Un manto de plata

C. G. Abril 1977logo pdf
Un manto de plata
presidente Marion G. Romney
De la Primera Presidencia

Marion G. RomneyEl tema que he escogido para esta oportunidad lo he extraído de un canto que solíamos entonar en el ejército en el año 1918, cuando la situación tenía un aspecto lúgubre. Comenzaba diciendo:

“Hay un manto de plata que a través de las oscuras nubes resalta”

(Lena Gilbert Ford)

Lo he elegido, porque aún cuando en el tiempo actual se avizoran épocas difíciles, estoy seguro de que para las condiciones del mundo también hay un «manto de plata» y que «detrás de lo desconocido se levanta Dios entre la sombra, velando por lo que es suyo» (La crisis presente, por James Russell Lowell).

Típica de la preocupación general es la declaración que hizo hace algunos años el Secretario de las Naciones Unidas:

«No deseo ocultar mi profunda preocupación por la situación que prevalece en el mundo», dijo, «preocupación que me consta debe ser compartida por toda la gente responsable, dondequiera que se encuentre.  Existe un sentimiento casi universal de aprehensión en cuanto adónde nos llevará la tumultuosa evolución de nuestra época, un sentimiento de profunda ansiedad ante un fenómeno que no podemos llegar a comprender y menos aún, controlar. En todas nuestras especulaciones, la mayoría de las cuales son deprimentes, sobre lo que nos espera en el futuro, sobresale una nota de desolación y fatalismo que hallo profundamente molesta.  No se trata de un fenómeno nuevo.  Las profecías horrendas han sido a menudo síntoma de períodos de transición y cambio en la sociedad humana.  Lo que es nuevo es el alcance de los problemas que dan origen a estas preocupaciones…

«La civilización que hoy se enfrenta a tan grandes desafíos, no es ya una pequeña parte de la humanidad sino que es la humanidad entera.» (Discurso de Kurt Waldheim, agosto de 1974)

Otro recordatorio siniestro se encuentra en un artículo recientemente publicado, concerniente a un nuevo libro intitulado «The End of Affluence» (El fin de la afluencia), que describe a la humanidad en el borde de un abismo de escasez que parece no tener fin. (Por Paul Erligh y su esposa.  Servicio de Prensa de la Universidad de Stanford, dic, de 1974.)

Estos vaticinios son desalentadores. Sin embargo, no son sorpresa para los Santos de los Últimos Días, porque sabemos que hace casi ciento cincuenta años el Señor dijo que a menos que la conducta de los habitantes de la tierra cambiara, los conduciría al desastre.  Diagnosticó su causa, predijo que el momento llegaría, y prescribió las formas mediante las cuales podría ser evitado.

El dijo de los habitantes de la tierra, explicando la causa del desastre que se avecinaba: «Porque se han desviado de mis ordenanzas, y han violado mi convenio sempiterno.

No buscan al Señor para establecer su justicia sino que todo hombre anda por su propio camino, y conforme a la imagen de su propio Dios …

Por tanto, yo, el Señor, sabiendo de las calamidades que vendrían sobre los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, le hablé desde los cielos y le di mandamientos;

Y también les di mandamientos a otros para que proclamasen estas cosas al mundo . . .» (D. y C. 1: 15-18.)

El Señor se refiere aquí a las comunicaciones que tuvieron lugar entre El y José Smith durante los once años previos, que habían comenzado con una aparición personal de Dios el Padre y Jesucristo su Hijo.  En estas comunicaciones y revelaciones, Dios ha declarado que los espíritus de todos los hombres son su progenie literal; explicó que la tierra fue creada a su instancia para ser el lugar donde habitaríamos nosotros, sus hijos en el espíritu, y donde seríamos probados para ver si hacíamos lo que El, nuestro Padre y Dios nos mandara.  El sabía, a causa de su experiencia sin fin, cómo tendríamos que comportarnos para poder evitar las calamidades que se han venido repitiendo y han devastado a los habitantes de la tierra.

