C. G. Abril 1974
La obra misional: Una gran responsabilidad
Por el presidente Ezra Taft Benson
Presidente del Consejo de los Doce
Humilde y agradecido me paro ante vosotros en este glorioso día de reposo. Estoy seguro, presidente Kimball, que además de esas hermosas hermanas del Coro del Tabernáculo, todos nos unimos en oración por usted, nuestro querido Profeta, tal como lo dice el himno. Quisiera decirle al élder L. Tom Perry, el nuevo miembro de los Doce; que está entrando en una de las asociaciones más dulces que existe entre los hombres debajo del cielo. Os damos la bienvenida al Consejo y también la damos con el mismo espíritu a los élderes J. Thomas Fyans y Neal A. Maxwell como Ayudantes del Consejo de los Doce.
Mis hermanos, he sentido una gran pena, como les ha sucedido a miles de personas, a causa del fallecimiento de nuestro amado líder el presidente Harold B. Lee. Durante SS años estuvimos relacionados en esta vida terrenal, y antes de eso estoy seguro, en la vida preterrenal. He recibido la dulce y consoladora seguridad de que un Profeta de Dios no fallece en forma intempestiva. El impresionante servicio terrenal del presidente Lee ha terminado y él ha sido llamado a llevar adelante una obra importante en el gran programa del Señor que continúa progresando en ambos lados del velo. Fue un hombre con profunda percepción espiritual y atributos semejantes a Cristo.
Su gran objetivo era ayudar en la gran salvación de las almas a los hijos de los hombres.
El Señor le dijo al Profeta José Smith: «Recordad que el valor de las almas es grande en la vista de Dios» (D. y C. 16:10)
Ese es nuestro interés primordial como Iglesia, que las almas alcancen la salvación y exaltación. El presidente Lee estaba interesado en ese gran proyecto más que en cualquier otro. Estoy agradecido por la inspiración que dio a la juventud de Sión, a los hijos de nuestro Padre en todas partes y a la gran causa de la verdad por todo el mundo.
Durante treinta años me he sentado junto al presidente Spencer W. Kimball desde que regresamos ambos al Consejo de los Doce. Conozco a este hombre ilustre y lo quiero; lo honro, lo respeto. Es verdaderamente uno de los hombres de Dios, un Profeta del Señor humilde e inspirado. Le apoyo con todo mi corazón. Y con él amo a todos los hijos de nuestro Padre, de cualquier raza, credo, nacionalidad o afiliación política.
Me regocijo en el programa que el presidente Kimball y sus consejeros han ayudado a desarrollar bajo la dirección del presidente Lee. No existe en ninguna parte del mundo mejor programa para el progreso espiritual del hombre que provea las respuestas a los problemas que afrontan los padres, las familias y los individuos.
Mediante la dirección inspirada del presidente Kimball, continuaremos fortaleciendo y edificando este programa, que se necesita grandemente hoy más que nunca.
El mensaje del mormonismo, el evangelio restaurado de Jesucristo, ha estado en el mundo por más de ciento cuarenta años
En junio de 1830, Samuel Harrison Smith caminaba fatigado por un camino rural en el Estado de Nueva York en el primer viaje oficial de un misionero de la Iglesia restaurada. Había sido apartado por su hermano, el profeta José. Ese primer día, aquel misionero viajó 41 kilómetros sin poder colocar una sola copia del Libro nuevo y raro que cargaba a sus espaldas. Buscando albergue para pasar la noche, fatigado y hambriento, después de explicar brevemente su misión, fue rechazado con estas palabras: «Mentiroso salga de mi casa. No podrá quedarse un «minuto con sus libros». Continuando su jornada, desalentado y afligido, pasó esa primera noche bajo un manzano.
