La voluntad de Dios

Conferencia General Octubre 1979logo pdf
La voluntad de Dios
por el presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballMis queridos hermanos de todo el mundo, os saludo con el más profundo sentimiento de amor y gratitud, al comenzar la primera sesión de la conferencia mundial de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Muchas cosas han pasado, tanto en la Iglesia como en lo que me es personal, en el intervalo de los meses pasados desde la conferencia de abril. He estado internado en el hospital dos veces, y me siento profundamente agradecido por estar vivo y bien, y poder reunirme con vosotros hoy. Os agradezco también vuestras oraciones por mi recuperación, y especialmente a nuestro Padre Celestial por haberlas contestado, derramando sobre mí abundantes bendiciones.

Hermanos, una vez más os llamo la atención con respecto al cuarto mandamiento que dio el Señor a Moisés en el Monte Sinaí:

«Acuérdate del día de reposo para santificarlo.» (Ex. 20:8.)

Observemos este mandamiento estrictamente, tanto en nuestro hogar como con nuestra familia, evitando toda labor innecesaria. El domingo no es un día que debamos dedicar para cazar o pescar, ni para nadar, ir de picnic, salir en bote o practicar cualquier tipo de deportes. Los comercios de los lugares donde hay más miembros de la Iglesia, no abrirían los domingos si los santos no compraran en ese día. Recordad que el Señor dijo:

«Y para que te conserves más limpio de las manchas del mundo, iras a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo;

Porque, en verdad, este es un día que se te ha señalado para descansar de todas tus obras y rendir tus devociones al Altísimo.» (D. y C. 59:9-10.)

Y más adelante recibimos la siguiente gloriosa promesa:

Y si hacéis estas cosas con acción de gracias, con corazones y semblantes alegres, no con mucha risa, porque esto es pecado, sino con corazones felices y semblantes alegres,

De cierto os digo, que si hacéis esto, la abundancia de la tierra será vuestra…» (D. y C. 59:15.)

Una vez más quiero expresar mi complacencia por los resultados obtenidos al pediros que plantarais huertos y árboles frutales. Indudablemente cuando llega el momento de cosechar lo plantado, sentimos una enorme satisfacción al poder almacenar y conservar los abundantes productos con que el Señor ha bendecido nuestros esfuerzos. Por el mismo motivo, agradecemos los afanes de aquellos que han arreglado, limpiado y pintado su casa, cercas, graneros o negocios tal como lo sugerimos en el pasado Continuad en este buen camino que nos hemos trazado.

Me gusta particularmente el himno que entre otras cosas nos recuerda que «del alma es la oración» (Himnos de Sión 9). ES un gran privilegio poder hablar con nuestro Padre Celestial por medio de la oración. En contestación a una oración muy especial el Señor dio comienzo a esta dispensación del evangelio, y fue la primera oración personal que salía de los labios de un joven. Espero que nuestras oraciones no sean en su mayor parte silenciosas, pero cuando no podamos orar en voz alta, es bueno que tengamos una oración en la mente y en el corazón.

No vaciléis jamás en reunir a vuestra familia para orar, especialmente en los momentos en que se necesite algo más que la oración familiar de todos los días. Cuanto mayor sea la necesidad, tanto más deberemos orar.

Vuestros pequeños aprenderán a dirigirse a su Padre Celestial al escucharos orar, y pronto se darán cuenta de cuan sinceras son vuestras oraciones; si en cambio estas son un ritual rápido y mecanizado, esto será lo que aprenderán a hacer.

Aunque parezca difícil, me he dado cuenta de que al orar es mejor hacer un esfuerzo por comunicarse con Dios, amorosa y honestamente, en lugar de preocuparse por lo que estarán pensando quienes nos escuchan. Para esto nos basta con el «amén», que es señal de que aprueban y asienten a todo lo que se ha dicho. Por supuesto, se debe tener en cuenta el lugar donde se ora para pedir por nuestras necesidades, y este es el motivo por el cual no podemos limitarnos a las oraciones familiares ni públicas.

Para algunas cosas, es mejor orar en privado, donde no hay que tener en cuenta ni el tiempo ni el carácter confidencial de lo que decimos. Si en ese momento especial de devoción no le confiamos todo al Señor, El quizás tampoco nos dé todas las bendiciones que necesitamos. Si somos suplicantes ante un Padre sabio y amoroso, ¿por qué hemos de ocultarle sentimientos y pensamientos que pueden pesar en nuestras necesidades y bendiciones?

Tampoco nos haría ningún daño detenernos y concentrarnos por un momento al terminar nuestras oraciones, para tratar de escuchar, recordando siempre que debemos decir como el Salvador: «Pero no sea como yo quiero, sino como tú».

