Conferencia General Abril 1972
No juzguéis, para que no seáis juzgados
Por el Presidente N. Eldon Tanner
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
El otro día, al escuchar a un vecino criticar a otro, recordé estas líneas:
«¿No sería mejor este mundo
Si nuestros conocidos dijeran:
‘De ti algo bueno conozco’,
Y luego así nos trataran?»
Parece una práctica común que las personas hablen acerca de sus amigos y vecinos y critiquen sus aparentes peculiaridades y debilidades. De hecho, es una práctica tan general, que uno se imaginaría que los chismes y el juzgar a los demás es lo que se debe hacer. Cuán a menudo hemos oído de jóvenes que fueron criticados, juzgados y ridiculizados a causa de sus peculiaridades, y que sin embargo llegaron a ser líderes en sus diversos campos de trabajo.
Permitidme mencionar uno o dos ejemplos de críticas injustas y de emitir juicio sin saber los hechos.
Se cuenta de una pequeña historia acerca de la hermana McKay, esposa del presidente David O. McKay, cuando ésta empezó a enseñar en una escuela. Cuando el director la presentó ante la clase, señaló a un cierto niño refiriéndose a él como un perturbador. Ella pudo sentir la vergüenza del niño y tuvo temor de que éste viviera haciendo honores a su reputación, de manera que escribió una nota y se la entregó discretamente al pasar por su escritorio. Decía: «Earl, creo que el director estaba equivocado al decir que eres un muchacho malo. Confío en ti, y sé que vas a ayudarme para hacer de esta clase la mejor en la escuela.» Earl no solamente llegó a ser un modelo de virtud escolástica, sino también una de las personas más importantes del pueblo.
Me gustaría dar otro ejemplo.
Uno de nuestros más respetados ciudadanos de la comunidad empezó a actuar como si sus sentimientos hubiesen sido heridos y alejados de las actividades sociales donde, en lo pasado, había participado activamente. La gente empezó a acusarlo de ser un cascarrabias, un antibromista, antisocial, etc.; ya hasta lo evadían siempre que fuese posible. Más tarde, una diagnosis médica mostró que sufría de un tumor cerebral, lo cual había sido la causa de su falta de interés en las actividades a las que previamente había asistido y patrocinado.
Permitidme citaros uno o dos ejemplos de lo que considero una decisión injusta. Primero, un obispo que necesita oficiales adicionales ve a un miembro de su barrio que, aunque no es activo, parece tener la habilidad, pero se dice: «Oh, no estaría interesado. No desearía aceptar un puesto.» De manera que no se le acerca al hombre, y éste permanece inactivo por muchos años.
Un nuevo obispo es llamado al barrio, le pregunta al hombre si estaría dispuesto a aceptar un cargo, y descubre que está realmente listo y ansioso de trabajar.
No prejuzguéis, sino dadle a la persona una oportunidad; permitidle decidir por sí misma si desea aceptar o rechazar.
Por otro lado, oímos a un hombre decir a su familia y a otros: «No veo la razón por la que el obispo hace esto o aquello; uno se imaginaría que para esta fecha ya tendría que haber aprendido.» Aquí está juzgando al obispo sin saber los hechos, los cuales, si los conociera, serían plena justificación para la acción tomada. La crítica del hombre no solamente fue injusta, sino que probablemente perjudica a sus hijos haciendo que le pierdan el respeto al obispo y se debilite su fe.
Estos ejemplos muestran cuán importante es que no juzguemos, sino que demos aliento en lugar de acusaciones. Hace aproximadamente dos mil años, Jesucristo, dándose cuenta de la tendencia del hombre de criticar injustamente, dijo:
«No juzguéis, para que no seáis juzgados.
«Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.
«¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?
«¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?
“¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano» (Mateo 7:15).