Sabiendo estas cosas, instruyó a la primera generación de la humanidad, y del mismo modo ha venido instruyendo a todas las generaciones siguientes, en cuanto a cómo vivir para permanecer y prosperar. Les ha dicho que si seguían sus direcciones, serían bendecidos y florecerían en la tierra.  Al mismo tiempo ha advertido que si los hombres persistían en no dar oído a lo que El nos indicaba, se echarían sobre sus espaldas grandes calamidades y desastres.

Estas direcciones y advertencias no han sido edictos arbitrarios, sino que se trata de las enseñanzas, los consejos y los ruegos de un amoroso Padre Celestial, y de la única forma de alcanzar paz y felicidad. Estas advertencias apoyan la ley irrevocable, cuyo cumplimiento es indispensable para lograr la paz y el progreso.

La tierra en si misma responde, según la obediencia o la desobediencia del hombre.

La obediencia invoca una cooperación pacífica y benéfica de los elementos.  La desobediencia puede producir y a menudo ha producido «calamidad en forma de un fenómeno destructor». La desobediencia total en los días de Noé trajo una gran inundación.» (Dr.  James E. Talmage, Improvement Era, junio 1921, pág. 738.)

Consideremos algunas de las instrucciones básicas de Dios, obedeciendo las cuales se logran paz y prosperidad.

El primer mandamiento que dio a Adán y Eva después que partieron del jardín de Edén, fue que deberían «adorar al Señor su Dios» (Moisés 5:5).  El significado de este mandamiento subraya todos los demás.  Notemos cómo el Señor ha hecho énfasis en esto en más de una oportunidad.

«Yo soy el Señor tu Dios …

No tendrás Dioses ajenos delante de mí.

No tornarás el nombre del Señor tu Dios en vano.» (Éxodo 20:2-3, 7.)

De esta forma comienzan los Diez Mandamientos.

Al abogado que preguntó: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?» Jesús le respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mateo 22:36-37).

El Señor aludía a estos mandamientos cuando le dijo al profeta José Smith concerniente a esta generación:

«No buscan al Señor para establecer su justicia sino que todo hombre anda por su propio camino, y conforme a la imagen de su propio Dios, cuya imagen es a semejanza del mundo.» (D. y C, 1:16.)

Estos mandamientos junto con otros, y conjuntamente con las bendiciones prometidas, fueron recalcados en los mandamientos dados a José Smith para nuestra instrucción:

«No mentirás.» (D. y C. 42:2 l.)

«Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, alma, mente y fuerza, y en el nombre de Jesucristo le servirás.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hurtarás, ni cometerás adulterio, ni matarás, ni harás ninguna cosa semejante.

Darás las gracias al Señor tu Dios en todas las cosas.

Y para que te conserves más limpio de las manchas del mundo, irás a la casa de oración y, ofrecerás tus sacramentos en mi día santo;

Y si hacéis estas cosas con acción de gracias, con corazones y semblantes alegres…… la abundancia de la tierra será vuestra.

Aprended, más bien, que el que hiciere obras justas recibirá su galardón, aun la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero.» (D. y C. 59:5-7, 9, 15-16, 23.)

¿Pensáis que esta generación merece esta recompensa a causa de haber observado los mandamientos?

A continuación quisiera mencionar algunos ejemplos de lo que el Señor ha dicho que mereceremos y recibiremos si seguimos un camino equivocado y rehusamos arrepentirnos:

«Porque una plaga asoladora caerá sobre los habitantes de la tierra y seguirá derramándose, de cuando en cuando, si no se arrepienten, hasta que se quede vacía la tierra, y los habitantes de ella sean consumidos y enteramente destruidos por el resplandor de mi venida.

He aquí, te digo estas cosas aun como anuncié al pueblo la destrucción de Jerusalén; y se verificará mi palabra en esta ocasión así como se ha verificado antes.» (D. y C. 5:19-20.)

En la sección 88 de las Doctrina y Convenios, el Señor nos dio este consejo y profecía:

«Perseverad en la libertad que os ha hecho libres; no os enredéis en el pecado, sino queden limpias vuestras manos, hasta que el Señor venga.

