Tomándole de la mano

Conferencia General Octubre 1973

Tomándole de la mano

Marvin J. Ashton1

por el élder Marvin J. Ashton
Del Consejo de los Doce


Ayer en la tarde en nuestra reunión del sacerdocio, el presidente Lee recordó algunas de las bendiciones que sobrevinieron de la recién terminada gran conferencia en Munich. Vino a mi mente una de las cosas sobresalientes de esta conferencia al compartir la afectuosa declaración y el espíritu de una joven dama Santa de los Últimos Días.

Ella estaba muy bien vestida, con su cabeza más erguida de lo usual. Sus ojos estaban aún derramando lágrimas al terminar la conmovedora sesión final del domingo en la tarde. Yo no sé, ni lo supe entonces, de qué país provenía, pero eso no era importante ni entonces ni ahora, lo importante es que ella era una de nosotros. Mientras estrechaba mi mano, pronunciando el inglés lo mejor que pudo, dijo: «El presidente Lee ha elevado mi alma a nuevas alturas. Siento que ahora puedo andar con fuerza más allá de mí. . .”

Esta conmovedora declaración me recordó otra similar que se encuentra en el libro de Marcos:

“. . . Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó» (Marcos 9:27).

Ciertamente el día ha llegado en que, si hemos de seguir por sus caminos, debemos tomar de la mano al cansado, al deprimido, al alma afligida y al hambriento del evangelio; levantarlos y ayudarlos. Sí, también necesitamos levantar al deshonesto, al que se ha condenado a sí mismo y a aquellos que han escogido las comodidades materiales por encima de los principios correctos. Ahora, incontable número de personas son capaces de dar sus primeros pasos en la dirección correcta, cuando nosotros estamos dispuestos a impulsarlos, a darles nuestra confianza y ánimo, a ayudar a otros a conservar su autorrespeto y a hacer que recuperen ese autorrespeto y autoconfianza de que habló el presidente Lee en la sesión de apertura de esta conferencia.

«Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí» (Mateo 25:35-36).

Hoy podemos agregar apropiadamente: «Estuve caído y me levantasteis; mi alma estaba enferma y me confortasteis; mis pasos eran inseguros, y tomasteis mi mano; estaba inseguro y me elevasteis a sendas de seguridad.»

Qué bellos a los ojos del Señor son los que están espiritualmente bien, aquellos que han sido tomados de la mano y levantados y hechos espiritualmente sanos. Qué bellos a los ojos del Señor son aquellos que ocupan su tiempo para levantar la mano necesitada, La paz mental sólo viene a nosotros cuando estamos espiritualmente sanos. El verdadero gozo viene del interior. La libertad de un alma afligida, es una meta digna que todos debemos tener.

Muchos fueron sanados físicamente de achaques y sufrimientos durante el ministerio del Salvador, pero el gozo y la felicidad reales, no siempre se realizaron. La gente puede ser sanada, pero no elevada. La felicidad no viene del éxito social, físico o económico.. . «la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15).

Frecuentemente el Salvador amonestó a los físicamente sanos con el fin de que no presumieran de fuerza, sino que, siguieran su camino, andando en la verdad y usando su poder para elevar a otros. La evidencia nos enseña que muchos fueron físicamente sanados, pero continuaron indisciplinados y espiritualmente enfermos. «. . .¿No os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane?» (3 Nefi 9:13), dijo el Salvador.

Las sanidades no deben ser objeto de orgullo o vanagloria. Más bien, la sanidad debe ser usada para elevarse a sí mismo y a otros a mayores alturas y servicio. ¿No podremos concluir que ese apoyo es mucho más importante que la sanidad?

Ciertamente los más grandes milagros de nuestros días son la elevación y la sanidad de las almas afligidas. La fuerza espiritual es una posesión inapreciable al alcance de aquellos que pueden permanecer en justicia. La sanidad del alma afligida da salud y fuerza a aquellos que están muertos en cuanto a una vida digna. Pureza, fe, esperanza y caridad, sanan a los que una vez estuvieron espiritualmente enfermos.

Esta sanidad viene por medio de la conversión a la verdad y la adhesión a los principios correctos. Tenemos la promesa de que Cristo «se levantará de entre los muertos, con salvación en sus alas, y todos los que crean en su nombre serán salvos en el reino de Dios. . .» (2 Nefi 25:13).

