C. G. Abril 1976
El valor de las Sagradas Escrituras
por el élder Le Grand Richards
del Consejo de los Doce
Hermanos y hermanas: Me hace muy feliz tener el privilegio de asistir a esta gran conferencia y escuchar las instrucciones que nos dan los siervos del Señor. Agradezco al Señor por vuestra amistad y bondad hacia mí, que se ponen de manifiesto cuando visito las estacas de la Iglesia.
Al meditar en lo que podría deciros esta mañana que fuera de interés e inspiración, pensé que debería hablaros un poco del valor de las Sagradas Escrituras.
Si no tuviéramos las Sagradas Escrituras ¿qué sabríamos de nuestro Padre en los cielos y del gran amor que El nos mostró al darnos a su Hijo Unigénito? ¿Qué sabríamos del Hijo y de su gran sacrificio expiatorio, del evangelio y del modelo de vida que El nos ha dado? Tampoco sabríamos de dónde venimos, por qué estamos aquí ni hacia dónde vamos. Sin un conocimiento de estas cosas, seríamos como un barco que navega sin timón ni vela, ni nada que lo guíe. Podríamos mantenernos a flote, pero nunca arribaríamos a puerto.
Me gustan las palabras del Salvador cuando dijo: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí . . . » (Juan 5:39). ¿Hay algo que sea más deseable que la vida eterna? ¿Hay algo más hermoso que el conocimiento de que podremos vivir con nuestros seres queridos después de muertos y ser exaltados con ellos y con los otros hijos de Dios santificados y redimidos, en la presencia de nuestro Padre Celestial?
Me gusta la declaración de Cicerón cuando dijo que le interesaba más el largo más allá, que el breve presente. Pienso que si todos estuvieran más interesados en la otra vida, el mundo en que vivimos sería diferente.
Parafraseando un poema de la escritora inglesa Elizabeth Barrett Browning: «La tierra está llena de lo celestial, y en cada arbusto arde el fuego divino*; mas tan sólo unos pocos ven las cosas sagradas, mientras la gente del mundo se conforma con arrancar las bayas». Desafortunadamente, muchas son las personas que en la Creación de Dios sólo ven aquello que tiene uso material. Cuando contemplamos a nuestro alrededor las maravillas que el Señor ha puesto para que produzcan más allá del poder del hombre, no podemos por menos que comprender que la tierra está llena de lo celestial. Pero eso no nos dice nada de lo que sucederá después de la muerte, conocimiento éste que obtendremos si estudiamos las Sagradas Escrituras.
Me gusta la declaración de Pedro cuando dijo: «Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar obscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.» (2 Pedro 1:19-21.)
Las escrituras nos llegan mediante el Espíritu Santo y no son para que el hombre las entienda solo; no son para la interpretación privada. Entonces si creemos en ellas tal como están escritas, tenemos para presentar al mundo, muchas verdades que nadie más puede comprender.
Me gustan las declaraciones que hay en el Libro de Mormón. Se nos dice en tres de ellas que debemos estudiar las profecías de Isaías, que todas se cumplirán, y que en el día de su cumplimiento el pueblo del Señor podrá comprenderlas.
Me gusta estudiar las profecías de Isaías. En mi opinión, por medio de su don profético, él contempló más de la vida de nuestra época que de los acontecimientos de sus propios días, y vio mucho de lo que sucedería en esta dispensación. Por ejemplo esta profecía de Isaías siempre me ha interesado. Cuando Babilonia era la gran ciudad del mundo, Isaías profetizó que sería destruida, que llegaría a ser la morada de reptiles y fieras del desierto, que los árabes no volverían a levantar en ella sus tiendas y que jamás sería reconstruida (véase Isaías 13). Imaginad que alguien declarara hoy que una de nuestras grandes ciudades será destruida y jamás reconstruida.
Quisiera ahora hablaros un poco del capítulo veintinueve de Isaías. Según entiendo, cuando la Iglesia fue restaurada no había nadie en este mundo que interpretara las profecías que aparecen en dicho capítulo, hasta que salió a luz el Libro de Mormón. Mediante este maravilloso libro tenemos conocimiento de esas escrituras, un conocimiento que nadie más tiene. Os leeré una pequeña parte, comenzando con el primer versículo:
«¡Ay de Ariel, de Ariel, ciudad donde habitó David! [Este era otro nombre por el que era conocida Jerusalén] Añadid un año a otro, las fiestas sigan su curso.
