Esforcémonos en la obra del Señor

Conferencia General Abril 1979logo pdf
Esforcémonos en la obra del Señor
Por el  Presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballMis amados hermanos, ¡cuánta dulzura me llena el alma en cada conferencia’ -Cuán agradecido me siento de compartir con vosotros el espíritu de esta reunión! … de sentir vuestro espíritu y fortaleza, de reconocer vuestro trabajo y vuestros logros.

En la década de los setenta, hemos visto que se han dado grandes pasos en el crecimiento de la Iglesia. El Señor continúa bendiciendo su Iglesia, Y este crecimiento se acelerará en el futuro.  Y, debido principalmente a este crecimiento, es que hemos expandido los consejos del Sacerdocio a los niveles de área y región, tal como lo han explicado los otros hermanos esta mañana.

Por medio de la revelación, el Señor, ha hecho disposiciones en la estructura del Sacerdocio de la Iglesia, a fin de dejar lugar para los cambios y el crecimiento.  Habéis sido bien instruidos, hasta tal punto que no es necesario que yo repase los detalles de este importante paso de avance.  Sin embargo, me gustaría compartir con vosotros un incidente referido en la historia de la Iglesia, que tiene aplicación  a los asuntos tratados hoy, el cual relata lo siguiente:

«Esta tarde, los Doce se han reunido en un consejo, y han dedicado un tiempo a la confesión general… El momento de separarnos se aproxima; y sólo Dio,, sabe cuándo nos volveremos a ver.  Por lo tanto, hemos sentido la necesidad de pedir a aquel a quien hemos reconocido como nuestro Profeta y Vidente, que se dirija a Dios en nuestro nombre, Y obtenga una revelación, si es posible, por la cual podamos guiarnos cuando estemos separados, en la que nuestro corazón pueda encontrar consuelo… una gran revelación que pueda henchir nuestros corazones, consolarnos en la adversidad, y hacer, brillar nuestra esperanza en medio de los poderes de las tinieblas.» (History of the Church, vol. 2, pág. 209.)

Accediendo a esta petición, el profeta José se dirigió al Señor y recibió lo que hoy tenemos como sección 107 de Doctrinas y Convenios, de la cual deseo citar:

«Los Doce forman un Sumo Consejo Administrativo Viajante que oficiará en el nombre del Señor bajo la dirección de la Presidencia de la Iglesia, de acuerdo con las instituciones del cielo; y edificará la Iglesia, y arreglará todos los asuntos de ella entre todas las naciones, primero a los gentiles y después a los judíos.

«Los Setenta obrarán en el nombre del Señor bajo la dirección de los Doce, o el sumo consejo viajante, edificando la Iglesia y regulando todos sus asuntos en todas las naciones, primero entre los gentiles y después entre los judíos.»(D. y C. 107:33-34.)

Vemos aquí que los Doce Apóstoles ofician en el nombre del Señor, bajo la dirección de la Primera Presidencia de la Iglesia, y que los Setenta actúan en su oficio bajo la dirección de los Doce.  Se ha dispuesto también en esta revelación que haya Representantes Regionales y Otros oficiales que la obra del ministerio pueda necesitar:

«Mientras que los otros oficiales de la Iglesia que no pertenecen a los Doce, ni a los Setenta, a pesar de que estén ocupando oficios tan altos y responsables en la Iglesia, no tienen la responsabilidad de viajar entre todas las naciones, sino que deben viajar conforme lo permitan sus circunstancias.» (D. y C. 107:98.)

A fin de que la administración eclesiástica en su Iglesia sea completa, el Señor ha indicado cómo «manejar… todas las cosas pertenecientes al obispado» (presidente), así como la manera según la cual se debe llevar a cabo la obra temporal del reino (D. y C. 82:12).  Nuevamente cito de la sección 107, lo siguiente:  «…el oficio del obispo consiste en administrar todas las cosas temporales.

Sin embargo, se puede apartar a un sumo sacerdote, es decir, según el orden de Melquisedec, para administrar las cosas temporales, conociéndolas por el Espíritu de verdad.

Y también para que… sea un juez en Israel, para gestionar los negocios de la Iglesia..» (D. y C. 107:68, 71-72.)