La muerte y la enfermedad espiritual desaparecen para aquellos que quieran ser sanados por El y su sacrificio expiatorio.

El presidente Lee, hablando recientemente a) sacerdocio, los amonestó con estas palabras: «En vuestras manos se ha confiado un sagrado depósito, no sólo para que tengáis la autoridad para actuar en el nombre del Señor, sino para prepararos como los más puros y limpios vasos, para que el poder del Dios Todopoderoso pueda manifestarse por medio de vosotros cuando oficiéis en las sagradas ordenanzas del sacerdocio.» Sí, en nuestras manos no sólo está el poder y autoridad para actuar; sino la fuerza para elevar, si nos mantenemos fieles y justos.

Hermanos y hermanas: Debemos aprender a ver más allá de la carne y ver el espíritu, el alma, fa actitud, el verdadero ser humano.

Quisiera compartir con vosotros una carta recientemente publicada por un periódico, en la columna que ofrece consejos a las personas con problemas y que parece abarcar esta área de visión y valores.

«Querido editor: Un sudor frío recorrió mi cuerpo cuando leí la carta de esa madre con el corazón destrozado, cuya hija, una enfermera, estaba casándose con un lisiado. (El perdió ambas piernas cuando pisó una mina en Vietnam.) La madre dice que su hija es muy bella y que con mucha facilidad se habría casado con ‘un hombre completo’. Yo estoy segura de que muchas personas piensan que mi esposo podría haberse casado con ‘una mujer completa’ en lugar de casarse conmigo. Cuando yo tenía tres años, fui herida por la bala de un rifle calibre 22. Gracias a Dios aún vivo, aunque mi lado izquierdo está paralizado. Puedo andar y hacer casi todas las cosas que hacen las otras mujeres; pero lo mejor de todo, es que un hombre maravilloso pensó que yo era lo suficientemente ‘completa’ como para casarme con él. El es guapo, bondadoso y fiel, y me trata como a una reina. Llevamos diez felices años de casados, y aún no creo en mi buena suerte. (Firma) La Esposa de Federico.»

Respuesta: «Querida esposa de Federico: Esto es algo mas que ‘suerte’. Usted debe tenerla a montones. Felicidades.»

Podría agregar mis felicitaciones para usted también, querido editor, por tomar a algunos de la mano y elevarlos un poco.

En esta gran Iglesia, debemos tratar de elevar a aquellos que nos necesitan económica, social, física y espiritualmente, mientras que unimos afanosamente nuestras manos a las del Señor para ayudar a cumplir su declaración que dice: «ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39).

«Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración.

«Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de loa que entraban en el templo.

«Este, cuando vio a Pedro y Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna.

«Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos.

«Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo.

«Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.

«Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos;

«Y saltando se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando y saltando, y alabando a Dios.

«Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios» (Hechos 3:1-9).

Este pasaje se usa para muchos propósitos, pero esta mañana yo quisiera decir que este hombre no sabía que podía andar, hasta que Pedro lo tomó de la mano y lo levantó. El no se daba cuenta o no creía que podía andar y usar sus propias fuerzas. Este esfuerzo inicial por levantarse lo impulsó y lo puso en su camino. Pedro pudo levantarlo porque se encontraba muy alto en el servicio de Dios.

Me parece que a veces este pasaje de levantar y tomar de la mano es mal interpretado, así como otro citado tan oportuna y eficazmente por el presidente Tanner esta mañana, y es:

«Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Génesis 2:24).

Ciertamente un hombre casado debe dar a su mujer fidelidad, protección, seguridad y un sustento total, pero al dejar a sus padres y a otros miembros de la familia, nunca se ha pretendido que ellos sean ignorados, abandonados, rehuidos u olvidados, pues todavía son parte de la familia, una gran fuente de fuerza, un refugio, una delicia y una unidad eterna.

Los padres sabios, cuyos hijos los han dejado para formar sus propias familias, se dan cuenta de que su papel dentro de la familia aún continúa, no en dominio, control o supervisión, sino en amor, preocupación y animación.

Muchos misioneros de tiempo completo han dicho: «He recibido algunas de mis mejores cartas cuando estaba lejos, recibí cartas de mi abuela, mi tía y mi cuñado.»

Otros misioneros han dicho: «Mi padre falleció hace algunos años, pero mi tío o mi abuelo me están sosteniendo económicamente en la misión.» Toda la familia nos pertenece y nosotros a ellos, ¡Qué bendición, qué obligación tan sagrada!

