C. G. Abril 1977
El sistema de almacenamiento del Señor
élder Ezra Taft Benson
Presidente del Consejo de los Doce
Mis hermanos, con humildad y agradecimiento respondo a la solicitud de la Primera Presidencia, de participar en esta importante sesión de bienestar de la conferencia. Deseo hablar sobre la forma de atender a las necesidades de los miembros, mediante el sistema de almacenamiento del Señor.
Durante cuarenta años, los miembros de la Iglesia han recibido el consejo de sus líderes de prepararse para los tiempos de escasez y calamidades. Muchos han seguido dicho consejo, pero hay quienes no le han prestado oído.
El paso del tiempo y las circunstancias nos han hecho repetir lo que el Señor dijo a José Smith en marzo de 1832:
«Pues de cierto os digo, que ha llegado la hora, y está a la mano; …necesario es que se organice mi pueblo para regularizar y establecer los asuntos del almacén en bien de los pobres de entre mi pueblo… a fin de que en mi providencia, no obstante las tribulaciones que os sobrevendrán, la Iglesia se sostenga independiente de todas las otras criaturas bajo el mundo celestial.» (D. y C. 78:3, 14.)
¿Cuál es el sistema de almacenamiento de la Iglesia?
Este sistema es una organización que incluye depósitos, medios de transporte, y personal de funcionamiento y administrativo, y se ha instituido para recibir, almacenar, transportar, intercambiar y distribuir artículos de primera necesidad a aquellos que están necesitados.
La unidad fundamental del sistema de almacenamiento de la Iglesia es el almacén local del obispo. Los mencionados almacenes son propiedad de la Iglesia y de ellos los obispos locales obtienen alimentos, ropa y otros artículos para ayudar a los pobres y los necesitados, que no puedan proveerse de esto por sí mismos. las industrias Deseret se emplean como almacenes para proveer de artículos no alimenticios. Cada obispo de la Iglesia debiera tener acceso a un almacén local surtido con los artículos de primera necesidad y elaborados para satisfacer las necesidades de su gente.
¿Por qué tiene la Iglesia un sistema de almacenamiento?
El Señor ha mandado, por revelación, que se instalen almacenes, estableciendo que el excedente o lo que restara de la consagración de propiedades bajo la Orden Unida, debía guardarse en los almacenes con el objeto de «suministrarlos a los pobres y necesitados» (D. y C. 42:34). Después, ese mismo año, el Señor dijo que el Obispado Presidente: «le señalara un almacén a esta Iglesia; y todas las cosas, sean dinero o víveres, que excedan las necesidades del pueblo, se guardarán en manos del obispo» (D. y C. 5 1: 13).
Actualmente tenemos 78 de dichos almacenes del obispo bajo el Sistema de Almacenamiento de la Iglesia. Estos almacenes cumplen casi idéntica función que la que caracterizó el propósito de la Orden Unida. Los miembros consagran su tiempo, sus talentos y sus medios para producir, elaborar, empaquetar, fabricar y comprar los artículos que precisan aquellos que están necesitados. Para abastecer estos almacenes, miembros de más de 3.000 barrios de Santos de los Últimos Días, de toda la Iglesia, trabajan en proyectos de producción y elaboración de hortalizas, cereales, frutas y otros alimentos además de artículos no alimenticios. Parte de estos productos y artículos se venden al mercado para costear el funcionamiento, y los restantes se conservan y se distribuyen entre los necesitados a través del sistema de almacenes; la ayuda que se proporcionó por medio de los almacenes durante 1976, sumó varios millones de dólares.
Nuestros almacenes del obispo no tienen el objetivo de almacenar artículos para todos los miembros de la Iglesia, pues se han establecido únicamente para atender al pobre y al necesitado. Por esta razón, se han dado instrucciones a los miembros de la Iglesia de almacenar individualmente para un año víveres y ropa, y si es posible, combustible, siempre que las leyes del país lo permitan. Si los miembros observan dicho consejo, la mayoría de ellos estarán preparados, tanto para atender a sus propias necesidades como a las de sus familiares, pudiendo aun compartir con otros cuando surjan emergencias.
¿Sobre quién recae la responsabilidad de la administración de los almacenes, y cómo deben éstos administrarse eficaz y debidamente?
El obispo local es el administrador designado por el Señor para atender a las necesidades del pobre y el necesitado. El obispo tiene «la facultad exclusiva para cuidar del pobre de la Iglesia. Es deber de él, y únicamente de él, determinar a quién, cuándo, cómo y cuánto debe proporcionarse a cualquier miembro de su barrio, de los fondos de la Iglesia.
Esta es una grande y solemne obligación, impuesta por el Señor mismo. El obispo no puede eludir este deber; no puede desentenderse de él ni transferirlo a otras manos para liberarse y aunque solicite ayuda de otros, todavía es el responsable» (Artículo de J. Reuben Clark, citado en Ensign, noviembre de 1976, p. 112.)
