C. G. Abril 1975
Una súplica a los futuros élderes
Por el élder Boyd K. Packer
Del Consejo de los Doce
Estoy consciente, mis hermanos y hermanas, que quien concluirá esta reunión, será el presidente Kimball. Antes de comenzar le dije que tenía tres discursos preparados de distinto tiempo. Durante el himno, recibí una nota suya, pidiéndome usar la versión más larga.
Esto me recordó una experiencia que tuvimos en Colorado cuando estábamos reorganizando una estaca. La reunión estaba por terminar, quedando más o menos diez minutos y ninguno de nosotros había hablado. El presidente de estaca me anunció y el presidente Kimball se inclinó hacia adelante y dijo en voz baja: «Por favor, toma todo el tiempo.»
Yo di mi testimonio y regresé a mi asiento. Mientras el presidente de estaca estaba anunciando al presidente Kimball, noté que estaba escribiendo una nota. Cuando se levantó, me la entregó. En ella había sólo cinco palabras: «Obediencia es mejor que sacrificio» (1 Samuel 15:22). Y así, obedientemente, procedo con la versión más larga.
Al aproximarnos ahora al final de otra gran conferencia, nuestros corazones han sido tocados por los sermones, la virtud dentro de nosotros ha sido removida y constantemente mis pensamientos han ido hacia aquellos que no tienen en sus vidas la suficiente influencia espiritual.
Entre ellos está un grupo de grandes hombres pertenecientes a la iglesia, que han perdido algunos de los avances espirituales más importantes de su vida, me refiero a los futuros élderes.
El llamamiento de élder es un oficio de dignidad y honor, autoridad espiritual y poder. La designación «futuro» o prospectivo, implica esperanza, optimismo y posibilidades. Ahora hablo para ellos en este día, sabiendo que hay, quizá muchos otros a quienes este mensaje puede aplicarse.
¿Es correcto si digo que ocasionalmente, muy dentro, vosotros anheláis ser parte de la Iglesia? No sabéis cómo comenzar y quizá en momentos de profundas reflexiones diréis: «si no me hubiera apartado del camino.»
«Si hubiera tenido una oportunidad cuando era joven.»
«He perdido demasiado.»
«Es demasiado tarde para mí.»
«Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.»
Queréis acercamos, pero pasáis de largo con el sentimiento y la idea: «Bien, es demasiado difícil y no tengo nada con qué empezar.»
Yo tuve una experiencia de la cual aprendí una lección muy importante, y que se suponía debía saber desde hace mucho. Reviví esta experiencia la semana pasada cuando estábamos en Japón y decidí que debía hablar nuevamente de ella en esta conferencia.
Durante la Segunda Guerra Mundial, yo era piloto en la Fuerza Aérea. Después de servir en las Islas del Pacífico, estuve un año en Japón con las fuerzas de ocupación. Era, por supuesto, aconsejable aprender algunas palabras en japonés, cuando menos para preguntar por direcciones, ordenar nuestra comida, etc.
Pronto aprendí los saludos comunes, algunos de los números y salutaciones y, como muchos otros miembros de la Iglesia, empleé todo el tiempo que me dejaban mis deberes para la obra misional entre el pueblo japonés; y aprendí de ellos esas pocas palabras de lo que yo creía un idioma muy difícil.
En julio de 1946, tuvo lugar el primer bautismo en Osaka. El hermano y la hermana Tatsui Sato fueron bautizados, Y mientras que ellos habían sido enseñados en su mayor parte por otros, yo tuve el privilegio de bautizar a la hermana Sato.
Aunque no estábamos a disgusto en Japón, había una sola cosa en nuestras mentes, y esa era el hogar. Había estado fuera por casi cuatro años, la guerra había terminado y yo quería volver a casa.
Cuando el día finalmente llegó, creí que nunca volvería a Japón y cerré ese capítulo en mi vida.
Los siguientes años estuve muy ocupado logrando una educación y formando una familia. No tenía japoneses a mi alrededor ni la oportunidad de usar aquellas pocas palabras que había aprendido, así que quedaron en el borroso y distante pasado; olvidadas por veintiséis años, idas, como yo pensaba, para siempre. Entonces vino una asignación para ir al Japón.
La primera mañana después de mi arribo a Tokio, iba yo saliendo de la casa de Misión con el presidente Abo, cuando un élder japonés le habló. El presidente Abo dijo que el asunto era urgente y pidió disculpas por la demora.
Se puso a revisar algunos papeles con el élder discutiéndolos en japonés.
Entonces levantó una de las cartas y señalando una frase, dijo: «Korewa. . .»