Admiro la sabiduría de Benjamín Franklin, cuando dijo:

‘Trabaja, como si fueras a vivir cien años;

Ora, como si fueras a morir mañana.»

Al terminar nuestro día, al igual que al comenzarlo, no olvidemos orar. Como alguien dijo: «Aquel que se acuesta sin orar, cada noche en dos habrá de alargar».

Siempre me ha conmovido la idea de la oración y el poder y bendiciones que se reciben por ella. Considero que en el transcurso de mi vida he recibido muchas más bendiciones de las que jamás podré agradecer debidamente. El Señor ha sido muy bueno conmigo. He tenido muchas experiencias, en salud y enfermedad, que no han dejado sombra de duda en mi mente v mi corazón de que hay un Dios en tos cielos, que Él es nuestro Padre, y que oye y contesta nuestras oraciones.

Nuevamente quiero expresaros mi agradecimiento profundo y sincero, por las muchas oraciones que han sido ofrecidas en mi beneficio durante mi reciente enfermedad y operación, porque han sido una fuente maravillosa de paz y consuelo, un bálsamo para el cuerpo y el espíritu, tanto para mí como para mi amada Camilla. El Señor ha escuchado vuestras suplicas y, como resultado, tengo el privilegio de estar presente hoy con vosotros en esta grandiosa conferencia.

En diversas ocasiones he alentado a los santos a que lleven diarios personales y registros familiares, y ahora quiero renovar mi pedido. Tendemos a pensar que lo que decimos o hacemos individualmente, tiene muy poca importancia; pero no es así. Es maravilloso ver cuantos de nuestros familiares, en quienes ni pensamos, se interesan por lo que hacemos y decimos. Es sumamente importante que todos los que saben leer, puedan leer la historia que el Señor ha dejado Cuando Él puso a Adán sobre la tierra, le entregó la historia del mundo y lo instruyó para que continuara escribiéndola. Desde tiempo inmemorial, desde los principios de la historia, el Señor nos aconsejó que lleváramos registros personales. En Éxodo leemos:

«Y Moisés escribió todas las palabras de Jehová. . .» (Ex. 24:4.)

Y también leemos:

«Y sucedió que el Señor habló a Moisés, diciéndole: He aquí, te revelo lo que concierne a este cielo y esta tierra. Escribe las palabras que habló.» (Moisés 2:1.)

Al volver hacia Jerusalén a través del desierto, para obtener las planchas de bronce, Nefi les dijo a sus hermanos:

«Y he aquí, es prudente para Dios que obtengamos estos anales a fin de que conservemos para nuestros hijos el idioma de nuestros padres.» (1 Nefi 3:19.)

Cuando el Salvador visitó este continente después de su resurrección, les mandó a los nefitas que pusieran al día sus registros, diciendo:

«Por tanto, escuchad mis palabras; escribid las cosas que os he dicho . . .

Y Jesús les dijo: ¿Cómo es que no habéis escrito esto. . ?

Y acaeció que Jesús mando que se escribiera; de manera que se escribió, según su mandamiento. » (3 Nefi 23:4, 11, 13.)

En nuestros días, el Señor le dijo al profeta José Smith:

«Además, guárdense en orden todos los registros, para que se depositen en los archivos de mi Santo Templo. . .» (D. y C. 127:9.)

Por lo tanto, continuemos con este importante trabajo de llevar el registro de todo lo que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos, para cumplir con las instrucciones del Señor. Para aquellos que todavía no hayan comenzado su libro de recuerdos y registro personal, les sugerimos que comiencen hoy mismo, y que lo hagan en la forma más completa posible. Espero hermanos que lo hagáis, ya que esto es lo que el Señor ha mandado que hiciéramos.

Al mirar a nuestro alrededor, vemos muchas fuerzas malignas afanadas en la destrucción de la familia, en todas partes del mundo. Los lazos familiares se destruyen con una creciente proporción de divorcios; con el incremento de la infidelidad matrimonial, con el abominable pecado del aborto, que está próximo a convertirse en un escándalo nacional y es una terrible transgresión. Otro elemento que corroe a la familia es el control de la natalidad, indiscriminado y egoísta.

E1 fortalecimiento de los lazos familiares debe convertirse en una manifestación a voces para los Santos de los Últimos Días, dondequiera que se encuentren; también debería serlo la proclamación de la castidad, nuestra más valiosa posesión. La castidad y la virtud son lo «más caro y precioso que todas las cosas» (Moroni 9:9), más que las piedras preciosas, más que todos los rebaños, más que el oro o la plata, o que cualquier posesión material. Pero, lamentablemente, para muchos están a la venta en los lugares más despreciables y a los precios más bajos.

