El desarrollo de la espiritualidad

Conferencia General Abril 1979logo pdf
El desarrollo de la espiritualidad
por el élder Howard W. Hunter
del Consejo de los Doce

Howard W. Hunter 1El presidente Wilford Woodruff tuvo una experiencia singular a la cual quisiera referirme; la mencionó públicamente por primera vez en una conferencia general, en octubre de 1880.  Dieciséis años después, amplió los detalles del incidente en un discurso pronunciado en una conferencia de la Estaca Weber en Ogden, Utah, y sus observaciones fueron publicadas en el periódico Deseret Weekly.  En la conferencia de 1880, el presidente Woodruff relató ciertos sueños que tuvo después de la muerte del profeta José Smith, en los cuales conversó varias veces con el Profeta; después relató otro sueño en que habló con Brigham Young, y dijo lo siguiente:

«Vi al hermano Brigham y al hermano Heber que iban en un carro delante del que yo iba, camino a una conferencia; ambos estaban vestidos con mantos sacerdotales.  Cuando llegamos a destino le preguntó al presidente Young si quería predicar, a lo que él me contestó: ‘No, ya he dado mi testimonio en la carne y no hablaré más a este pueblo.

Pero he venido a verte; he venido para velar sobre ti, y para ver lo que hace la gente.  Entonces, siguió diciendo,  quiero que enseñes al pueblo, y que tú mismo sigas este consejo; todos tenéis que luchar y vivir de tal forma que podáis obtener el Espíritu Santo, porque sin esta guía no podéis edificar el reino; sin el Espíritu de Dios corréis el peligro de caminar en la oscuridad, corréis el peligro de fracasar en vuestro llama miento como apóstoles y como élderes en la Iglesia y reino de Dios’.  Y agregó: ‘El hermano José me enseñó este principio’.»(Journal of Discourses, 21:pág. 318.)

El presidente Woodruff amplió su relato de esa experiencia en una conferencia de la Estaca Weber, y dijo básicamente lo mismo que yo quiero comunicar hoy:

«Cada hombre y mujer de esta Iglesia debe luchar para obtener ese Espíritu.  Estamos rodeados por espíritus malignos que están luchando contra Dios y contra todo lo que ayude a edificar el reino de Dios; y necesitamos este Espíritu Santo para ayudarnos a vencer estas influencias… » (Deseret Weekly, nov. 7 de 1896, pág. 643.)

Continuando su discurso, el presidente Woodruff relató sus experiencias como misionero diciendo:

«En la época de la apostasía en Kirtland. . . el Espíritu de Dios me dijo: ‘Escoge un compañero y ve directamente a las Islas Fox.’Bueno, yo estaba menos familiarizado con las Islas Fox que con el planeta Kolob.  Sin embargo, el Señor me indicó que fuera, y fui.  Escogí a Jonathan H. Hale, y él me acompañó.  Mediante las bendiciones de Dios, en ese lugar convertí a casi cien personas y las traje a Sión, en el momento en que los santos fueron echados de Missouri y entraron en Illinois.

Así ha sido durante toda mi vida; si he emprendido algo, y el Señor ha querido que hiciera otra cosa, me lo ha hecho saber.  Cuando fuimos a Inglaterra, lo hicimos guiados por revelación.  Con el hermano Alfred Cordon nos dirigimos a Staffordshire.  Estábamos haciendo una magnífica labor, bautizando Casi diariamente y pensaba que era la mejor misión de mi vida.  Una noche fui al pueblo de Hanley y asistí a una reunión que se realizaba en un gran salón, el cual estaba lleno de gente; el Espíritu del Señor vino sobre mí y me dijo que ésa sería la última reunión que efectuaría con esas personas por muchos días, de manera que expliqué a los congregados que ésa era la última reunión que pasaría con ellos.  Al terminar me preguntaron adónde iba, y les contesté que lo ignoraba.  A la mañana siguiente le pregunté al Señor qué quería de mí, y sólo dijo: ‘Ve al Sur.  Subí en una diligencia y viajé 128 kilómetros.  La primera casa en que me detuve fue la de John Benbow, en Herefordshire; media hora después de entrar en esa casa sabía perfectamente por qué el Señor me había mandado ahí: en el lugar vivía un grupo de personas que habían estado orando fervientemente para encontrar el orden religioso, tal como era en los tiempos antiguos, y esperando el Evangelio tal como fue predicado por Jesús y sus Apóstoles.  Como resultado, en los primeros treinta días de estar allí bauticé a seiscientas personas de ese grupo; en ocho meses de trabajo en esa parte del país, se convirtieron a la Iglesia 1.800 personas. ¿Por qué?  Porque había un grupo preparado para recibir el Evangelio, y el Señor me mandó ahí para hacer ese trabajo.  Siempre he tenido que glorificar a Dios por todas las cosas buenas que me han sucedido; porque me he dado cuenta de qué fuente provienen.»

El presidente Woodruff concluye con estas palabras:

«Cito estas experiencias porque quiero que obtengáis el mismo Espíritu.  Todos los élderes de Israel, ya sea aquí o en otros países, necesitan ese Espíritu.  Este es el que necesitamos para llevar a cabo los propósitos de Dios en la tierra, y lo necesitamos más que ningún otro don… Estamos rodeados de enemigos, en medio de la oscuridad y la tentación, y necesitamos la guía del Espíritu de Dios.  Debemos orar al Señor hasta que nos envíe el Consolador, que es lo que nos promete cuando nos bautizamos.  Es el Espíritu de luz, de verdad, y de revelación, y puede estar con todos nosotros al mismo tiempo.» (Deseret Weekly, nov. 7 de 1896, pág. 643.)

