La validez del evangelio

C. G. Abril 1977logo pdf
La validez del evangelio
élder G. Homer Durham
del Primer Quórum de los Setenta

G. Homer DurhamMis queridos hermanos del sacerdocio, quiero que sepáis que acepto con profunda humildad el llamamiento para servir como miembro del Primer Quórum de los Setenta. Dedico al Señor, a estos hermanos de las Autoridades Generales, y a vosotros, mi vida, mi trabajo y cualquier talento que posea; y también mi amada esposa se une conmigo en este convenio. Nos sentimos agradecidos por el amor y el apoyo que recibimos de vosotros, así como de nuestra familia y seres queridos.

Os testifico que no existe mayor privilegio, mayor gozo ni mayor oportunidad que el servir a nuestro prójimo en el nombre de nuestro Señor y Salvador. Os testifico, mis hermanos del sacerdocio, que los oficios con que somos bendecidos son de valor eterno, que sus propósitos son más elevados que aquellos de nosotros que los desempeñamos, que a cada momento nos enfrentamos al cometido de asemejarnos al modelo del Maestro en dulzura, inteligencia y servicio.

Me deleito en las palabras del rey Benjamín, que encontramos en Mosíah: «Y he aquí, os digo estas cosas para que aprendáis sabiduría; para que sepáis que cuando os halláis en el servicio de vuestros semejantes, sólo estáis en el servicio de vuestros Dios.» (Mosíah 2: 17.)

El mundo necesita recordar esto y saber que deriva del «amor de Dios» el cual Nefi declaró «se derrama en el corazón de los hijos de los hombres» (1 Nefi 11:22), y es necesario que todos nos demos cuenta de su presencia en nuestro interior; eso, hermanos, es parte de nuestra gran misión:

Nefi dijo que este amor de Dios es «más deseable que todas las cosas», y el ángel se lo confirmó en esa gran entrevista, diciendo: «Sí, y el de mayor gozo para el alma» (1 Nefi 11:23). El mundo necesita saber acerca de este gozo, y como poseedores del sacerdocio, tenemos la gran responsabilidad de vivir de tal modo que seamos una bendición para el mundo. Bien podríamos empezar por nuestro propio hogar.

Estoy agradecido por tener un hogar, por padres que me enseñaron estos principios, y por pertenecer a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que nos enseña que tal conocimiento debe usarse para servir a otros, que enseña la verdadera naturaleza y carácter de Dios, una Iglesia que nos manda desarrollar el amor puro como la expresión coronadora de la inteligencia, la cual es la gloria de Dios.

Os testifico de la bondad de nuestro Padre; le doy gracias por haber enviado a su Hijo Amado, el Señor Jesucristo. El vive; es real; en la actualidad El dirige esta Iglesia mediante su Profeta escogido, el presidente Spencer W. Kimball. Me gustaría ilustrar mediante un ejemplo cuán sinceramente siento la veracidad de este testimonio del evangelio. Lo he extraído de mi propia experiencia, y lo hago con toda humildad.

Actualmente hay en el mundo aproximadamente 87.000 diplomas que certifican grados conferidos a doctores, abogados, ingenieros, maestros, asociados de las diversas artes, ciencias y tecnologías; entre los varios nombres que atestiguan su validez, figura también el mío. Mi nombre no aparecería en ellos si yo no pensara que son válidos, que esos grados fueron obtenidos en diez universidades y colegios superiores de éste y otros estados. Que yo sepa, los recipientes nunca han dudado de mi humilde garantía y de que sus certificados provienen de instituciones acreditadas. Humildemente testifico a estas personas y a vosotros que así como reconozco la validez de sus diplomas, estoy aún más profundamente convencido del valor del evangelio eterno y de su autenticidad. Espero que algunos de ellos, si llegasen a reconocer mi humilde hombre en su diploma, también mediten en mi testimonio de que Dios vive, que es el amoroso Padre de todos los mortales, que el Evangelio de su Hijo Jesucristo contiene el poder fundamental mediante el cual los hombres y mujeres, no importa su condición, serán bendecidos.

Este evangelio contiene los principios salvadores que ayudarán a resolver los problemas del mundo; y testifico que fueron restaurados para este propósito por el Profeta José Smith, a quien honro, y que las llaves para la remisión de pecados y la salvación de la humanidad continúan en la Iglesia hoy día bajo la dirección de un Profeta verdadero y viviente. Esto os testifico humildemente y prometo mis mejores esfuerzos en cumplir con este llamamiento y ser digno de confianza. En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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