En los últimos años hemos visto una aplicación más completa de estas instrucciones reveladas.  Y actualmente tendríamos que comprender aún más claramente cómo debemos aplicarlas para edificar la Iglesia en todas las naciones.  Los acontecimientos del mundo pueden hacer que esta forma de manejar los asuntos del reino sea no sólo práctica, sino que se convierta en una necesidad en el futuro.

Al funcionar el reino de este modo, estos maravillosos hombres del Consejo de los Doce podrán recorrer la Iglesia y poner las cosas en orden cuando sea necesario; y así quedan relevados de sus asignaciones para administrar los programas y departamentos, como antes lo hacían.  El trabajo de administrar y dirigir nuestros diversos departamentos y programas es ahora responsabilidad de las Autoridades Generales del Primer Quórum de los Setenta, y ellos cuentan con la voluntad y el capacitado apoyo del Obispado Presidente, así como de nuestros departamentos temporales; todo esto para lograr el fin de que podamos avanzar en unidad y a un paso jamás conocido hasta ahora.

Debéis entender, hermanos y hermanas, que el establecimiento de estos consejos del Sacerdocio de área y región, se hace principalmente con el propósito de facilitar el trabajo de la Iglesia en las estacas y los barrios, y especialmente en nuestras familias.

Esperamos que vosotros, maravillosos presidentes de estaca, comprendáis que parte de la razón de haber dado este paso, es quitar de vuestros hombros algo de la carga.  Esta pasará ahora, en su mayor parte, a nuestros representantes regionales, a fin de que vosotros podáis prestar toda vuestra atención a los asuntos de vuestra propia estaca.  Reconociendo esto, quisiera hablar un poco de los deberes y los privilegios de los presidentes de estaca, al presidir ellos las actividades de la Iglesia y conducirlas, incluyendo los Servicios de Bienestar.

Mis primeras impresiones sobre la labor de un presidente de estaca, las recibí al observar a mi propio padre, Andrew Kimball.  Mi padre sirvió como presidente de la Estaca de St. Joseph desde 1898 hasta 1924. Aunque nuestra familia vivía modestamente, mi padre parecía encontrar siempre la manera de enseñar a los obispos no sólo a cuidar de los muy pobres, sino que en muchas ocasiones también él se dedicaba a ayudar a muchas almas oprimidas.  Creo que mi padre sirvió a su gente en tal manera, que hizo que se cumpliera una bendición que recibió del presidente Joseph F. Smith, quien le prometió que las gentes del Valle de Gila lo «buscarían como los hijos buscan a su padre».

A pesar de que sé que en aquel entonces yo no valoraba completamente su ejemplo, la norma que él estableció era digna de cualquier presidente de estaca.

Mi padre practicaba lo que predicaba. El no se limitaba a decirles a los demás que fueran autosuficientes, sino que nos enseñaba a la familia a dar el ejemplo.  Nosotros producíamos casi todo lo que comíamos. El siempre quería plantar algo: quería un jardín para tener flores y un huerto en el cual cultivar hortalizas para comer.  Yo era quien bombeaba el agua a mano para regar la tierra, y también ordeñaba las vacas, podaba los árboles frutales, reparaba las cercas y hacía otras cosas.  Tenía dos hermanos mayores, que, según estaba yo convencido, se llevaban todas las tareas fáciles y me dejaban a mí las más difíciles.  Pero no me quejo; eso me hizo fuerte.

Yo también tuve el privilegio de servir como presidente de estaca.  Fui el primer presidente de la estaca de Mt.  Graham, formada en 1938 con parte de la Estaca de St. Joseph.  Al igual que todos vosotros, los que sois presidentes de estaca, yo también he experimentado la tristeza, lo mismo que el gozo de trabajar con aquellos que están en dificultades.

Recuerdo muy bien las inundaciones de septiembre de 1941; llovió continuamente durante todo el fin de semana de la conferencia de estaca.  Al día siguiente de la conferencia, el río Gila se desbordó, se salió de su cauce y barrió la zona de Duncan, Arizona.  Después de consultar con mi primer consejero con respecto a cuáles serían las necesidades inmediatas de los santos, cargué un auto con artículos del almacén del Plan de Bienestar que había en Safford y partí hacia Duncan, a unos 60 km de distancia.  Después de hacer allí todo lo que pudimos, recorrí a pie 13 km hasta otro pueblo, porque era peligroso cruzar los puentes en auto.  Me sentía lleno de dolor al contemplar la devastación causada en casas y granjas.  Sin embargo, en las semanas siguientes, compartí lo que quizás haya sido la experiencia más satisfactoria de mi cargo como presidente de estaca.  Por medio del sumo consejo y de los obispados de los barrios, nos organizamos para hacer la reconstrucción.  Con provisiones del Plan de Bienestar y la ayuda local, restablecimos a la gente en sus tierras.  Las contribuciones de los santos de toda la zona, fueron asombrosas; y según recuerdo, no tuvimos que pedir asistencia al Comité General de Bienestar, sino que todo lo hicimos a nivel local.

Durante ese mismo período, recuerdo que aconsejé enérgicamente a la gente a que fueran autosuficientes y a que evitaran las deudas.  La gran depresión económica todavía no nos había golpeado en toda su intensidad cuando fui llamado.  Aunque en esa época no nos referíamos a esto como a la «preparación personal y familiar», les enseñábamos a los santos de nuestra estaca a cuidar de sus propias necesidades.  En una u otra manera, expresábamos la importancia de los principios básicos del trabajo, la autosuficiencia, el amor, el servicio, la consagración y la mayordomía.

Las experiencias personales de aquellos días me hacen contemplar con gran placer el progreso que la Iglesia ha logrado desde que se dio nuevo énfasis a los Servicios de Bienestar en 1936.

De esas experiencias, junto con las observaciones que he hecho de las necesidades actuales de nuestro pueblo, quisiera compartir con vosotros mi idea de lo que yo haría en los Servicios de Bienestar, si estuviera sirviendo ahora como presidente de estaca.

Primero, me familiarizaría con el programa.  Estudiaría las Escrituras, los manuales y los materiales relacionados con el bienestar.  Llegaría a la comprensión de que los Servicios de Bienestar no son nada más ni menos que «el Evangelio en acción».

Consideramos que los Servicios de Bienestar constan de tres partes: Primero, la prevención de los problemas por medio de una vida providente.  Esto se aplica a todo miembro.  Segundo, la asistencia temporaria para aquellos que tengan necesidades inmediatas; y tercero, la rehabilitación, para aquellos con problemas serios o constantes.

Recuerdo muy bien cuando venía a la conferencia siendo yo presidente de estaca a principios de la década de los cuarenta, y escuchaba los discursos del presidente Clark sobre esos tres aspectos.  Actualmente, son tan verdaderos como lo eran entonces.

Sería también importante para mí el aprender mis deberes como director del Comité de Servicios de Bienestar de la estaca, y como miembro activo del Consejo Regional de los Servicios de Bienestar.  En este respecto, es importante reconocer, hermanos, que algunas de las actividades de los Servicios de Bienestar, se llevarán a cabo a nivel de región y multirregión.  Y aun cuando sería conveniente tener todas las instalaciones en mi propia estaca, apoyaría las decisiones hechas por el Consejo Regional, con respecto a colocarlas en cualquier otra estaca.

La mayoría de nosotros puede aprender mejor lo que aplica en su propia vida.  Haría lo posible por no ser encontrado en falta con relación a aplicar los principios básicos del Evangelio en mi vida, en mi propio hogar, con mi propia familia.  Yo viviría los preceptos de la preparación personal y familiar.  Esto es, tendría un huerto, administraría sabiamente los recursos familiares, y ampliaría mis horizontes en el campo educativo. Me mantendría en buen estado físico, repondría el almacenamiento familiar, arreglaría nuestra propiedad, y haría todas las demás cosas que el Señor nos ha pedido que hagamos.

Recuerdo que mi padre, como presidente de estaca, siempre trataba de mantener nuestra casa y terreno, limpios y arreglados; tenía que ser así.

Fuera de eso, hermanos, aprendería a dar de mis bienes para el Plan de Bienestar.  Pagaría una generosa ofrenda de ayuno y respondería con buena voluntad como miembro del quórum a cualquier asignación de bienestar.

Segundo, después de aprender todo lo que pudiera, enseñaría a los oficiales de mi estaca y barrios, los principios y prácticas de los Servicios de Bienestar.

Esto incluiría instruirlos en los principios, los deberes, y las asignaciones específicas del Evangelio.  Con mis consejeros, enseñaríamos a los obispos a «buscar a los pobres para suministrarles sus necesidades mediante la humildad de los ricos y orgullosos», como lo enseñan las Escrituras. (D. y C. 84:112.)

Razonaríamos con ellos lo que está en las Escrituras, y les enseñaríamos la ley del ayuno, el uso del almacén (del obispo), las bases para determinar las necesidades individuales, los tipos de servicios o trabajo que deben rendirse a cambio de la ayuda recibida, y la forma de aconsejar a aquellos con problemas personales.  Siempre debemos recordar que el obispo tiene el exclusivo encargo de suministrar a las necesidades de los afligidos.

Enseñaríamos a las hermanas de la Sociedad de Socorro a capacitar a las hermanas de los barrios en deberes tales como el de hacer visitas a los miembros para apoyar al obispo.  Instruiríamos a los líderes de los quórumes con respecto a la verdadera orientación familiar, a instar a la preparación personal y familiar, y a ayudar a los hermanos que tuvieran problemas graves.

Tercero, pondría en práctica los Servicios de Bienestar, en todo lo que mi estaca pudiera.  En la acción es donde se encuentra la verdadera bendición. ¡Hacedlo!. Ese es nuestro lema.  Después de lo que hemos oído esta mañana, quizás debiera cambiar ese lema a: ¡Hacedlo, con un plan!  Pero después de tener el plan-probablemente uno, para toda la zona – entonces debemos ponerlo en práctica y llevar a cabo la tarea.

¡Hay tantas oportunidades de servicio, tantas necesidades que satisfacer!  El llevarlo a la práctica, es recoger artículos para Industrias Deseret, producir los artículos necesarios, encontrar empleos por medio de los quórumes; es recolectar las ofrendas de ayuno, buscar hogares para alojar a los hijos de nuestros hermanos lamanitas, durante la temporada escolar; es dar de sí mismo; es ayudarse mutuamente.

Después de todo, este gran plan consiste en bendecir tanto al que da como al que recibe.  Al que da, sabiendo que «en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mat. 25:40); y al que recibe, sabiendo que el Señor cumple su promesa de «abastecer a mis santos, porque todas las cosas son mías» (D. y C. 104:15).

La Iglesia siempre se ha preocupado por los hijos del Señor.  Recuerdo que en 1907 hubo en China un hambre terrible, y que el presidente John R. Winder presentó a la conferencia general una propuesta para enviar 20 toneladas de harina al pueblo afligido.  El hermano B. H. Roberts secundó la propuesta con estas palabras:

«No es posible que sobrevenga calamidad alguna sobre ninguno de los hijos de nuestro Padre, sin que nuestro corazón se conmueva de piedad para con ellos.  Confío también en que este movimiento, que creo será unánimemente aprobado por esta conferencia, pueda ser testimonio de la sabiduría que existe en nuestros métodos de reunir fondos con propósitos caritativos y religiosos.  Gracias a Dios, hay una institución en la tierra cuyas obras de caridad constantemente se acumulan, y que en el preciso momento de surgir una necesidad, cuenta con los medios de suministrar a los hijos de los hombres; un hecho que refleja fielmente la sabiduría divina que ha tomado estas medidas en la Iglesia de Cristo.  Secundo la propuesta del presidente Winder, con todo mi corazón.» (Conference Report,  de abril de 1907, pág. 59.)

La propuesta fue aprobada por el voto unánime de la congregación.

Volví a recordar ese hecho recientemente, cuando autorizamos la construcción de más graneros en los Estados Unidos y Canadá, y lo evoco hoy, a medida que recordamos a los líderes de su deber de poner en práctica el programa de bienestar de la Iglesia.

Repito, en la acción, en la práctica de la obra, es en donde se encuentran las verdaderas bendiciones. ¡Cuán complacido estoy con el progreso que hemos obtenido!  Y aunque pedimos mucho de vosotros, y continuaremos pidiéndoos que edifiquéis, mejoréis, y que alarguéis vuestro paso en vuestra mayordomía particular, desearía también reconocer y expresar públicamente mi agradecimiento por vuestros esfuerzos.

