La evidencia de las cosas que no se ven

Conferencia General Abril 1978logo pdf
La evidencia de las cosas que no se ven
élder Mark E. Petersen
Del Consejo de los Doce

Mark E. PetersenHay personas que persisten en oponerse al Libro de Mormón, no sólo atacando la autenticidad de este sagrado libro, sino también impugnando nuestro derecho de tener otras Escrituras, además de la Biblia.

Los Santos de los Últimos Días tenemos tres libros de Escrituras además de la Biblia, los cuales también dan fe del Señor Jesucristo, manifestando a todos los que los leen que El es nuestro Salvador y Redentor. En esta época de turbación y duda, ¿no deberíamos agradecer las nuevas afirmaciones corroborativas del Cristo?

Habiendo aprendido que la Biblia contiene toda la palabra de Dios. algunos nos preguntan por qué tenemos estas otras Escrituras, sin darse cuenta de que la misma Biblia nos habla de más Escrituras e indica un sistema que el Señor estableció antiguamente, según el cual puso en la tierra profetas para proveernos de ellas.

Sus revelaciones se registraron junto con datos históricos de las diversas épocas, y llegaron a ser escritura. Los registros que dejaba cada nuevo profeta, se sumaban a la escritura existente, y de este modo, se iba constituyendo gradualmente un volumen de la Sagrada Palabra. Por último, muchos de aquellos se compilaron en un libro, el cual conocemos como la Biblia.

Este sistema continuó mientras el Señor tuvo profetas en la tierra, tanto en los tiempos del Antiguo como en los del Nuevo Testamento. Nunca se consideró que el registro acumulativo contuviera toda la palabra de Dios, puesto que a través dc los años, el Señor continuaba enviando nuevos profetas que recibían nuevas revelaciones, las que a la vez llegaban a ser nueva escritura. Fue una pauta establecida por el Señor desde los días de los patriarcas hasta los tiempos de Juan el Revelador.

Hay gente que no comprende que hubo profetas en la Iglesia cristiana primitiva, y que la intención del Señor era que éstos continuaran en la Iglesia «hasta que todos llegáramos a la unidad de la fe» (Efesios 4:13).

Pero en vez de la unidad entre los cristianos, ¿qué tenemos? Tenemos división, lo cual es una evidencia irrefutable de la necesidad de la continuación del ministerio de los profetas cristianos.

¿Recordáis cómo explicó Pablo estos principios a los efesios? Les dijo que el fundamento de la Iglesia lo constituían los apóstoles y los profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.

Además, el Salvador` al describir la organización de la Iglesia, dijo que «él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros» como oficiales de la Iglesia (Efesios 4:11). Y declaró que el propósito de los mismos era «perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo» de la Iglesia (Efesios 4:12).

¿Hay acaso una razón lógica para que los miembros deban dejar de esforzarse por alcanzar la perfección? ¿O habrá algún tiempo en que ya no les sirva de provecho participar en la Iglesia, o en que no necesiten que se les enseñe y edifique?

Pablo dijo que estos oficiales que enseñan y edifican son indispensables en la Iglesia, hasta que lleguemos a ser perfectos, hasta que logremos «la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13). El cielo es testigo de que ninguno de nosotros ha logrado tal distinción.

Apuntemos otra razón por la cual dichos oficiales deben permanecer en la Iglesia: Pablo dice que son una protección para nosotros, «para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina» (Efesios 4:14).

Ellos nos protegerán de las falsas enseñanzas religiosas, de los grupos apóstatas, así como de las engañosas filosofías de los hombres.

Por lo tanto, la Iglesia de Jesucristo siempre debía ser dirigida por apóstoles y profetas vivientes que recibieran constante guía de los cielos, y que continuaran siempre en la Iglesia como videntes v reveladores.

Pero al ejercer su ministerio, ellos también habían de suministrar nuevas y adicionales escrituras, pertinentes a los tiempos en que vivieran, de conformidad con el sistema del Señor.

Los profetas de la Iglesia cristiana primitiva ministraron en sus tiempos tal como lo hicieron los del Antiguo Testamento durante los siglos precedentes. Y ¿por qué? Porque siguieron el mismo modelo divino, pues como dijo Amós, el Señor no hará nada sin que lo revele a sus siervos los profetas. Cuando no hay profetas, no hay guía divina, y sin esta guía, los hombres andan en las tinieblas.

Es señal infalible de la Iglesia verdadera, el hecho de que ésta produzca nueva y adicional escritura, la cual surja de la ministración de dichos profetas. Este inmutable sistema de Dios, se ha manifestado claramente a su pueblo desde el principio.

