Proclamad el arrepentimiento

C. G. Abril 1975logo pdf
Proclamad el arrepentimiento
Por el Presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballMis amados hermanos, nos estamos acercando al término de esta conferencia semianual a la que hemos asistido y en la que espero hayamos gozado.  Durante esta conferencia habéis oído muchos hermosos testimonios y magníficos sermones.  Esperamos que esta gran audiencia, compuesta quizás por millones de personas, haya podido escuchar con corazón puro y espíritu receptivo, y que sienta el deseo de unirse a la gran congregación de la Iglesia.

Sabemos que el evangelio es verdadero y así lo testificamos al mundo.  Esperamos que las personas dejen de lado cualesquier prejuicios o conceptos erróneos y se unan al rebaño de Jesucristo, donde el evangelio se mantiene puro e inmaculado.

Durante esta conferencia, nuestros predicadores han tocado muchos temas; y en todos, han expuesto bastante bien los fundamentos del evangelio de Jesucristo.

Mientras asistíamos a una conferencia de prensa hace unos días, los periodistas me preguntaron: «de las condiciones existentes en nuestra sociedad actual ¿cuál es la que les preocupa más?» Para ese entonces ya habíamos hablado de los problemas creados por el rápido crecimiento de la Iglesia, que progresa tan vertiginosamente que a veces nos resulta difícil mantenernos al ritmo de su desarrollo.

Al pensar, tratando de encontrar la respuesta, recordé la época en que el mundo estaba dominado por Asiría y Babilonia; recordé la historia que se encuentra en el Antiguo Testamento, sobre Belsasar, hijo de Nabucodonosor, expuesta por el presidente Romney en la reunión de sacerdocio de anoche; famoso rey de Babilonia, y que fue el último monarca anterior a la conquista de Ciro el Grande. El rey Nabucodonosor había llevado a cabo un sacrílego saqueo del sagrado templo de Salomón en Jerusalén, del cual había robado varios de los artículos que se usaban en los servicios religiosos.  Su hijo Belsasar hizo un gran banquete al cual invitó a mil de sus príncipes, y él tomó vino antes que ellos y con ellos.  Dar de comer a mil personas en un banquete es un esfuerzo hercúleo.  No satisfecho con que su padre hubiera robado del templo los sagrados artefactos que habían sido dedicados para los propósitos del Señor, los llenó con licores y bebió de ellos- probablemente él y sus invitados ‘hasta hayan hecho brindis en honor a los dioses de oro y de plata, de bronce, de hierro, de madera y de piedra. (Dan. 5:1-4.)

Me pregunté si será que la historia se está repitiendo, al pensar y comparar esto con las condiciones actuales de nuestro licencioso mundo.  Al leer los periódicos, veo algunas notables y alarmantes similitudes entre ambas épocas: los grandes festines en diferentes lugares, donde se reúnen líderes de la comunidad y personas importantes; las reuniones sociales a las que asisten los señores del lugar con sus esposas o sus amantes, reuniones éstas donde beben y se embriagan, donde se ponen de manifiesto sus excentricidades e inmoralidad.  Entonces me dije: «Sí, la historia se repite.»

A veces me siento cansado de hablar demasiado sobre el tema de la situación moral de nuestro mundo; pero entonces leo en Doctrinas y Convenios las palabras del Señor: «No prediquéis sino el arrepentimiento a esta generación; guardad mis mandamientos, y ayudad a llevar a cabo mi obra, según mis mandamientos, y seréis bendecidos» (D. y C. 6:9).  Y también: «¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente!  Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo» (D. y C. 18:13-14).

Y cuando los primeros santos se dirigían a Missouri, el Señor habló a los líderes diciéndoles: «Prediquen por el camino y den testimonio de la verdad en todo lugar, llamando al rico, al soberbio, al abatido y al pobre al arrepentimiento.  Organicen ramas de la Iglesia, si se arrepienten los habitantes de la tierra» (D. y C. 58:47-48).

Así es que pienso, y me temo que hoy es el día del arrepentimiento, el día en que la gente tendría que reexaminar las condiciones en que vive y cambiar todo lo que sea necesario a fin de mejorar.

El mandamiento les fue dado a los líderes del presente en la misma forma directa en que pasó del Señor a Simón Pedro en los días de antaño: «Por lo tanto, os doy el mandamiento de ir entre esta gente y decirles, como mi apóstol de la antigüedad cuyo nombre era Pedro» (D. y C. 49:11).

Pedro estaba constantemente instando a la gente a que se arrepintiera y purificara su vida.  «Amados», dijo en una de sus epístolas universales, «yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras» (1 Pedro 2:11-12).

