C. G. Abril 1976
¡Proclamadlo!
por el élder Jacob de Jager
del Primer Quórum de los Setenta
Mis queridos hermanos, en mi nuevo llamamiento de asistir en la construcción del Reino de Dios, es gloriosa la ocasión de obtener un conocimiento personal con muchos de los selectos y dignos hijos de nuestro Padre Celestial, de quienes estoy seguro que Jesús dijo: «Vosotros no me habéis elegido a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Juan 15:16); y de quien el profeta José Smith dijo: «Vosotros sois los que el Padre me ha dado; sois mis amigos» (D. y C. 84:63).
No me cabe la menor duda de que el Señor nos ha traído aquí porque fue revelado por medio de José Smith: «Y el que fuere fiel será fortalecido en todo lugar, y yo, el Señor, os acompañaré» (D. y C. 66:8).
Hemos llegado hasta aquí desde todos los rincones de la tierra, y yo personalmente, de una pequeña ciudad en Holanda en donde solamente hay cuatro miembros de la Iglesia. Por lo tanto, estoy seguro de que muchos de vosotros podríais contar historias interesantes acerca de vuestra conversión y bautismo en la Iglesia, acerca de vuestro primer contacto con los misioneros, y de las tres etapas por las cuales todos tenemos que pasar cuando entramos en el reino aquí en la tierra la etapa de entrar, la etapa del desarrollo y la etapa de la mayordomía- todas éstas, parte del progreso eterno del hombre desde la preexistencia hasta la vida venidera.
El motivo por el cual estoy aquí esta noche es el de compartir mi testimonio, así como mi felicidad, con todos vosotros. Porque nuestra felicidad y regocijo en el reino ha aumentado y sigue aumentando desde el primer día en que los misioneros golpearon a nuestras puertas en Holanda; desde el día en que mi esposa y yo nos bautizamos en Toronto, Canadá, donde vivíamos en ese momento; desde que tuve el gran privilegio, por medio del poder del Santo Sacerdocio de Melquisedec, de bautizar a mis hijos, y desde que nos sellamos por tiempo y eternidad en el templo de Suiza y sellamos nuestros hijos a nosotros.
Y ahora, como premio a toda labor, nuestro hijo mayor está sirviendo una misión regular en la isla de Java, en Indonesia. Está enseñado a todas esas personas maravillosas, lo que nosotros como padres y lo que muchos fieles y dedicados maestros, le hemos enseñado a él con amor y paciencia: el plan de salvación en todos sus detalles.
Cuando él salió de Holanda para ir a Java, la isla donde nació, nosotros habíamos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance para prepararlo en el sagrado llamamiento de ser misionero, tal como el Señor lo había comisionado. Refiriéndose al deber de los padres, está escrito en Doctrinas y Convenios: «Y también han de enseñar a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor» (D. y C. 68:28).
Sentimos un gran deleite y agradecimiento cuando supimos que por inspiración, él había sido llamado a servir en un lugar que está completamente de acuerdo con la siguiente revelación, dada al profeta José Smith: «Enviad los élderes de mi Iglesia a las naciones que se encuentran lejos, a las islas del mar; enviadlos a los países extranjeros» (D. y C. 133:8).
Testifico con gran regocijo y humilde-mente a todos los que estáis reunidos aquí, que la misión de nuestro hijo, a más de dieciséis mil kilómetros de nuestro hogar, lo ha acercado a nosotros más que nada; que nosotros compartimos las bendiciones que él recibe del Señor por su fidelidad y diligencia en el trabajo y que por eso somos una familia más feliz.
Por lo tanto, deseo recordar y animar a todos los padres a que preparen a sus hijos a cumplir una misión cuando el Profeta de Dios se lo encomiende. Padres, sabed que «el que fuere mayordomo fiel, justo y sabio, entrará en el gozo de su Señor y heredará la vida eterna» (D. y C. 51:19). La parte de esta promesa, «entrará en el gozo de su Señor», se nos da para esta vida mientras estemos aquí en la tierra; y si somos fieles, justos y sabios en nuestra mayordomía, entraremos en el gozo de nuestro Señor y nos prepararemos para la vida eterna. Es ahora, mis hermanos, cuando determinamos a dónde iremos cuando dejemos esta vida mortal, porque cuando llegue la hora de redención, la hora de preparación habrá pasado.
Como un feliz holandés que ha gozado del evangelio de Jesucristo como una Liahona en su vida, yo os testifico que si vivimos los mandamientos, la felicidad será nuestra hoy, mañana y para la eternidad. Y de donde quiera que hayáis venido, proclamad a toda voz que el Reino de Dios ha sido restaurado en la tierra por el profeta José Smith.
En la misma forma en que yo he encontrado la Liahona en mi vida, todos podéis leer en las revistas de la Iglesia, las cosas concernientes a la obra del Señor en esta dispensación, y vuestra familia será mejor debido a ello. Estas son las bendiciones que traen gozo y felicidad a la vida de los Santos de los Últimos Días fieles en todo el mundo. Hay un dicho que he aprendido y que dice: «La vida no es un lecho de rosas». Somos felices con el conocimiento de que el Señor nos ha puesto en esta tierra como parte de su gran plan de salvación. Esto es lo único, hermanos, que nos trae verdadera felicidad.
Para terminar deseo dejar mi testimonio de que estos hermanos con. quienes tengo el privilegio de compartir el estrado en el día de. hoy, son hombres de Dios; que el Presidente Spencer W. Kimball es, ciertamente, un Profeta viviente de Dios que nos guía en estos últimos días. Testifico que estos hermanos miembros del Consejo de los Doce son llamados como testigos especiales del nombre de Cristo en el mundo, como los miembros del Primer Consejo de los Setenta han sido llamados para predicar el evangelio en todo el mundo. Yo los amo y los admiro por el ejemplo que ellos nos dan, por su amistad y por la forma en que, por medio del Espíritu, ellos nos enseñan todas las cosas que necesitamos hacer para regresar a nuestro Padre Celestial.
Esta conferencia llegará a nuestro corazón, cambiará nuestra vida, y yo os testifico que vuestra vida no será igual cuando regreséis a vuestros respectivos barrios y ramas; regresaremos espiritualmente elevados, con más conocimiento, con más sensibilidad a las necesidades de los demás, y con el conocimiento que necesitamos en nuestros hogares; y por lo tanto, seremos más felices y estaremos más cerca de nuestro Padre Celestial. Que la paz y la felicidad esté con vosotros en este día y para siempre, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.
