Parece que está diciendo que a menos que nos encontremos sin falta, no estamos capacitados para juzgar. Refiriéndonos a la experiencia de Samuel mientras escogía un rey, podremos obtener un mejor entendimiento del hecho de que el hombre no está capacitado para juzgar. El Señor había rechazado a Saúl como rey de Israel y le instruyó al profeta Samuel para que escogiese un nuevo rey; le dijo que fuese a la casa de Isaí, que tenía ocho hijos, y que mientras estuviese ahí, el ungido pasaría delante de él, y Samuel sabría quién habría de ser el elegido. Cuando el primer hijo, Eliab se puso delante de él, Samuel pensó que era el escogido, pero el Señor le rechazó y luego le dio al profeta Samuel la clave para saber cómo juzgar:
«No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1 Samuel 16:7).
Entonces cada uno de los siete hijos pasó frente a Samuel y fue rechazado. Luego se mandó a traer a David, el más joven, y fue aprobado por el Señor.
Por lo tanto, la razón por la que no podemos juzgar, es obvia. No podemos ver lo que se encuentra en el corazón; no conocemos los motivos, pese a que se los achacamos a cada acción que vemos. Quizás sean puros mientras nosotros pensamos que son impropios.
No es posible juzgar a otro justamente a menos que conozcáis sus deseos, su fe y sus metas. La gente no se encuentra en la misma situación a causa del ambiente diferente, oportunidades injustas y muchas otras circunstancias. Uno quizás empiece desde arriba y el otro desde abajo, encontrándose a medida que van en direcciones opuestas. Alguien ha dicho que lo que cuenta no es dónde uno esté sino la dirección en la que vaya, no lo cerca que estéis del fracaso o el éxito sino el rumbo que estáis llevando. Con todas nuestras flaquezas y debilidades, ¿cómo nos atrevemos a adjudicarnos el puesto de jueces? A lo más, el hombre puede juzgar solamente lo que ve; no puede juzgar el corazón o la intención, ni siquiera empezar a juzgar el potencial de su prójimo.
Cuando tratamos de juzgar a la gente, cosa que no debemos hacer, tenemos una gran tendencia a buscar y sentimos orgullosos de encontrar debilidades y faltas, tales como la vanidad, la improbidad la inmoralidad y la intriga; como resultado, sólo vemos el aspecto malo de aquellos a quienes estamos juzgando.
Actualmente, nuestros medios de comunicación también parecen estar interesados solamente en personas víctimas de ataques; y no obstante las noventa y nueve cosas buenas que uno pueda hacer, es esa debilidad o error particular lo que recibe énfasis y publicidad en el mundo.
Estamos siempre prestos para escuchar, aceptar y repetir una crítica adversa palabras dichas o impresas maliciosamente, sin detenerse a pensar en el daño que podríamos hacerle a alguna persona noble; y, como se hace tan a menudo, nos excusamos y justificamos diciendo: «Cuando el río suena es porque agua lleva», cuando en realidad estamos añadiendo más agua, ya que el río al que se hace referencia puede ser únicamente el río de la malicia provocado por alguna persona envidiosa.
En ocasiones, aun cuando nuestros amigos son acusados de malas acciones o se rumorean chismes acerca de ellos deslealmente aceptamos y repetimos lo que oímos sin conocer todos los hechos. Es verdaderamente triste que algunas amistades sean destruidas, creándose la enemistad a causa de la mala información.
Si hay un lugar en la vida donde la actitud del agnóstico es aceptable, es en este asunto de juzgar; es el valor para decir «No sé, estoy esperando más evidencias; debo prestar oídos al tañido de ambas campanas.»
Manifestamos una verdadera caridad solamente cuando refrenamos nuestros juicios; es difícil de comprender por qué estamos listos para condenar a nuestros amigos y vecinos basándose en la evidencia circunstancial, mientras que todos estamos mucho más determinados a asegurarnos que todo criminal tenga un juicio justo y abierto. Ciertamente podemos tratar de eliminar de nuestra mente el orgullo, la pasión, el sentimiento personal, el prejuicio, y mostrar caridad a los que nos rodean.
Busquemos lo bueno en vez de tratar de descubrir cualquier maldad escondida. Fácilmente podemos encontrar faltas en otros si eso es lo que estamos buscando.
Aun en los núcleos familiares, ha resultado el divorcio y las familias han sido destruidas a causa de que uno de los cónyuges buscaba y recalcaba las faltas en vez de amar y exaltar las virtudes del otro.
