¿Una iglesia más?

Conferencia General Octubre 1972

¿Una iglesia más?

Marion G. Romneypor el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia


Hermanos y amigos, dondequiera que os encontréis:
Tal como habéis sido notificados, este servicio es parte de la 142ava.  Conferencia General Semestral de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Desde el momento que, al igual que en la actualidad, nuestra Iglesia fue organizada había muchas otras iglesias llamadas cristianas, se impone la pregunta de si en realidad era necesaria otra iglesia más.  Me gustaría responder a esto.

Para comenzar, es obvio destacar que la existencia de tantas iglesias era desconcertante.  Los sinceros de corazón se encontraban perturbados y confusos con respecto a cuál, si es que había alguna, era la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Entre esos desconcertados se encontraba un joven de catorce años de edad llamado José Smith.  En la primavera de 1820, estimulado por el resurgimiento religioso provocado en la vecindad de Palmyra, New York, localidad en la cual vivía, perplejo por el conflicto existente entre las muchas iglesias que reclamaban la autoridad, motivado por la amonestación y promesa de Santiago: «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Santiago 1:5), José, con la fe que caracteriza a los niños, le preguntó al Señor cuál de todas las sectas era la verdadera, para saber a cuál debla unirse.

«. . me arrodillé y empecé a elevar a Dios los deseos de mi corazón.  Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó de mí una fuerza que completamente me dominó…

«Mas esforzándome con todo mi aliento para pedirle a Dios que me librara del poder de este enemigo que me había prendido, y en el momento preciso en que estaba para hundirme en la desesperación y entregarme a la destrucción… vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.

«No bien se hubo aparecido, cuando me sentí libre del enemigo que me tenía sujeto.  Al reposar la luz sobre mí, vi a dos personajes, cuyo brillo y gloria no admiten descripción, en el aire, arriba de mí.  Uno de ellos me habló, llamándome por nombre y dijo, señalando al otro: ‘¡Este es mi hijo amado: escúchalo!»‘ (José Smith 2:15-18).

Esta visión fue la escena inicial de un impresionante drama que culminaría unos diez años más tarde con la organización de la Iglesia.

El Hijo, con quien conversara en la visión celestial, le dijo a José que no se uniera a ninguna de las iglesias existentes porque: «Todas están en error. . .» (José Smith 2:19).  Les faltaban los componentes necesarios de la Iglesia de Jesucristo, o sea su evangelio y su nombre.

Algunos de los elementos indispensables del evangelio que esas iglesias no tenían, eran:

  1. La verdad relacionada con la personalidad de Dios y la relación del hombre con El.
  2. El conocimiento de sus principios y ordenanzas de salvación.
  3. El Sacerdocio de Dios.
  4. Revelación continua.

Con respecto al primer elemento, la personalidad de Dios el Padre y su hijo Jesucristo, José aprendió la verdad en la visión antes referida.  Más tarde dijo de ellos: «el padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangibles como el del hombre; así también el Hijo . . .» (D. y C. 130:22).

Con respecto a la relación del hombre para con Dios, José aprendió de revelaciones subsiguientes, que los habitantes de «los mundos» (incluyéndonos a nosotros, los de la tierra) «son engendrados hijos e hijas para Dios» (D. y C. 76:24).

Estas fundamentales verdades pertinentes a la relación entre Dios y el hombre, no eran enseñadas por las iglesias del tiempo de José Smith, por los obvios motivos de que no se conocían ni se creían.  Eran sin embargo conocidas, enseñadas y aceptadas por los miembros de la Iglesia de Cristo en los días de Jesús y sus apóstoles.  Pero para 1830, ya hacía mucho tiempo que se había perdido toda comprensión de esas verdades.  Fue la ignorancia del verdadero conocimiento de Dios y su relación para con los hombres, lo que dio origen a tantas iglesias diferentes.

Durante 1820 fueron revelados nuevamente al joven Profeta, los principios y ordenanzas fundamentales del evangelio.  Muchos de esos principios y ordenanzas le llegaron por medio del Libro de Mormón, libro que llegó a su poder de la siguiente manera:

En septiembre de 1827, Moroni, un antiguo historiador y Profeta americano, resucitado, le entregó a José un registro inscrito en finas planchas de oro, las cuales tradujo mediante el don y el poder de Dios.  Este registro contenía la explicación de los principios y ordenanzas del evangelio de Jesucristo, tal como les fueron enseñados y llevados a cabo entre los antiguos habitantes de América.

En 1828 José publicó la traducción de esas planchas de oro, bajo el título de El Libro de Mormón. Este libro contiene el registro del ministerio personal de Jesucristo entre los habitantes de América, inmediatamente después de su resurrección en la tierra de Jerusalén. A ellos les enseñó su evangelio, aun del mismo modo en que lo enseñó en Palestina.  Entre ellos organizó su Iglesia; sobre sus directores confirió el Sagrado Sacerdocio, instruyéndoles y mostrándoles cómo administrar las ordenanzas salvadoras de su evangelio.

