C. G. Abril 1977
Una diaria porción de amor
élder H. Burke Peterson
del Obispado Presidente
Hace ya unos años, en una de nuestras reuniones de testimonio, un joven padre bendijo con orgullo a su primer hijo. Luego él se paró para dar su testimonio. Agradeció por su hijo, y entonces dijo emocionado que aunque el pequeñito no entendía nada de lo que ellos decían, él anhelaba poder tener un medio de comunicarse con el niño. «Todo lo que podemos hacer», dijo, «es sostenerlo, abrazarlo con cariño, besarlo y susurrarle al oído palabras de amor.»
Después de la reunión fui y le dije al joven padre, que en su testimonio él nos había enseñado una manera eficaz para criar niños saludables, y que esperaba que nunca lo olvidara; espero que él haya continuado siendo así aun hasta la madurez de sus hijos.
Una de las tragedias que vemos cada día a nuestro alrededor es la cantidad innumerable de niños y adultos que viven literalmente abatidos porque no reciben su porción diaria de amor. Entre nosotros tenemos miles de personas que darían cualquier cosa por escuchar las palabras y sentir el calor de estos sentimientos. Todos conocemos a alguien que esta triste y desanimado por no haber recibido nunca una palabra de amor.
Años atrás fui asignado para visitar una misión en un país lejano. Antes de nuestra primera reunión con los misioneros, le pregunté al presidente de la misión si había algún problema en particular que necesitara tratar; él habló con mucha tristeza de un misionero que había decidido volver a su casa sin terminar su misión, «¿Podría ayudarlo si hablara con él?», le pregunté. El presidente no estaba muy seguro de ello. Cuando me llegó el momento de saludar a los misioneros antes de la reunión, no me fue difícil darme cuenta cuál era el que tenía el problema. Entonces le dije al presidente que, si no le molestaba, me gustaría hablar con el joven después de la reunión. Lo observé durante la reunión, pero lo único que veía en él era la gran goma de mascar que tenía en la boca. Después que terminamos, este joven misionero se acercó al estrado y entonces aproveché para decir: «¿Podemos conversar un rato?» Me respondió con absoluta indiferencia y sin ningún interés. Nos apartamos hacia un lado, nos sentamos juntos, y le di mi mejor sermón sobre las razones por las cuales un misionero no debe abandonar su misión. El continuó mirando hacia afuera sin prestarme atención.
Durante unos días, mantuvimos reuniones, y en una oportunidad él se sentó en la primera fila, leyendo un diario mientras yo hablaba. Su actitud me hacía sentir frustrado y confundido; para entonces, yo estaba convencido de que lo más razonable sería que volviera a su casa… cuanto antes mejor. Durante esos dos días yo había orado para encontrar la manera de llegar a él, pero sin ningún resultado. La última noche, después de la reunión, me encontraba hablando con algunas personas enfrente a la capilla cuando repentinamente lo vi y en el mismo momento sentí que no había hecho todo lo posible; me disculpé, y fui hacia él. Le extendí la mano y mirándolo a los ojos le dije: «Élder, me alegro de haberío conocido. Deseo que sepa que desde lo más profundo de mi corazón yo lo quiero mucho». Y sin decir nada más nos separamos.
Más tarde, al salir de la capilla y dirigirme a mi auto, allí estaba él otra vez. Nuevamente le tomé la mano, le puse el brazo sobre los hombros y mirándolo a los ojos le dije: «Realmente sentí lo que le dije antes. Siento amor por usted. Por favor, manténgase en contacto conmigo.»
El espíritu se comunica con el espíritu. Fue entonces cuando, con los ojos llenos de lágrimas, me dijo: «Obispo Peterson, no puedo recordar que en toda mi vida alguien me haya dicho que me amaba». En ese momento supe por qué él estaba confundido e inseguro, y deseaba dejar la misión.
Refiriéndose a sus hijos, muchos dirán: «Ellos saben que los amo. ¿No me sacrifico por ellos? ¿No les he dado ropa, un hogar y educación?» No os confundáis: a menos que una persona sienta que su necesidad de amor ha sido satisfecha, la responsabilidad de los padres no se ha cumplido.