De este modo dio comienzo en la manera más desfavorable, la obra misional de esta dispensación por medio de la Iglesia restaurada, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Han transcurrido ciento cuarenta v cuatro años desde que aquel primer misionero se ocupó en Llevar el mensaje de salvación a un mundo confuso. En cumplimiento con el importantísimo mandato de Dios, esta gran obra ha continuado progresando cabalmente a través de los años, como capítulo dramático en la historia de una «gente peculiar». Pero en todos los anales del cristianismo no existe mayor evidencia de valor, voluntad para el sacrificio y devoción al servicio; hombres, mujeres y niños se han unido en este esfuerzo heroico sin ninguna esperanza de recibir recompensa material.
Estos embajadores del Señor Jesucristo, han caminado afanosamente por el lodo y la nieve, han atravesado a nado ríos y se han privado de las necesidades comunes de alimento, albergue y vestido en respuesta a un llamamiento. Voluntariamente padres e hijos han dejado hogar, Familia y trabajo para ir a todas partes del mundo, soportando grandes aflicciones físicas y persecución continua. Las familias se han quedado atrás, muchas veces en condiciones rigurosas, trabajando aún más arduamente para proveer los medios para «su misionero»; y a pesar de todo ello, han sentido gozo y satisfacción y han expresado gratitud por las bendiciones especiales recibidas. Y los misioneros se refieren a esa época Como «el período más feliz de mi vida.»
En términos modestos, se han calculado aproximadamente que de ciento cuarenta a ciento cincuenta mil misioneros regulares han servido a la Iglesia desde 1830, sin mencionar a los miles de hombres y mujeres que han efectuado servicio misional localmente, llegando a ser en la actualidad casi más de veinte mil. De estos fieles emisarios, los que han ido al extranjero, han dedicado entre 98 y 105 millones de días de esfuerzo misional a un costo de cientos de millones de dólares en pérdidas de ingreso personal y en costearse sus gastos, y esto no incluye gastos de transporte, costos de administración, ni gastos de los misioneros locales.
Probablemente ningún grupo de personas en el mundo haya hecho una ofrenda tan desinteresada a la proclamación de la justicia; y esto, teniendo en cuenta que no se trata de gente rica y que, además, se espera que contribuyan a la «obra del Señor» con la décima parte de su entrada anual de acuerdo. Con la ley de los diezmos.
¿Cuál es el motivo de tal sacrificio de tiempo, medios económicos y comodidades, así como de las relaciones familiares y amistosas?
Es la firme convicción de que Dios se ha revelado nuevamente al hombre sobre la tierra, restableciendo su Iglesia con todos los dones y bendiciones que se gozaron en días antiguos y confiriendo de nuevo a los hombres su Santo Sacerdocio con la autoridad de ejercerlo para la bendición de sus hijos. Sí, sin a duda ese motivo es el testimonio personal de la divinidad de esta gran obra de los últimos días, la fe en los mandatos del Todopoderoso y nuestra responsabilidad como sus hijos del convenio, el conocimiento de que Dios vive, y ama a sus hijos y la convicción de que tenemos la misión de edificar y salvar a toda la raza humana.
Desde los días del padre Adán hasta los del profeta Smith y sus sucesores siempre que el sacerdocio ha estado sobre la tierra, una de sus responsabilidades primordiales ha sido la prédica de los principios salvadores y eternos del evangelio, el plan de salvación. Adán se los enseñó a sus hijos. (Moisés 5:12.) Considerad los largos años de esfuerzo misional de Noé y las prédicas de todos ‘ los profetas antiguos (Moisés 8:16-20). A » cada uno se le mandó Llevar el mensaje del evangelio a los hijos de los hombres y exhortarlos al arrepentimiento como único medio de escapar a los juicios inminentes. El Maestro recalcó claramente la gran misión de sus antiguos Apóstoles:
«Id, y haced discípulos a todas las naciones. . .» (Mateo 28:19).
En las primeras visitas de Moroni resucitado al profeta José Smith, se recalcó que el nombre del Profeta sería conocido para bien o para mal por todo el mundo y que el nuevo volumen de escritura con el evangelio restaurado que contenía, sería llevado a todo el mundo «por las bocas de mis discípulos, ha quienes he escogido en estos últimos días» (D. y C. 1:4).