El Señor ha dicho por revelación que los obispos busquen diligentemente «a los pobres para suministrarles sus necesidades» (D. y C. 84:112). Los almacenes fueron divinamente instituidos con el fin de ayudarlos a cumplir con su deber.
¿Cómo procede el obispo para hacer un pedido de lo almacenado? Una vez que haya encontrado a los pobres y necesitados de su barrio, debe determinar las necesidades específicas de los mismos, lo cual podrá hacer con la ayuda de los líderes del sacerdocio y de la Sociedad de Socorro. En seguida, debe evaluar esas necesidades, asegurándose de que cada persona cuide de sí y de que cada familia cuide de sus miembros que no puedan atenderse a sí mismos.
Los artículos de primera necesidad se depositan en el almacén, pero pueden sacarse de allí únicamente por orden del obispo.
Los artículos del almacén nunca se ponen en venta, y se despachan solamente cuando la firma autorizada del obispo aparece en el pedido. La presidenta de la Sociedad de Socorro puede ayudar a éste a determinar la cantidad de víveres que deben proporcionarse en cada caso.
El almacén del obispo y los víveres allí almacenados pertenecen al Señor, para que sus siervos, los obispos, los utilicen para atender a los necesitados. Debe ponerse en ejercicio la mejor administración en lo que es propiedad del Señor. El personal autorizado del almacén debe extender los debidos recibos por las donaciones de víveres y dinero en efectivo. En todo momento debe tenerse almacenadas provisiones en buen estado por lo menos para un año. En cuanto al excedente, hay que tomar medidas para evitar la descomposición y el desperdicio de víveres. Los encargados del almacén deben revisar todos los alimentos elaborados al recibirlos, y ver si tienen marcada la fecha en que caducan y si son de la calidad establecida. Todos los artículos almacenados deben irse renovando para que se mantenga la calidad y se evite el desperdicio. En todos los casos los almacenes deben mantenerse limpios y ordenados, debiendo ser ante el Señor un modelo de eficiencia, limpieza y servicio.
Repito, un almacén del obispo ha de estar a la disposición de cada obispo. Al presente, el Comité General de Bienestar, está iniciando un programa de expansión que tiene por objeto instalar más plantas o proyectos de producción y elaboración, y construir más almacenes. El Departamento de los Servicios de Bienestar, bajo la dirección de los Supervisores de Área que son Autoridades Generales, de los Representantes Regionales de, los Doce, y los directores de bienestar de área y de región, aportará el apoyo local al proyecto. Si tuviereis alguna duda con respecto a esto, tened a bien dirigimos a vuestros correspondientes oficiales del sacerdocio.
Quisiera hacer la siguiente advertencia a los presidentes de estaca y los obispos: Antes de que empecéis un recaudo de dinero para un almacén, buscad consejo; estableced metas, después de concienzudo análisis; antes de empezar, sabed a qué fin llegaréis y por qué. En la obra del Señor no debe haber errores serios. Lo más importante al hacer vuestros planes es que os arrodilléis y oréis. Al comenzar la ampliación del sistema de almacenes, no debe hacerse nada que llegue a perjudicar la imagen de la Iglesia.
Cuál es la filosofía fundamental del sistema de almacenamiento?
Al administrar cualquier aspecto del Programa de Bienestar, debemos tener presente el propósito principal por el cual fue establecido, el cual es:
«… hasta donde sea posible, un sistema bajo el cual pueda suprimiese la maldición de la ociosidad; pueda abolirse el mal de la limosna, y fomentarse la independencia, la industria, la economía, el autorrespeto estableciéndose éstos una vez más entre nosotros. El propósito de la Iglesia es ayudar a las personas a que se ayuden a sí mismas. El trabajo ha de volver a constituir el principio gobernante de la vida de los miembros de la Iglesia».
Aquellos que reciben ayuda, deben trabajar dentro de la medida de su capacidad, a cambio de la asistencia que se les brinde. Si no se otorgan trabajos razonables, si no se insta a la gente a trabajar, se fomentará la desmoralizadora limosna en la Iglesia, y el propósito por el cual el Programa de Bienestar fue instituido, se debilitará. Es una ley del cielo que no hemos aprendido cabalmente aquí en la tierra; esto es, que no se puede ayudar a las personas permanentemente haciendo por ellas lo que ellas mismas pueden y deben hacer.