José Smith, el profeta, vio a la familia como una continua fuente de energía. En muchas ocasiones oró fervientemente para que mejorara la salud de su achacoso padre para: «que yo pueda ser bendecido con su compañía y su consejo, pues pienso que es una de las más grandes bendiciones que uno puede recibir en la tierra, la de tener la asociación con sus padres, cuya madurez y experiencia los capacitan para administrarnos el más sano consejo» (Documentary History of the Church, vol. 2, pág. 289). ¿No podríamos apropiadamente decir aquí esta mañana y recordar que aunque él era un profeta, aun así aprendía de la sabiduría y el amor de una buena familia?

José Smith dijo una vez de Hyrum: Ahí estaba mi hermano Hyrum, quien me tomó de la mano, un verdadero hermano. Pensé: Hermano Hyrum, ¡qué corazón tan fiel tienes! ¡Oh, que el Eterno Jehová te corone con bendiciones eternas, como una recompensa al cuidado que has tenido por mi alma!» (DHC vol. 5, págs. 107-108). «Oro en mi corazón porque todos mis hermanos sean como mi amado hermano Hyrum, quien posee la suavidad de un cordero, la integridad de Job, y en breve, la mansedumbre y humanidad de Cristo; lo amo con un amor que es más fuerte que la muerte, porque nunca tuve necesidad de reprenderlo, ni él a mí» (DHC, vol. 2, pág. 338).

Muchas veces los más grandes impulsos que uno recibe provienen de nuestra propia familia. Muchas veces las manos que más necesitamos son aquellas que están más cerca de nosotros. Muchas veces las manos que tenemos más cerca, son las más fuertes. Cuando comenzamos a darnos cuenta de esta relación entre un miembro de la familia y los otros, comenzamos a comprender las bases de nuestro gran programa de servicios de bienestar, que es el evangelio de Jesucristo en acción. Dios ha decretado que los miembros de la familia deben ayudarse mutuamente, y también ha dicho que deben ser una bendición para los demás miembros de la familia. Cuando uno de nosotros, en un estado mental de decepción, piensa que un miembro de la familia no merece que se le tienda la mano o se le levante, podríamos recordar que si continuamos levantando, a pesar de los resultados aparentes, tendremos mayor fuerza. Mientras más levantemos a otros, mayor será nuestra capacidad para hacerlo.

Los matrimonios de los Santos de los Últimos Días dignos, son eternos, y cuando nos unimos al ser que consideramos más precioso para nosotros, tenemos derecho a las bendiciones de toda la familia. El impulso de la familia estará a nuestra disposición. Debemos tomar a nuestros familiares de la mano y mostrarles que nuestro amor es real y continuo.

Cuando tomamos a alguien de la mano, ambas quedan fortalecidas. Nadie ha levantado a otro, sin quedar a un nivel más alto.

Debemos fortalecer nuestros lazos familiares para estar a disposición de todos los miembros de la familia. Nuestros hogares deben ser lugares a los que nuestros hijos verdaderamente deseen llegar.

Si guardamos los mandamientos de Dios y caminamos paso a paso con El en sus sendas, Satanás nunca nos tentará. Los miembros fieles de la Iglesia no tienen por qué andar solos. El alma afligida no tiene por qué buscar sola el camino de regreso. La mano de Dios está al alcance de todos si sólo extendemos la nuestra hacia El.

«. . . Jesús, tomándole de la mano, le enderezó y se levantó [estaba poseído de un espíritu inmundo].

«Cuando él (Jesús] entró en casa, sus discípulos le preguntaron aparte: ¿Por qué nosotros no pudimos echarle fuera?

«Y les dijo: Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno» (Marcos 9:27-29).

Ruego a nuestro Padre Celestial por que nos ayude a vivir de modo que tengamos esa fuerza interior y poder para tomar de la mano a aquellos que nos rodean y levantarlos.

Dejo a vosotros mi testimonio de que Dios vive; de que esta es la Iglesia de Jesucristo restaurada en estos postreros días para el beneficio de toda la humanidad. Yo sé que el presidente Harol B. Lee es un profeta de Dios, el cual, como testificó aquella bella mujer en Munich y miles de otros, tiene la autoridad dada por Dios, para tomarnos a todos de la mano y elevarnos a nuevas alturas si queremos guardar los mandamientos y seguir sus consejos. Todo esto declaro y testifico humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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