C. G. Abril 1977
Las características de la iglesia verdadera
élder Delbert L. Stapley
del Consejo de los Doce
A menudo se escucha de labios de individuos bien intencionados y sinceros la siguiente declaración: «Ve a tu iglesia y yo iré a la mía; pero caminemos juntos». Yo me pregunto: ¿pueden acaso caminar juntas dos personas que no estén de acuerdo en los principios básicos de la doctrina de Cristo? ¿Enseñan todas las iglesias cristianas el evangelio verdadero y sus principios, contando con la autoridad para administrar las ordenanzas de salvación que lleven a sus miembros a la exaltación en el reino celestial de Dios? Jesús enseñó:
«Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.» (Mateo 7:13-14.)
¿Sugiere acaso esta declaración del Señor que hay muchos caminos para llegar a los cielos? Muchas personas aceptan la filosofía de los hombres de que «todos los caminos llevan a Dios», mas ésta no está de acuerdo con las enseñanzas de nuestro Señor.
No hay lógica en la teoría de que las enseñanzas inconsistentes y las doctrinas discrepantes puedan arrojar los mismos buenos resultados. Si la verdad viene sólo de Dios, ¿cómo se puede enseñar en formas tan diferentes?
Sabemos que toda verdad emana de Dios y que por lo tanto es incambiable, constante y homogénea. Como consecuencia de ello, no todas las denominaciones cristianas con sus enseñanzas tan dispares pueden proveer una verdad absoluta. Es mi intención recalcar con testimonio y la persuasión que emana de las Escrituras, las razones por las que sólo puede haber un Señor, una fe aceptable, un bautismo y una Iglesia verdadera. Si cualquiera de los que me escucha queda convencido de que está equivocado en su creencia religiosa actual, debe tener el valor de investigar y la fe para cambiar y seguir el verdadero camino que Cristo ha señalado, y que nos lleva a la felicidad eterna.
Cuando Jesús estuvo entre los hombres, proclamó a sus discípulos: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6). Declaro que la doctrina que El enseñó fue la que recibió de su Padre. El no tomó gloria para sí, sino que dijo que estaba haciendo lo que el Padre le había dicho que hiciera. «Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que El hace…» (Juan 5:20). «Yo y el Padre, uno somos.» (Juan 10:30.) Esta declaración no quiere decir que sean una sola persona, sino que Jesús y su Padre son uno en propósito.
El escuchar y aceptar a Jesús, es escuchar y aceptar al Padre; sus enseñanzas y objetivos son idénticos. La doctrina de salvación es la misma para toda la progenie de Dios. Jesús oró al Padre concerniente a aquellos que cumplían con sus doctrinas y ordenanzas: «La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno» (Juan 17:22).
Para proclamar esta doctrina del Padre y del Hijo, Jesús estableció su Iglesia en la tierra; había entonces, como las hay hoy, muchas versiones de la verdad, representadas por diferentes denominaciones religiosas. El Salvador no eligió a ninguna de las iglesias establecidas por el hombre, ni cuando vivió en la tierra ni en estos últimos días, sino que organizó su propia Iglesia con profetas y apóstoles, con un plan del evangelio para la salvación y exaltación, y ésta fue la Iglesia de Jesucristo.
Jesús reconoció que las distintas sectas no contaban con la totalidad de la verdad ni poseían la autoridad para administrar las ordenanzas de salvación. Cuando muchos líderes religiosos se sintieron ofendidos por sus enseñanzas, Jesús apeló a las parábolas para enseñar la mayoría de sus doctrinas. Esto dejó en claro ante aquellos espiritualmente receptivos, que debe haber solamente «un rebaño y un pastor» (Juan 10: 16).
«De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador.
Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.
A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca.
Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» (Juan 10: 1-5.)
Cuando esta parábola no fue plenamente entendida, Jesús la explicó claramente diciendo:
«Yo soy la puerta de las ovejas…
…el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.
Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.
Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye…» (Juan 10:7,9, 11-12.)
El testimonio de que Jesús era el Buen Pastor, resultaba una terminología a la que estaban acostumbrados aquellos que desempeñaban esa labor en Palestina. Jesús sabía que quienes le escuchaban estaban al tanto de la profecía de que un pastor le había sido prometido a los hijos de Israel. David, el joven pastor que llegó a ser rey, escribió el hermoso vigésimotercer salmo que comienza diciendo «El Señor mi pastor es…» Isaías profetizó que cuando Dios descienda «como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos…» (Isaías 40: 11). No podía haber lugar a mala interpretación en lo que Jesús decía. El era su Señor, el Mesías prometido. Comparando a los falsos maestros con ladrones y truhanes a quienes les preocupaba el dinero más que el rebaño, Jesús demostraba repudio hacia los engañadores. No podría imaginarse mayor acusación. Luego, para dejar su punto en claro y para que nadie pudiera interpretarlo mal, declaró: «Habrá un rebaño, y un pastor» (Juan 10:16).
No reconoció entonces, ni tampoco lo ha hecho jamás, una multitud de rebaños ni de pastores.
Cuando Jesús puso a los apóstoles a cargo de la Iglesia en la antigüedad, éstos predicaron la misma doctrina y practicaron las mismas ordenanzas que El les había dado. Aquellos apóstoles no eran siervos que se hubieran llamado a sí mismos, sino que Jesús les dijo: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros…» (Juan 15:16).
Eran ministros autorizados, llamados para enseñar y oficiar en las ordenanzas de salvación del evangelio. Jesús les confirió la autoridad del sacerdocio y mientras permanecieron sobre la tierra, actuando bajo la autoridad que El les había dado, prevaleció la unidad de doctrina y la uniformidad en las ordenanzas. El mensaje del evangelio que se les mandó llevar al mundo, era el mismo para todos, en todas partes. No se les enseñaba diferentes evangelios a las personas para dejarles luego elegir. Había sólo un plan para todos.
A causa de la universalidad de estos requisitos para lograr la salvación, el apóstol Pablo dijo que hay «…un Señor, una fe, un bautismo» (Efesios 4:5). En otra ocasión escribió:
«Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anuncie otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.» (Gálatas 1:8.)
Una Iglesia, un ministerio autorizado, una doctrina ortodoxa del evangelio y un Espíritu Santo, caracterizaron a la Iglesia de Jesucristo en los días en que El estuvo en la tierra.
«Pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos…» (1 Corintios 14:33.)
Así es que la revelación de Dios a los líderes de la Iglesia de Jesucristo fue siempre razonable, consistente y unificada.
No fue sino hasta después de la muerte de los apóstoles de Cristo que cesó la revelación; la doctrina pura que Cristo había predicado, se mezcló con la filosofía del mundo, dando lugar a innovaciones profanas en las ordenanzas de la Iglesia. Finalmente, aquello que una vez había sido claro y comprensible se tornó enredado y confuso; y es precisamente en la confusión donde Satanás opera para hacer que la humanidad se pierda. Jesús y sus apóstoles predijeron una «caída» la que finalmente se verificó, y el cristianismo entró en una larga noche de obscuridad.
Hoy abundan multitud de iglesias y doctrinas, todas ellas asegurando tener origen divino, afirmación ésta que desafía todo razonamiento, pues contradicen las enseñanzas de Jesucristo y el modelo establecido por El. Aquel que busca honestamente la verdad debe preguntar: «¿Cuál de todos los grupos cristianos está en la verdad?» Para el que busca una guía, el apóstol Santiago escribió:
«Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.» (Sant. 1:5.)
Si con honestidad ponéis a prueba esta promesa al buscar la luz y la verdad, seréis recompensados al encontrarlas.
Moroni, un Profeta del Libro de Mormón, bosqueja una forma simple de saber sobre la autenticidad del Evangelio de Cristo:
«Y cuando recibáis estas cosas… preguntad a Dios, el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;
Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.» (Moroni 10:4-5.)
Puesto que es claro que Jesús es uno con el Padre, y que ambos aceptan sólo un rebaño, o Iglesia, es esencial que todo aquel que busca la verdad reconozca los rasgos que distinguen a la verdadera Iglesia. La Iglesia de Jesucristo siempre ha contado y contará con características fáciles de identificar.
En la verdadera Iglesia de Jesucristo podréis encontrar líderes que puedan trazar su línea de autoridad en el sacerdocio directamente hasta el Señor Jesucristo mismo. Encontraréis en su Iglesia los mismos oficiales que tenía la que El estableció, a saber: profetas, apóstoles, obispos, setentas, élderes o ancianos, presbíteros, maestros y diáconos; su Iglesia tiene que ser dirigida por un Profeta de Dios aquí en la tierra y la misión primordial de la misma debe ser hacer «discípulos a todas las naciones, bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (véase Mateo 28:19); los mismos dones del Espíritu que prevalecieron en la Iglesia en la época de Jesús, tienen que existir hoy. Algunos de estos dones son: revelación, sanidad, milagros, profecía y muchos otros. La caridad, o sea, el amor puro de Cristo, serán evidentes entre sus miembros.
El mismo poder que Jesús dio a sus apóstoles cuando les dijo: “…todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo» (Mateo 18:18), también tiene que encontrarse en su Iglesia; en ésta, los ministros autorizados por El tienen que conferir ordenanzas y bendiciones a los miembros. Estos convenios y obligaciones, si se les acepta y obedece, se aplican no solamente a esta vida, sino a toda la eternidad.
Todas las personas en la Iglesia del Señor tienen derecho a recibir conocimiento en cuanto a la veracidad de la Iglesia, mediante revelación personal del Espíritu Santo. La revelación personal es lo que da fortaleza a la Iglesia de Jesucristo en cualquier época; debemos conocer la verdad de una forma segura y no tan sólo suponiendo que estamos en lo correcto. Es nuestra responsabilidad saber, y mediante la ayuda de las Escrituras y del Espíritu Santo, uno puede saber sin lugar a dudas.
Nadie puede estudiar concienzudamente las Escrituras sin ganar conocimiento y testimonio en cuanto a que hay sólo una forma de lograr la exaltación y las Escrituras nos la indican muy claramente: debe ser hecho a la manera de Dios y no a la manera de los hombres, porque Dios ha dicho: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos…» (Isaías 55:8).
Como un siervo autorizado y testigo especial de Jesucristo en esta época, os dejo mi humilde testimonio de que la Iglesia de Jesucristo está hoy sobre la tierra. Esta Iglesia posee todas las marcas de identificación que he mencionado; presidiéndola, bajo la dirección de Jesucristo, tenemos un Profeta viviente. Su nombre es Spencer W. Kimball; Presidente de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Declaramos que la Iglesia de Jesucristo ha sido restaurada en esta época. Su Iglesia original desapareció de la tierra cuando sobrevino la apostasía; pero mediante José Smith, el Profeta llamado por Dios en esta dispensación moderna, se restauró la revelación de Dios, la doctrina y las ordenanzas originales pertenecientes a la Iglesia de Jesucristo.
Contamos con más de 25.000 misioneros que llevan el mensaje de la restauración a todas las naciones donde se les permite la entrada; son estos jóvenes de ambos sexos, y algunas personas de edad madura, todos llamados a servir voluntariamente.
Nuestro Presidente, Spencer W. Kimball ha declarado que nuestra meta es llevar el evangelio a todo el mundo:
«Invitamos a todos a que escuchen el mensaje de estos misioneros Santos de los Últimos Días. No hay otro que tenga mayor importancia para el bien de vuestra vida, tanto aquí en la mortalidad, como en los mundos eternos. Las recompensas que esperan para aquellos que son honestos de corazón y buscan la verdad, no tienen precio.» (Liahona, agosto de 1976, pág. 4.)
Un aliciente importante para investigar la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es el valor que ésta le da a la más preciosa de las posesiones, la familia. Os prometemos que si sois obedientes a las ordenanzas que se llevan a cabo en los templos sagrados del Señor, vuestros seres queridos pueden ser unidos eternamente. Al investigar nuestra Iglesia, descubriréis cómo también vosotros podéis obtener estas bendiciones.
Si no guardamos las leyes y los mandamientos, no podemos lograr las bendiciones que el Señor ha prometido, debemos aprenderlos y obedecerlos fielmente para alcanzar el reino celestial.
Os dejo mi solemne testimonio de que hay un pastor verdadero -nuestro Señor Jesucristo- una fe, un bautismo, y solamente una Iglesia de Cristo. Os exhorto a que escuchéis la voz del Buen Pastor, investiguéis el mensaje de su Iglesia y ganéis un testimonio personal de su veracidad. Este es mi humilde ruego, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