Al proporcionar los obispos ayuda, de ser posible, debe usarse el mismo dinero de la persona para hacer pagos en efectivo. Los artículos de primera necesidad pueden sacarse del almacén. En todos los casos en que se preste ayuda, aquellos que la reciben deben trabajar conforme a sus capacidades por lo que reciben. Las asignaciones de trabajo debe hacerlas el consejero asignado del obispo o la consejera asignada de la Sociedad de Socorro. Cuando sea posible, deben proporcionarse víveres en vez de usarse las ofrendas de ayuno, pues al usarse los víveres del almacén, se asegura el movimiento o circulación de los mismos, se estimula la producción, y se elimina el desperdicio. Y lo ,que es aún más importante, al observarse las indicaciones del Señor en que basé mi tema, la Iglesia se conservará «independiente de todas las otras criaturas bajo el mundo celestial» (D. y C. 78:14). ¡Tal debe ser nuestro objetivo!
Ocasionalmente, nos hacen preguntas en cuanto a si es correcto que los miembros de la Iglesia reciban ayuda del gobierno en vez de la de la Iglesia. Permitidme subrayar lo que es un principio fundamental: cada persona debe satisfacer, en lo posible, sus propias necesidades, y cuando no pueda hacerlo, su familia debe ayudarle. Si la familia no puede tenderle la mano, la Iglesia debe ayudarle, no el gobierno. Aceptamos el principio básico de que «aunque el pueblo mantiene al gobierno, el gobierno no ha de mantener al pueblo».
Los Santos de los Últimos Días no deben recibir ayuda de bienestar que no hayan ganado, de agencias locales ni nacionales. Los líderes del sacerdocio y la Sociedad de Socorro, deben instar a los miembros a aceptar el Programa de Bienestar y a ganar mediante el mismo lo que necesiten, aun cuando puedan recibir menos alimentos y menos dinero. Al hacer esto, los miembros se fortalecerán espiritualmente y conservarán su dignidad y respeto por sí mismos.
El año pasado, en los Estados Unidos solamente se invirtieron más de 98 billones de dólares en pagos de beneficencia que hizo el gobierno, y otras ayudas a millones de personas que, por lo general, nada hicieron por lo recibido. Esta limosna del gobierno, que estropea la integridad de carácter, se repite en casi todos los países del mundo. Instamos a los Santos de los Últimos Días de todas partes a mantenerse libres de este tipo de ayuda, a trabajar por lo que reciban.
Las condiciones socio-económicas del mundo se revelan siniestras. Guiándome por la revelación y la profecía, creo no exagerar al decir que cuando todo se haya escrito sobre esta generación, podrá decirse con precisión que apenas tuvimos tiempo para prepararnos. Y para hacer frente a la crisis inminente, me aventuraría a decir que hemos de recurrir a todas nuestras reservas espirituales y temporales. El Señor ha dicho: «…mas si estáis preparados, no temeréis…”
Las bendiciones que recaen sobre aquellos que apoyan el plan del Señor de atender al pobre y al necesitado
Grandes son las bendiciones que recibimos individualmente y en la Iglesia, cuando apoyamos el programa del Señor de atender al pobre y al necesitado. Yo he experimentado directamente estas bendiciones al distribuir alimentos, ropa, etc., a los miembros damnificados en Europa al término de la Segunda Guerra Mundial. Vi con mis propios ojos personas famélicas, demacradas, descalzas… un cuadro muy triste que me llenó el corazón de compasión hacia los sufrimientos de aquellos hijos de Dios.
Recuerdo la llegada a Berlín de los primeros víveres del Bienestar de la Iglesia. Con el presidente interino de la misión, el hermano Richard Ranglack, llegamos caminando hasta la antigua y destruida bodega que, custodiada por guardias armados, albergaba las preciosas provisiones. Al fondo de la misma, divisamos las cajas apiladas casi hasta el techo. «¿Contienen alimentos aquellas cajas»?, dijo Richard, y añadió: «¿Será posible?»
«Sí, hermano mío», le dije, «alimentos y ropa y mantas, y… espero que medicamentos.»
Juntos bajamos una de las cajas. La abrimos. Estaba llena del más común de los alimentos… frijoles secos. Al verlo, aquel buen hermano hundió la mano en la caja dejando deslizar los granos entre los dedos, y rompió a llorar como un niño, rebosante de gratitud. Abrimos otra caja que contenía trigo, trigo integral, tal como lo hizo el Señor y como quiso que fuera. Aquel hermano se llevó a la boca unos granos y al cabo de un rato, me miró con los ojos húmedos de lágrimas-también lo estaban los míos-y dijo lentamente, sacudiendo suavemente la cabeza: «Hermano Benson, ¿cómo es posible que personas que ni siquiera nos conocen hayan hecho tanto por nosotros?»
¡Tal es el sistema del Señor! Las donaciones voluntarias motivadas por el amor fraternal, el sacrificio voluntario y el ayudar a los demás a ayudarse a sí mismos, afianza la dignidad y el respeto por uno mismo.
Ruego que mediante la debida administración y expansión de los modernos almacenes, atendamos con sabiduría al pobre y al necesitado, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























