Un momento especial en la historia de la Iglesia

C. G. Octubre 1977logo pdf
Un momento especial en la historia de la Iglesia
por el élder W. Grant Bangerter
del Primer Quórum de los Setenta

William G. BangerterMe viene a la memoria un momento especial en la historia de la Iglesia, que afecta en gran manera nuestro testimonio así como el crecimiento de la Iglesia, y que espero haya sido fielmente anotado por los historiadores.  Me refiero a lo que ocurrió el 4 de abril de 1974.

Este hecho tuvo su verdadero principio el 26 de diciembre de 1973, el día en que el presidente Harold B. Lee murió repentinamente, lo cual fue algo realmente inesperado.  Debemos recordar que durante veinticinco años los miembros de la Iglesia habían esperado el día en que Harold B. Lee llegara a ser presidente; todo hacía suponer que esto sucedería, considerando su vigor y la posición que ocupaba en el quórum sucediendo en antigüedad a Joseph Fielding Smith y David O. McKay, quienes eran de edad avanzada. Además, Harold B. Lee había logrado gran prominencia; su dirección en los programas de Bienestar y de Sacerdocio, su naturaleza enérgica y su sano juicio, le habían hecho uno de los apóstoles más escuchados y cuya influencia y consejo eran más respetados; su gran poder espiritual era evidente y lo daba a conocer como uno de los grandes hombres de nuestro tiempo; también poseía una rara habilidad para trabar amistad con la gente.  Se esperaba que cuando llegara a ser presidente, lo sería por veinte años o más.  Pero repentinamente se nos fue, llamado a otro lugar después de sólo un año y medio.  Desde la muerte del profeta José Smith, era la primera vez que un Presidente moría, aparentemente, antes de tiempo.

Con gran pesar y preocupación surgieron las preguntas en la mente de la gente, así como surgieron cuando José Smith fue asesinado en Illinois: «¿Qué haremos ahora?» «¿Cómo podemos seguir sin el Profeta?» «Nuestro líder ha desaparecido, ¿podrá la Iglesia sobrevivir a esta emergencia?» Por supuesto, sabíamos que la Iglesia sobreviviría, pero no sería lo mismo. Nunca habíamos imaginado que Spencer W. Kimball llegaría a ser Presidente, y de él no esperábamos el mismo poder de líder que había sido evidente en la vida de Harold B. Lee.  Sabíamos, naturalmente, que se las arreglaría hasta que surgiera el siguiente gran líder, pero pensábamos que no sería fácil para él y las cosas no serían lo mismo. «Oh Señor», orábamos, «por favor, bendice al presidente Kimball.  El necesita toda la ayuda que le puedas brindar».  Tal parecía ser la actitud en el corazón de los Santos de los Últimos Días durante esos días de duelo.

Volvamos ahora al 4 de abril de 1974.  Esa mañana estaban reunidos en las oficinas de la Iglesia todos los integrantes de las Autoridades Generales, así como también representantes regionales Y otros líderes de todas partes, se nos iba a instruir otra vez, como se había estado haciendo durante los siete años anteriores.  En ocasiones pasadas, Harold B. Lee nos había, dado instrucciones haciendo resonar su voz de líder; pero él ya no estaba allí, y todos sentíamos profundamente su ausencia.  Otra vez surgieron las preguntas: «¿Cómo podemos seguir sin nuestro gran líder?» «¿Cómo puede el presidente Kimball llenar el vacío?» Y otra vez las oraciones se elevaron: «Por favor, bendice al presidente Kimball».  El momento llegó cuando el presidente Kimball se levantó para dirigirse a los presentes, diciendo que tampoco él había esperado ocupar esa posición y que también él echaba de menos al presidente Lee; a continuación, pasó revista a las instrucciones que el presidente Lee había dado en los últimos años; nuestras oraciones por él se elevaron otra vez.

Sin embargo, no había hablado mucho tiempo cuando una nueva conciencia se apoderó de la congregación.  Nos dimos cuenta de una sorprendente presencia espiritual, y advertimos que estábamos escuchando algo extraordinario, poderoso y diferente de lo que jamás habíamos escuchado; sentimos como si una corriente eléctrica recorriera nuestro cuerpo.  Repentinamente, nuestras mentes vibraron y se sacudieron ante el mensaje trascendental que llegaba a nuestros oídos.  Con una nueva percepción, nos dimos cuenta de que el presidente Kimball estaba abriendo ventanas espirituales y que nos invitaba a ver con él los planes de la eternidad; fue como si corriera las cortinas que cubren los propósitos del Todopoderoso y nos invitara a contemplar con él el destino del Evangelio y la visión de su ministerio.

Dudo de que alguno de los allí presentes pueda olvidar jamás la ocasión.  Yo, apenas he leído las palabras que el presidente Kimball pronunció en esa oportunidad, pero el mensaje de lo que dijo hizo tal impresión en mi mente, que en este momento podría repetir de memoria la mayor parte de él.

El Espíritu del Señor descansó sobre el presidente Kimball y de él vino a nosotros como una presencia tangible, que a la vez nos conmovió y nos sacudió, llevándonos a la mente una gloriosa visión.  Nos habló del ministerio de los Apóstoles en los días del Salvador, y cómo la misma misión fue conferida a los Apóstoles en la época de José Smith; nos demostró cómo esos hombres habían procedido con fe y devoción y cómo fueron investidos con un gran poder, por medio del cual llevaron el evangelio a los confines de la tierra, llegando más lejos, en cierta manera, de lo que nosotros llegamos en la actualidad.

Nos mostró cómo la Iglesia no está viviendo completamente en la rectitud que el Señor espera de su pueblo, y que, hasta cierto punto, nos hemos estancado en un espíritu de complacencia y satisfacción con las cosas como están.  Fue en ese momento que él lanzó su ahora famoso grito de combate: «Debemos alargar nuestro paso».  Yo me pregunto si todos hemos llegado a entender ese mandato en su plenitud. Si lo pusiéramos en el lenguaje corriente sería algo así como: «¡Moveos! ¡Manos a la obra!»

El presidente Kimball nos dio otros mensajes: «Debemos ir por todo el mundo», «Cada joven debe ir a una misión», «Hay que abrir las puertas de las naciones que todavía no han recibido el evangelio», «Hay que mandar misioneros de México, Sudamérica, Japón, Inglaterra y Europa».  Esta fue una visión nueva, perturbadora y estimulante, que se añadió a la visión antigua. Y en mi mente surgió el pensamiento: «¡Pensar que en cualquier momento el Presidente puede llamar a uno de nosotros, o a todos, para ir a tierras lejanas, o de alguna otra manera extender la predicación del evangelio!» Lejos estaba de suponer que al cabo de seis meses, yo mismo iría camino a Portugal con ese preciso propósito.

El presidente Kimball habló bajo esta influencia especial por una hora y diez minutos; fue un mensaje totalmente diferente de todos los que había escuchado en mis años de experiencia.  Me di cuenta de que fue similar al que dirigió Brigham’ Young el 8 de agosto de 1844, cuando habló a los Santos en Nauvoo después de la muerte de José Smith. Sidney Rigdon había regresado del Este donde había apostatado, por tratar de controlar la Iglesia.  Sin embargo, muchos testificaron que cuando Brigham Young se puso de pie, el poder del Señor descansó en él al punto de que fue transfigurado ante ellos, con la apariencia y la voz de José Smith.  Ese momento fue decisivo en la historia de la Iglesia, y un hecho semejante tuvimos el 4 de abril de 1974.

Cuando el presidente Kimball concluyó, el presidente Ezra Taft Benson se levantó y con una voz llena de emoción, haciéndose eco del sentimiento de todos los presentes, dijo: «Presidente Kimball, a través de todos los años que se han venido realizando estas reuniones, jamás hemos escuchado palabras como las que usted acaba de pronunciar.  En verdad, ¡hay un Profeta en Israel!»

Ahora, yo doy fe de que desde abril de 1974, las cosas ciertamente no han sido lo mismo.  No se trata aquí de elogiar al presidente Kimball diciendo que es más grandioso que otros presidentes de la Iglesia, sino de subrayar el continuo poder espiritual que acompaña al Profeta de Dios, sea quien fuere.  Pero el presidente Kimball nos ha embarcado en una nueva perspectiva, alentándonos a que demos pasos gigantescos, y desde ese día, a nadie le ha preocupado en lo más mínimo quién es el Profeta del Señor.

Nos encontramos de pronto en una nueva era del evangelio, y los miembros de la Iglesia deberán reconocerla por lo que es. ¡Estos años son decisivos!  Pensad continuamente en lo que el presidente Kimball dice y hace.  Con una palabra ha llamado a casi 10,000 nuevos misioneros. Ha dedicado nuevas tierras para la predicación del evangelio, ha anunciado el día de los lamanitas, ha llamado a los santos ha proclamado con nuevo énfasis la urgencia de la obra por los muertos, y ha proyectado la construcción de muchos templos nuevos.  Como otros profetas, él ha llamado a la Iglesia a que se purgue de toda maldad y de iniquidades como la inmoralidad, el divorcio, la infidelidad, la apatía, la pereza, la deshonestidad, y que se arrepientan y busquen el perdón según sea necesario.  Nos ha amonestado a que nos preparemos con comida, huertos y con estabilidad financiera, y a que pongamos nuestros hogares y familias en orden.  Ya que nos consideramos un pueblo de «Sión», el presidente Kimball parece pensar que deberíamos actuar como tal.  Tanto él como el Señor perderán la paciencia si no lo hacemos.

Lo que oímos el 4 de abril de 1974 y lo que hemos escuchado desde entonces, suena muy similar a las declaraciones de Moisés, Malaquías o Brigham Young.  Por medio del presidente Kimball, yo siento la impaciencia del Señor con líderes que no actúan; con miembros que no escuchan con un mundo alocado que tira todo por la borda, hasta el ancla, la brújula, el timón y aun el piloto.  Nuestro propósito es guardar los mandamientos, proclamar el evangelio, bautizar para el arrepentimiento, conferir el Sacerdocio, organizar el reino y redimir a los muertos; de manera que se espera que participemos en todas estas cosas.

Ya que el Señor nos ha concedido la gracia de abrir los cielos en los últimos días, hablándonos de ángeles, mensajeros y profetas para que obtengamos vida eterna, no podemos darnos el lujo de languidecer en apatía.  Debemos tornar todo muy en serio y esto valdrá la pena.  Por cierto las cosas no son lo mismo desde 31 4 de abril de 1974.

Oro para que la Iglesia escuche al presidente Kimball, y creo que lo hace porque hay gran crecimiento y progreso; y puede haber más, mucho, mucho más.  La gran historia del evangelio todavía está en el futuro.  Te damos gracias, Señor, por tener un Profeta.  En el nombre de Jesucristo.  Amén.

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