Al publicar El Libro de Mormón, José había recibido también el tercer elemento indispensable del evangelio, o sea, el Sagrado Sacerdocio, el cual le posibilitaba actuar en el nombre de Dios.

En mayo de 1829 recibió el Sacerdocio Aarónico. Mientras traducía las enseñanzas del Salvador relacionadas con el bautismo, tal como se encuentran registradas en El Libro de Mormón, él y su escribiente, Oliverío Cowdery, suplicaron al Señor que les proporcionara más luz sobre el asunto.  Al arrodillarse en oración, fueron visitados por un mensajero celestial quien les dijo que su nombre era «Juan, el mismo que es llamado Juan el Bautista en el Nuevo Testamento».  Este mensajero puso las manos sobre sus cabezas y dijo:

«Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves de la ministración de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados. . .» (D. y C. 13).

Unas pocas semanas más tarde, Pedro, Santiago y Juan confirieron sobre José y Oliverio el Sacerdocio de Melquisedec y los ordenaron apóstoles.

El cuarto elemento indispensable del evangelio, o sea la revelación continua, se introdujo con la restauración del sacerdocio.  Es obvio, por la forma en que José Smith recibió el conocimiento de Dios y de los principios y ordenanzas del evangelio, que estaba recibiendo revelaciones directas del cielo.  Pero esto no era todo lo que se necesitaba.

Cada miembro de la Iglesia de Cristo en el meridiano de los tiempos, recibió el don del Espíritu Santo.  El Espíritu Santo es revelador.  Recibirlo significa nacer de nuevo espiritualmente.  Recordemos lo que Jesús le dijo a Nicodemo: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:5).

Recibir el don del Espíritu Santo es nacer del espíritu.  El Señor instruyó a los oficiales del sacerdocio de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días a «confirmar por la imposición de manos para el bautismo de fuego y del Espíritu Santo, de acuerdo con las escrituras, a aquellos que se bauticen en la Iglesia. . .» (D. y C. 20:41).

El sacerdocio y el poder del Espíritu Santo es lo que da vida a la Iglesia y a sus miembros:

» …de manera que el poder del Espíritu Santo es el espíritu de profecía y revelación: su oficio es iluminar la mente, vivificar el entendimiento y santificar el alma» (James E. Talmage, Artículos de Fe, página 181).  Sin este don, la Iglesia estaría tan inerte e impotente como una planta de energía eléctrica sin electricidad.

Habiendo entonces recibido una nueva dispensación del evangelio, José Smith se encontraba en condiciones de establecer la Iglesia de Cristo sobre la tierra, habiendo sido dirigido por el Señor para hacerlo así.  La dirección le llegó en varias revelaciones, en las cuales le fueron especificadas la forma y la fecha de la organización.

Obediente a estos mandamientos, el 6 de abril de 1830 en Fayette, Condado de Seneca, New York, José Smith, hijo, organizó la Iglesia de Jesucristo, en estricta armonía con los mandamientos de Dios y las leyes del país.

Por lo tanto, la respuesta a la pregunta «¿Por qué fue organizada la Iglesia cuando ya existían tantas otras?» es que fue la consecuencia de que el Señor Jesucristo mismo le mandara a José Smith que así lo hiciera.

Pero el Señor no sólo le mandó a José que organizara su Iglesia, sino que también le dijo qué nombre debía llevar.

Vale la pena destacar el hecho de que de todas las iglesias que reclamaban representar a Cristo, ninguna de ellas llevaba su nombre.  José aprendió de las enseñanzas de Jesús a los nefitas que ninguna iglesia podía ser de Cristo a menos que llevara su nombre.  Cuando Jesús se encontraba ministrando entre los nefitas, y éstos le preguntaron qué nombre debería llevar su Iglesia, El les dijo:

» … ¿y cómo será mi iglesia si no lleva mi nombre?  Porque si una iglesia lleva el nombre de Moisés, entonces es la iglesia de Moisés, y si se le da el nombre de alguno, entonces es la iglesia de ese hombre; pero si lleva mi nombre, entonces es mi iglesia, como si estuvieron fundados sobre mi evangelio» (3 Nefi 27:8).

Esta declaración nos verifica el hecho de que la Iglesia de Cristo debe llevar su nombre y que debe estar edificada sobre su evangelio.

En cuanto a que no deben existir dudas acerca del nombre de la Iglesia en esta última dispensación, el Señor le dijo a José Smith: «. . porque así se llamará mi Iglesia en los postreros días, aun La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días» (D. y C. 115:4).

