C. G. Abril 1975
Un Señor, una fe, un bautismo
Por el élder LeGrand Richards
Del Consejo de los Doce
Soy muy feliz, hermanos y hermanas de tener el honor y el privilegio de asistir a esta conferencia y confío en que durante los pocos momentos que ocupe en este púlpito, pueda gozar del Espíritu del Señor, para que lo que diga pueda ser una inspiración para vosotros que están presentes en esta conferencia y para aquellos que nos están escuchando.
Estoy muy emocionado con la actitud que ha tomado nuestro nuevo presidente Kimball, con respecto a la obra misional. El ha indicado que debemos aumentar nuestros esfuerzos y nos pide duplicar el número de misioneros que actualmente tenemos. Pienso que he sido un misionero toda mi vida; lo recuerdo desde que era jovencito. Recuerdo que uno de los primeros libros que leí y que me impresionó más fue la Vida del profeta José Smith, por George Q. Cannon. Ese libro me impresionó tanto que originó en mi corazón un amor especial por el profeta José, y adquirí tal testimonio de la verdad de su historia, que desde entonces sentí la necesidad de decírselo a todo el mundo.
Me emocionaron mucho las observaciones con que cerró su discurso el presidente Kimball el jueves pasado con los Representantes Regionales de los Doce cuando dijo que espera el día en que traigamos miles de conversos. Entonces me dije: ¿Por qué no? Nosotros tenemos el mensaje más importante en todo el mundo. Este mensaje que tenemos para el mundo es tan importante a los ojos del Señor y para todos sus hijos, como fue el mensaje que dio Pedro en el día de Pentecostés, cuando las multitudes se compungieron de corazón y clamaban: «Varones hermanos, ¿qué haremos?» (Hechos 2:37). Os acordáis de la contestación de Pedro:
«Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare (Hechos 2:38-39).
¿Podría haber una oferta mayor para alguien que busca la verdad hoy, que responder al mismo llamado que hizo Pedro a aquel pueblo en aquella ocasión cuando fueron bautizadas tres mil personas?
La Iglesia fue establecida por el Salvador con el llamado de los Doce en sus días, pero los santos profetas previeron que no permanecería sobre la tierra, pero que vendrían los últimos días, cuando el Señor terminaría su obra.
El apóstol Pablo dijo que el Señor le había revelado el misterio de su voluntad «de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, [en la cual vivimos], así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Efesios 1:9-10). Ahora, nosotros tenemos ese mensaje y el pueblo del mundo no puede adecuada y justamente encontrar el camino de regreso a la presencia del Señor a menos que estén dispuestos a escuchar el mensaje que tenemos para ellos.
Terminé la lectura del Nuevo Testamento y quedé impresionado con las palabras del Señor y del apóstol Pablo y otros de los hermanos, al leer las enseñanzas en sus días. El apóstol Pablo dijo que había: «un Señor, una fe, un bautismo» (Efesios 4:5). Entonces pensé, ¿qué diría Pablo si él estuviera aquí ahora y viera cuántas iglesias hay?
Mi secretaria buscó algo que yo necesitaba y encontró que en mayo del año anterior se llevó a cabo un censo y se encontró que en los Estados unidos hay 697 iglesias diferentes. Si Pablo estuviera aquí, a cuál de todas las iglesias iría, porque el dijo que había «un Señor, una fe y un bautismo». Así nosotros tenemos que buscar la guía divina para saber a dónde ir a fin de encontrar esa iglesia verdadera, pues solamente puede haber una, y éste es nuestro testimonio.
Nuestro actual mensaje al mundo es la restauración del evangelio. Pablo dijo: «Más si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema» (Gálatas 1:8). Están bastante claras sus palabras, pero Pablo de ninguna manera estaba retrocediendo al indicar lo que él pensaba de aquellos que no enseñaban la verdad que había obtenido por medio del Salvador y sus enseñanzas.
Ahora me doy cuenta al estar ante esta gran multitud y saber de todos aquellos que nos están escuchando en televisión o en radio, que yo caería bajo la condenación de Pablo, si no estuviera predicando el mismo evangelio que él predicó; pero yo os doy testimonio de que nosotros tenemos la única Iglesia verdadera y viviente sobre la faz de la tierra la cual el Señor reconoce teniendo la autoridad divina para administrar las ordenanzas salvadores del evangelio.
Grande fue el día cuando la Iglesia se organizó en los días del Salvador, pero es aún más glorioso cuando se añaden los toques finales. Por supuesto, nosotros no podríamos haberla tenido sin la gran obra redentora que El había obrado. Pero Pablo vio «reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Efesios 1:9-10). Nosotros somos la única Iglesia que tiene esto; estamos en la dispensación del cumplimiento de los tiempos.
Fue algo glorioso cuando el Salvador, siguiendo a su resurrección ascendió al cielo en presencia de quinientos hermanos, cuando dos hombres en vestiduras blancas dijeron: «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hechos 1:11). Si el mundo cree estas palabras, entonces deberían estar esperando con los brazos abiertos al profeta de Dios para que venga y declare que esto ya se ha cumplido.
Leemos las palabras de Amós: «Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas» (Amós 3:7). En otras palabras, si él fuera a establecer su obra en la tierra, en los últimos días, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, a fin de traer todas las cosas en Cristo, todas las que están en el cielo arriba y todas las que están abajo en la tierra, requerirá de un profeta.
No ha llegado el día en que, Dios teniendo alguna obra en la tierra, la haya reconocido sin un profeta a la cabeza de ella. Recordemos el himno: «Te damos, Señor, nuestras gracias, que mandas de nuevo venir, Profetas con tu evangelio, guiándonos como vivir» (Himnos de Sión, núm. 178) y a causa de que tenemos profetas vivientes; no necesitamos depender solamente de los profetas muertos; tenemos profetas vivientes para guiarnos y dirigirnos.
Jesús fue suficientemente claro cuando dijo: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mateo 7:21). Entonces agrega:
Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
«Y entonces les declararé-: Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad» (Mateo 7:21-23).
Este es un anuncio formal de Jesús sobre las iglesias que El no ha autorizado, y que no tienen, por tanto, la divina autoridad para obrar en su nombre.
Además Jesús hizo esta declaración: «Y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo» (Mateo 15:14). El no dijo que con el simple hecho de que estuvieran ciegos llegarían a su destino. Así tenemos que estar seguros, prepararnos y saber que hemos encontrado la única y verdadera Iglesia de que hablaba Pablo. Para hacerlo, tenemos que basarnos en las palabras de los santos profetas.
Jesús dijo: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5:39). Entonces la seguridad se adquiere por medio del estudio de las Escrituras. Jesús dijo a dos de sus apóstoles cuando iban en camino a Emaús después de su resurrección: «¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!» (Lucas 24:25). Y comenzando con Moisés y los profetas, les mostró cómo en todas las cosas, los profetas habían testificado de El. Y luego Lucas nos dice, que abrió sus entendimientos para que pudieran comprender las Escrituras.
Esto es lo que El ha hecho con el envío de profetas vivientes y por medio de una visita del Padre y el Hijo al profeta José Smith. ¿Podría salir al mundo otro mensaje que pudiera compararse con éste? ¿Cómo podría el pueblo del mundo, si ellos aman al Señor, escuchar tal mensaje y luego no desear saber si es verdadero o no?
Tenemos gran número de personas que han servido en el ministerio [de otras regiones] y se han unido a nuestra Iglesia. Recibí una llamada telefónica la semana pasada de un ministro que vive en Los Ángeles, quien sirvió por veinte años como ministro bautista. Entonces encontró a los misioneros mormones y ellos le enseñaron el evangelio tal como fue restaurado por medio del profeta José Smith, y él dejó su ministerio y vino a ser miembro de la Iglesia. Actualmente está trabajando en el templo, y llamó para agradecerme el haber escrito el libro de misionero que lo ayudó a comprender lo que el Señor ha hecho al restaurar su verdad en esta dispensación.
Hace pocos años convertimos un ministro en el noroeste. Una ocasión fue a mi oficina y dijo: «Hermano Richards, cuando pienso en lo poquito que tenía para ofrecerlo a mi pueblo como ministro metodista, y lo comparo con lo que ahora tengo en la plenitud del evangelio tal como fue restaurado, quisiera regresar y decir a todos mis amigos lo que he encontrado. Pero, —dijo él— ellos no me escucharían; yo soy un apóstata de su iglesia.»
Sin embargo, él renunció a su ministerio y opera el elevador aquí en nuestro capitolio para ganarse la vida; así se unió a la Iglesia.
También me dijo: «No puedo esperar hasta poder entrar al templo con mi esposa»; desde entonces lo encuentro en el templo.
