C. G. Octubre 1976
El evangelio nos protege y rehabilita
Por el élder Robert D. Hales
Del Primer Quórum de los Setenta
El evangelio nos protege y el principio del arrepentimiento tiene la propiedad de restaurarnos si hemos cometido un pecado. Recientemente, recibí una carta de una joven que cometió una transgresión moral. Su historia es importante porque ella ha pasado por la angustia del remordimiento y ha comenzado a sentir la alegría de un sincero arrepentimiento. En la esperanza de ayudar a alguien para que no le pase lo mismo, leeré partes de su carta:
«Todo comenzó cuando me fui de casa para ir a la universidad. Hasta entonces, bajo la religiosa custodia de mis padres, no me había entregado a las inmoralidades de mis amigos y conocidos. Probablemente la primera abolladura en mi armadura de fe fuera el hecho de que algunos ex-misioneros no siempre eran buenos y puros. Poco a poco comencé a pensar que era natural tener algo de contacto físico. Satanás es insidioso, y guía a las personas lejos de lo correcto, para después tentarlas a que cometan más errores.
Pasaron los meses y fui alejándome más y más de la verdad. Vivía con una amiga que estaba inactiva en la Iglesia, no tenía moral, y bebía y fumaba. Con ella, empecé a frecuentar lugares de baja reputación. Después, dejé de asistir a las reuniones de la Iglesia y hasta de orar. Me daba cuenta de que mi vida había cambiado; estaba siempre deprimida y mis notas bajaron en forma alarmante. Todo marchaba mal, me sentía atemorizada y era como un barco sin timón. Mis padres vivían lejos, pero a través de la distancia presentían algo de mi conflicto interno, y se preocupaban.
Finalmente conocí a un joven de quien creí estar enamorada; a esa altura de los acontecimientos me fue fácil convencerme de que estaba bien tener relaciones sexuales «por amor», de modo que me entregué a él deshonrando el templo de mi cuerpo. Quedé embarazada, y cuando me di cuenta de mi estado y se lo conté, él se desentendió de toda responsabilidad conmigo o con el bebé y me dijo que estaba dispuesto a pagar por un aborto. Al principio rechacé la idea, pero poco a poco comencé a justificarlo; sólo me llevó un par de semanas convencerme. Un tiempo después, tuve la buena suerte de conocer a un hombre de gran rectitud y casarme con él. No era activo en la Iglesia pero sí moralmente limpio, honesto y diferente.
Desde ese momento, he estado viviendo con la meta de activarme en la Iglesia y nuevamente lograr una posición de dignidad en el reino de nuestro Padre Celestial. Hace unos pocos meses comprendí que debía ver a mi obispo y confesarle las terribles cosas que había hecho. Sabía que mis pecados eran atroces a los ojos del Señor, y que me enfrentaba a una posible suspensión o excomunión. Pero había llegado el momento de ponerme en las manos del Señor, a fin de limpiar mis pecados y pararme sin mancha delante de El en el día del juicio.
Había orado a mi Padre Celestial antes de la entrevista con el obispo y le había pedido valor para decirle todo. Pero cuando quise hablarle de mis transgresiones sentí una terrible opresión en el pecho y un nudo en la garganta que me impedía continuar. De pronto supe que eso era la respuesta a mis oraciones. ¡El Espíritu de nuestro Padre Celestial me exigía una confesión completa! Después que terminé, el obispo elogió mi valor al dar el primer paso para regresar a mi Padre Celestial y me dio consejos para prepararme para el día en que me diera cuenta de que había sido perdonada; también me explicó que él no podía perdonarme sino que era la decisión del Señor. Pero me hizo comprender que puedo ser perdonada, que mi Padre Celestial me ama, que debo esforzarme por lograr mis metas y no condenarme constantemente, entorpeciendo así mi progreso. Me pidió que leyera el libro El Milagro del Perdón, por el presidente Kimball, el cual me ayudó mucho a comprender el proceso del perdón.
Después de aquella entrevista tuve estados depresivos periódicos en los cuales me preguntaba si alguna vez podría ser perdonada y descuidaba las cosas que debía hacer para lograrlo. Aprender que no es fácil cambiar lleva tiempo, constante esfuerzo y el deseo de tratar una y otra vez. Lo importante es que debo perseverar en hacer lo bueno.
Si hay una persona a quien mi experiencia le resulte familiar, RUEGO que se detenga y analice su vida, que no se deje arrastrar por los superficiales códigos morales de nuestros días, que son las herramientas más persuasivas de Satanás, y su único objetivo es alejarnos de la posibilidad de integrar una familia eterna; somos hijos de nuestro Padre Celestial y debemos permanecer fieles a nuestro parentesco con El. No deseo que nadie lleve a su vida la angustia que yo he traído a la mía.»
Este es el testimonio de una joven que ha vuelto de las profundidades de la depresión para construir una nueva vida. Mis hermanos, recordad que no hay pozo tan profundo, ni caverna tan oscura como para esconderos de vosotros mismos si habéis hecho algo así. El evangelio puede protegernos y, por medio del arrepentimiento, rehabilitarnos aun si estamos en el amargo final de una tenebrosa jornada.
«He aquí, quien se ha arrepentido’ de sus pecados es perdonado, y yo el Señor, no más los tengo presente.» (D. y C. 58:42.)
Os dejo mi testimonio de que sé que Dios vive y que Jesús es el Cristo, nuestro Redentor. Testifico que ellos nos aman y nos han dado el evangelio para protegernos de las sendas oscuras de la vida. Testifico además, que el principio del arrepentimiento tiene el poder de arrancarnos de las profundidades de la desesperación, para darnos paz en este mundo y vida eterna en el mundo venidero, no obstante lo larga u obscura que haya sido la caída.
Que nuestro Padre Celestial nos bendiga para que le redediquemos nuestra vida, podamos ser siempre valientes y perseverar hasta el fin. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