El nombre «Iglesia Mormona», es solamente un sobrenombre.

La Iglesia restaurada del Salvador llena entonces los dos importantes requisitos de llevar su nombre y de estar edificada sobre su evangelio.  Sobre esto no puede haber dudas, porque tanto el nombre como el evangelio fueron directamente revelados a José Smith por el mismo Jesucristo.

Y para concluir, me gustaría decir unas pocas palabras y dejar mi testimonio, relacionado con el evangelio restaurado y la Iglesia de Jesucristo.

Desde el ministerio de Jesucristo en el meridiano de los tiempos, nada ocurrió en esta tierra que haya sido de mayor importancia para nosotros que estos acontecimientos que acabamos de repasar.  No sucedieron solamente para el beneficio de José Smith y sus colaboradores, sino en bien de todo el mundo.

Como presentación de las revelaciones dadas al Profeta, el Señor dice:

» … Escuchad, oh pueblo de mi Iglesia, dice la voz de aquel que mora en las alturas, cuyos ojos ven a todos los hombres; sí, de cierto os digo: Escuchad, vosotros, pueblos lejanos; y vosotros, los que estáis sobre las islas del mar, escuchad juntamente.

«Porque, de cierto, la voz del Señor se dirige a todo hombre y no hay quién escape; y no hay ojo que no verá, ni oído que no oirá, ni corazón que no será penetrado.

«Y de nuevo, de cierto os digo, oh habitantes de la tierra: Yo, el Señor, estoy dispuesto a dar a saber estas cosas a toda carne;

«Porque no hago acepción de personas, y quiero que todo hombre sepa que el día viene con rapidez; la hora no es aún, mas está a la mano, cuando se quitará la paz de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio.

«Y también el señor tendrá poder sobre sus santos, y reinará entre ellos, y bajará en juicio sobre Idumea o el mundo» (D. y C. 1:1-2, 34-36).

Hoy, a más de 140 años de haberse pronunciado esas palabras, ya no existe paz sobre la tierra.  El diablo tiene poder sobre su dominio, y el Señor lo tiene sobre sus santos. Se acerca el día en que El bajará para juzgar al mundo y reinará en medio de su pueblo.

Mientras tanto sin embargo, si los hombres y las naciones continúan en su presente curso, grandes son las tribulaciones que tendremos que soportar. Habrá más «guerras y rumores de guerras. . . y también habrá terremotos en diversos lugares y muchas desolaciones. . . toda la tierra estará en conmoción. . .» (D. y C. 45:26, 33). Estas son las palabras pronunciadas por el Señor mismo.

El Señor previó el acontecimiento de estas calamidades y nos previno acerca de las mismas. Restauró su evangelio y restableció su Iglesia como medio de escape.

Cerca de un año y medio después de la restauración de la Iglesia, El explicó de la siguiente forma el motivo de nuestra presente situación:

. . .Porque se ha desviado de mis ordenanzas, y ha violado mi convenio sempiterno.

«No buscan al Señor para establecer su justicia sino que todo hombre anda por su propio camino y conforme a la imagen de su propio dios, cuya imagen es a semejanza del mundo, y cuya sustancia es la de un ídolo, que se envejece y que perecerá en Babilonia, aun la grande Babilonia que caerá.

«Por tanto yo, el Señor, sabiendo de las calamidades que vendrían sobre los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, le hablé desde los cielos y le di mandamientos.

«y también les di mandamientos a otros para que proclamasen estas cosas al mundo. . . » (D. y C. 1:15-18).

Los mandamientos que deben ser proclamados al mundo son los principios y ordenanzas del evangelio de Jesucristo. Al restaurar su evangelio y restablecer su Iglesia en la tierra, el Señor proveyó los medios de nuestra salvación temporal, así como la de la espiritual.

La restauración cumple con la profecía de Daniel de que en los días de la división de los reinos, «el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido. . .» (Daniel 2:44).

Esto cumple la profecía de Miqueas que dice: «Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos» (Miqueas 4:1).

Es el cumplimiento de la visión de Juan en la cual vio «volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo,

«diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. . .» (Apocalipsis 14:6-7).

Si, es en verdad la «restitución de todas las cosas» de la cual Pedro dijo que se produciría como preparación para la segunda venida del Señor. (Hechos 3:21.)

Y ahora, como especial testigo del Señor Jesucristo agrego mi testimonio personal de que todas estas cosas son verdaderas. Y os presento mi testimonio a todos los que oigáis o leáis lo que estoy diciendo, que si os informáis acerca de los hechos históricos y las verdades reveladas de la restauración, para luego humilde y sinceramente orar al Padre en el nombre de Jesucristo, El os brindará una seguridad similar, por medio del poder del Espíritu Santo. Dejo esto en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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