Recordemos, también que cuanto más fuera de armonía estemos, más inclinados nos sentiremos a encontrar errores o debilidades en otros y tratar de justificar nuestras propias faltas en vez de tratar de mejorarnos. Casi invariablemente, encontramos que la mayor crítica hacia los líderes y las doctrinas de la Iglesia proviene de aquellos que no están cumpliendo con su deber en seguir a los líderes, o en vivir de acuerdo con las enseñanzas del evangelio.
Un ejemplo extraordinario de esto puede encontrarse en la historia de Caín y Abel. El primero descuidó su propia mayordomía y se amargó tanto por la rectitud de Abel y su gracia ante los ojos del Señor, que sus celos dementes lo hicieron asesinar a su hermano. Cuánto mejor habría sido esta situación si él hubiera felicitado y honrado a su hermano, y tratado de mejorar él mismo Y corregir sus propias faltas.
Examinemos nuestras propias vidas y acciones, pongámonos en armonía con los principios rectos y nunca ataquemos ni divulguemos información falsa acerca de otros.
El chisme es la peor forma de juzgar. La lengua es el arma más peligrosa, destructiva y mortal al alcance del hombre; una lengua viciosa puede arruinar la reputación y aún el futuro de la persona atacada. Los ataques insidiosos contra la reputación de una persona, insinuaciones aborrecibles, verdades a medias acerca de un individuo, son tan destructivos como esos insectos parásitos que matan el corazón y >a vida de un frondoso roble. Son tan furtivos y cobardes que uno no puede protegerse contra ellos. Como alguien ha dicho: «Es más fácil tenderle una trampa a un elefante que a un microbio.»
Qué diferente sería el mundo si pusiéramos en práctica lo que hemos oído tantas veces: «. . todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas» (Mateo 7:12). En vez de ello, estamos todos tan inclinados a juzgar a otros siguiendo una forma diferente de aquella por la cual desearíamos o estaríamos dispuestos a ser juzgados.
Cuando la mujer acusada de adulterio fue llevada ante Cristo, El se indignó a causa de la injusticia de los que la acusaban. Deseaban que la mujer fuese juzgada basándose en normas diferentes de aquellas por las cuales ellos estarían dispuestos a ser juzgados, y en un asunto en el que algunos eran culpables.
Les dijo: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.» «Luego, después de inclinarse y escribir en la tierra, se enderezó y dijo:
“. . . ¿dónde están los que te acusaban?” (Juan 8:7, 10).
Si Jesús estuviese cerca y se le pidiera juzgar a aquellos que nosotros acusamos y nos dijera: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella», y después se inclinara para escribir en la arena, ¿cuántos de nosotros trataríamos de huir avergonzados, culpables en nuestra propia conciencia? ¡Cuán sabio es su consejo!
Si pudiésemos aceptar y practicar el segundo gran mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:39), y realmente aprendiéramos a amar a nuestro prójimo, no habría chismes maliciosos ni falsos testimonios. En la Oración del Señor, tenemos estas palabras: «Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores», y luego dice: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial; más, si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro padre os perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6:12, 14-15).
Cristo es nuestro gran ejemplo del perdón. A la mujer que fue acusada de adulterio y llevada ante El, dijo: «Ni yo te condeno; vete y no peques más.» (Juan 8:17).
Luego en la cruz oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).
No obstante nuestro ego, nuestro orgullo o sentimiento de inseguridad, nuestras vidas serían más felices, estaríamos contribuyendo más al bienestar social y a la felicidad de los demás si nos amáramos los unos a los otros, nos perdonáramos unos a otros, nos arrepintiéramos de nuestros pecados y no juzgáramos.
Es cierto que debemos tener jueces señalados para tratar con las leyes de la tierra, y jueces en la Iglesia para tratar con sus miembros; y a ellos se les da la pesada carga y responsabilidad de juzgar, cosa que no deben descuidar, pero deben dar un juicio justo de acuerdo con la ley de la tierra y la de la Iglesia.
