El propósito de los servicios De bienestar de la iglesia

C. G. Abril 1977logo pdf
El propósito de los servicios De bienestar de la iglesia
presidente Marion G. Romney
de la Primera Presidencia

Marion G. RomneyMis queridos hermanos y hermanas, he quedado muy impresionado con los discursos que hemos oído esta mañana y espero que lo que yo diga armonice con los mismos.  Confío en que todo obispo y presidente de rama que los haya escuchado, posea un entendimiento claro de los muchos recursos disponibles para ayudarles a administrar la «ley real» a la manera del Señor.  Os insto, hermanos, a que utilicéis constantemente todos estos recursos, y espero que-todos entendamos que todo lo que consagramos al Señor, ya sea en tiempo, trabajo o dinero, ayuda a aliviar al que sufre y santifica tanto al que da como al que recibe.  Me ha complacido sobremanera la explicación de la forma en que funciona el almacén del Señor y cómo los proyectos de producción sirven para abastecerlo.

Dado que nos hemos concentrado en el hecho de que debemos ministrar a la manera del Señor, quisiera referirme específicamente al porqué de nuestra participación en este gran esfuerzo.  Desde mis comienzos en los Servicios de Bienestar de la Iglesia, he tenido la firme convicción de que todo lo que estaos haciendo es en preparación para el restablecimiento de la ley de consagración y mayordomía que se requiere bajo la Orden Unida.  Si pudiéramos recordar siempre que éste es el ideal por el que trabajamos, jamás nos desorientaríamos en esta gran obra.  Lo que tenemos ante nosotros no es nuevo, es tan antiguo como el evangelio mismo.  El Señor estableció la Orden Unida en todo lugar donde encontró un pueblo que aceptara y viviera sus mandamientos.  La estableció entre el pueblo de Enoc, del que se describe:

«Y el Señor bendijo la tierra, y fueron bendecidos sobre las montañas, y en los lugares altos, y florecieron.

Y el Señor llamó a su pueblo SION, porque eran uno de corazón y voluntad, y vivían en justicia; y no había pobres entre ellos.» (Moisés 7:17-18.)

Si nos ceñimos a nuestros convenios, también nosotros continuaremos recibiendo bendiciones, y Sión florecerá y viviremos en perfecta justicia.  A esto se refería el Señor en la revelación que dio al Profeta y que, según éste declaró, «contiene la ley de la Iglesia» (D. y C. encabezamiento de la Sección 42):

«Y, he aquí, te acordarás de los pobres, y… consagrarás lo que puedas darles de tus bienes, para su sostén.

Y al dar de tus bienes a los pobres, lo harás para mí; y se depositarán con el obispo de mi iglesia y sus consejeros, dos de los élderes o sumos sacerdotes, a quienes él nombrara, o haya nombrado y apartado para ese propósito.

Y una vez depositados con el obispo de mi iglesia, y después que él haya recibido estos testimonios referentes a la consagración de los bienes de mi iglesia, de que no pueden ser retirados de ella, según mis mandamientos, acontecerá que todo hombre será responsable ante mí, administrador de sus propios bienes o de los que haya recibido por consagración, cuanto sea suficiente para él y su familia.

Y además, si después de esta primera consagración hubiere en la iglesia, o en las manos de cualesquiera de los individuos de ella, más propiedades de las necesarias para su sostén, lo cual constituye un resto que ha de consagrarse al obispo, se depositarán para subministrar de cuando en cuando a los necesitados, para que todo hombre que tenga menester sea abastecido ampliamente y reciba conforme con sus necesidades.

Por tanto, el resto se guardará en mi almacén para suministrarse a los pobres y necesitados, de acuerdo con lo que manden el sumo consejo de la iglesia, y el obispo y sus consejeros…

A fin de que mi pueblo del convenio se congregue como uno en aquel día en que venga yo a mi templo.  Y esto lo hago para la salvación de mi pueblo. (D. y C. 42:30-34, 36.)