Más de un año antes de que la Iglesia fuera organizada, el Señor reveló mediante el Profeta, «que una obra maravillosa está para aparecer entre los hijos de los hombres» y que el campo estaba «blanco, listo para la siega. . .» (D. y C. 4:1-4). A los primeros conversos se les dio la mayor responsabilidad con las siguientes palabras: «Por tanto, oh vosotros que os embarcáis en el servicio de Dios, mirad que le sirváis con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerza, para que aparezcáis sin culpa ante Dios en el último día» (D. y C. 4:2).
Estos primeros misioneros recibieron grandes promesas. Se les dijo que «el valor de las almas es grande en la vista de Dios», y que «si fuere que trabajareis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me trajereis aun cuando fuere una sola alma ¡Cuán grande no será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre! (D. y C. 18:10,15).
Todas éstas y muchas otras gloriosas promesas fueron hechas aun antes de que la Iglesia fuese formalmente organizada el 6 de abril de 1830.
Después de la organización fueron bautizados hombres y mujeres, y los hermanos dignos fueron ordenados al servicio y apartados para exhortar al arrepentimiento y proclamar el mensaje del evangelio restaurado. En las revelaciones siguientes se recibieron promesas aún mayores, muchas de las cuales se referían a la solemne responsabilidad que tiene la Iglesia restaurada de predicar la palabra del Señor. En el otoño de ese mismo año se recibió, por medio del Profeta, la siguiente revelación:
«Porque, de cierto, de cierto os digo, que sois llamados a alzad vuestras voces con el son de trompetas, para declarar mi evangelio a una corrupta y perversa generación.»
«Porque, he aquí, el campo está ya blanco, listo para cosecharse; y dan las once, y es la última vez que llamaré obreros a mi viña» (D. y C. 33:2-3).
El Señor les declaró a estos humildes embajadores que estaban «preparando la vía del Señor para su segunda venida» (D. y C. 34:6). Se les prometió que sus palabras serían impulsadas por el poder del Espíritu Santo y serían la voluntad del Señor y escritura para el pueblo, en tanto que fueran fieles. Les fue dicho claramente que eran enviados «para probar al mundo», y que no se sentirá «entenebrecida su mente, ni cansada», y que no «caerá a la tierra inadvertido» ni un pelo de su cabeza. (D. y C. 84:79-80).
Por lo tanto, no puede causar extrañeza que con sus testimonios personales haya sido introducida una nueva dispensación del evangelio ni que junto con estas impresionantes promesas del Señor, salieran con poder y a costa de gran sacrificio personal, sin recompensa monetaria, a pesar de que eran pocos y en circunstancias pobres. Además, las declaraciones celestiales dieron énfasis al hecho de que ésta sería la última vez que el evangelio se daría a los hombres como un testigo en preparación para la segunda venida de Cristo y el fin del mundo, o sea, el Fin de la iniquidad. Ellos tenían la responsabilidad de amonestar al mundo declarando los juicios inminentes, tal como la tenemos nosotros en la actualidad. Ellos sabían, como nosotros, que el Señor ha dicho:
«Porque una plaga asoladora caerá sobre los habitantes de la tierra y seguirá derramándose, de cuando en cuando, si no se arrepienten, hasta que se vacíe la tierra, y los habitantes de ella sean consumidos y enteramente destruidos por el resplandor de mi venida.
«He aquí, te digo estas cosas aun como anuncié al pueblo la destrucción de Jerusalén y se verificará mi palabra en esta ocasión así como se ha verificado antes» (D. y C. 5:19-20).
Llegó el momento, a fines de 1831, de considerar la publicación de las revelaciones que el Señor había dado a su Iglesia. Para ese entonces se habían recibido muchas y la Iglesia había crecido considerablemente a pesar de la persecución y los azotes de los poderes del maligno. En la conferencia de élderes el Señor declaró mediante el profeta José una gran revelación dirigida a la gente de su Iglesia y «a todo hombre y no hay quien escape. . .» (D. y C. 1:2). Ningún mensaje había expuesto hasta entonces con tanta claridad y poder la naturaleza mundial del mensaje del evangelio restaurado. Si antes había existido alguna interrogante esto no daba lugar a dudas. Nuestro mensaje es un mensaje mundial.
