C. G. Abril 1977
Las bienaventuranzas y nuestra perfección
élder Royden G. Derrick
del Primer Quórum de los Setenta
En un claro y hermoso día en la primavera de 1820, un muchacho de catorce años se arrodilló en un bosque y volcó sus pensamientos y sentimientos a Dios. Lo que siguió, hizo que su experiencia fuera el acontecimiento más importante en casi 1800 años: Dios el Padre y su Hijo Jesucristo se le aparecieron en persona. En consecuencia, por medio de este joven cuyo nombre era José Smith, Dios restauró su Iglesia y la plenitud de su evangelio.
Esta restauración hizo que aquella experiencia fuera tan importante. En el nombre de Jesucristo doy testimonio de que esto es verdad. Sé que él habló con Dios y que hubo una restauración de la autoridad porque el Espíritu Santo me lo testificó; y digo esto sin la menor duda, porque tengo la seguridad de que sucedió. Es importante que los miembros de la Iglesia sepan que las Autoridades Generales tienen este conocimiento, porque el Salvador, refiriéndose a la revelación individual dijo a Pedro: «Y sobre esta roca (quiere decir la roca de la revelación individual) edificaré mi Iglesia» (Mat. 16:18).
Servir al Señor no es un asunto individual; es una cuestión familiar. Cada esposa debe apoyar a su esposo en las responsabilidades que éste tiene en la Iglesia; cada esposo debe apoyar a su esposa en las que ella tiene; los hijos a sus padres, los padres a sus hijos; cada hermano a su hermana y a la vez cada hermana a su hermano.
Esto edifica la familia eterna.
Estoy agradecido a mi querida esposa que ha sido una buena compañera, una excelente madre y una extraordinaria compañera de misión. Estoy agradecido a sus padres quienes criaron una buena familia; a nuestros hijos, que a través de los años estuvieron con nosotros sirviendo al Señor. A nuestras familias, que siempre dieron su apoyo; y a mis buenos padres y a mi hermano, quienes desde su lugar celestial estoy seguro saben de mi llamamiento como un testigo especial del Salvador.
Mi esposa y yo pasamos tres años maravillosos en el norte de Inglaterra, donde servimos en la obra misional. Hacía sólo cuarenta y ocho horas que habíamos vuelto a nuestra casa, cuando recibí el llamamiento de volver urgentemente a Europa para presidir una nueva misión que se había establecido en Irlanda. Fue una gloriosa experiencia.
En ese país, donde las presiones sociales son particularmente intensas, un padre, con lágrimas en sus ojos dijo: «Me llaman tonto, mi familia me llama tonto, mis amigos me llaman tonto: pero yo aguantaré sus insultos cada día del año por lealtad a mi Salvador que me ha guiado a la Iglesia verdadera». Otro que había sido particularmente escéptico, dijo en la noche de su bautismo: «Esto es verdad, pero no solamente es verdad, sino que es toda la verdad y nada más que la verdad». Y esta es nuestra declaración al mundo al presentar este mensaje de la restauración.
Cuanta m s experiencia gano enseñando el Evangelio restaurado de Jesucristo, más me impresiona el concepto de las bienaventuranzas del que un amigo me habló hace años y que creo, merece una exposición más amplia. Las describió como cada uno de los pasos específicos en nuestro progreso hacia la perfección, los cuales nos enseñan cómo llegar a ser dignos de alcanzar la exaltación. La Biblia finaliza el capítulo de las Bienaventuranzas con estas palabras: «Sed, pues, vosotros, perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mat. 5:48).
El Salvador comienza su sermón diciendo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mat. 5:3; cursiva agregada). Cuando el Salvador dio el mismo sermón a la gente de la América antigua El dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, que vienen a mí, porque de ellos es el reino de los cielos» (3 Nefi 12:3). «Que vienen a mí», estas palabras aclaran el significando.
Cuando yo era un jovencito había una tropilla de caballos salvajes que pastaban en la pradera al norte del Capitolio. En el verano solía sentarme con mis amigos en un costado de la montaña para observarlos correr. La mayoría de los caballos parecían ser comunes, pero entre ellos había uno que tenía una gracia y dignidad que lo calificaban para guiar a la tropilla. Nosotros tratamos muchas veces de enlazarlo hasta que un día lo logramos, pero pronto nos dimos cuenta de que era tan furioso que no lo podíamos sujetar, y a pesar de nuestro esfuerzo y después de haberío intentado varias veces, nos dimos por vencidos y lo dejamos ir. Hace poco leí que los entrenadores profesionales de caballos árabes, trabajan con ellos por varios meses; al finalizar el período de entrenamiento, los colocan en un corral sin comida ni agua. Después de varios días les ponen comida y agua a cierta distancia, pero a la vista de los caballos, y éstos corren para satisfacer su apetito; pero antes de que lleguen a la comida el entrenador hace sonar un silbato; los que responden al silbato son separados como los más valiosos, porque son los que se someten al llamado del amo.
Bajo la dirección del Señor tenemos 25.000 misioneros que están buscando por el mundo a aquellos que se someten a El y a la inspiración del Espíritu Santo. Estamos encontrando en las naciones del mundo un crecido número de personas que responden al llamado, pero la mayoría prefieren satisfacer sus apetitos y hacer las cosas a su propia manera en vez de hacerlas de acuerdo con la manera del Señor.
Si amamos al Señor, nos someteremos a su plan y lo serviremos con todo nuestro corazón, mente y fuerzas; éste es el primer paso. Debemos darlo si queremos ser merecedores de la exaltación. El milagro 4 del cambio comienza cuando nos presentamos ante El con un espíritu contrito.
Luego el Salvador dijo: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación» (Mat. 5:4; cursiva agregada). Este es el segundo paso y es esencial. El apóstol Pablo habló de un dolor divino por nuestros pecados: «Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación…» (2 Cor. 7:10). Es necesario que nos arrepintamos de nuestros pecados si querernos ser perdonados y que el sacrificio expiatorio de Jesucristo tenga efecto en nuestra vida. Qué gozo se siente al trabajar con una persona que va a través del proceso del arrepentimiento, entra en las aguas del bautismo y en el reino de Dios. Allí entonces desarrolla un sentido de amor y unidad con aquellos que ya pasaron ese proceso de purificación que el mundo no entiende.
Después, el Señor dijo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mat. 5:5; cursiva agregada). Una persona mansa es aquella a quien se le puede enseñar. Todos los que están dispuestos a escuchar, pueden aprender. Aquellos que no quieren escuchar se niegan a sí mismos grandes bendiciones. No debemos preocuparnos de si nos quieren engañar, porque el profeta Moroni escribió: «Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas» (Moroni 10:5). Tenemos en nosotros mismos el receptor para distinguir la falsa doctrina de la verdadera. Sigamos los pasos descritos por el Salvador en las Bienaventuranzas y estaremos en condiciones de recibir comunicación; entonces oremos a Dios con sinceridad para tener una respuesta, y el receptor trabajará. Esta es la manera en que el Señor nos permite discernir la verdad.
Y Jesús continuó: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.» (Mat. 5:6; cursiva agregada). Leemos en el Libro de Mormón: «… porque ellos serán llenos del Espíritu Santo» (3 Nefi 12:6). Esta aclaración es importante. El Espíritu Santo es el gran maestro y nos enseña la verdad de todas las cosas.
Dios ha documentado su plan de salvación —un plan para nuestra salvación— que se encuentra en las Sagradas Escrituras, y el Señor nos ha ordenado: «Escudriñad las Escrituras» (Juan 5:39). El plan no es complicado sino que es fácil de entender, tan fácil que nunca dejamos de aprender; y, sin embargo, tan hermoso en su sencillez. El Señor nos ha prometido que si seguimos su programa, aprenderemos «línea por línea, precepto por precepto» (D. y C. 98:12), hasta el día en que seamos perfectos.
Esta promesa es para cada persona. Debemos desarrollar un insaciable apetito por todo conocimiento relacionado con nuestra salvación, porque el Salvador dijo: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17:3). No hay nada más importante y conmovedor que aprender acerca de Aquel que ha creado los mundos, y del plan que El ha preparado para nosotros.
Cuando empezamos a seguir las enseñanzas del Salvador nuestros pensamientos se vuelven a otros, porque El Dijo: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia » (Mat. 5:7). La felicidad nos inunda cuando ayudamos a otros. No hay nadie que la haya encontrado por pensar en sí mismo. Encontramos la verdadera felicidad cuando nos olvidamos de nosotros mismos, para volcarnos en el servicio a los demás; cuando somos misericordiosos con nuestros semejantes.
Ser misericordiosos nos conduce a la pureza de corazón: «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mat. 5:8).
El resultado de un corazón puro es la paz interior. El Señor declaró: «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mat. 5:9). Cuando un hombre obtiene paz interior, quiere paz en su familia, quiere paz en su comunidad, quiere paz en la nación y quiere paz en el mundo.
Mi esposa y yo viajamos recientemente por Irlanda. A los lados del camino estaba pintada la siguiente inscripción: «Británicos afuera, paz adentro». Este no es el camino que conduce a la paz; la paz viene del individuo. Estableciendo paz en el corazón y la mente de los ciudadanos de un país, habrá paz en la nación. Nosotros declaramos al mundo que vivir los principios del evangelio de Jesucristo, el cual fue restaurado por el profeta José Smith, traerá paz a los corazones de los hombres y a su vez traerá paz a las naciones del mundo.
Nunca se enseñó la doctrina del Salvador sin que hubiera oposición. El Señor dice de aquellos que están dispuestos a soportar presiones y críticas sociales y continúan sirviéndole:
«Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
«Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.» (Mat. 5:10-12; cursiva agregada.)
En esas palabras el Salvador describe el milagroso cambio que viene a la vida de quienes aceptan el evangelio de Jesucristo, el cual es un maravilloso don de Dios que satisface al alma.
El Maestro finaliza las Bienaventuranzas diciendo de aquellos que conforman su, vida a estas enseñanzas:
«Vosotros sois la sal de la tierra…
Vosotros sois la luz del mundo…
Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.» (Mat. 5; 13, 14, 16.)
El profeta Nefi, refiriéndose al Salvador dijo:
«… y los invita a venir a él, y participar de sus bondades; y a ninguno de los que vienen a él desecha…» (2 Nefi 26:44.)
A todos los seres humanos reiteramos la invitación de venir al Salvador por el camino que El ha trazado, y participar de su bondad para que gocen «de las palabras de vida eterna en este mundo, y de vida eterna en el mundo venidero, aun gloria inmortal» (Moisés 6:59), «que es el máximo de todos los dones de Dios» (D. y C. 14:7).
En el nombre de Jesucristo. Amén.
