Y antes de que completara la frase yo la había completado en mi mente. Korewa nan desuka. Supe lo que estaba diciendo y también supe lo qué estaba preguntando al élder. Korewa nan desuka significa: «¿Qué es esto?» Después de 26 años, habiendo regresado al Japón apenas la noche anterior, una frase había vuelto a mi mente ¡Korewa nan desuka! «¿Qué es esto?»
No había usado esas palabras durante 26 años pensé que no las usaría nunca más. Pero no se habían perdido.
Estuve diez días en Japón y concluí mi gira en Fukuoka. la mañana de mi salida, fuimos en auto al aeropuerto con el hermano y la hermana Watanabe. Yo estaba en el asiento trasero con sus hijos, practicando mis casi prendidas palabras de japonés con ellos, quienes se deleitaban enseñándome algunas nuevas.
Entonces recordé una cancioncita que aprendí hace 26 años y se la canté a esos niños:
Momotaro-san, Momotaro-san
Okoshi ni tsuketa kibi dango
Hitotsu watashi ni kidasai na
Pienso que esto puede inquietar al hermano Ottiey (Director del Coro del Tabernáculo) pero…
La hermana Watanabe dijo: «yo conozco esa canción» y la cantamos juntos para los niños pequeños. Luego me explicó el significado de la canción y como ella lo hizo, quiero relatárselos ahora.
Es la historia de un matrimonio japonés quienes habían orado por un hijo. Un día encontraron adentro del hueso de un durazno a un pequeño niño y lo llamaron Momotaro. La canción relata su heroísmo al salvar a su pueblo de un terrible enemigo.
Yo conocía esa canción desde hacía veintiséis años, pero no sabía su contenido. Nunca canté esta canción para mis propios hijos y jamás les conté la historia. Había estado encerrada durante 26 años pues mi atención estaba en otras cosas.
He pensado que esto es una experiencia muy importante y llegué a la conclusión de que ninguna cosa buena se pierde. Una vez que regresé entre el pueblo que hablaba ese idioma, todo lo que yo poseía regresó rápidamente, y encontré más fácil entonces el poder agregar unas cuantas palabras más a mi vocabulario.
Por supuesto no digo que esta experiencia fuera el resultado de una mente alerta o de una aguda memoria. Fue sólo la demostración de un principio de la vida que se aplica a todos nosotros. Se aplica a vosotros futuros élderes, y a otros en igual situación.
Si regresáis al ambiente donde se habla de verdades espirituales, inundarán nuevamente vuestras mentes las cosas que creíais perdidas. Los principios ahogados a causa de muchos años del desuso y la inactividad aparecerán de nuevo. Vuestra habilidad para entender será vivificada.
La palabra vivificado se usa mucho en las Escrituras. Si hacéis un esfuerzo por regresar entre los santos, pronto estaréis entendiendo una vez más el lenguaje de inspiración. Y antes de lo que creéis, parecerá que nunca os habías alejado. Ved cuán importante es que os deis cuenta de que si regresáis será como si nunca hubierais estado fuera.
Cuando yo estaba presidiendo la misión de Nueva Inglaterra, atendí una conferencia de zona y cuando entramos al salón, donde los élderes estaban esperando, vi, en la fila de atrás un hombre alto de edad madura.
«Fui bautizado hace pocos días» —me dijo— «tengo 74 años y hasta ahora encontré el evangelio en mi vida.»
En una voz suplicante preguntó si podría estar presente en la reunión. «Sólo quiero estar aquí para aprender» —dijo— «me sentaré en la fila de atrás y no interrumpiré.»
Entonces, casi con lágrimas, derramó su pena. «¿Por qué encontré esto hasta hoy? Mi vida está terminada. Mis hijos todos crecieron y se fueron y es demasiado tarde para mí aprender el evangelio.»
Qué gozo sentí al explicarle uno de los más grandes milagros que ocurre repetidas veces, la transformación de aquellos que se unen a la Iglesia. (O podría decir aquellos que se unen nuevamente a la Iglesia.) Están en el mundo y son del mundo; entonces los misioneros los encuentran. Aunque ellos están en el mundo a partir de entonces, ya no pertenecen al mundo. Rápidamente cambia su manera de pensar, sus sentimientos y sus acciones, es como si hubieran sido miembros de la Iglesia toda su vida.
Este es uno de los grandes milagros de esta obra. El Señor tiene una manera de compensar y de bendecir. El no está limitado a los procesos tediosos de comunicación, ni al japonés o al inglés.
Hay un proceso sagrado por el cual la pura inteligencia puede ser conducida a nuestra mente y nosotros podemos venir a conocer instantáneamente cosas que, de otra manera, tomarían un largo período de tiempo para adquiriese. Este milagro comunica inspiración dentro de nuestras mentes, especialmente cuando somos humildes y lo buscamos.
Cuando viajamos por toda la Iglesia y nos encontramos con presidentes de estada y otros líderes de la Iglesia, los admiramos por su completo dominio del evangelio y su conocimiento de los procedimientos y principios de la Iglesia. Muchas veces nos sorprende saber que ha habido períodos de inactividad en sus vidas —a veces largos— o saber que recientemente se unieron a la Iglesia.
Esos años del pasado, que a veces pensamos que desperdiciamos, son frecuentemente ricos en lecciones —algunas de ellas duramente ganadas, las cuales adquieren significado cuando la luz de la inspiración brilla sobre ellas.
Puede ser que nunca hayáis leído la parábola de los obreros de la viña y quiero citarla para vos:
«Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña.
«Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. «Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados;
«y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron.
«Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo.
«Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados?
«Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado, y él les dijo: Id también vosotros a la viña y recibiréis lo que sea justo.
«Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros.
«Y al venir los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno un denario» (Mateo 20:1-9).
Este fue un pago justo; un denario para todos: los que empiezan temprano y, gracias al Señor, aquellos que llegaron al último. No hay escasez de moradas en el cielo. Hay habitación para todos.
En esta vida constantemente nos estamos enfrentando a un espíritu de competencia. Los equipos compañera uno contra el otro en una relación de adversarios, a fin de que uno de ellos sea elegido como triunfador; por lo tanto, llegamos a la conclusión de que dondequiera que hay un ganador, necesariamente hay también un perdedor. Creer esto es engañarse.
A los ojos del Señor todos podemos ser triunfadores. Ahora, es verdad que tenemos que luchar por obtenerlo, pero si hay una competencia en su obra, no es con otra alma, sino con la propia.
No digo que sea fácil, ni estoy diciendo que debemos aparentar un cambio. ¡Estoy diciendo que debemos cambiar! Lo repito: No es fácil, pero es posible y lo podemos hacer más pronto de lo que imaginamos.
No terminé de leer esa parábola; todavía se nos dice más. La última parte está dirigida a los miembros activos en la Iglesia. Permitidme repetir un versículo o dos y luego continuar.
«Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros.
«Y al venir los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno un denario.
«Al venir también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario.
«Y al recibirlo murmuraban contra el padre de familia, «diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día.
«El, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario?
«Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti.
«¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?
«Así los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos» (Mateo 20:8-16).
Quisiera que vosotros hermanos, futuros élderes, sepáis cuán duro estamos trabajando por vuestra redención. Cuán ansiosamente oramos para que vosotros regreséis a la Iglesia y al reino de Dios y habléis una vez más el lenguaje de inspiración; después de dos, 26 años, o de toda una vida. Y repito, muy pronto será como si nunca os hubierais alejado.
Hay algo más en vuestro pasado que comenzaréis a recordar. Sabemos por las revelaciones que tuvimos una existencia premortal en la cual adquirimos experiencia.
Somos los hijos de Dios. Vivimos con él antes de nacer.
Venimos de su presencia para recibir un cuerpo mortal y ser probados.
Sin embargo, algunos nos hemos extraviado alejándonos de su influencia y hasta pensamos que ya lo hemos olvidado. Aunque a veces también creemos que él es quien se ha olvidado de nosotros.
Pero así como esas palabras de japonés pueden ser recordadas después de veintiséis años, también los principios de justicia que vosotros aprendisteis de niños, estarán con vosotros.
Y algo de lo que aprendisteis en su presencia acudirá a vosotros en momentos de inspiración; y será entonces cuando os daréis cuenta que estáis aprendiendo cosas ya familiares.
Esta torpe novedad de hacer tal cambio en vuestras vidas, pronto desaparecerá y sentiréis que estáis ajustados a su Iglesia y a su reino. Entonces sabréis cuán necesaria y poderosa es la voz de vuestra experiencia para redimir a los demás.
Os doy testimonio, hermanos futuros élderes y a todos vosotros que estáis en situación parecida, que el evangelio de Jesucristo es verdadero. Os amamos y las miles de voces —las voces de los maestros orientadores del sacerdocio, las hermanas de la Sociedad de Socorro, los obispos, los presidentes de estaca, los líderes de quórumes— todos hablando bajo la inspiración de El, las voces de aquellos que son llamados líderes de la Iglesia, os están llamando como David llamó a su hijo descarriado, Absalón: «Regresa hijo mío.»
Dios conceda que vosotros que son padres, que están sin la inspiración en su hogar y en su familia, puedan regresar y hablar otra vez con el lenguaje de inspiración después de su permanencia en el desierto. Vosotros de la misma manera daréis testimonio de que sabéis así, como yo lo sé, que El vive. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























