El espíritu da vida

Conferencia General Abril 1979logo pdf
El espíritu da vida
por el élder Paul C. Dunn
del Primer Quórum de los Setenta

Loren C. DunnEl rasgo que mejor distingue a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el hecho de que es regida por el Salvador mediante la inspiración y la dirección del Espíritu.

Los que son llamados a servir deberán procurar, con oración, la inspiración del Espíritu para complementar y aun superar sus habilidades naturales.  Cada vez que la Iglesia ha estado sobre la tierra, se ha verificado la guía del Espíritu, no importa cuáles hayan sido los antecedentes de los líderes.

Como ejemplos típicos de esto, tenemos a Pablo, el gran Profeta del Nuevo Testamento, y a Brigham Young, segundo Presidente de la Iglesia en esta dispensación: Pablo era fariseo y discípulo de Gamaliel; además, era miembro del Sanedrín.  Y si había alguien preparado para emprender su tarea con las credenciales de intelectual y erudito, ése era él.  Sin embargo, después de su conversión, estableció una clara diferencia entre lo del mundo y lo del Espíritu.  En su epístola a los corintios, dice:

«…nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.» (1Corintios 2:12-13.)

Brigham Young era pragmático, sensato y llano; vidriero de oficio, llegó a ser el segundo Presidente de la Iglesia después de la muerte de José Smith.  Condujo a los santos por un yermo sin caminos y logró que no perecieran hasta que todos juntos forjaron una nueva vida haciendo florecer el yermo como la rosa (véase Isaías 35:1).  Reconocía él los aspectos prácticos y sensatos de la vida religiosa y del servicio a Dios, y, sin embargo, de este profeta sencillo y práctico provienen estas palabras:

«La vista, el oído, el tacto, todos los sentidos pueden ser engañados, mas es imposible engañar al Espíritu de Dios; y cuando el hombre es inspirado con ese Espíritu, todo su ser se llena de conocimiento y puede ver con los ojos espirituales, llegando a conocer aquello que el poder humano no puede rebatir en modo alguno.» (Journal of discourses, 16:46.)

De estos dos grandes profetas, aprendemos que para obtener el poder y la fuerza que provienen del Espíritu, es preciso llevar la palabra a la acción.  Cuando hablamos del Espíritu, nos referimos al don del Espíritu Santo.  Mientras la luz de Cristo ilumina a todos los que vienen al mundo, el Espíritu Santo es algo más: es el tercer miembro de la Deidad, un personaje de espíritu que no habla por sí mismo, sino que testifica a todos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y comunica al hombre la intención y la voluntad del Señor. (Juan 16:13-15; D. y C. 68:4.) Tiene una influencia santificadora y limpiadora en las almas de los hombres y es la fuente de los dones espirituales.  Tal como dice en la epístola a los efesios, que hay un Señor, una fe y un bautismo (Efesios 4:5), asimismo este don del Espíritu Santo puede venir de una sola manera.  Sólo la autoridad apropiada es aceptable para bautizar y conferir el don del Espíritu Santo, lo cual se hizo patente cuando Pablo fue a Efeso y volvió a bautizar a algunos cuyo primer bautismo no se había efectuado bajo la autoridad correcta, y luego les confirmó el Espíritu Santo (Hechos 19).

Si bien es verdad que la influencia del Espíritu Santo puede testificar a una persona que éste es el Evangelio de Jesucristo, el don del Espíritu Santo sólo viene después que la persona ha sido bautizada en la Iglesia.  Este don se caracteriza por el sentimiento de paz y de seguridad que experimenta aquel que en oración busca sinceramente la verdad; de ahí lo que expresan los siguientes pasajes de las Escrituras:

«Sí, he aquí, te lo manifestaré en tu mente y corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón.» (D. y C. 8:2.)

«Por lo tanto, sentirás que está bien.» (D. y C. 9:8.)

Algunos creen que nuestro juicio y nuestra recompensa finales se basarán en el número de leyes y mandamientos que guardemos o que no guardemos.  Aunque en cierto sentido esto sea verdad, yerra en cuanto al propósito espiritual más amplio de guardar los mandamientos.  De joven, yo vivía para jugar al baloncesto; lo tenía constantemente en la mente, y pasaba horas incontables entrenándome.  Poco a poco fue dominando todos mis movimientos de un modo automático, sin pensar en ellos.  Física y mentalmente me había acostumbrado a hacer ciertas cosas instintivamente.  Gracias a la práctica llegaron a resultarme naturales.

De igual manera, guardamos los mandamientos y las enseñanzas del Evangelio para acostumbrarnos a las cosas espirituales.  No se trata de cuántas leyes guardemos y cuántas no guardemos.  Guardamos los mandamientos porque son las leyes que gobiernan al Espíritu.  El Espíritu, a su vez, nos santifica, nos condiciona espiritualmente y, con el tiempo, nos prepara para vivir en el reino donde está Dios; de ahí esta escritura:

«…aquellos que no son santificados por la ley que os he dado, aun la ley de Cristo, tendrán que heredar otro reino. . .» (D. y C. 88:21.)

Las leyes que rigen al espíritu no son ni más ni menos que las leyes que rigen a la Iglesia.  Además, hay también una efusión del Espíritu sobre aquellos que son leales al Profeta y a los que son llamados a presidir.

Que el Espíritu puede y debe tener poder en nuestra vida y que nosotros podemos tener experiencias precisas y mensurables asociadas con El, está bien claro.  Sólo se necesita pensar en la gran variedad de dones del Espíritu que se prometen a todos los que guardan las leyes y los mandamientos de Cristo.

Debemos procurar el Espíritu por la oración de fe y por el cumplimiento de los mandamientos, incluyendo el participar dignamente de la Santa Cena, de modo que tengamos su Espíritu con nosotros (D. y C. 20:77).

Por ejemplo, los hijos de Mosíah, ayunaron y oraron al prepararse para su misión entre los lamanitas, puesto que deseaban que una porción del Espíritu del Señor los acompañará y permaneciera con ellos.  La respuesta se encuentra en este versículo:

«Y sucedió que el Señor los visitó con su Espíritu, y les dijo: Sed consolados; y recibieron ellos consuelo.» (Alma 17:9-10.)

¿No os sentiríais vosotros consolados si el Señor, por medio de su Espíritu, os brindara la misma experiencia?

El profeta Alma dice:

«Y ahora os pregunto, hermanos míos de la Iglesia: ¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones?» (Alma 5:14.)

Alma quería asegurarse de que los miembros de la Iglesia no sólo hubiesen recibido el don del Espíritu Santo, sino

que también hubiesen recibido efectivamente el poder santificador y limpiador de ese gran Espíritu.  Dijo que se puede saber cuando se recibe, porque se experimenta una renovación espiritual, como si se hubiera vuelto a nacer.  Añadió que los sentimientos y las actitudes del corazón se volverán mejores, que el mismo aspecto empezará a cambiar y que uno tendrá «la imagen de Dios grabada en el semblante». (Alma 5:19.)

¡Qué amigo tan grande y poderoso es el don del Espíritu Santo!  Seguramente todos los que se vuelvan al Salvador y se sometan a sus leyes serán sanados por medio de este Espíritu. (3Nefi 9:13.) Conocerán la mente de Cristo. (1Corintios 2:16.) Serán participantes de la naturaleza divina. (Pedro 1:4.) Empezarán a tener la imagen de Cristo en su rostro. (Alma 5:14.) Es verdad que el Evangelio no llega, como dice Pablo, en palabras solamente, «sino también en poder», el poder del Espíritu Santo que santifica, limpia y engrandece el alma. (1Tesalonicenses 1:5.)

Después de la muerte del profeta José Smith, Brigham Young tuvo un sueño en el que José Smith se le apareció y le dio el siguiente consejo: «Diles a los hermanos que mantengan abierto el corazón a la convicción, de modo que cuando el Espíritu Santo se acerque a ellos, estén preparados para recibirlo.  Podrán distinguir el Espíritu del Señor de todos los demás espíritus.  Aquél les susurrará paz y gozo a su alma.  Quitará la malicia, el odio, la contienda y todo mal de su corazón, y todo su deseo será hacer lo bueno, establecer la justicia y edificar el reino de Dios.  Diles a los hermanos que si siguen al Espíritu del Señor, les irá bien.  No dejes de decirles a los miembros que mantengan el Espíritu» (Manuscript History of Brigham Young 1846-1847, págs. 529-530.  Comp. de Elden T. Watson).

Y ahora, para terminar, estas palabras del Señor:

«Por lo tanto, santificaos para que vuestras mentes sean sinceras hacia Dios, y los días vendrán en que lo veréis; porque él os descubrirá su faz, y será en su propio tiempo y manera, y de acuerdo con su propia voluntad.» (D. y C. 88:68.)

Así tenemos como resultado final de las influencias del Espíritu, el hecho de que nos enfrenta cara a cara con Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor.

La lealtad hacia los profetas y la obediencia a la palabra de Dios nos atraerá el poder del Espíritu.  La influencia engrandecedora del Espíritu nos santificará, nos condicionará espiritualmente y nos preparará para verlo cara a cara, conversar con El como cualquiera persona habla con otra, para vivir en Su reino, a saber, el reino celestial.

El testimonio del Santo Espíritu
Que de otros recibo,
Me eleva a Ti nuevamente,
Oh Padre de mi espíritu.
Cuando ese testimonio escucho,
Siento el corazón de Espíritu lleno;
El pesar aleja
Confirma lo recto,
Y la verdad pura nos deja.
Entonces yo SÉ que estás en los cielos,
Que el Salvador reina,
Que nos guía un Profeta
Para salvación eterna.
El Espíritu Santo me quita las dudas,
Mi mente ilumina.
Y en Tu nombre dice: «Vuelve a mí.
Tengo un gran plan:
Quiero que lo sigas».
Con los ojos húmedos
Y el corazón lleno del Espíritu
Elevo a Ti mi clamor:
¡Oh, Señor mi vida renueva
Y deja en mi pecho Tu amor!
El testimonio mi ser invade,
Calma el dolor,
Y ante mis ojos, en un breve instante
Veo tu cielo, oh Señor.
(Traducción libre.)

Que el Señor nos ayude a comprender lo que encierran las palabras de vida, así como a gozar de la inspiración de ese gran Espíritu, ruego en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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