Basémonos en los principios, los altos principios. Asimismo, es muy importante que todos nosotros, incluyendo nuestros políticos, tratemos de vivir de tal manera que nuestras acciones estén por encima del reproche y la critica.
Nunca ganamos nada ni mejoramos nuestro propio carácter tratando de destruir el de otro. En el calor de una campaña política hemos visto destruidas intimas amistades a causa de palabras y acusaciones. Las inventivas contra los hombres en puestos públicos o contra sus oponentes tienden a hacer, que nuestros jóvenes y otras personas pierdan la fe en el individuo y demás miembros del gobierno, y aún frecuentemente en nuestro gobierno mismo.
Como padres, tenemos la responsabilidad en nuestros hogares de protegerlos en contra de cualquiera de estas cosas. Asimismo, debemos darnos cuenta de que cada palabra y cada acción influyen en el intelecto y en la actitud del niño. Es en la familia donde el niño aprende las lecciones elementales de llevarse bien con la gente y las virtudes del amor, la compasión, y la preocupación. Estas lecciones se habrán enseñado bien si los padres pueden criar a sus hijos sin formarles prejuicios mediante preceptos ni ejemplo contra otros niños basándose en color, raza, religión, condición social o capacidad intelectual, y si les enseña a amar al Señor. Estoy agradecido de que mis padres, a través de su tolerancia, fueran capaces de lograr esto con sus hijos.
Humildemente quisiera decir con toda sinceridad que amo al Señor con todo mi corazón y que amo a mi prójimo. No abrigo malos sentimientos de ninguna clase hacia ningún hombre, y ruego sinceramente que me perdonen si es que he ofendido a alguno. Me doy cuenta, como el Salvador dijo: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi lo hicisteis» (Mateo 25:40).
A todo el mundo, y especialmente a aquellos que no entienden, pero que ridiculizan las enseñanzas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días deseo dar mi testimonio y extender el desafío de que no juzguéis hasta que conozcáis y comprendáis esas enseñanzas que están contenidas en el evangelio restaurado. Creemos, junto con vosotros, que Dios vive y que Jesucristo es su Unico y verdaderamente Unigénito en la carne, que vino y dio su vida y resucitó a fin de que toda la humanidad pudiera gozar la inmortalidad.
El dijo: «. . esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39), y nos brindó el plan del evangelio mediante el cual podemos prepararnos para volver a su presencia y gozar de la vida eterna.
Sí, el evangelio en su plenitud ha sido restaurado y se encuentra sobre la tierra en la actualidad. Testifico que la Biblia es la palabra de Dios, que nos fue dada a través de sus profetas, y que también el Libro de Mormón, es la palabra de Dios, y que es un registro traducido y verdadero de las obras de Dios con la antigua gente de América y contiene el evangelio en su plenitud. Fue escrito por vía de mandamiento, y por el espíritu de profecía y revelación. Y también para convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios, que se manifiesta a sí mismo a todas las naciones.
Quisiera también testificar que sé que Joseph Fielding Smith, el Presidente de la Iglesia, es un Profeta de Dios por medio de quien se comunica el Señor, y expreso mi sincero y profundo agradecimiento por la oportunidad que tengo de trabajar tan íntimamente con él.
Sé estas cosas, y humildemente doy mi testimonio de que son verídicas; e invito y exhorto a cada uno de vosotros a investigar Y leer el Libro de Mormón, a poner a prueba y gozar la promesa contenida en él, que dice:
«Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaras a que preguntaseis a Dios el Eterno Padre en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, El os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo.
«Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas» (Moroni 10:4-5).
Esta promesa, junto con mi testimonio, dejo con vosotros en el nombre de Jesucristo. Amén.

























Magnifica enseñanza de como debemos vivir en nuestra familia, con nuestros vecinos y con la sociedad… Grandes ejemplos de amor y perdón de nuestro señor Jesucristo… El no juzgar nos fortalece para vivir en armonía y perdonar a nuestro prójimo para ser perdonados por nuestro padre celestial
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Exelente mensaje
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