Deseamos extender nuestro amor y estima a todos los que han dado sus servicios y se han sacrificado participando en el programa de alojamiento de estudiantes lamanitas.  Y a vosotros, los maravillosos padres de esos niños, os expresamos nuestro amor.  Sabemos el sacrificio que hacéis al permitir a vuestros hijos la oportunidad de que reciban una educación lejos del hogar paterno, y tengan acceso a todos los programas de la Iglesia.  Sabemos que vuestro amor bendecirá la vida de vuestros hijos, y que fortalecerá a toda vuestra familia.  A vosotros, los padres tutores, que dais de vuestro tiempo y bienes, os hacemos llegar nuestro más profundo agradecimiento.  Sabemos que vuestra participación requiere amor y medios extra para proveer para estos jovencitos lamanitas.  También sabemos que vosotros y vuestras familias recibís muchas bendiciones al demostrar ese amor y esa generosidad hacia otros.  Tanto las familias de los niños como las vuestras se benefician con la experiencia.  Este programa de colocación fue inspirado por el Señor.  Hemos visto cómo muchos de nuestros jóvenes lamanitas se han convertido en poderosos líderes de la Iglesia, y muchos son los que han llegado a ocupar puestos directivos de líderes tanto en su comunidad como en el mundo.

Alentamos a los obispos a continuar su obra en este importante programa oficial de la Iglesia.  Buscad a los jóvenes lamanitas que puedan beneficiarse con el programa y ayudadles a «florecer como la rosa».  Presidentes de estaca, guiad a vuestros obispos en este esfuerzo.

Felicitamos a aquellos que se enorgullecen de actuar en forma eficiente, económica y segura; aquellos que han cuidado y reparado las granjas del Plan de Bienestar.  Una granja de bienestar le da al presidente de estaca una gran oportunidad de enseñar principios de mayordomía.  El factor que, limita el trabajo en muchas granjas es la falta de calidad directiva en el sacerdocio.  Agradecemos a aquellos presidentes de estaca que han organizado los comités de granjas, que han delegado eficazmente las labores, que efectúan regularmente entrevistas de evaluación.

Deseamos reconocer a aquellos que han captado la importancia de la calidad. Nada sería demasiado bueno para el Señor. ¿No sería maravilloso que pudiéramos servirle a El los productos de nuestras granjas de bienestar?

Nos complace recibir informes con respecto a la construcción de nuevos almacenes, fábricas de conservas y locales de Industrias Deseret. Sabemos que esto se hace con considerable sacrificio. Pero cuando tenemos los medios suficientes, y ha sido aprobado por aquellos asignados para esta obra, es el deseo del Señor que tengamos estos almacenes. Por medio de ellos es que podremos cuidar del pobre y el necesitado.

El Señor aconsejó lo siguiente al primer obispo presidente de la Iglesia: «Y además, el obispo le señalará un almacén a esta Iglesia; y todas las cosas, sean dinero o víveres, que excedan las necesidades del pueblo, se guardarán en manos del obispo.

Y así concedo a este pueblo el privilegio de organizarse conforme a mis leyes.

He aquí, esto servirá de ejemplo a mi siervo Eduardo Partridge, para otros lugares . . . de la Iglesia.» (D. y C. 51:13, 15, 18. )

El Señor todavía nos permite actualmente seguir Su modelo divino. Nuestro obispo Brown es responsable de seguir ese «ejemplo… en todas las ramas de la Iglesia», según las circunstancias lo permitan. A aquellos de vosotros que lo estáis haciendo, os expresamos nuestro amor y estima. Quisiera terminar recordándonos a todos nuevamente que no estamos en nuestra obra, ni en mi obra, sino en la obra del Señor. Estamos edificando Su reino. Tenemos el privilegio de ser miembros de la Iglesia. Y como tales estamos bajo la obligación de seguir los mandatos del Señor que se encuentran en la sección 105 de Doctrinas y Convenios:

«Y no se puede edificar a Sión sino de acuerdo con los principios de la ley del reino celestial; de otra manera, no la puedo recibir.

Si fuere necesario, mi pueblo ha de ser castigado hasta que aprenda la obediencia, por las cosas que sufre.

…sujetémonos, pues, a sus leyes.» (D. y C. 105:5~, 32. )

Nuevamente expresamos a todos los que estáis aquí, nuestra profunda gratitud por todo lo que estáis haciendo.

Sé que Dios vive, que ésta es Su obra, y lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

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