Las mejores calificaciones

Conferencia General Octubre 1977logo pdf
Las mejores calificaciones
por el élder Marion D. Hanks
de la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta

Marion D. HanksHe tenido la oportunidad de reunirme con algunos de los maravillosos capellanes que nos representan en diversas partes del mundo, y que han venido a la conferencia; al hacerlo, hermosos recuerdos han venido a mi memoria.  Uno de ellos me hizo sonreír al recordarme a uno de nuestros hermanos, que había terminado su gira por Vietnam y partía, en momentos en que nosotros llegábamos. Su comentario al alejarse fue: «Me voy de aquí con una mezcla de sentimientos: gozo y alegría».  Hermanos, cuando pensamos en vosotros y en la gran contribución a la causa que hacéis en toda la tierra, experimentamos la misma mezcla de sentimientos.

Hoy volví a sonreír al recordar una tarde, no hace mucho tiempo, en el Campamento Nacional de Boy Scouts. Llovía torrencialmente y yo estaba empapado, cuando vi a uno de los muchachos que se deslizaba resbalando por el barro de un terraplén a un charco de barro- estaba mojado y cubierto de lodo.  Yo le dije: «Hijo, no pareces sentirte muy a disgusto con la lluvia», y me respondió que no.  A lo cual agregué: «Entonces, no debes echar mucho de menos tu hogar.» «No, señor», contestó.  «Esto no lo puedo hacer en mi casa.»

Esta noche quiero hablaros sobre dos muchachos como éste y dos buenos hombres, que forman el tema central de mi discurso.

Los muchachos son jóvenes especiales como vosotros, y los hombres son líderes escogidos en la Iglesia y la comunidad.  Conocí a uno de estos padres y a su hijo de cinco años hace unos días.  El padre me dijo de una conversación que había tenido con su hijo, en la que le explicó que las elecciones se acercaban y que se le había pedido que se postulara para un cargo político. «¿Crees que debo aceptar?» le preguntó. «No creo», respondió el pequeño. El padre continuó: «Y la semana próxima algunos líderes de la Iglesia visitarán nuestra estaca, y quizás me pidan que continúe como presidente.  Si me lo piden, ¿crees que debería aceptar?» «No creo», fue la respuesta nuevamente. «¿Qué quieres que haga, entonces?» preguntó el padre, riendo.  Su hijo le respondió: «Sólo quiero tener un padre como todos».

El otro relato, igualmente interesante y significativo, es sobre una familia que le da mucha importancia a la educación y a las notas que sacan en la escuela.  El padre tuvo una desagradable sorpresa cuando su esposa le mostró la tarjeta de calificaciones que su hijo había sacado en la escuela secundaria, y que en una materia tenía «Regular».  El padre caviló sobre el asunto y cuando su hijo volvió, lo invitó a que pasara a su estudio, le mostró la tarjeta y le preguntó con tono severo: «Hijo, ¿qué es esto que veo en tus calificaciones?» «Papá», respondió el joven, «espero que veas los cinco’ Sobresalientes’.»

Es fácil comprender que puede resultar difícil para un muchacho darse cuenta de que el suyo puede ser «un padre como todos» y, al mismo tiempo, hacer cosas importantes; y también, que a veces sea difícil apreciar las buenas calificaciones, cuando entre ellas hay una mala nota.  Por lo tanto, permitidme decir esta noche unas palabras a los hombres, que una vez fueron muchachos, y a los muchachos que pronto serán hombres. Nosotros, los hombres, recordamos cuando éramos jóvenes; pero es difícil para un joven imaginar lo que es ser hombre. De todos modos, jóvenes, vosotros seréis hombres, buenos o malos; y es muy importante para vosotros y para todos aquellos sobre quienes tengáis influencia, que seáis buenos muchachos en todos los aspectos, a fin de llegar a ser buenos hombres.

Nosotros, los hombres, que tratamos de hacer muchas cosas importantes, nos damos cuenta de que ninguna de ellas valdrá mucho, ni habrá nada que nos brinde grandes satisfacciones, a menos que hayamos hecho todo lo que debemos en nuestro hogar.