«Cuando me uní a la iglesia, no sentía que pudiera decir que sabía que José Smith era un profeta, pero yo creía que el era un profeta» —y agregó— «pero cuando el hermano Burrows puso sus manos sobre mi cabeza y me ordenó en el sacerdocio, sentí a través de todo mi ser, algo que no había sentido en toda mi vida, y entonces supe que ningún hombre podía hacer eso por mí. Ello tenía que venir de Dios.» Esto es lo que encontramos cuando las personas tienen una mente suficientemente abierta para tener voluntad de escuchar y comprender lo que el Señor ha hecho realmente al restaurar su verdad a la tierra.
Quisiera leeros una pequeña declaración que publiqué en el libro que escribí. Está tomado de un folleto intitulado: «La fortaleza de la posición mormona (Orson F. Whitney, lndependence, Mo., Zion’s Printing and Publishing Co., 1 91 7). El finado élder Orson F. Whitney, del Consejo de los Doce Apóstoles, relató el siguiente incidente bajo el encabezado: «Una declaración católica»:
Hace muchos años, un hombre muy instruido, miembro de la Iglesia católica Romana, vino a Utah y habló en el tabernáculo de Salt Lake City. Llegué a conocerlo bien, al grado de poder conversar libre y francamente con él. Era un hombre de mucha erudición, podía hablar por lo menos doce idiomas y parecía saber todo lo concerniente a teología, leyes, literatura, ciencia y filosofía. Un día me dijo: «Ustedes los mormones son unos ignorantes. Ni siquiera conocen la fuerza de su propia posición. Es tan fuerte, que en todo el mundo cristiano, únicamente hay otra que pueda defenderse, y ésta es la posición de la Iglesia Católica. La lucha es entre el catolicismo y el mormonismo. Si nosotros tenemos razón, ustedes están errados; y si ustedes tienen razón, nosotros estamos errados; y no hay más. Los protestantes no tienen ningún fundamento. Pues si nosotros estamos en error, ellos están en el mismo error que nosotros, ya que fueron parte de nosotros y de nosotros se desprendieron; mientras que si nosotros tenemos razón, no son sino apóstatas a quienes excomulgamos desde hace mucho. Si nosotros tenemos la sucesión apostólica desde S. Pedro, como lo afirmamos, ninguna falta hacen José Smith y el mormonismo; más si no tenemos esa sucesión, era necesario que viniese un hombre como José Smith, y la posición del mormonismo es la única que es lógica. Una de dos, o es la perpetuación del evangelio desde los días antiguos, o la restauración del evangelio en los últimos días» (Una Obra Maravillosa y un Prodigio, Le Grand Richards, Deseret Book Company, 1958, cap. 1, págs. 3-4).
Si los miembros de esas 697 diferentes iglesias pudieran darse cuenta de la consistencia de esta declaración, seguramente desearían saber bajo qué autoridad están efectuando sus ministerios las ordenanzas en sus iglesias, porque si la declaración de este prelado es verdadera, ellos debían ser o católicos o mormones. Yo siempre digo que los católicos y la Biblia, juntos no pueden tener razón, porque la Biblia definidamente proclama una apostasía de la iglesia original y una restauración en los últimos días.
Recordad cuando Juan fue desterrado a la Isla de Patmos; el ángel del Señor dijo: «Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas» (Apocalipsis 4:1). Esto ocurrió treinta años después de la muerte del Salvador. El ángel mostró a Juan el poder que sería dado a Satanás para «hacer guerra contra los santos, [y lo santos fueron los seguidores de Jesús], y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación» (Apocalipsis 13:7). Esto no excluye a nadie. Es una declaración definida de una completa apostasía de la iglesia original.
Pero el ángel no lo dejó así, sino que mostró a Juan otro ángel volando «por medio del cielo… que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo» (Apocalipsis 14:6). Obviamente ningún ángel tendría que venir a la tierra con el evangelio eterno, desde el cielo, si el evangelio eterno hubiera existido aquí en la tierra. El evangelio eterno es el único que salva al hombre. Y así éste es nuestro mensaje para el mundo, que nosotros tenemos ese evangelio eterno.
Pedro dijo que era necesario que el cielo recibiera a Cristo «hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas, que han sido desde tiempo antiguo» (Hechos 3:21). Nosotros tenemos esa restauración y cualquier amante de la verdad puede saber tan bien como él que ellos mismos viven, si quieren investigarlo. Como Jesús dijo: «Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.
«El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta» (Juan 7:16-17).
Tenemos esa restauración de todas las cosas y ninguno puede creer que Pedro fue un profeta y esperar la venida del Salvador, hasta que llegue tal restauración. Es mi testimonio a vosotros y oro a Dios que os bendiga, que esta obra se extienda por todos lados y llene la tierra, y lo hago en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