Leo sobre la práctica tan común de las relaciones íntimas entre hombres y mujeres que no están casados y que proclaman a voz en cuello que el matrimonio ya no es necesario, y viven una relación sexual desvergonzada sin haber pronunciado los votos matrimoniales. ¿Acaso Dios ha cambiado sus leyes? ¿O se ha atrevido el hombre, mezquina, irresponsable y presuntuosamente a cambiar las leyes de Dios? ¿Es acaso el pecado algo que pertenece al ayer? ¿Sólo en el pasado se atrevió el diablo a reinar en el corazón de los hombres?

Abraham sabía que las ciudades de la llanura —Sodoma y Gomorra entre otras— eran sitios pervertidos en los cuales habitaba gente inicua e incrédula, que afirmaba como Caín: «¿Quién es el Señor para que tenga que conocerlo?» (Moisés 5:16); también sabía que la destrucción de esos lugares era inminente.  Pero, sintiendo compasión hacia su prójimo, le rogó y suplicó al Señor: «Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos. . .?» Habiéndosele concedido su ruego, continuó Abraham arguyendo y suplicando que el Señor perdonara a las ciudades si se encontraban en ellas cuarenta justos, o treinta, o veinte o aun diez.  Pero evidentemente, ni siquiera diez justos pudieron encontrarse en aquellos enviciados lugares. (Gén. 18:24-32.)

La perversión era terrible y el pecado habíase arraigado profundamente.  El pueblo se reía y hacía bromas con respecto a la predicha destrucción; las transgresiones por las cuales Sodoma se había hecho famosa, continuaron; y, más aún, los viciosos quisieron aprovecharse de los ángeles que habían ido a la ciudad, y empujaron las puertas, y las hubieran echado abajo en su afán por acercarse a ellos. (Gén. 19:4-11.)

Abraham hizo todo lo posible por salvar a la ciudad, pero sus habitantes habían llegado a tal estado de depravación y libertinaje, que fue imposible evitar su destrucción.

«Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos; y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra» (Gén. 1 9:24-25).

Una vez más vemos que la historia se repite.  Al observar la pornografía, las prácticas adulteras, la homosexualidad desenfrenada, el libertinaje y la indecencia, que toman incremento aparentemente entre una proporción cada vez mayor de personas, vemos que la historia se repite, poniendo de manifiesto que el mundo ha vuelto a los días de Satanás.

Cuando vemos la depravación de mucha gente en nuestra sociedad, determinada a establecer entre el pueblo presentaciones vulgares, comunicaciones inmundas y prácticas anormales, nos preguntamos si es Satanás que está tratando de atraer a los moradores de la tierra hacia sus filas, y si no contamos con suficiente gente buena para erradicar el mal que amenaza a nuestro mundo. ¿Por qué continuamos dejando pasar la iniquidad y tolerando el pecado?

Recientemente leí una declaración de una de las presidencias de la Iglesia que hubo en tiempos pasados, y me hubiera gustado leeros algunas partes porque en ella se afirma que Dios es el mismo, ayer, hoy y siempre, como lo confirman los mandamientos que El dio a los profetas de hace miles de años, a los de la época de Cristo y a los de nuestros días.

No creemos en permitir que la situación del momento tenga control sobre nosotros; no estamos de acuerdo con la gente que afirma que ésta es una época diferente y que actualmente las personas son más inteligentes que en la antigüedad.  El Señor se mantendrá siempre firme a las declaraciones que ha hecho a través de las épocas y espera que los hombres sepan respetarse a sí mismos, a sus cónyuges, a sus familias, y que vivan correctamente, como El lo ha proclamado, a través de las edades.

¿Qué podemos hacer que hasta ahora no hayamos hecho? ¿Hasta dónde podemos llegar? ¿Qué cambios podemos imponer para asegurarnos que haya justicia en el mundo?  Porque si no hacemos algo, la destrucción será inminente, como sucedió con los babilonios y, aunque en forma diferente, también con Sodoma y Gomorra así como con otras ciudades.

Tenemos una gran seguridad de que esto ha de suceder y por eso continuamos con nuestra prédica; por eso amonestamos a nuestros hijos y les enseñamos; por eso advertimos a nuestra juventud; por eso exhortamos a nuestros miembros casados a que hagan del matrimonio una situación permanente, hermosa y santificada.

Mis queridos hermanos, esperamos que al volver a vuestros hogares lo hagáis con renovada espiritualidad; que llevéis los testimonios que habéis oído a vuestra familia, vuestros amigos, vuestros barrios, estacas y ramas; que les comuniquéis todos los buenos sentimientos que os han inspirado las palabras de los hermanos.

Deseo concluir con mi testimonio.  Yo sé que Dios vive.  Sé que Jesucristo vive, que nos ama, que nos inspira, que nos guía.  Sé que El se siente profundamente apesadumbrado cuando ve que nos alejamos del camino que tan clara y nítidamente nos ha marcado.  Y este testimonio os dejo en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor.  Amén.

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