En estos versículos, el Señor reveló los principios básicos de la Orden Unida, su programa para eliminar las desigualdades entre los hombres.  Está basado en el concepto fundamental de que la tierra y todas los cosas que en ella hay pertenecen al Señor, y que los hombres que poseen bienes terrenales son responsables de ellos ante Dios.

«Yo, el Señor, extendí los cielos y fundé la tierra, hechura de mis manos, y todas las cosas que contienen, mías son.

Y es mi propósito abastecer a mis santos, porque todas las cosas son mías.

Pero tiene que hacerse según mi propia manera; y, he aquí, ésta es la manera que yo, el Señor, he decretado abastecer a mis santos, para que sean exaltados los pobres, por cuanto los ricos serán humildes.» (D. y C. 104:14-16.)

En su manera de hacer las cosas, se advierten dos principios cardinales: (1) consagración, y (2) mayordomía.

Para entrar en la Orden Unida, uno consagraba todas sus posesiones a la Iglesia mediante un «convenio y una escritura» que no podían ser disueltos, lo cual significa que se despojaba totalmente de ellas, entregándolas a la Iglesia.

Debido a este hecho, el consagrador recibía de la Iglesia una mayordomía mediante un sistema similar.  Esta mayordomía podía ser de mayor o menor volumen que su consagración original, y tenía como objeto hacer que todo hombre fuera igual conforme a las características de su familia, conforme a sus circunstancias y también a sus deseos y necesidades (D. y C. 51:3).

Este procedimiento preservó en todo hombre el derecho de ser propietario privado y administrador de sus bienes.  Mas aún, el principio fundamental de ese sistema era el derecho a la propiedad privada.  Cada hombre era propietario de su porción, o herencia, o mayordomía, con absolutas facultades, que podía traspasar, conservar y operar, o de lo contrario, administrar como suya.  La Iglesia no era propietaria de todos los bienes y tal como lo explicó el profeta José, la vida bajo la Orden Unida no era una vida comunal.

No obstante, el propósito consistía, en que el miembro administrara su propiedad de tal forma que le permitiera mantenerse a sí mismo y a su familia; y mientras permaneciera en la Orden consagrara todo el excedente de su producción a la Iglesia.  Este excedente iba al almacén, de cuyas mayordomías se les daba a otros, y desde donde se satisfacían las necesidades de los pobres.

Estos principios divinos son simples y de fácil comprensión.  Sin embargo, existe una variedad de conceptos que deben prevalecer para alcanzar este ideal.  Los más relevantes son los siguientes:

1 Creencia en Dios, aceptándole como el Señor de la tierra y el autor de la Orden Unida.  A través de esta orden nos esforzamos por alcanzar la justicia y el desarrollo espiritual.

«Porque si no sois iguales en las cosas terrenales, no podréis ser iguales en la realización de cosas celestiales;

Porque si queréis que os dé un lugar en el mundo celestial, tenéis que prepararos, haciendo las cosas que os he mandado y requerido.

Para que subáis a recibir la corona preparada para vosotros, y se os haga gobernantes de muchos reinos, dice Dios el Señor, el Santo de Sión, quien ha establecido los cimientos de Adán-ondi-Ahman.» D. y C. 78: 6-7, 15.)

  1. La Orden Unida se implanta mediante las acciones voluntarias de los hombres, evidenciada por una consagración de todas sus propiedades a la Iglesia de Dios. Jamás se utiliza fuerza de ninguna clase.
  2. En cuanto a la propiedad, conforme a las creencias de la Iglesia, según se establece en las Doctrinas y Convenios, «ningún gobierno puede existir en paz si no se formulan, y se guardan invioladas, leyes que garantizarán a cada individuo el libre ejercicio de la conciencia, el derecho de tener y administrar propiedades» D. y C. 134:3). La Orden Unida opera sobre el principio de la propiedad privada y la administración individual. Así, tanto en la propiedad como en la administración de los bienes, la Orden Unida preserva en el hombre la libertad otorgada por Dios.  De este modo, el Padre hace a cada mayordomo responsable de su propio trabajo y productividad.  De hecho, El dice:

«Porque conviene que yo, el Señor, haga a todo hombre responsable de la mayordomía de las bendiciones terrenales, las cuales yo he dispuesto y preparado para mis criaturas.» (C. y C. 104:13.)

