Los samaritanos de los últimos días

Conferencia General Octubre 1977logo pdf
Los samaritanos de los últimos días
por el presidente N. Eldon Tanner
de la Primera Presidencia

N. Eldon TannerMis estimados hermanas y hermanos, no recuerdo haber escuchado nunca tan espléndida instrucción en la obra y los principios de Bienestar. Habéis escuchado al Profeta de Dios recalcar la importancia de esta gran obra y animarnos a todos a intervenir en los programas.

Hemos escuchado su llamado, y debemos responder de todo corazón. El presidente Romney, gran autoridad en los asuntos de Bienestar y director del Comité de Bienestar de la Iglesia, nos ha instruido a todos en nuestros deberes.

El Comité General de Bienestar de la Iglesia se compone de la Primera Presidencia, el Consejo de los Doce, el Obispado Presidente, y la presidencia de la Mesa General de la Sociedad de Socorro, todos los cuales han estado representados aquí, y han aportado mucho a esta reunión. Sólo espero que yo haya captado el espíritu de esta sesión y pueda agregar algo de valor.

Mientras el presidente Kimball se refería a los orígenes del movimiento actual de Bienestar, yo pensé en la parábola del Buen Samaritano que aparece en el capítulo diez de Lucas. En este relato el Salvador enseñó lo que quizás fuera su lección más impresionante sobre Bienestar en el meridiano de los tiempos. Quisiera leerlo y luego destacar la relación que tiene con nuestros esfuerzos actuales en los Servicios de Bienestar:

«Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle; Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?

El le dijo: ¿qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?

Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.

Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.

Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.

Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo,

Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él.

Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo:

Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.» (Lucas 10:25-37.)

¡Cómo cambiaría este mundo si todos siguiéramos tan excelente ejemplo de puro amor cristiano! Analicemos lo que realmente sucedió en este caso.

Primero, el samaritano «fue movido a misericordia»; sentía el deseo de socorrer, pues se compadeció del hombre herido y sus problemas. Este sentimiento de bondad se produce en el corazón de cualquier persona que haya sido conmovido por el Espíritu del Señor. Todos deberíamos abrigar hacia los demás tales sentimientos de absoluta comprensión. En verdad, el Salvador dijo que el Israel del convenio debería ser conocido y distinguido por el amor que demostraran los unos para con los otros.

Segundo, el samaritano «acercándose» lo ayudó. No esperó hasta que el necesitado le pidiera auxilio. Más bien, viendo la necesidad, se adelantó sin que se le pidiera nada.

Tercero, el samaritano «vendó sus heridas, echándoles aceite y vino», le proveyó atención médica y aplacó la sed de que sufría. Este socorro inmediato posiblemente le haya salvado la vida al herido.

Cuarto, el samaritano le puso «en su cabalgadura», es decir, le suministró un medio de transporte y «lo llevó al mesón», un lugar de descanso donde lo podrían cuidar. Al conducirlo a un lugar apropiado, estableció las condiciones necesarias para su mejoría.

Quinto, el samaritano «cuidó de él». Notad que durante las etapas más críticas de la curación, no dejó en manos de otros el cuidado del herido, sino que él mismo sacrificó su tiempo y energías para encargarse personalmente de cuidarlo. Hoy, en una época en que es tan fácil dejar los asuntos en manos ajenas, es importante que prestemos atención a un ejemplo tan poderoso como el de este buen samaritano.

Sexto, el samaritano, «al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero» para que cuidara del herido. O sea, tomó su propio dinero, no el de otros, y pagó los servicios que no podía hacer él mismo. Así consagró una parte de sus recursos para el cuidado de los necesitados.

Séptimo, el samaritano, enfrentado a la necesidad de seguir ganando su propia vida, le encargó al mesonero que cuidara al herido. De esta manera se valió de otra persona —personas «de recursos» en las estacas— para ayudar y continuar el cuidado, mientras fuera necesario.

Octavo, el samaritano le prometió al mesonero: “…todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese». Con estas palabras se demuestra lo supremo de la compasión: No pone ningún límite a la ayuda que ofrece; mas lo que es aún de mayor significado, no deja allí el asunto para olvidarlo sino que se compromete a regresar para asegurarse de que se haya hecho todo lo posible en bien de aquella persona.

No creo que otro caso haya de servicio que supere este del buen samaritano. En él encontramos muchos, si no todos los elementos de nuestro Plan de Bienestar actual, y aunque personalmente no siempre podamos realizar estos ocho pasos de socorro, así podemos, mediante el Plan de Bienestar, lograr todo lo siguiente:

Podemos y debemos tener compasión.

Podemos y debemos buscar a los necesitados. El Señor da precisamente este encargo a los obispos en la sección 84 de Doctrinas y Convenios. (D. y C. 84:104-105.)

Podemos proveer, y así lo hacemos, servicios médicos, alimentos, alojamiento, medios de transporte, y otros auxilios relacionados con el Bienestar.

