La importancia del testimonio

C. G. Abril 1976logo pdf
La importancia del testimonio
por el élder Joseph Anderson
Ayudante del Consejo de los Doce

Joseph AndersonUna de las peculiaridades de los Santos de los Últimos Días, es la costumbre de ofrecer su testimonio. Para los miembros fieles de la Iglesia es natural testificar de su fe y su conocimiento de la verdad, en cualquier momento o lugar en que la oportunidad se presente. Se espera y se desea que, antes de unirse a la Iglesia, toda persona obtenga la seguridad individual de la veracidad de la doctrina que enseñamos; de que el evangelio que proclamamos es el plan restaurado de vida y salvación; de que no es una nueva religión, sino el evangelio eterno, cuyas llaves, principios y doctrina fueron restaurados al hombre por mensajeros celestiales que las poseían en dispensaciones anteriores, el mismo de la época en que el Señor y sus Apóstoles estaban en la tierra.

Las personas que tienen la inclinación a apoyarse enteramente en la razón para llegar a ciertas conclusiones, encuentran muy difícil de aceptar cualquier cosa que no pueda ser probada por los cinco sentidos. Quizás Pablo estuviera pensando en esto cuando dijo:

«Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.» (1 Cor. 2:11.)

Y al despedirse de los lamanitas,

Moroni dejó este testimonio, registrado en el Libro de Mormón:

«Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntaseis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo.

Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.

Y por el poder del Espíritu Santo sabréis que él existe; por lo que os exhorto a que no neguéis el poder de Dios; porque él obra con poder, de acuerdo con la fe de los hijos de los hombres, lo mismo hoy, que mañana y para siempre.» (Mor. 10:4-5, 7.)

Recuerdo que hace algunos años leí los comentarios de un ministro de una de las iglesias cristianas de Salt Lake City; a pesar de que afirmaba admirar y respetar a los Santos de los Últimos Días, por sus normas de vida, declaraba que no comprendía su costumbre de testificar de sus creencias en público.

No obstante los repetidos y maravillosos milagros que los discípulos vieron realizar a nuestro Señor, hubo momentos en que parecería que ellos tuvieran dudas con respecto a si el Maestro era realmente el Cristo de quien los profetas habían hablado. Hubo una ocasión que las Escrituras relatan de la siguiente manera:

«Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?

Ellos dijeron: unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.

El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.» (Mat. 16:13-17.)

Aquel testimonio que Pedro había recibido como revelación del Padre, nos llega a través de los siglos como indicación del medio por el cual podemos saber también nosotros que Jesús es el Cristo. Podemos obtener conocimiento de la verdad en la misma forma, y testificar de la veracidad del evangelio restaurado, de que aquel mismo Jesús vive y que El es nuestro Redentor y Salvador. Podemos recibir esta revelación de Dios, por medio del don y el poder del Espíritu Santo, porque a través de El podemos saber todas las cosas que son necesarias para nuestro beneficio. La fuente de origen de ese testimonio es la roca de la revelación sobre la cual se cimenta la Iglesia de Cristo, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Como lo declaró el Salvador, la carne y la sangre no revelan estas cosas, sino que podemos recibir la revelación solamente de nuestro Padre que está en los cielos.

Nuestro testimonio de esta obra es exclusivo y quizás sea nuestra primordial fuente de fortaleza para proclamar al mundo el mensaje del evangelio. Ese testimonio debe ser firme y sincero, debe basarse en la roca de la revelación, y ser capaz de soportar los huracanes de la crítica y las tormentas de la persecución que pueden desatarse contra la Iglesia; y debe estar sólidamente respaldado por una vida recta. A medida que aumenta nuestra comprensión del evangelio de Jesucristo, también aumentan nuestro conocimiento del propósito de la vida y nuestra fe en los representantes de Dios.

Cuando los misioneros salen al mundo a llevar el mensaje del evangelio restaurado, ofrecen su testimonio de la verdad de esta obra. Ese testimonio debe ser algo más que un conjunto de palabras, debe ser una certera convicción. Y cuando sale del corazón (y así debe ser), produce un impacto en quienes escuchan porque va acompañado por la influencia del Espíritu Santo.