Mediante este pasaje podemos ver la verdad de la declaración del presidente Clark cuando dijo que:

«La Orden Unida no constituía un sistema comunal, sino por el contrario, algo completa e intensamente individual, mediante lo cual se consagraron los excedentes que las personas no utilizaron, para ayudar a la Iglesia y a los pobres.» (La Orden Unida y la ley de consagración, por J. Reuben Clark, Deseret News, 1942, Págs. 26-27.)

  1. La Orden Unida no es un sistema político.
  2. Un requisito de la Orden Unida es que el pueblo sea justo.
  3. La Orden Unida exalta al pobre y hace al rico más humilde. En el proceso, ambos son santificados. Los pobres, libres de la esclavitud, de las humillantes limitaciones de la pobreza, se enfrentan a la libertad de alcanzar su máximo potencial, tanto en lo temporal como en lo espiritual. Los ricos, consagrando e impartiendo de su excedente para el beneficio de los pobres, no siendo compelidos sino por voluntad propia, dan a su prójimo muestras de la caridad definida por Mormón como «el amor puro de Cristo» (Moroni 7:47). De este modo se hacen acreedores al privilegio de «ser hijos de Dios» (Moroni 7:48).

Teniendo presente estos conceptos estamos mejor preparados para entender en qué forma nuestros esfuerzos actuales en los Servicios de Bienestar se relacionan con la Orden Unida y con el más alto ideal de Sión, que es lo que el Señor desea lograr. A causa de que la gente no estaba entonces totalmente preparada para vivir la Orden Unida, el Señor la suspendió, pues como El dijo:

«Pero, he aquí, no han aprendido a obedecer las cosas que requerí de sus manos, sino que están llenos de toda clase de iniquidad, y no imparten de su substancia a los pobres y a los afligidos entre ellos como conviene a los santos;

Ni están unidos conforme a la unión que requiere la ley del reino celestial;

Y no se puede edificar a Sión sino de acuerdo con los principios de la ley del reino celestial; de otra manera, no la puedo recibir.» (D. y C. 3-5.)

Más adelante el Señor indicó:

«Por tanto, a causa de las transgresiones de mi pueblo, me parece conveniente que mis élderes esperen un corto tiempo la redención de Sión,

Para que ellos mismos se preparen; para que mi pueblo sea instruido más perfectamente y adquiera experiencia. y para que sepa más cabalmente su deber y las cosas que de sus manos requiero. (D. y C. 105:9-10.)

La implantación completa de la Orden Unida debe, conforme a la revelación, esperar hasta la redención de Sión (D. y C. 105:34). Mientras tanto, a medida que aprendemos con más perfección y ganamos experiencia, debemos vivir estrictamente los principios de la Orden Unida hasta donde estén incluidos en los requisitos actuales de la Iglesia, tales como el diezmo, las ofrendas de ayuno, los proyectos de bienestar, los almacenes y otros principios y prácticas. A través de estos programas debemos, como individuos, implantar en nuestra propia vida las bases de la Orden Unida.