Mas yo pondré a Ariel en apretura, y será desconsolada y triste. . .» (Isa. 29: 1-2.)
Eso es todo lo que él dice acerca de la destrucción de Jerusalén; pero recordemos que Jesús les dijo a los Doce que el templo sería destruido y que no quedaría piedra sobre piedra (véase Lucas 21:5-6).
Isaías prevé más adelante la destrucción de otro gran centro, así como había previsto la destrucción de Jerusalén. Nadie hubiera podido decir a cuál centro se refería, hasta que salió a luz el Libro de Mormón. Con respecto a ese otro grupo de personas, el profeta dice: «Porque acamparé contra ti alrededor, y te sitiaré con campamentos, y levantaré contra ti baluartes.
Entonces serás humillada, hablarás desde la tierra, y tu habla saldrá del polvo; y será tu voz de la tierra como la de un fantasma, y tu habla susurrará desde el polvo.» (Isa. 29:3-4.) Nos preguntamos si acaso ha habido en el mundo cualquier otro acontecimiento comparable a la aparición del Libro de Mormón, o sea, las planchas de las cuales este libro fue traducido, y que nos hablan de los antiguos habitantes de América. Luego en el versículo 6 dice:
«Por Jehová de los ejércitos serás visitada con truenos, con terremotos y con gran ruido, con torbellino y tempestad, y llama de fuego consumidor.»
Todo lo que tenemos que hacer es leer 3 Nefi para ver cómo se como se cumplió esto literalmente. Cito aquí sólo una parte:
Y sucedió que en año treinta y cuatro. . . se levantó una tormenta como jamás se había conocido en todo el país.
Y hubo también una grande y horrenda tempestad; y terribles truenos que sacudían toda la tierra como si estuviera a punto de dividirse en dos.
Y hubo relámpagos extremadamente resplandecientes, como nunca se habían de visto en todo el país.
Y se incendió la ciudad de Zarahemla.
Y se hundió la ciudad de Moroni en las profundidades del mar, y sus habitantes se ahogaron.
Y la tierra cubrió la ciudad de Moroníah, de modo que en el lugar de la ciudad, apareció una enorme montaña. Y hubo una destrucción grande y terrible en el país del sur.» (3 Nefi 8:5-11.)
A continuación, describe la destrucción en esa tierra. No cabe duda que por eso los arqueólogos encuentran ruinas de ciudades y carreteras de cemento, cuando cavan en las profundidades de la tierra en América Central y del Sur, que eran donde vivían esos pueblos.
Más adelante en el capítulo, Isaías dice lo siguiente:
“Y os será toda visión como palabra de libro sellado, el cual si dieren al que sabe leer, y le dijeren: Lee ahora esto; él dirá: No puedo, porque está sellado.» (Isa. 29:11.)
Esta escritura se cumplió cuando Martin Harris llevó las copias de los jeroglíficos que aparecían en las planchas de las cuales fue traducido el Libro de Mormón, al profesor Charles Anthon, de Nueva York. Después de darle un certificado corroborando que la traducción era correcta, el profesor Anthon le pidió al hermano Harris que le llevara las planchas para traducirlas él mismo, a lo que Martin le contestó: «Están selladas». El profesor entonces, repitió las mismas palabras que Isaías escribiera miles de años antes: «No puedo leer un libro sellado». Por lo tanto, si como lo indicó Pedro las profecías no son de interpretación privada, entonces nadie en el mundo puede interpretar las que aparecen en el capítulo 29 de Isaías.
Después Isaías continúa, diciendo: «En aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán en medio de la oscuridad y de las tinieblas.» (Isa. 29:18.)
En su tiempo, en medio de su gran sabiduría, Isaías no comprendió la futura existencia del sistema Braille, que hace posible que los ciegos lean las palabras del libro.
En el mismo capítulo más adelante dice:
«Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado; por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos.» (Isa. 29:13-14.)
Os testifico solemnemente, como embajador del Señor Jesucristo, que tenemos ese prodigio grande y maravilloso. Nadie en este mundo podría interpretar estas profecías a las cuales me he referido, si no las lee con el mismo espíritu que inspiró al gran Profeta que las escribió.
Que el Señor nos bendiga para podamos compartir estas maravillosas verdades que hemos recibido en esta dispensación por medio de la restauración del evangelio y de nuestro conocimiento de las Sagradas Escrituras. Lo ruego, y os dejo mi amor y bendición en el nombre de Jesucristo. Amén.
