Emerson dijo: «El vicio de nuestra teología queda en evidencia en la afirmación de que la Biblia es un libro incomprensible y que la época de la inspiración pertenece al pasado».

La fortaleza de esta Iglesia no depende enteramente de los profetas y apóstoles de dispensaciones anteriores, ni del testimonio de las Autoridades Generales de nuestros días, sino de la fe y el testimonio de los miembros; y cada uno de ellos puede lograr un testimonio si lo procura por medio del estudio y la oración sincera, y guarda los mandamientos que el Señor nos ha dado. Esa seguridad se convertirá en pleno conocimiento de la veracidad de esta obra y, mediante una vida recta y generosa, se fortalecerá día a día hasta el punto de que sólo la indiferencia o el pecado lo podrían destruir.

Uno de los presidentes de la Iglesia, David O. McKay, dijo:

«El testimonio del evangelio de Jesucristo es el don más sagrado y precioso de nuestra vida, y no se obtiene siguiendo los caminos del mundo, sino sólo mediante la fidelidad a los principios del evangelio.

Podéis encontrar placer momentáneo si sucumbís a los halagos mundanales, es cierto; pero no encontraréis gozo ni felicidad. Esta sólo se consigue en aquel transitado camino, angosto y derecho, que conduce a la vida eterna.

Este es mi testimonio. En ese camino habrá obstáculos, persecución, sacrificio; habrá lágrimas cuando os enfrentéis a esos halagos, a esos ideales mundanos, y tengáis que rechazarlos; y entonces os parecerá que os sacrificáis, pero este sentimiento será pasajero. El Señor jamás abandona a los que lo buscan. Su consuelo quizás no Llegue en la forma que esperáis, pero llegará y ciertamente, El cumplirá las promesas que os ha hecho.

Pero el testimonio de que esta obra es divina, no me había llegado a través de aquella manifestación [se refiere aquí a una manifestación divina que había recibido], con todo lo gloriosa que ésta fue, sino por medio de la obediencia a la voluntad de Dios, de acuerdo a la promesa de Cristo: `El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta’.» (Treasures of life, por David O. McKay, D. Book Co., págs. 229-231.)

Por medio del don y el poder del Espíritu Santo, millones de Santos de los Últimos Días han recibido un testimonio desde que la Iglesia fue organizada. Un testimonio de que Jesús es el Cristo, que vive, que es el Primogénito del Padre en el espíritu y su Unigénito en la carne; que es nuestro Salvador y Redentor, el autor del eterno plan de vida y salvación; que es nuestro Hermano Mayor; que en respuesta a la humilde oración de José Smith, un muchacho de catorce años, nuestro Padre Celestial y su Hijo Jesucristo aparecieron ante él como seres glorificados de carne y huesos, en un bosque cercano a Palmyra, Estado de Nueva York, en el año 1820. Esta gente ha testificado que por medio del Espíritu Santo se les manifestó que José Smith fue un Profeta del Dios viviente, elegido antes de la formación de esta tierra para ser instrumento en las manos del Señor y preparar el camino para la restauración del evangelio de Jesucristo en esta dispensación del cumplimiento de los tiempos; y más aún, que aquellos que lo han sucedido como profetas de la Iglesia del Señor, incluyendo a nuestro Profeta actual, el presidente Spencer W. Kimball, han poseído y poseen las Llaves del reino de Dios en la tierra, las cuales, entre otras cosas, dan el poder y la responsabilidad de llevar el mensaje del evangelio restaurado a toda la humanidad, a fin de que nadie quede sin recibirlo. El profeta José selló su testimonio con su sangre, como muchos otros lo han hecho desde la restauración.

Después de más de cincuenta años de una constante relación con los líderes de la Iglesia, período durante el cual he sido testigo de la inspiración y revelación del Señor a sus siervos, uno el mío a todos los demás testimonios de que el Espíritu del Señor ha manifestado a mi alma que todas estas cosas son verdaderas. Testifico también que si podemos poner nuestros espíritus eternos a tono con la inspiración del Espíritu de Dios, su mano nos será revelada; y el oído atento responderá al celestial sonido de la voz de Dios. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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