Porque, de aquí a poco, la tierra temblará y se bamboleará como un borracho; y el sol esconderá su faz, y rehusará dar su luz; y la luna será bañada en sangre; y las estrellas se irritarán excesivamente, y se arrojarán hacia abajo como el higo que cae de la higuera.» (D. y C. 88:86-87.)

Todos los actos de los gobiernos, todos los ejércitos de las naciones, toda la cultura y la sabiduría de los hombres, no pueden evitar estas calamidades.  La única forma en que pueden ser evitadas es que el hombre acepte y se apegue a la forma de vida revelada por Dios, nuestro Padre Celestial.

Las calamidades vendrán a modo de causa y efecto.  Seguirán en una forma natural e «inevitable a los pecados de la humanidad y al estado degenerado de la raza». (Improvement Era, James E. Talmage, junio de 192 1, pág 73.)

No pensemos ni por un momento que el Señor se regocija en estas calamidades.  No es así.  El describe claramente las consecuencias inevitables de los pecados del hombre, con el propósito de exhortarle a que se arrepienta y por consiguiente evite esas consecuencias.

Y ahora para concluir, consideremos por un momento el manto de plata del que he hablado.

Del mismo modo en que el Señor ha advertido en más de una oportunidad, que el quebrantar sus mandamientos traería calamidades, también ha prometido que la observancia de los mismos evitaría el desastre y traería bendiciones sobre el mundo.

Del mismo modo que la desobediencia trajo el diluvio, así también la obediencia santifica a la Sión de Enoc.

«Y el Señor bendijo la tierra, y fueron bendecidos… y florecieron.

Y el Señor llamó a su pueblo Sión, porque eran uno de corazón y voluntad, y vivían en justicia.» (Moisés 7:17-18.)

En la antigua América, al mismo tiempo que en Jerusalén se llevaba a cabo la crucifixión de Cristo, los rebeldes fueron destruidos por medio de terremotos, tornados, y fuego, pero los sobrevivientes justos crearon una sociedad que llegó a disfrutar de una paz perfecta. (4 Nefi 2, 16.)

A través de Malaquías el Señor prometió a Israel que mediante su fe las estaciones del año serían propicias y caerían copiosas lluvias, haciendo que todo fuera tan abundante que la gente no tendría lugar para guardar sus productos (Malaquías 3:8-12).

Una seguridad similar ha sido dada en estos últimos días.  Nefi, profetizando y hablando de nuestra época, dijo que Dios «preservaría a los justos por su poder… aun hasta la destrucción de sus enemigos por fuego.  Por lo tanto, los justos no necesitan temer» (1 Nefi 22:17).

Hablándoles a sus apóstoles concerniente a nuestra época, el Señor Jesús dio:

«Verán una plaga arrolladora, porque una enfermedad desoladora cubrirá la tierra.

Pero mis discípulos estarán en lugares santos, y no serán movidos; pero entre los inicuos, los hombres levantarán sus voces y maldecirán a Dios, y morirán.

Y también habrá terremotos en diversos lugares, y muchas desolaciones; aun así, los hombres endurecerán sus corazones contra mí, y empuñarán la espada el uno contra el otro.

Y ahora cuando yo, el Señor, hube hablado estas palabras a mis discípulos, ellos se turbaron.

Pero les dije: No os turbéis, porque cuando todas estas cosas acontezcan, sabréis que serán cumplidas las promesas que os han sido hechas.» (D. y C. 45:31-35.)

«Porque no hago acepción de personas», dijo el Señor, «y quiero que todo hombre sepa que el día viene con rapidez; la hora no es aún, mas está a la mano, cuando se quitará la paz de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio.

Y también», y he aquí el punto más brillante en el manto de plata, «el Señor tendrá poder sobre sus santos, y reinará entre ellos…» (D. y C. 1:35-36.)

Que podamos basarnos con plena fe en esta seguridad, y guardar los mandamientos para que podamos ser sostenidos por el conocimiento de que «detrás de lo desconocido se levanta Dios entre la sombra, velando por lo que es suyo».

Lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo, nuestro Redentor.  Amén.

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