Ninguna persona puede leer la sección 1 de Doctrinas y Convenios considerando que la Iglesia la acepta como la palabra del Señor, y preguntar por qué enviamos misioneros a todas partes del mundo. La responsabilidad, que es bastante grande, recae directamente sobre los miembros de la Iglesia, porque «la voz de amonestación», dice el Señor: «irá a todo pueblo, por las bocas de mis discípulos a quienes he escogió en estos últimos días» (D. y C. 1:4). Entonces el Señor agrega esta gran promesa: «E irán y nadie los impedirá, porque yo, el Señor se lo he mandado» (D. y C. 1:5). La revelación declara más adelante que todas estas cosas las ha dado a sus discípulos misioneros «para publicaros, oh habitantes de la tierra» (D. y C. 1:6). Después de declarar que su voz ha de ir a los cabos de la tierra, el Señor señala que El «sabiendo de las calamidades que vendrían sobre los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, y le hablé desde los cielos y le di mandamientos. . .» (D. y C. 1:17). Así como en todas las otras dispensaciones, se provee un medio de escape, revelado por medio de un Profeta. Entonces el Señor recalca que El está «dispuesto a dar a saber estas cosas a toda carne» porque no hace «acepción de personas» (D. y C. 1:34-35).
Como una admonición final, invita a todos sus hijos a «escudriñar esto mandamientos» que han sido revelados para la bendición de toda la humanidad, porque «son verdaderos y fieles, y las profecías y las promesas que contienen se cumplirán» (D. y C. 1:37). Aunque pasaren los cielos y la tierra, su palabra «No pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz, o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38). Dos días después de recibir esta revelación a la que me he referido, el Señor dice esto a su Iglesia: «Enviad a los élderes de mi Iglesia a las naciones que se encuentran lejos; a las islas del mar; enviadlos a los países extranjeros; llamad a todas las naciones.. .» (D. y C. 133:8).
De manera que como Santos de los Últimos Días en todo el mundo, con testimonios personales de estos acontecimientos, aceptamos con humildad y agradecimiento esta importante responsabilidad con que se ha investido a la Iglesia. Nos complace estar trabajando con nuestro Padre Celestial en esta gran obra de la salvación y exaltación de sus hijos. Voluntariamente, damos nuestro tiempo y los recursos económicos con los que nos bendice para el establecimiento de su reino sobre la tierra. Sabemos que éste es nuestro deber primordial y nuestra gran oportunidad. En todas las épocas, este espíritu ha caracterizado la obra misional de la Iglesia de Jesucristo, y ha sido una marca extraordinaria de la introducción de la dispensación del cumplimiento de los tiempos, nuestro tiempo. Dondequiera que se encuentren fieles Santos de los Últimos Días, existe este espíritu de sacrificio desinteresado hacia la causa más noble en toda la tierra. En una declaración publicada al mundo durante la última guerra mundial, la Primera Presidencia de la Iglesia manifestó: «Ningún acto nuestro o de la Iglesia debe jamás interferir con este mandato de Dios» (Conference Report, abril de 1942, página 91).
En una palabra, dedicamos todo lo que poseemos a la obra del Señor, al establecimiento y crecimiento de su reino y a la difusión de la justicia. Esta es una gran responsabilidad. El presidente Kimball dio énfasis a esto en un inspirado discurso dirigido a los Representantes Regionales. Agradecidos aceptamos el desafío, y rogamos que el Señor nos bendiga siempre con su poder mientras seguimos adelante.
Esta grandiosa obra es divina y está dirigida por el Señor Jesucristo mediante su Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. De esto testifico con humildad y gratitud, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