La ley de diezmos por ejemplo, nos brinda una gran oportunidad de implantar el principio de consagración y mayordomía. Cuando esta ley fue instituida cuatro años después de suspenderse el experimento de la Orden Unida, el Señor requirió de su Iglesia que pusiera. «toda su propiedad sobrante… en manos del obispo» (D. y C. 119:1); y que de allí en adelante deberían pagar «la décima parte de todo su interés anual» (D. y C. 1 19:4). Esta ley, todavía vigente, implanta por lo menos hasta cierto grado. el principio de mayordomía de la Orden Unida dejando en manos de cada persona la propiedad y administración de bienes de los cuales extrae el producto para satisfacer sus necesidades y las de su familia. Utilizo una vez más las palabras del presidente Clark:

«En lugar de los residuos excedentes que eran acumulados bajo la Orden Unida, contamos en la actualidad con nuestras ofrendas de ayuno, nuestras donaciones de bienestar y nuestros diezmos, todo lo cual se puede dedicar al cuidado de los pobres, así como a la administración de las actividades y negocios de la Iglesia…

Además, bajo la Orden Unida contábamos con un almacén del obispo en el cual se recibían los artículos con los cuales se hacía frente a las necesidades de los pobres. Bajo el Plan de Bienestar tenemos un almacén del obispo que se utiliza con idénticos propósitos…

En la actualidad contamos con el Plan de Bienestar en toda la Iglesia… con proyectos… administrados para el beneficio de los pobres.

Así es que… en sus grandes principios básicos encontramos en el Plan de Bienestar… la esencia misma de la Orden Unida.» (Conference Report, octubre de 1942, págs. 57-58.)

Es entonces evidente que cuando los principios de diezmo y de ayuno se observan propiamente y el Plan de Bienestar alcanza un desarrollo completo poniéndosele en absoluto funciona- miento, no estamos «muy lejos de poner en práctica los grandes fundamentos de la Orden Unida» (Ibid., pág. 57). La única limitación a la que nos enfrentamos, está en nosotros mismos.

Y ahora, en relación con estas observaciones, oro por tres cosas:

  1. Que el Señor acelere nuestro entendimiento del convenio de consagración, que hacemos todos aquellos que entramos al templo. El presidente Kimball, en un importante artículo publicado en la revista Liahona, nos anima a hacer un análisis justo de nuestras necesidades y deseos al compararlos con nuestros excedentes:

«Mucha es la gente que dedica la mayor parte de su tiempo laborando al servicio de su propia imagen, lo que incluye suficiente dinero, acciones, inversiones, propiedades, créditos, mobiliarios, automóviles y demás riquezas similares, que les garantizan la seguridad carnal a lo largo de lo que esperan sea una vida larga y feliz.

Se olvida así el hecho de que nuestra asignación es la de utilizar esa abundancia de recursos en nuestra familia y quórumes; para desarrollar el reino de Dios, para llevar a cabo el esfuerzo misional, la obra genealógica y del templo; para criar a nuestros hijos como fieles y fructíferos siervos del Señor: para bendecir a otros en toda forma posible para que ellos también puedan ser fructíferos. Pero en lugar de así hacerlo, disipamos estas bendiciones para satisfacer nuestros propios deseos, y como lo dijo Moroni: `¿Por qué os adornáis con lo que no tiene vida, y sin embargo, permitís que el hambriento, el necesitado, el desnudo, el enfermo y el afligido pasen a vuestro lado, sin hacerles caso?’ (Mormón 8:39). También el Señor lo dijo en nuestros tiempos:

`No buscan al Señor para establecer su justicia sino que todo hombre anda por su propio camino, y conforme a la imagen de su propio Dios, cuya imagen es a semejanza del mundo, y cuya sustancia es la de un ídolo, que se envejece y que perecerá en Babilonia, aun la grande Babilonia que caerá.’ (D. y C. 1:16.)» (Liahona, ago. de 1977, pág. 3)

  1. Que estudiemos cuidadosamente los discursos de esta sesión, y que implantemos, conforme a los dictados del Espíritu, cada faceta de este plan de bienestar, particularmente el establecimiento de los almacenes del Señor.
  2. Que mediante la fiel observancia de los principios del diezmo, la ofrenda y el programa de bienestar, nos preparemos para redimir a Sión y finalmente vivir la Orden Unida. Es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
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