En cuanto a las calificaciones, todos debemos recordar que aunque la perfección es una meta digna, y aunque las buenas notas son importantes, todas las personas tenemos diferentes capacidades, dones e imperfecciones, y que cualquier calificación que represente un esfuerzo sincero y honesto, debe ser aceptable.

Después de todo, lo que realmente importa es qué clase de personas somos.  Los problemas del mundo son, en realidad, problemas de todos los humanos, y las oportunidades que da el mundo son, básicamente, las mismas para todos.  Aquellos que ayudan a resolver los problemas y aprovechan las oportunidades, son los que han establecido sólidamente sus prioridades, y son maduros y de carácter firme.

Hay otra cosa que debemos considerar al hablar de padres e hijos: muchos jóvenes crecen sin un padre.  Mi propio padre murió cuando yo era niño; por lo tanto, sé muy bien que hay muchos muchachos que no tienen padre, o que quizás tengan uno que no sea el mejor ejemplo para ellos; esos no tienen «un padre corno todos».  Además de ser buenos padres para nuestros hijos, los hombres cabales deben mostrar interés en otros jóvenes también.  Incluso los jóvenes bendecidos con una madre maravillosa como la mía, necesitan tener un hombre a quien emular, amar y seguir-, necesitan que un hombre les enseñe a ser hombres; de lo contrario, pueden aprender como muchos, imitando a hombres que están equivocados, que pueden tener ideas perversas, o que piensan que ser hombre es tener musculatura o dinero, o estar en contacto con el crimen, la vulgaridad, el juego o las conquistas amorosas.

No podría prescribir el número de reuniones y actividades a las que deberíamos de ir, entre aquellas que se nos presentan, pero deberíamos dar prioridad absoluta a dedicar todo el tiempo que sea necesario para estar cerca de nuestra familia y ser amigos de un joven o jovencita que necesiten ayuda.

Haced uso de vuestra imaginación conmigo por un momento.  Imaginad que dibujo una estrella en un extremo de un pizarrón.  Esa estrella representa a un joven que se llama Mario.  Después dibujo un círculo que rodea estrechamente a la estrella, y que representa la familia de Mario, incluyendo una madre que lo ama mucho un padre que habla con él, lo escucha, le dedica tiempo.

En el otro extremo del pizarrón dibujo otra estrella que representa a Raúl; éste no es tan afortunado, no tiene una familia como la de Mario.  Cualquier ayuda que él reciba de un hombre que pueda darle un buen ejemplo, tendrá que provenir de otra parte, y no de su casa.

Ahora imaginad que dibujamos líneas que se extienden desde el círculo de la familia de Mario y desde la estrella que representa a Raúl.  Imaginad que escribimos en esas líneas las buenas influencias que habría disponibles para cada uno de los jóvenes, si todos cumpliéramos con nuestro trabajo en los programas de la Iglesia.  Allí tendrían que aparecer los líderes en la Primaria, Escuela Dominical, Hombres y Mujeres Jóvenes, Escultismo, Seminarios; quórumes y presidencias del Sacerdocio Aarónico; asesores y maestros orientadores; también aparecerían los líderes del Sacerdocio de Melquisedec y de la Sociedad de Socorro para ambos muchachos, porque aun cuando la mejor familia necesita todo el apoyo que pueda recibir, un joven sin la guía de su padre tiene una necesidad más grande de amigos, especialmente aquellos que puedan ayudarlo y darle el ejemplo de cómo debe ser un hombre.

Todas estas influencias benefactoras deben ser coordinadas por un buen obispado, que ore humildemente, haga planes sabios, organice cuidadosamente, delegue con confianza y se asegure de que los planes se cumplan; en esta forma, los miembros del obispado tendrán tiempo para dedicar la atención personal que los jóvenes necesitan, y que aprecian más que el tiempo que pudieran dedicar a otras formalidades, que quizás otras personas podrían dirigir tan bien como ellos.

