras él pensaba en sus aflicciones y su fe destruida, su soledad y sus fracasos, yo pensaba en unos campos chamuscados en el norte de Argentina, unos postes telefónicos quemados y unos cables que sostenían los bamboleantes postes.
Sumamente inquietantes son las numerosas señales de la decadencia de la fe en nuestro mundo; se dejan caer fósforos; el césped se quema.
El aflojamiento en la convicción espiritual es aterrador. Muchas veces la moral es muy baja aun entre los empleados en sus trabajos, con tácticas egoístas, «¿cuánto puedo ganar?» «¿Puedo conseguir un aumento?» Más días festivos, menos horas de trabajo; entusiasmo decadente entre los jefes.
Somos demasiado opulentos; tenemos demasiado dinero y otras cosas; tenemos tantas otras cosas. Aun muchas personas muy pobres tienen muchas cosas, y las «cosas» se convierten en nuestra vida.
Sin embargo el Señor ha dicho: buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33). No obstante, muy a menudo deseamos primero las «cosas».
Tenemos una gran generación de jóvenes, pero al hablar con muchos de ellos, me sorprendo por la falta de oraciones entre ellos, especialmente aquellos que están en pecado. Muchos casi han cesado de orar; sus cables de comunicación están caídos. Asimismo, un gran número de jóvenes recién casados cesan de orar con regularidad; sus líneas están aflojándose.
La primera pregunta que dirijo a los jóvenes con problemas es: «¿Qué me dicen de sus oraciones? ¿Cuán a menudo? ¿Cuán profundamente involucrados estáis cuando oráis? Y cuando oráis, ¿estáis agradeciendo humildemente o estáis pidiendo?»
Israel se encontraba con serios problemas, tenía una sequía prolongada.
El rey Acab de Israel le dijo al profeta Elías:
«¿Eres tú el que turba a Israel?
«Y él respondió: Yo no he turbado a Israel sino tú y la casa de tu padre, dejando los Mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales» (1 Reyes 18:17-18).
El drama espectacular efectuado en el monte Carmelo entre Elías el Profeta y los falsos sacerdotes de Baal, es la historia de líneas flojas de comunicación. Había gran iniquidad, y el Señor había sellado los cielos de la lluvia. Elías había dicho: «… si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. . .» (1 Reyes 18:21).
La disputa ocasionada por Elías era para probarle a Israel que los dioses de piedra, madera y metal no tenían poder. Cuando los cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal no pudieron hacer que sus dioses quemasen la ofrenda, y el Señor, por medio de Elías, hizo que cayera fuego de los cielos y consumiera el buey, entonces con la renovación de fe por parte de Israel, se formaron las nubes y cayó una lluvia torrencial. El débil Israel había ahora afirmado sus postes; había restaurado los cables y restablecido la comunicación.
Vinieron a verme dos jóvenes parejas originarias del noroeste, agobiadas terriblemente. El esposo de una, y la esposa de la otra se habían visto perdidos en la frustración que había surgido de la infidelidad, y encontrando consuelo donde no debió haberse tolerado ningún tipo de relación; sus problemas llegaron al máximo, resultando en una gran pena.
Por lo general es lo mismo; los dos jóvenes, infieles a sus cónyuges, habían conversado y se habían confiado demasiado; siguieron reuniones secretas, luego falsas acusaciones concernientes a sus respectivos cónyuges. Y por fin lo que ciertamente no se había soñado que ocurriría: la transgresión.
Ambas parejas habían disminuido su actividad, asistiendo pocas veces a la Iglesia; habían ingresado a un grupo social cuyos miembros también se estaban volviendo apáticos en cuanto a lo espiritual, tal como ellos. Su nuevo modo de vida excedía sus capacidades económicas, y las deudas acabaron con el pago de los diezmos.
Se encontraban demasiado ocupados para efectuar la noche de hogar y demasiado apresurados para la oración familiar; y cuando llegaron las grandes tentaciones, no se encontraban preparados. Su césped había sido consumido, y con él, se habían quemado los postes, dejando los troncos colgados de los cables flojos.
El pecado aparece cuando las líneas de comunicación están rotas… siempre sucede, tarde o temprano.
Estamos viviendo en un mundo flojo. El pecado ha existido desde que Caín cedió a las tentaciones de Satanás, pero quizás nunca antes ha aceptado el mundo el pecado tan completamente como un modo de vida. Continuaremos exhortando al arrepentimiento desde éste y otros miles de púlpitos; continuaremos exhortando a la gente que cree a estar preparada para enfrentarse al mundo a medida qué éste se abalanza sobre ellos.
Que podamos siempre reparar nuestras líneas flojas de la comunicación y cumplamos nuestras obligaciones totales y de esta manera nos mantengamos cerca de nuestro Señor y Salvador, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