Podemos y debemos dar de nosotros mismos personalmente, como oficiales del Sacerdocio y de la Sociedad de Socorro, como maestras visitantes y maestros orientadores, como amigos, padres, y seres queridos.

Podemos y debemos pagar nuestras ofrendas de ayuno, producir artículos, rendir servicios profesionales, y donar artículos utilizables.

Podemos y debemos movilizar todos los recursos disponibles, y ofrecernos nosotros mismos como personas «de recursos». Esto se hace por lo general mediante el comité de Servicios de Bienestar de los barrios, como ya se ha mencionado.

Y finalmente; podemos y debemos extender nuestra intervención personal hasta que se solucione el problema o se satisfagan las necesidades. Esto se logra cuando el interesado puede volver a cuidar de sí mismo. Debemos recalcar que no dependemos de ninguna agencia externa para demostrar la compasión a hacer el trabajo que nosotros, por nuestro convenio, debemos hacer.

Para ser eficaces en esta obra de Servicios de Bienestar, hay varias cosas básicas que deben llevarse a cabo. Quisiera sugerir algunas de las cosas más importantes que debe hacer cada oficial del Sacerdocio, y que son:

  1. Organizar según las instrucciones de los manuales y de acuerdo con la dirección del oficial que preside en el Sacerdocio. Si no estamos adecuadamente organizados, nuestros esfuerzos en los Servicios de Bienestar probablemente sean inconstantes e ineficaces.
  2. Aprender nuestro deber. Se ha preparado mucho material instructivo a fin de que comprendáis cuáles son vuestras responsabilidades. Aseguraos de informaros bien respecto de cómo habéis de proceder en vuestras asignaciones.
  3. Efectuar reuniones eficaces y regulares utilizando un temario con todos los puntos significativos que han de tratarse. En todas vuestras reuniones, dedicad un período adecuado para informar sobre asignaciones hechas previamente es la verificación del cumplimiento de los planes y decisiones hechos en nuestros consejos del Sacerdocio, lo que nos hace realmente buenos samaritanos. Como se hizo en la conferencia de abril próximo pasado, quiero recalcar también ahora las tres reuniones importantes que deben efectuarse si hemos de llevar a cabo el Plan de Bienestar de acuerdo con la intención del Señor. Estas tres son la reunión semanal del comité de Servicios de Bienestar del barrio, la reunión mensual del comité de Servicios de Bienestar de la estaca, y la reunión mensual de los obispos con la presidencia de la estaca. (Liahona, oct. de 1977)
  4. Enseñar principios de los Servicios de Bienestar y ponerlos en práctica en nuestra propia vida. No dejen de leer los informes de estas sesiones de Servicios de Bienestar de las conferencias, pues contienen material espléndido que versa sobre los principios de los Servicios de Bienestar. Hoy nos han instruido como padres en lo que hemos de enseñar a nuestra familia, como obispos en lo que hemos de enseñar a nuestro barrio. Y el presidente Kimball nos ha recordado los principios fundamentales de esta obra de bienestar, con los cuales todos deberíamos familiarizarnos.
  5. Establecer y mantener las instalaciones y los sistemas necesarios para suministrar la ayuda que se requiera. Se ha dicho mucho a través de los años acerca del establecimiento de proyectos de producción, los almacenes, el programa de empleos, el uso apropiado de las agencias de Servicios Sociales de la Iglesia, y la empresa de Industrias Deseret. No es necesario que yo diga más sobre lo que debería ser o cómo debería establecerse. Sólo permitidme recordaros que, de acuerdo con el plan establecido, debemos seguir adelante, llevando a cabo el programa completo del Señor.
  6. Hacer que el programa siga siendo de voluntarios. Como presidente de estaca, observé el cambio en las vidas y la felicidad que se ganaron aquellos que como voluntarios en los Servicios de Bienestar, dieron de sí mismos como buenos samaritanos y como buenos cristianos, para sanar y hacer prosperar a otros hermanos. Creo que fue el presidente Lee quien dijo que nunca debemos permitir que este programa llegue a ser de profesionales. Hasta donde sea posible, debemos depender de los servicios de la Iglesia, hermanas y hermanos, para efectuar la mayor parte de esta obra. Cuando sea indispensable ocupar empleados, asegurémonos entonces de que aquellos a quienes empleamos poseen la aptitud necesaria para su cargo. Mis queridos hermanos, la obra de la Iglesia está adelantando como nunca. Que cada uno de nosotros pueda dar de sí, dondequiera que sea, para la edificación de este reino, y que podamos ser autosuficientes y compasivos. Y que, cuando sea necesario, podamos ayudar a otros a que se ayuden a sí mismos por medio de esta gran obra de Servicios de Bienestar de la Iglesia y, al mismo tiempo, ayudarles a mantener su dignidad y autorrespeto.

Os dejo mi testimonio de la veracidad e importancia de esta obra, que es la obra del Señor. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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