El Señor mismo anunció que habría otros libros de escritura además de la Biblia, sabiendo El de antemano que habría gente que rehusaría creerlo y que se opondría a recibir más escritura. Y así, dijo:

«Muchos de los gentiles dirán: ¡Una Biblia! ¡Una Biblia! ¡Tenemos una Biblia, y no puede haber más Biblia!

¿No sabéis que hay más de una nación? ¿No sabéis que yo, el Señor vuestro Dios, he creado a todos los hombres y me acuerdo de los que viven en las islas del mar; que gobierno arriba en los cielos y abajo en la tierra, y llevo mi palabra a los hijos de los hombres, sí, a todas las naciones de la tierra?

¿Por qué murmuráis por tener que recibir más de mis palabras? ¿Acaso no sabéis que el testimonio de dos naciones os es un testigo de que yo soy Dios, y que me acuerdo tanto de una nación como de otra? Por tanto, hablo las mismas palabras, así a una como a otra nación. Y cuando las dos naciones se junten, su testimonio se juntará también.

Y hago esto para mostrar a muchos que soy el mismo ayer, hoy y para siempre; y que declaro mis palabras según mi voluntad. Y no supongáis que porque hablé una palabra, no puedo hablar otra; porque aún no he concluido mi obra, ni se acabará hasta el fin del hombre, ni desde entonces para siempre jamás.

Así que no por tener una Biblia, debéis suponer que contiene todas mis palabras; ni tampoco suponer que no he hecho escribir otras más.

Porque mando a todos los hombres tanto en el este, como en el oeste, en el norte, así como en el sur y en las islas del mar que escriban lo que yo les hable; porque de los libros que se han escrito juzgaré al mundo, cada cual según sus obras, conforme a lo que se haya escrito.

Porque he aquí, hablaré a los judíos, y lo escribirán; y hablaré también a los nefitas, y éstos lo escribirán; y también hablaré a las otras tribus de la casa de Israel, que he conducido lejos, y lo escribirán; y también hablaré a todas las naciones de la tierra, y ellas lo escribirán.

Y acontecerá que los judíos tendrán las palabras de los nefitas, y los nefitas las de los judíos; y los nefitas y los judíos poseerán las palabras de las tribus perdidas de Israel, y éstas poseerán las de los nefitas y los judíos.

Y sucederá que mi pueblo, que es de la casa de Israel, será reunido sobre las tierras de sus posesiones; y mi palabra se reunirá también en una.» (2 Nefi 29:3, 7-14.)

Así ha dicho el Señor.

Nosotros, desde luego, tenemos la Biblia como los demás cristianos, pero también tenemos los escritos de los nefitas, que fueron los antiguos habitantes del continente americano, y que registraron sus revelaciones y su historia en lo que hoy se conoce como el Libro de Mormón. Ahora bien, ¿qué es el Libro de Mormón?

El apóstol Pablo definió la fe cómo «la convicción de lo que no se ve». El Libro de Mormón es una evidencia tangible, tanto de lo que se ve como de lo que no se ve.

Es un libro material, que se puede palpar y leer; es un objeto físico. No se puede negar su existencia. Los críticos no pueden, en modo alguno, hacerlo desaparecer. El libro publicado está aquí, tangible, físico, material.

Podemos sostenerlo en las manos, darlo como regalo, o enviarlo a algún sitio por correo. Si se quisiera, podría lanzarse a las aguas del mar, o quemarse; o podría estudiarse página por página, para recibir de él luz e inspiración.

Es un libro material que se imprimió en una imprenta, en un establecimiento comercial, en papel de fábrica y con la tinta que para tal tarea usan los impresores.

En otras palabras, el Libro de Mormón es un objeto palpable, tal como la Biblia, o cualquier otro libro. Como objeto material, nadie podría poner en tela de juicio su existencia real.

Pero… ¿de dónde provino?

Lo trajo un ángel de Dios que vino a la tierra con el propósito específico de entregarlo a José Smith, el Profeta mormón.

Pero… ¿cree alguien en los ángeles en esta época de conocimiento?

Pues… si creéis en la Biblia, TENÉIS que creer en los ángeles; y más aún, si leéis la Biblia, veréis que allí dice claramente que se designó a un ángel para que viniera a la tierra en los últimos días, a fin de dar un libro en particular a un hombre en especial, en un tiempo determinado.

Para identificar a dicho hombre, las Escrituras se refieren a él como una persona sin instrucción; por extraño que parezca, esto lo declaró el profeta Isaías. Y aquel ángel vino en el tiempo especificado y se presentó a José Smith, quien era el mencionado hombre sin instrucción. Luego, el libro fue traducido por José Smith, mediante el poder de Dios, siendo seguidamente publicado al mundo como el Libro de Mormón.

No existe otra explicación del origen de este libro, sino la expuesta por José Smith.

Los críticos han intentado refutarlo durante cien años, pero sólo han logrado el más rotundo fracaso.

¿Quién era el ángel de que hablamos? Su nombre era Moroni. Por cuanto él trajo el Libro de Mormón, su venida hace que ese libro tangible, material, sea una evidencia concreta de que existen los ángeles de Dios, puesto que uno de ellos se presentó a José Smith y le dio el citado libro.

¿Y quién era Moroni? Fue uno de los profetas que vivieron en la antigua América, y que murió hace mil quinientos años.

Para haber aparecido en nuestros días, es obvio que tiene que haberse levantado de los muertos. Toda nuestra religión se basa en personajes angélicos levantados de los muertos. Entonces, la inmortalidad es real, lo cual prueba el hecho de que un personaje inmortal entregara el tangible y material Libró de Mormón a un hombre mortal de nuestra época.

Al levantarse de los muertos, Moroni era un ser físico, literalmente corpóreo y material. El sostuvo en las manos aquellas pesadas planchas de oro, un bloque de metal de dieciocho cm. por lado y de 21 de alto, de unos 15 a 24 kilos de peso; ciertamente, Moroni sostuvo dichas planchas en sus manos, y volvió las hojas con los dedos. Sus manos eran de carne y hueso, las de un ser resucitado.

Entonces, el Libro de Mormón, como objeto material y tangible, también viene a ser una evidencia de la resurrección de los muertos.

Recordemos que doce hombres más vieron y palparon aquellas mismas planchas, después que Moroni las hubo entregado a José Smith. Al describir esta experiencia, ocho de ellos declararon al mundo que las palparon con sus manos, y agregaron:

«Hemos visto y palpado las planchas de que hemos hablado, y sabemos con certeza, que el susodicho Smith las tiene en su poder». (Testimonio de los ocho testigos al comienzo del Libro de Mormón.)

Palparon las planchas con sus manos, lo mismo que Moroni. Volvieron una a una las hojas, lo que también hizo Moroni. Examinaron los grabados de las planchas, parte de los cuales había hecho el mismo Moroni… mil quinientos años atrás.

De este modo, el Libro de Mormón ya publicado, testifica del hecho cierto de la inmortalidad, de la resurrección de los muertos, así como de la realidad de Dios y de su Hijo Jesucristo.

En estos tiempos de duda y contención, ¿no deberíamos sentirnos agradecidos de la evidencia tangible de las cosas que no se ven? Y, ¿no habremos de aceptar el Libro de Mormón como tal evidencia?

La razón principal por la que tenemos el Libro de Mormón es, porque: «en boca de dos o tres testigos deberá constar toda palabra» (véase Mateo 18:16). Tenemos la Biblia, y también el Libro de Mormón, los que constituyen dos voces -dos libros de Escrituras provenientes de dos pueblos antiguos separados por gran distancia, para dar testimonio de la divinidad del Señor Jesucristo.

Tenemos otros dos libros, que integran cuatro testimonios en total; son las Escrituras de nuestros días, revelaciones manifestadas por medio del profeta José Smith, las que también declaran que Jesús es el Cristo, el Salvador, el Creador y él desde hace largo tiempo, anunciado Mesías.

El mundo había llegado a tal confusión por los credos antagónicos de los hombres, que la verdad tenía que ser revelada a la humanidad una vez más, para sacar del error al género humano. La única manera en que esto podía llevarse a cabo, era por medio de nueva revelación.

Y no olvidemos que el tener nueva revelación requiere la presencia de un profeta que pueda recibirla, pues tal como dijo Amós, el Señor no hará nada sin que lo revele a sus siervos los profetas (Amós 3:2).

No había profeta en toda la cristiandad cuando se dio la nueva revelación al mundo. Por lo tanto, Dios levantó a un nuevo Profeta para que recibiera esa revelación, sacara a luz el Libro de Mormón, y dirigiera la predicación del evangelio verdadero en toda nación.

Y ¿quién fue ese Profeta? José Smith, el Vidente llamado por conducto divino, en los últimos días. El fue el Revelador, el traductor y el que publicó el Libro de Mormón, bajo la dirección del Dios Todopoderoso.

Y no sólo fue él mismo un Profeta divinamente escogido, sino que bajo sus manos se han erigido otros profetas para seguir la obra después de él.

Nosotros somos esos profetas. Poseemos la divina autoridad de Jesucristo. Hablamos en Su nombre y declaramos Su palabra. Nuestro testimonio es verdadero.

Esto afirmamos solemnemente con todo el poder de nuestro ser, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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