Debemos hacer un esfuerzo aún mayor para comunicar verdadero amor a nuestros hijos cuando tienen dudas. El amor de los padres hacia sus hijos no debe depender de la actitud de éstos, puesto que muchas veces, aquellos que según nuestra opinión, merecen menos nuestro amor, son los que más lo necesitan. Recordad esta escritura dirigida a los padres:
«Ni permitiréis que vuestros hijos anden hambrientos o desnudos, ni que quebranten las leyes de Dios, ni que contiendan y riñan unos con otros y sirvan al diablo, que es el maestro del pecado, o el espíritu malo de quien nuestros padres han hablado, ya que es el enemigo de toda justicia.
Mas les enseñaréis a andar por las vías de verdad y prudencia; les enseñaréis a amarse mutuamente y a servirse el uno al otro.» (Mosíah 4:14-15.)
Permitidme sugerimos que los hijos prestarán más atención a las enseñanzas de los padres, si éstas han sido entretejidas con los hilos dorados del verdadero amor. Si deseamos que nuestros consejos perduren, deberán ir acompañados o seguidos de acciones que no puedan ser olvidadas.
Hay muchas personas que esperan que otro dé el primer paso. Si vosotros sois padres o hijos, esposos o esposas que habéis estado esperando que el otro exprese sus sentimientos primero, escuchad lo siguiente:
Uno de los secretos más eficaces para la felicidad se encuentra en 1 Juan, capítulo 4, versículo 19 y sólo consta de diez palabras: ¡Leedlas cuidadosamente! «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero». ¿Comprendéis el mensaje? «El nos amó primero.» Esto ha de ser así porque es lo correcto. Vuestros hijos os amarán, vuestros hermanos os amarán, vuestro compañero eterno os amará, porque vosotros los habéis amado primero. Con esto no quiero decir que sucederá en un día, en una semana o en un año; pero sucederá si persistís en ello. Si no habéis tenido la costumbre de expresar ‘Vuestros sentimientos con frecuencia, comenzad a hacerlo poco a poco, quizás debería decir «gota a gota», porque un cambio brusco puede causar efectos negativos. Continuad administrando paulatinamente la dosis, de acuerdo con la aceptación que recibáis. Pero, hagáis lo que hagáis, sed sinceros y honestos en todo lo que decís.
Montañas que parecían imposibles de escalar, han sido escaladas por aquellos que tuvieron la confianza que les dio el sentirse amados. Las prisiones y otras instituciones, aun nuestros propios hogares, están llenos de seres que tienen sed de verdadero amor.
En un mundo donde Satanás está atacando como nunca a los hijos de los hombres, no tenemos mejor arma que un puro y generoso amor como el de Cristo.
Sé que para algunos ésta no será una manera fácil de comenzar. Nuestra vida pasada, costumbres y cultura son diferentes. Mas, no obstante lo fácil o difícil que nos resulte, el Maestro dio este mandamiento a todos en general. No era para unos pocos en un país ni para muchos en otro; no fue dirigido a una familia aquí o allí, sino que a todos sus hijos, en todo lugar. ¡Expresad vuestro amor ahora! Demostradlo ahora, para que podamos gozar’ de las eternidades juntos, como familias.
El Señor nos dijo:
«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.»
En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.» (Juan 13:34-35.)
¡Todos podemos ser sus discípulos!
Hace dos semanas, me crucé con el presidente Kimball mientras nos dirigíamos apresuradamente a una reunión; el Presidente se detuvo, me tomó las manos, me miró a los ojos y, olvidándose de todos sus importantes asuntos me dijo: «Es lamentable que a veces estemos tan ocupados. No creo que últimamente, le haya dicho cuánto lo aprecio y lo amo». Yo sentí su espíritu, le creí, y mi espíritu se elevó a alturas hasta entonces ignoradas.
Si viene del corazón, dará resultado hermanos, y llevará la paz a un alma afligida. De modo que os ruego, intentadlo una vez…. y otra vez… y otra… yo sé que aquel que nos dio el mejor ejemplo, vive. Sé que El es el Cristo. De todo esto os testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.