¿Que sucede cuando lo que hemos estado imaginando se convierte en realidad? Os contaré sobre un joven a quien conozco personalmente, que recibió esa atención y respondió positivamente.

No hace mucho tiempo, y no muy lejos de aquí, un joven entró a una farmacia, se presentó al dueño y le dijo el nombre de su madre, una viuda, preguntándole luego si había alguna posibilidad de conseguir trabajo en la farmacia, a fin de poder pagarle las medicinas que había dado a la familia y no se le habían pagado todavía.  El dueño de la farmacia realmente no necesitaba a nadie pero, impresionado por la gran integridad de aquel joven de diecisiete años, hizo arreglos para que trabajara en la farmacia algunas horas los sábados.

El primer día de trabajo, después que el joven cumplió sus tareas laboriosamente, el farmacéutico le entregó un sobre con doce dólares, que era el salario que habían fijado.  El joven tomó dos dólares del sobre y te pidió que le cambiara uno; después, puso el dólar con veinte centavos en el bolsillo, metió el resto del cambio junto con los otros diez dólares en el sobre, y se lo entregó al farmacéutico como pago de la cuenta de la familia, preguntándole si estaba bien.  Este insistió que el joven guardara un poco más de dinero.  «Necesitarás dinero para la escuela», le dijo, «y además, ya he decidido darte un aumento en el futuro. ¿Por qué no guardas por lo menos seis dólares para ti?» «No, señor», dijo el muchacho.  «Quizás en el futuro pueda guardar un poco más; pero hoy quiero pagar todo ese dinero a cuenta de lo que le debemos.»

En aquel momento llegaron algunos de sus amigos para invitarlo al cine, él les dijo que no podía, que tenía que irse a su casa; pero los jóvenes continuaron insistiendo para que fuera, hasta que finalmente él les dijo con firmeza que no tenía dinero, y que no podía ir con ellos.  El dueño de la farmacia, observando todo, estaba a punto de intervenir y ofrecerle dinero a su empleado, cuando uno de los jóvenes oyó el tintineo de los veinte centavos que sonaban en su bolsillo.  La fastidiosa insistencia se renovó al ver que el amigo tenía dinero.  Por fin, con tono severo, él les dijo: «Miren muchachos, tengo un poco de dinero, pero no es mío, es mi diezmo.  Ahora por favor, váyanse, que tengo que ir a casa a ver como está mamá».

Después que los muchachos salieron de la farmacia, el dueño fue al teléfono y llamó a un amigo médico.  «Doctor», le dijo, «he estado preparando sus recetas por muchos años, y siempre he admirado su reputación de buen cirujano.  También sé que usted es obispo mormón, pero nunca he tenido interés en su religión.  Pero ahora tengo uno de sus jóvenes trabajando para mí; es tan diferente de los demás que ha despertado mi interés por conocer una religión que logra tanto de sus jóvenes.»

Se hicieron los arreglos necesarios y, como pasa cuando se tira una piedra al agua y los círculos concéntricos comienzan a extenderse, el interés que despertó este joven en la vida del farmacéutico ha ido extendiéndose, rodeándolos a él y a su familia, y también a muchos otros con el círculo de amor hacia el prójimo que tienen los santos de la Iglesia de Dios.

Desde su niñez, aquel joven había dominado los principios y desarrollado un carácter que lo hicieron diferente a los demás. Es un joven normal en toda la extensión de la palabra, y nadie podría dudar de que será un buen hombre, un buen esposo, «un padre como todos» y un líder capaz de ayudar a muchas personas,

La Iglesia debe y siempre continuará poniendo especial énfasis en la familia, porque, la familia fuerte y leal es el corazón de la sociedad.  Ninguna nación podrá tener más fortaleza que la que emane de sus hogares.  No hay agencia ni institución alguna que pueda hacer lo que se debe llevar a cabo en el hogar.

Pero nosotros debemos buscar a la gente, niños, jóvenes, adultos, dondequiera que estén, como quiera que sean, en las condiciones de imperfección que son tan universales.  No podemos escapar a la responsabilidad hacia nuestra familia y hacia otros en quienes podemos influenciar, ni dejar jamás de apoyarlos, orar por ellos y tratar de ayudarlos.  Aunque tomen decisiones equivocadas y sigan las malas costumbres que muchos de sus amigos tienen, aún así todavía los amaremos, sufriremos con ellos y esperaremos por ellos, igual que el padre en la parábola del Señor, esperó por el hijo pródigo quien finalmente recapacitó y regresó al hogar.

«Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y lo besó.» (Lucas 15:20.)

Esperaremos y oraremos, como el Señor mismo espera con divina misericordia, según lo declaró por medio de su Profeta hace dos mil setecientos años:

«Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de vosotros misericordia…» (Isaías 30:18.)

Como hombres jóvenes (y también las maravillosas jóvenes con quienes tendréis el privilegio de casaros), aceptad vuestra responsabilidad de fortalecer la familia que ahora tenéis y edificad relaciones en el hogar donde vivís; y así como nosotros, los adultos, tratamos de ayudaros, vosotros estáis también bajo la sagrada obligación de extendemos mutuamente amistad y amor y ofrecerlos a otros, jóvenes conocidos y hermanos de la Iglesia que no disfrutan de esta bendición.

Hace unos pocos días en Arizona, mientras yo estaba en el púlpito hablando durante una conferencia, un pequeño se acercó y subió al estrado, quizás en busca de su madre que estuviera en el coro, o quizás sólo para curiosear.  No provocó ninguna confusión, y era un niñito tan simpático que no pude resistirme, me detuve en mi discurso y comencé a hablar con él; le pregunté su nombre y dónde estaban sus padres; en ese momento, un alto y apuesto joven se levantó de su asiento y avanzó hacia donde estaba el niño; todos sonreímos.  Cuando el padre tomó a su hijo en brazos frente al púlpito y lo besó, se me hizo un nudo en la garganta.  No hubo tensión en el ambiente, ni castigo, ni enojo, ni protestas; simplemente un beso y una amorosa acogida en aquellos fuertes brazos; y para todos los presentes, una tierna, cálida e inolvidable experiencia que nos ofrecieron aquel afortunado niñito y su sabio y maduro padre, «un padre como todos».

Recientemente visité la reunión de la Escuela Dominical de menores, en ocasión de una conferencia de estaca a la que fui asignado.  Al entrar en la sala, vi a una llorosa pequeñita que parecía perdida y muy asustada; sus padres la habían dejado allí para poder ir a la reunión de los mayores.  Al momento, una maravillosa joven maestra se arrodilló junto a ella, la rodeó con sus brazos, y la consoló; muy pronto, el llanto se convirtió en suspiros y un sentimiento de paz comenzó a llenar su corazoncito; en ese mismo instante, otra niñita apreció y comenzó a llorar también asustada, sintiéndose sola como la primera.  La joven maestra, sosteniendo todavía a la otra, tomó a la segunda niña en brazos y trató de consolarla; al hacerlo, oí que la decía a la primera niña: «Elena, esta niñita está sola y asustada, ¿puedes ayudarme a hacer que se sienta bienvenida entre nosotros?»

La primera niña con las mejillas todavía húmedas, asintió y en el seguro refugio de los brazos de la maestra, las pequeñas se consolaron mutuamente y pronto se tranquilizaron.  Esta puso tres sillas juntas, se sentó entre las dos, y rodeó con un brazo a cada una de ellas.

Cuando salí de allí, pensé que había visto, tan claramente como puedo ver algo con los ojos, el modo en que el Señor espera que nos tratemos uno al otro. ¡Cuán maravilloso es tener cerca a alguien que ha vivido un poco más y aprendido a amar, para ayudarnos y enseñarnos a ayudar a los demás!

En las Escrituras, hay un magnífico sermón en una sola línea:

«Porque ¿cómo volveré yo a mi padre sin el joven?» (Gén. 44:34.)

Que Dios os bendiga, jóvenes y hombres, para que seáis lo que El quiere que seamos todos.  Lo ruego en el nombre de Jesucristo.  Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario