Sigamos al profeta viviente

C. G. Abril 1977logo pdf
Sigamos al Profeta viviente
élder Victor L. Brown
Obispo presidente

Victor L. BrownDesde que hablé la última vez al Sacerdocio de la Iglesia, ha habido unos cambios fundamentales en la responsabilidad del Obispado Presidente.

La Primera Presidencia ha anunciado que el Consejo de los Doce Apóstoles tendrá la responsabilidad de todos los programas para la juventud y también ha dado al Obispado Presidente muchas de las responsabilidades temporales de la Iglesia. Nosotros, como obispos, hemos disfrutado mucho de nuestra asociación con la juventud por todo el mundo, así como con nuestros asociados del Sacerdocio Aarónico y de las Mujeres Jóvenes An las Oficinas Generales. El hecho de que se haya efectuado este cambio no disminuye nuestro interés ni nuestro amor por la juventud. Seguimos sintiendo que la juventud de hoy es una generación real y rogamos por el bienestar y el éxito de los jóvenes de todas partes.

Continuamos sirviendo en el Sacerdocio Aarónico en lo que respecta a los asuntos temporales del reino. Durante las seis semanas pasadas, he viajado con uno de mis consejeros a cada área de la Iglesia fuera de los Estados Unidos y Canadá, presidida por un supervisor de área que es una Autoridad General. A medida que conocemos más de cerca el rápido crecimiento de la Iglesia en muchos países, con el resultado de tensiones y problemas en la organización temporal de la Iglesia y en sus recursos físicos, vemos claramente por qué el Señor inspiró a su Profeta para que efectuara estos cambios realizados recientemente.

Yo creo que en esto se halla uno de los principios más importantes y fundamentales que todos deberíamos reconocer. Esta lección la enseñó el Salvador según se registra en Mateo 16: 13-18:

«Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?

Ellos dijeron unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros Jeremías, o alguno de los profetas.

El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.

Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca (la roca de la revelación) edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.»

El sacerdocio que poseemos y la Iglesia a la que pertenecemos hoy, son los mismos que en el principio fueron restaurados mediante la revelación a un Profeta José Smith—y hoy son dirigidos por un Profeta: el presidente Spencer W. Kimball. Sé que esto es verdad y estoy muy agradecido por este conocimiento.

Todos los cambios que se han efectuado durante el ministerio del presidente Kimball son resultados de la revelación, la misma revelación a la que se refirió el Salvador como la roca principal de los cimientos de su Iglesia. Con todo mi corazón, junto con mis consejeros, acepto al presidente Kimball como el Profeta de Dios, y acepto su dirección en todas las cosas, no sólo con buena voluntad sino con entusiasmo, y alentamos a todos los miembros fieles de la Iglesia a hacer lo mismo.

En varias oportunidades el presidente Lee dio sabios consejos con respecto a que debemos seguir al Profeta viviente. Quisiera citar parte de uno de sus discursos dados en la Universidad de Brigham Young:

«Ahora permitidme hacer una referencia personal, que intentaré tratar de manera que se conserve su carácter confidencial. Es el caso de una bella esposa y madre, hija de una familia adinerada, que se había marchado de su casa y estaba en el Este del país. Ella y su marido habían ido a realizar trabajo social entre la gente de un barrio de baja reputación, y me escribió una carta bastante interesante. Citaré un solo párrafo: `Mañana mi esposo se afeitará su larga barba, a causa de un pedido del presidente de la estaca y de las instrucciones de usted, aparecidas en el Boletín del Sacerdocio. Según parece, no debe presentar un aspecto de rebelión si va a recibir una recomendación para ir al templo. Yo he llorado amargamente; Moisés y Jacob tenían el rostro barbado, y yo veía la sabiduría y la espiritualidad de los profetas antiguos reflejadas en la cara de mi propio marido. Era para mí como si se cortara un símbolo de las cosas buenas que mi generación ha aprendido’. Luego, al fin de la carta, había un desafío para mí: `Estamos preparados como jóvenes para recibir dirección clara, específica y firme. Las implicaciones sin firmeza no se aceptan bien en estas partes. Contamos con usted para decir las cosas tal como son’.

No sé si ella se daba cuenta de lo que pedía cuando me decía que yo le dijera las cosas tal como son, pero he aquí algunas de las que le escribí:

`Usted comienza su carta con las palabras: Querido presidente Lee, y en su primera frase se refiere a mí como el Profeta del Señor. Ahora bien, en su carta me dice que está entristecida porque su esposo tiene que afeitarse la barba y cortarse el cabello, los cuales, según usted, hacían que él se pareciera a los profetas Moisés y Jacob; le apena que él ya no tenga ese parecido. Yo me pregunto si no sería más sabio pensar en seguir la apariencia de los profetas de hoy. El presidente David O. McKay no llevaba barba ni pelo largo; tampoco el presidente Joseph Fielding Smith; y tampoco los tiene su humilde servidor, a quien ha reconocido como el Profeta del Señor.

La inconsecuencia de su carta me ha hecho reflexionar sobre una experiencia que tuve en el campo misional cuando en compañía de otros misioneros y del presidente de la misión, fuimos a la cárcel de Cartago, donde fueron asesinados el profeta José y su hermano Hyrum. En esa reunión se mencionaron los sucesos que condujeron a estos últimos al martirio. Luego el presidente de la misión hizo unos comentarios significativos, diciendo que cuando murió el profeta José Smith, hubo muchos que murieron espiritualmente con él; asimismo hubo muchos que murieron espiritualmente con Brigham Young, y también con otros presidentes de la Iglesia, porque eligieron seguir al hombre que había muerto en lugar de ser leales a su sucesor, sobre quien el Señor había puesto el manto de dirección.’ Y luego le pregunté a la señora a quien escribía: `¿Sigue usted la apariencia de profetas que vivieron hace siglos? ¿Es usted realmente fiel a su fe como miembro de la Iglesia al no seguir, en lo que respecta a la apariencia, a los que hoy presiden la Iglesia? ¿Por qué será que usted quiere que su marido se parezca a Moisés y a Jacob, en vez de tener la apariencia de los profetas modernos por quienes usted expresa lealtad? Si medita seriamente en esto se le secarán las lágrimas y comenzará a pensar diferente’.» (Speeches of the year, BYU Press, 1974, págs. 97-98.)

Otra importante lección en lo que respecta a seguir la dirección del Profeta viviente, se halla en II Reyes, capítulo 5, versículos 9 a 14. Habla de un gran guerrero y siervo del Rey de Siria que se llamaba Naamán. Naamán había contraído lepra, y fue enviado al Rey de Israel quien, a su vez, lo mandó al profeta Eliseo.

«Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo.

Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio.

Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra.

Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado.

Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate y serás limpio?

El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio.»

El presidente Romney cuenta una experiencia interesante relacionada con el hecho de seguir al Profeta viviente:

«Un día, cuando vivía el Presidente Grant, me fui a mi oficina después de una conferencia general. Al poco rato llegó un hombre anciano para verme; estaba perturbado por lo que habían dicho en la conferencia algunos de los hermanos, incluso yo. Por la manera en que hablaba, me di cuenta de que era de algún país extranjero. Después de calmarlo suficientemente como para que me escuchara, le pregunté: `¿Por qué vino usted a los Estados Unidos?’

`Vine porque el Profeta de Dios me dijo que viniera.’

`¿Y quién era ese Profeta?’, volví a preguntar.

`Wilford Woodruff.’

`¿Cree usted que Wilford Woodruff fue un Profeta de Dios?’

`Si , contestó.

`¿Cree usted que su sucesor, el presidente Lorenzo Snow, fue un Profeta de Dios?’

`Sí, lo creo.’

`¿Cree usted que el presidente Joseph F. Smith fue un Profeta de Dios?’ `Sí, hermano.’

Y luego le hice la pregunta decisiva: `Cree usted que Heber J. Grant es un Profeta de Dios’, y contestó;

`Creo que debería callarse la boca en lo referente a la ayuda económica para los ancianos.»‘ (Conference Report, abril de 1953, pág. 125.)

¡Qué bendición tan grande es vivir en este mundo y tener oídos para oír los consejos y la guía del Profeta viviente de Dios! Esta guía puede traernos la paz interior en horas de gran confusión y dificultad. Ruego que cada uno de nosotros escuche y siga al presidente Kimball, de quien testifico que es el portavoz del Señor para el género humano. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario