Dedicación de la capilla de Fayette

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Dedicación de la capilla de Fayette, Estado de Nueva York
Por el presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballMis queridos hermanos, me siento agradecido por esta oportunidad que nos trae aquí.  Fue emocionante la experiencia de hablaros hace algunos minutos desde la cabaña de Pedro Whitmer, donde fue organizada la Iglesia. Ahora, es una experiencia sumamente inspiradora encontrarnos en esta nueva capilla erigida aquí en Fayette, Distrito de Séneca, Estado de Nueva York, porque representa en parte el maravilloso desarrollo alcanzado por la Iglesia durante los 150 años de su historia.

Hermanos y hermanas, hoy no sólo celebramos el sesquicentenarío de la organización de la Iglesia sino que, por ser domingo de Pascua, celebramos además la resurrección, el acontecimiento más grande de la historia de la humanidad desde el nacimiento de Cristo, el cual, como sabemos, también tuvo lugar en este día hace 1980 años.

Inmediatamente después de la Conferencia Semestral del mes de octubre próximo pasado, mi esposa y yo acompañamos al presidente N. Eldon Tanner y su señora esposa, junto con otras personas, a la Tierra Santa para la dedicación de los Jardines Orson Hyde, en el Monte de los Olivos, en la ciudad de Jerusalén. Durante los pocos días que allí pasamos, recorrimos los senderos por los que anduvo Jesús.

Vimos Belén y Nazaret, el Mar de Galilea y el río Jordán, visitamos el monte de la Transfiguración y el pozo de Jacob, el jardín de Getsemaní y el Gólgota.  Nos sentamos a meditar en el sepulcro vacío y salimos de allí a los jardines bañados de sol, donde, temprano por la mañana, los ángeles hablaron con las dos Mañas y les dijeron:

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?  No está aquí, sino que ha resucitado.» (Lu. 24:56.)

Este es mi testimonio para todos los que me escucháis: ¡El ha resucitado! El vivió, murió y resucitó: es el Hijo de Dios, el que abrió las puertas de la inmortalidad para todos los seres humanos e hizo posibles las bendiciones de la vida eterna para aquellos que obedezcan Sus mandamientos.  En este domingo de Pascua os doy mi solemne testimonio de su existencia actual y de su divinidad.

En la proclamación que acaba de leer el élder Gordon B. Hinckley, repasamos brevemente los acontecimientos de la organización de la Iglesia, como una restauración de la Iglesia original establecida por el Salvador mismo cuando se encontraba sobre la tierra. Hemos ofrecido al mundo nuestro testimonio de los acontecimientos maravillosos y milagrosos que precedieron a la restauración, del mismo modo que hablamos del grandioso progreso de la obra en los años que le siguieron.

Durante ochenta y cinco de esos ciento cincuenta años, yo he sido un testigo de ese desarrollo.  Sabiendo perfectamente bien que la vida seguirá su curso y que no pasará mucho tiempo antes de que tenga que pararme ante el Señor y rendirle cuenta de mis palabras, quiero ahora agregar mi testimonio personal y solemne de que Dios, el Padre Eterno, y Jesucristo, el Señor resucitado, se le aparecieron al joven José Smith; testifico que el Libro de Mormón es una traducción de un registro antiguo de naciones que vivieron en este hemisferio occidental, las que prosperaron y se hicieron poderosas cuando guardaron los mandamientos de Dios, pero que, cuando se olvidaron de El, fueron destruidas por terribles guerras civiles.  Este libro da testimonio de la existencia real del Señor Jesucristo como un Ser viviente, el Salvador y Redentor de la humanidad.

Testifico que el Santo Sacerdocio, tanto el Aarónico como el de Melquisedec, fue restaurado sobre la tierra por Juan el Bautista, y por Pedro, Santiago y Juan con la autoridad para actuar en el nombre de Dios; y que otras llaves y autoridades fueron restauradas más adelante; que el poder y la autoridad de las diversas investiduras divinas se encuentran en la actualidad en nuestro poder.  De todo esto ofrezco mi solemne testimonio en el nombre del Señor, a todos aquellos que me oyen; y prometo que todo aquel que escuche nuestro mensaje, acepte y viva el evangelio, desarrollará su fe y entendimiento; que aumentará la paz en su vida y en su hogar y que, por el poder del Espíritu Santo, dirá palabras similares de testimonio y verdad.  Esto lo hago, y os dejo mi bendición, en el nombre de Jesucristo.  Amén.

Oración dedicatoria

Nuestro Padre que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  En este aniversario estamos reunidos donde fue organizada La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, de acuerdo con tu revelación, hace ciento cincuenta años.  Nuestro corazón rebosa de gratitud por las maravillosas bendiciones que tan generosamente nos has otorgado.  Al traer a la memoria el pasado, nos emociona recordar la labor de quienes nos precedieron, especialmente la del profeta José Smith su hermano Hyrum, quienes sellaron con su sangre el testimonio de los sagrados acontecimientos que tuvieron lugar en esta zona.

Nos sentimos agradecidos por todos los que laboraron con fe en todas partes de la tierra, para que la Iglesia llegara al punto de desarrollo en que se encuentra. Presentes hoy en este histórico lugar miramos con confianza  hacia el futuro. Sabemos que bajo tu dirección, tu obra seguirá adelante para la bendición de tus hijos de todas las generaciones y en todo el mundo; que donde ahora hay centenares, habrá miles, y que aun cuando tu obra está establecida en la actualidad en muchas naciones, debe extenderse hasta cubrir toda la tierra, hasta que las personas en todas partes doblen las rodillas en homenaje a ti y a tu Hijo.

Te rogamos, nuestro Padre, que inspires el corazón de los gobernantes de las naciones para que abran las puertas a tus siervos y la verdad pueda cubrir la tierra, al igual que las aguas cubren las profundidades del abismo.

Hoy, Padre querido, por la autoridad del Sagrado Sacerdocio que tú nos has dado, dedicamos estos edificios que se yerguen en la antigua granja de Pedro Whitmer, la cabaña de troncos restaurada con su mobiliario, como recordatorio de los humildes comienzos de donde partiera tu grandiosa obra; la casa posterior de los Whitmer, como lugar de residencia para tus siervos, los que laborarán aquí como misioneros entre las personas que sean atraídas a este lugar histórico; y esta hermosa capilla y centro de visitantes en el que hoy nos reunimos, para que puedan constituir un lugar de sagrada adoración e instrucción, un rincón para refugiarnos del mundo y un lugar de hospitalidad para las multitudes que aquí vendrán como visitantes.  Que tu sagrado Espíritu reine aquí; que tu poder protector se ponga de manifiesto en la preservación de este importante escenario histórico; que el conocimiento sobre ti aumente y el testimonio de tu divino Hijo se fortalezca en el corazón de los muchos que hasta aquí lleguen con interés, y partan con un aumento de fe y conocimiento.

Padre Celestial, en este día de dedicación, oramos por tus siervos y por tu pueblo en todas partes del mundo.  Bendice a los justos y permite que tu sagrado Espíritu esté con ellos.  Fortalece en el corazón de cada uno de nosotros un renovado sentimiento de dedicación hacia ti y tu verdad sempiterna.

Te amamos, Padre, amamos a tu santo Hijo, y presentamos al mundo nuestro testimonio con respecto a El y a ti; y te pedimos que aceptes nuestro agradecimiento, nuestras labores y nuestro amor, en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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