Amad la gloria de Dios

C. G. Octubre 1975logo pdf
Amad la gloria de Dios
Por el presidente N. Eldon Tanner
Primer Consejero en la Primera Presidencia

N. Eldon TannerAl encontrarme sentado mirando esta gran congregación de poseedores del sacerdocio en este histórico Tabernáculo, traté de visualizar los miles de hombres y muchachos que están escuchando desde distintos edificios, tanto en los Estados Unidos como en otras partes del mundo. Mucho me impresionó comprender el gran poder y autoridad de los que están reunidos para escuchar la voz del Profeta y oír la palabra del Señor, a fin de ser edificados y motivados para trabajar y vivir mejor.

Es un privilegio tremendo y una gran responsabilidad pararme delante de vosotros, y ruego que el Espíritu del Señor continúe con nosotros mientras os hablo esta noche.
Primero, quisiera expresaros mi aprecio por la buena cosecha de jóvenes de la Iglesia, que fueron elegidos para poseer el Sacerdocio de Dios y para ser líderes entre todas las naciones, y por la forma en que se están preparando para ese mismo propósito; jóvenes que comprenden quiénes son, cuáles son sus responsabilidades y que tratan de ser dignos de cumplir misiones y de ser líderes en la Iglesia y en sus comunidades. Comprendo lo difícil que es para los jóvenes de ambos sexos vencer los males del mundo, honrar el sacerdocio y apreciar su condición de miembros de la Iglesia de Jesucristo.

Hay algunos que tienen problemas y a ellos exhorto, en el nombre del Señor, a arrepentirse y caminar rectamente, a mantenerse libres del pecado y prepararse para disfrutar de las bendiciones reservadas para los fieles. Vosotros habéis sido elegidos y se os permitió nacer en esta época. Nuestro sacerdocio es muy importante y nuestra tarea, enorme. Nada os proporcionará mayor gozo y éxito que vivir de acuerdo a las enseñanzas del evangelio. Sed ejemplos, sed una buena influencia, estad preparados y sed dignos para aceptar cualquier llamamiento del Señor.

Cada uno de nosotros ha sido preparado para algún trabajo, como sus siervos selectos en quienes El confirmó su Sacerdocio y poder para actuar en su nombre. Recordad siempre que la gente os mira y espera vuestra dirección, que estáis influenciando la vida de otras personas, ya sea para bien o para mal, influencia que se hará sentir en las generaciones futuras.

Nuestra responsabilidad puede ser mejor explicada y comprendida cuando nos damos cuenta de que hay aproximadamente un solo miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días por cada 999.000 personas del mundo y sólo uno por cada 333 cristianos.
En la actualidad hay más poseedores del sacerdocio en el mundo que en ninguna otra época de la historia, con más poder e influencia, mayor importancia y grandes desafíos y problemas para resolver. El mundo necesita ese poder, fortaleza e influencia para impartir dirección que ayude a enfrentar, solucionar y vencer los problemas causados por la maldad que impera en el mundo.

El Señor organizó su Iglesia en estos últimos días con ese propósito. El futuro progreso de la Iglesia, y en realidad el futuro del mundo, depende de cómo magnifiquemos el oficio que poseemos en el sacerdocio. Cada diácono, cada maestro y presbítero, y cada poseedor del Sacerdocio de Melquisedec, tiene el privilegio individual y la responsabilidad de combinar fuerzas con el Salvador para ser un instrumento en sus manos y ayudarle a cumplir con su obra y su gloria, que es la de «llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”. Ningún otro pueblo tiene la misma autoridad o llamamiento especial.

Es difícil imaginar e imposible de calcular la tremenda fuerza que tendríamos si cada uno de nosotros magnificara el sacerdocio y su llamamiento y tratara por todos los medios de usar su influencia para enfrentar las maldades de Satanás. Muchos le restan importancia al sacerdocio, dejan de comprender lo que el Señor espera de nosotros, o no tienen la convicción, valentía y fortaleza para defender lo justo y de ser diferentes cuando eso se hace necesario.

Un jovencito puede llegar a ser una gran influencia en la escuela; en un equipo deportivo, en la universidad o entre sus compañeros de trabajo puede, viviendo el evangelio, honrando su sacerdocio y defendiendo lo justo, hacer incalculable bien. A menudo tendréis que soportar críticas y ser el centro del ridículo, incluso aunque algunos de vuestros compañeros crean igual que vosotros y aun cuando os respeten por hacer lo justo.

Pero recordad que el mismo Señor fue atormentado, ridiculizado, escupido y finalmente crucificado, porque no cedió en sus convicciones. ¿Pensasteis alguna vez en lo que habría sucedido si El hubiera cedido pensando que de nada valía su sacrificio y hubiera, abandonado su misión? ¿Abandonaremos, o seremos valientes siervos a pesar de toda la oposición y maldad del mundo? ¡Seamos valientes y dignos de ser contados entre los verdaderos y devotos seguidores de Cristo!

Alguien me dijo hace poco: «¿Por qué a hay gente que aunque conozca lo que debe hacer y parezca tener un testimonio del evangelio no está preparada o dispuesta a vivir de acuerdo a él y ni es valiente como para detenerlo? Mi respuesta fue: «Me parece que hay muchas razones para que la gente haga lo contrario a sus enseñanzas y sus creencias.» Luego le indiqué dos o tres escrituras: «He aquí, muchos son los llamados, ero pocos los escogidos.

¿Y por qué no m escogidos?
«Porque tienen sus corazones de tal manera fijos en las cosas de este mundo aspiran tanto a los honores de los hombres, que no aprenden esta lección única:

«Que los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo. . .» (D. y C. 121:34-36). «También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos,

«Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los paires, ingratos, impíos.

«Sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno,

«traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios.

«que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella. . .» (2 Tim. 3: 1-5).

«Con todo eso, además de los gobernantes, muchos creyeron en él, pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga;

«Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Juan 1 2:42-43).

Es sobre este último pasaje que quisiera hablaros esta noche.

Me pregunto cuántos de nosotros seremos culpables de este o estos hechos, y si así fuera, ¿podríamos cambiar, arrepentirnos y tratar de ser dignos de las alabanzas de Dios y sus bendiciones, en lugar de olvidar quiénes somos y tratar de agradar a la gente? ¡Cuán importante es que recordemos que somos siervos del Señor y luego actuemos de acuerdo con esa convicción!

Como lo dije antes, no podemos imaginar ni calcular de ningún modo, la buena influencia que seríamos para el mundo si cada uno de los poseedores del sacerdocio magnificara su llamamiento, y cuánto más felices seríamos si tan sólo hiciéramos siempre lo bueno. ¡Qué triste es ver alguien que prefiere la popularidad en lugar de hacer lo que sabe que es justo! Recuerdo perfectamente a un buen miembro de la Iglesia que fue elegido como diputado pero que quería ser un buen hombre, amigo de todos. Al querer ser popular, hizo a un lado sus principios y tomó una copa una vez y después en el almuerzo y en la cena, y entonces, sin intención estoy seguro, se volvió un alcohólico y perdió el apoyo de su electorado y el respeto de sus amigos y familia, que lo amaban y se apenaban por él; murió prematuramente como alcohólico. ¡Qué situación triste!, todo porque buscó el elogio de los hombres más que el de Dios.

Este caso no es único; hay varios de diputados y senadores que perdieron su cargo y autorrespeto así como el respeto de los demás, porque querían ser populares y no tuvieron la fortaleza de resistir las tentaciones. Tenemos la promesa del Señor de que si buscamos primero el reino de Dios y su justicia, todas estas cosas nos serán añadidas significando claro está, aquellas cosas que sean para nuestro bien.

Recordemos siempre que la gente espera que vivamos de acuerdo con nuestros principios, y que nos respeta mucho más cuando lo hacemos, aun cuando ellos mismos traten de incitarnos a que hagamos lo contrario.

Os testifico que jamás pasé vergüenza mientras estuve en cargos del gobierno, la industria o en mi vida privada, al tratar de vivir de acuerdo con las enseñanzas del evangelio; esto no ha impedido mi progreso, sino que, al contrario, siento que fui respetado y fui bendecido por el Señor y siempre me sentí impulsado a orar por la fortaleza y guía que a menudo recibí.

He observado que el Señor guarda su promesa a todos aquellos que buscan primero el reino de Dios y su justicia.

Es sumamente importante que siempre estemos en guardia y nunca abandonemos nuestros principios, para ser populares y disfrutar del elogio de los hombres. Un miembro de las Autoridades Generales a quien llamaré Jorge, contó una experiencia que tuvo cuando era presbítero. Un amigo llevaba a su novia y a la hermana de ésta de regreso a la casa después de una fiesta y le pidió a Jorge que los acompañara; éste aceptó. Poco después de llegar a la casa, y habiéndoseles invitado a entrar, se sentaron en la sala; de pronto, la hermana de la novia de su amigo se levantó, apagó las luces, se sentó en sus rodillas y comenzó a hacerle evidentes insinuaciones. Aun cuando el joven sabía que eso le restaría popularidad, se levantó se disculpó y se fue. Al hacer el relato después, dijo que sabía que muchos jóvenes de la actualidad pondrían en duda su virilidad, pero que recordó la historia de José, el que Fue vendido en Egipto.

«Aconteció que entró él un día en casa para hacer su oficio, y no había nadie de los de la casa allí.

«Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió» (Génesis 39:11-12).

Y aunque sufrió mucho como consecuencia, fue también muy bendecido por el Señor.
Entonces dijo Jorge: «Me estremezco al pensar lo que habría pasado si me hubiera quedado con ella. Estoy seguro de que no podría estar ahora aquí, como siervo del Señor.»
Una vez le conté esta anécdota a un joven, cuya respuesta fue: «Ese necesitó valentía, ¿verdad?» Desde entonces he pensado que para hacer lo justo bajo circunstancias similares se necesita valentía, integridad, fuerza de voluntad, mientras que sucumbir denota debilidad. Aun el más fuerte debe estar alerta.