Estas virtudes no pueden comprares con dinero; pero todos las pueden disfrutar, tanto los de modesta situación económica como los ricos, el joven estudiante de enseñanza secundaria o el que ya tiene un doctorado. Todos pueden disfrutar de estas bendiciones viviendo los principios en los que ellas se basan.

La falta de castidad, fidelidad, virtud, pecados que rápidamente se están convirtiendo en problemas mundiales, causan ríos de lágrimas, destrozan hogares, privan y destruyen innumerable cantidad de niños inocentes, destrozan a todos los que merecen ese tipo de bendiciones. La falta de la virtud ha hecho caer a muchas naciones y poderosas civilizaciones. La decadencia moral es un villano y su frente está marcada con las palabras: deshonestidad, soborno, irreverencia, egoísmo, inmoralidad, explotación, y todas las formas de desviación sexual.

Cada uno de nosotros es un hijo o hija de Dios, y tiene la responsabilidad de tratar de asemejarse a Cristo en su perfección y autocontrol, volviendo a Dios finalmente duendo de su virtud.

Esta noche hablare a los hermanos del sacerdocio, reunidos en cientos de lugares por todo el mundo, y les recordare que «hemos sido bendecidos con mujeres especiales, que tienen sobre nosotros una profunda y duradera influencia. Su contribución ha sido y es importante para nosotros, y es algo que tendrá un valor «eterno». Quisiera dar énfasis a estas palabras ahora también. Nunca serla demasiado lo que dijera para recordarnos a todos el alto lugar de honor y respeto que tienen las esposas, madres, hermanas e hijas en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

«Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón.» (1 Cor. 11:11.)

Hermanos, no seremos exaltados sin nuestra esposa. No podría existir el cielo sin las mujeres justas.

Nuestra generación, igual que otras anteriores, se ha convertido en gente bebedora. Esta locura destruye la moral, causa pobreza y aflicciones, y es responsable de muchas de las muertes causadas por los accidentes en las carreteras. ¿Cómo se puede detener esta carnicería? El evangelio puede hacerlo. El mensaje viene de lo alto, es la voluntad de Dios y trae consigo una promesa:

«Y todos los santos que se acuerdan de guardar y hacer estas cosas, rindiendo obediencia a los mandamientos, recibirán salud en sus ombligos, y medula en sus huesos;

Y hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, aun tesoros escondidos.» (D. y C. 89:18-19.)

La revelación también dice:

» . . . Y os prevengo, dándoos esta palabra de sabiduría por revelación.» (D. y C. 89:4.)

El hábito de fumar se puede curar también con el simple hecho de vivir la Palabra de Sabiduría, que es un mandato y la voluntad de Dios.

El vivir castamente, no cometer adulterio ni fornicación, ser completamente fiel al cónyuge y honrar el convenio del matrimonio, son hechos que limpiarían el mundo de los estragos de las desagradables dolorosas y costosas enfermedades venéreas. Fortalecerían el hogar abolirían la desgracia del divorcio y eliminarían la calamidad de los abortos, una de las mayores lacras sociales.

Hablando a los santos desde este púlpito en 1948, el presidente J Reuben Clark se refirió al hecho de tener un profeta y oídos atentos que lo escucharan; había leído un folleto, que decía: «Necesitamos un profeta», y en respuesta dijo:

«No, no necesitamos profetas pues tenemos y hemos tenido profetas durante más de cien años, y ellos son quienes nos han dado las palabras del Señor. El problema del mundo es que sus habitantes no quieren un profeta que les enseñe rectitud. Quieren un profeta que les diga que lo que hacen está bien, no obstante lo erróneo que pueda ser. Un profeta ha hablado; un profeta nos está hablando y no necesitamos otro. Lo que necesitamos es un oído que esté atento a sus palabras.»

Ruego que no solo pongamos atención a las palabras del presidente Clark, sino que también escuchemos y sigamos el consejo que ahora se nos da, y que viene por inspiración y revelación del Señor mismo, a los profetas de nuestros días.

Doy conclusión a mi mensaje, dándoos mi solemne testimonio a todos los que estáis al alance de mi voz, que amáis al Señor y su programa y que estáis ansiosos por ponerlo en acción. Y os dejo este mi testimonio, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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1 Response to La voluntad de Dios

  1. Avatar de Marlene Marlene dice:

    Estas palabras son sabias e inspiradas. Hagamos la voluntad de Dios y seremos felices ahora y en la eternidad.

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