Sacrificio

Conferencia General Abril 1981logo pdf
Sacrificio
por el presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballMis queridos hermanos y hermanas, al reflexionar acerca de las condiciones sociales y económicas que enfrentamos en la actualidad, me he puesto a recordar los tiempos de nuestros pioneros.  La fe de nuestra gente siempre ha sido puesta a prueba a través de las penurias que ha tenido que soportar.  Ha sido así desde el principio.

Durante el invierno de 1846-47*, cuando los santos estaban en Winter Quarters preparándose para la difícil travesía hacia el Oeste, mi abuelo, Heber C. Kimball, que fue consejero de Brigham Young por 21 años, se encontraba entre ellos.  Ese invierno el Señor le dio una revelación al presidente Young:

«Los de mi pueblo deben ser probados en todas las cosas, a fin de que estén preparados para recibir la gloria que tengo para ellos, sí, la gloria de Sión; y el que no aguanta el castigo, no es digno de mi reino.» (D. y C. 136:31; cursiva agregada.)

Pocos milagros en la historia de nuestra Iglesia sobrepasan al del establecimiento de colonias en una tierra desértica, que nadie quería, y al del hacerla florecer como una rosa.  Nuestra gente no sólo sobrevivió, sino que progresó debido a su fe y a la solidaridad de las familias.  El carácter de los pioneros fue moldeado por medio del trabajo arduo, los sacrificios, la cooperación y la dependencia de la ayuda del Señor.

Recuerdo claramente los años de mi niñez en Arizona.  Nuestro sustento dependía de la tierra.  El dinero escaseaba, y era común que tuviéramos que prescindir de muchas cosas y que aprovecháramos todo lo que teníamos.  Allí aprendimos a compartir: compartíamos el trabajo, las alegrías y las tristezas, la comida y otros recursos; nos preocupábamos los unos por los otros.  Nuestras oraciones diarias nos recordaban cuánto dependíamos de la ayuda del Señor; orábamos y trabajábamos constantemente por el pan de cada día.

Esas experiencias fortalecieron los lazos familiares.  Ahora, una vez más, nuestros recursos están escaseando rápidamente; sin embargo, la disciplina que heredamos de nuestros predecesores pioneros podrá nuevamente sacarnos del paso, y no tengo dudas de que lo lograremos.

A pesar de que a través de los años hemos tenido sesiones de bienestar, nunca hemos tenido una más importante que la que estamos llevando a cabo en este momento.  Para poder satisfacer las necesidades básicas de nuestra gente, debemos de nuevo aplicar principios básicos.  Estoy agradecido por las lecciones que aprendimos del pasado pionero de la Iglesia en el cual la gente era rica espiritualmente, a pesar de que, tenía que privarse de muchas cosas materiales.

Nosotros, los que estamos al servicio de Dios, debemos reconocer que el trabajo es una necesidad espiritual además de ser una necesidad económica.  Los pioneros entendieron este principio.  Así como compartieron lo que tenían con los pobres que se encontraban entre ellos, también nosotros debemos hacerlo, aumentando la cantidad de nuestras ofrendas de ayuno sin limitarnos a dar únicamente el costo de dos comidas.

Los pioneros no esperaban que el gobierno mantuviera a sus familias, pues sabían que la familia era su tesoro y a la vez, su responsabilidad.

Hermanos y hermanas, planead y trabajad de tal forma que logréis ser felices aunque tengáis que privaros de ciertas cosas que podríais haber tenido en épocas mejores.  No gastéis más de lo que ganáis.  Si tenéis un pedazo de tierra, aunque sea pequeño, plantad un huerto; trabajar la tierra enriquece el alma.  Comprad los artículos esenciales con cordura.  Tratad de ahorrar una parte de lo que ganáis.  Tratad de distinguir cuáles son las necesidades y cuáles son los antojos.

Enseñad a vuestros hijos estos principios básicos durante los consejos de familia.  Los pioneros acostumbraban a cantar una canción que decía: «Por sacrificios se dan bendiciones» (véase Himnos de Sión, 190).  Todavía es así, mis hermanos.  No olvidemos que la adversidad también tiene sus beneficios.

Tengamos serenidad, paz interior y amor aunque vivamos en un mundo que, desgraciadamente, está cada vez más lleno de crímenes y violencia.  Recordemos y obedezcamos el mandamiento del Señor de amar a nuestros semejantes.  Donde existen diferencias de opinión o malos entendimientos, busquemos la manera de resolverlos o de suavizar sus efectos por medio de la bondad, la ayuda y el afecto sincero.

Os damos estas palabras como un consejo y no con la intención de alarmaros.  Empleemos nuevamente principios básicos y fundamentales, para que podamos aumentar en espiritualidad y así enfrentarnos a estos tiempos difíciles.

Estoy agradecido por las instrucciones de bienestar que hemos recibido en esta sesión de la conferencia.  Son muy importantes y dignas de que les prestemos atención y las pongamos en práctica.  Que el Señor nos bendiga para que podamos obedecer estos consejos y guiar a todos los miembros de la Iglesia en el camino que ha sido demarcado por nuestros líderes y por El, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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