Muchas veces nuestras decisiones y actos determinan el curso de nuestra vida. Muchos jóvenes y algunos adultos también tienen pruebas de esa naturaleza, con diferentes tipos de tentaciones donde se prueba su lealtad y fortaleza de carácter. Si siempre recordamos quiénes somos y que Dios nos cuida, podremos evitar esas tentaciones. Recordad siempre que no podemos jugar con fuego sin correr el riesgo de quemarnos.

Aun cuando es importante que mantengamos nuestra familia y que, como buenos ciudadanos participemos en los asuntos de nuestra comunidad, no debemos involucrarnos de tal manera en los asuntos del mundo que olvidemos o descuidemos nuestra responsabilidad como selectos hijos de Dios y poseedores de su Sacerdocio. A menos que siempre estemos en guardia, nos encontraremos fuera del recto y estrecho camino hasta que nos perdamos por completo, llegando así a sentirnos desengañados de nosotros mismos; un fracaso para nuestra familia y para el Señor, sin poder llegar a ser lo que habíamos pensado o deseado.

De esto encontramos numerosos ejemplos cuando una persona, olvidando quién es, quiere ser popular cor; sus compañeros y desea recibir sus halagos. A menudo, los atletas se dejan llevar de tal modo por el éxito y deseo de aplauso que olvidan sus responsabilidades para con Dios y la importancia de su aprobación, y como consecuencia, pierden el camino. Esto es aplicable a los políticos, miembros de clubes profesionales y gente de negocios. Ese anhelo de fama y popularidad, a menudo controla las acciones y al sucumbir, la persona se encuentra con que está totalmente retorcida, cuando había planeado sólo inclinarse un poco.

Alguien me dijo hace poco hablando sobre este tema, que aquellos que aman el halago de los hombres más que el de Dios, son casi reflejo de otro -refiriéndose a Satanás- que en la preexistencia quiso salvar a toda la humanidad, pero con la condición de que e) honor y la gloria fueran para él y no para el Padre. Le preocupaba más el reconocimiento que los resultados; su fin era lograr la gloria y el halago para sí. Esa persona siguió diciendo que si en los asuntos importantes los individuos se preocupan más por agradar a los hombres que a Dios, entonces sufrirán del mismo «virus» que Satanás, ya que hay muchas situaciones en las que la búsqueda del halago resultará claramente en perjuicio y no en beneficio de la humanidad, porque se preocuparán por las cosas materiales en lugar de aquellas que son eternas y buenas.

Cuánto más satisfactorio es recibir el elogio de Dios, sabiendo que es plenamente justificado y que su amor y respeto por nosotros persistirán, cuando generalmente el halago de los hombres es pasajero y desilusionante.

Es realmente aterrador para aquellos que creen en las enseñanzas de Cristo, ver que la gente importante, a fin de disfrutar del elogio de los que hacen mucho por alentar la inmoralidad, no se oponen a la maldad ni promueven las enseñanzas de Cristo que tan claramente están declaradas en estas palabras de los Diez Mandamientos: «No cometerás adulterio» (Exodo 20:14).

Y en Primer Corintios leemos:
«¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones» (1 Corintios 6:9).

Tenemos también leyes que legalizan estas cosas contrarias a la voluntad del Señor; pero se trata de legislación de la peor clase. Hermanos, el Señor espera de nosotros los poseedores de su Sacerdocio, que defendamos los derechos y hagamos lo posible para oponernos y desalentar tales acciones, así como que alentemos a nuestra gente a vivir de acuerdo con las enseñanzas del Señor Jesucristo.

Quisiera citar algo dicho por el élder Neal Maxwell:
«El líder que está dispuesto a decir cosas difíciles de soportar, pero verdaderas y que deben ser dichas, es aquel que ama a su pueblo y es bondadoso con él. No hay nada más cruel que el líder que para lograr el elogio y el aplauso de sus seguidores, lo conduce de la seguridad al pantano, del cual algunos nunca salen. La senda recta y angosta solamente puede ser así: recta y angosta. Es una jornada ardua y cuesta arriba. El camino hacia el infierno es ancho y con suaves ondulaciones y quienes por él caminan, rara vez notan el descenso; algunas veces no lo notan porque el elogio de los hombres los distrae y no pueden ver los signos de advertencia. La elección reside todavía entre el becerro de oro y los Diez Mandamientos.

El encargo de Pablo a Timoteo es aplicable a nosotros en la actualidad:
«Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino:

«Que prediques la palabra, que instes a tiempo y fuera de tiempo, redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.

«Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo p comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas» (2 Timoteo: 4:1-4).

Cuán afortunados somos de pertenecer a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cuando tenemos el evangelio en su plenitud, tal como está registrado en los libros canónicos de la Iglesia, La Biblia, El Libro de Mormón, Doctrinas y Convenios y la Perla de Gran Precio y de tener un Profeta de Dios mediante el cual habla el Señor para guiar y dirigirnos en estos últimos días.

Como leemos en Hechos: «Y en ningún otro hay salvación porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:13).

Que tengamos la valentía, fortaleza, comprensión, y deseo, así como la determinación de hacer como dijo Josué: «Escogeos hoy a quién sirváis, pero yo y mi casa serviremos a Jehová» (Josué 24:15).

Esta es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.

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