No es fácil desarrollar la espiritualidad y estar en armonía con las influencias más altas de la santidad; esto requiere tiempo y con frecuencia una lucha larga.  No se logra por casualidad, sino que llega mediante el esfuerzo, la oración, y la obediencia a los mandamientos de Dios.

El apóstol Pablo pasó gran parte de su vida enseñando e instando a lograr la espiritualidad en las distantes misiones repartidas por el mundo.  Con frecuencia empleó la terminología de los deportes, los juegos y las competencias de atletismo.  Dijo que el santo que guarda con éxito los mandamientos, es como el atleta que gana su competencia; esto implica esfuerzo, obediencia a las reglas, autodisciplina, y se compara con los distintos grados de entrenamiento y el deseo de ganar.  Voy a parafrasear un mensaje que él escribió a los corintios: «Sabéis, (¿no es así?) que en las competencias todos los participantes corren, mas uno solo gana el premio.  Como ellos ¡corred para ganar!  Cada atleta tiene un estricto programa de entrenamiento, con el fin de ganar una corona corruptible, pero nuestra corona perdurará eternamente.  Yo de esta manera corro, hacia una meta clara.» (1Co. 9:24-26.)

Asimismo le escribió a Timoteo, su compañero de misión y amigo amado:

«He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.

Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.» (2Ti. 4:7-8.)

Llevando la competencia atlética a lo que en tiempos antiguos representaba la máxima experiencia —un combate cuerpo a cuerpo hasta la muerte—, Pablo hace esta declaración:

«Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.

Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.

Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.

Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.

Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos.» (Ef. 6:11-18.)

El profeta José Smith no empleó términos de atletismo ni militares, pero nos ha dado lo que probablemente sea la declaración más clara sobre la necesidad de ser espirituales, así como de la paciencia que se requiere como parte del proceso.  El dijo lo siguiente:

«Creemos que Dios ha creado al hombre con una mente capaz de recibir instrucción, y una facultad que puede ser ampliada en proporción al cuidado y diligencia que se da a la luz que del cielo se comunica al intelecto; y que cuanto más se acerca el hombre a la perfección, tanto más claros son sus pensamientos y tanto mayor su gozo, hasta que llega a vencer todas las malas cosas de su vida y pierde todo el deseo de pecar; e igual que los antiguos, llega su fe a ese punto en que se halla envuelto en el poder y gloria de su Hacedor, y es arrebatado para morar con El.  Pero consideramos que éste es un estado que ningún hombre alcanzó jamás en sólo un momento.» (History of the Church, 2:8.)

Parte de las dificultades que encontramos mientras nos esforzamos por lograr espiritualidad, es el sentimiento de que hay mucho que hacer y que estamos fracasando.  No vamos a alcanzar la perfección ahora mismo; sin embargo, podemos capitalizar nuestras buenas cualidades, podemos empezar ahora, y luego buscar la felicidad que se encuentra siguiendo el camino de Dios.  Debemos recordar el consejo del Señor:

«Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una obra grande.  Y de las cosas pequeñas nacen las grandes.

He aquí, el Señor requiere el corazón v una mente obediente; y los que están dispuestos, y son obedientes, comerán de la abundancia de la tierra de Sión en los postreros días.» (D. y C. 64:33-34.)

Siempre me ha fortalecido el hecho de que el Señor haya declarado que «los que están dispuestos, y son obedientes, comerán de la abundancia de la tierra de Sión en los postreros días». Todos podemos estar dispuestos y ser obedientes.  Si el Señor hubiera dicho que en postreros días los perfectos comerían de la abundancia de la tierra de Sión, supongo que algunos nos desanimaríamos y nos daríamos por vencidos.

El profeta José Smith dijo:

«La felicidad es el objeto y propósito de nuestra existencia; y también será el fin de ella, si seguimos el camino que nos conduce a la felicidad; y este camino es virtud, justicia, fidelidad, santidad y obediencia a todos los mandamientos de Dios.» (Enseñanzas del Profeta José Smith,, pág. 136.)

La ocasión de empezar es ahora; el tiempo debido ha llegado.  Debemos cubrir la distancia, pero tenemos que hacer un paso a la vez.  Dios, «quien ha diseñado nuestra felicidad», nos guiará aun como a niños, y mediante este proceso nos acercaremos a la perfección.

Ninguno de nosotros ha alcanzado la perfección ni ha llegado al apogeo del desarrollo espiritual que podemos lograr en la mortalidad, pero cada persona puede y debe progresar espiritualmente.  El Evangelio de Jesucristo es el plan divino para que ese desarrollo sea eterno.  Es más que un código de ética; es más que un orden social ideal; es más que un pensamiento positivo relacionado con la autosuperación y la determinación.  El Evangelio con el Sacerdocio, que es su sostén, y con el Espíritu Santo, es el poder salvador del Señor Jesucristo.  Si tenemos fe en El y obedecemos su Evangelio, mejoramos paso a paso, buscando fortaleza por medio de la oración; y mejorando nuestras actitudes, nos encontraremos completamente integrados en el rebaño del Buen Pastor.  Para eso se requiere disciplina, entrenamiento, esfuerzo y vigor; así como lo dijo el apóstol Pablo:

«Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.» (Fil. 4:13.)

Una revelación moderna nos hace esta promesa:

«Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno, sí, a obrar justamente, a andar humildemente, a juzgar en rectitud: esto es mi Espíritu.

De cierto, de cierto te digo: Te daré mi Espíritu el cual iluminará tu mente y llenará tu alma de gozo;

Y entonces conocerás, o por ello sabrás todas las cosas que de mí deseares, pertenecientes a la rectitud, si con fe crees en mí que recibirás.» (D. y C.11:12-14.)

Que podamos seguir este consejo de vivir y obrar en forma de llegar a tener el Espíritu de Dios, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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