Somos llamados a esparcir la luz

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Somos llamados a esparcir la luz
por el élder Jacob de Jager
del Primer Quórum de los Setenta

Jacob de JagerMis queridos hermanos y hermanas, el 4 de abril de 1950, hace hoy exactamente treinta y un años, salí de Holanda con un nombramiento de tres años para la parte sudoriental del Asia.  Esa asignación me permitió hacer extensos viajes a diversas y distantes islas de esa parte del mundo para colaborar en la planificación e instalación de la electricidad en zonas rurales.

Me brindó, además, la ocasión de ver de cerca cómo la gente de esa parte del mundo comenzaba a progresar rápidamente después de la Segunda Guerra Mundial.  Las sencillas lámparas de aceite de coco y mecha de sus viviendas fueron reemplazadas por la luz eléctrica.

Con la llegada de la electricidad a sus islas, para muchos la noche se tornó en día, con nuevas posibilidades de estudio y recreación después del ocaso; para ello hubo que instalar centrales eléctricas, cables de alto voltaje y subcentrales de electricidad a fin de llevar la corriente a todas las casas.

Recuerdo los rostros alegres y el brillo en los ojos de los niños, y también las lágrimas de gratitud en los ojos de las personas mayores, cuando el alcalde encendió por vez primera el sistema de alumbrado eléctrico; a este acto siguieron festividades, con música, canto y baile desde la puesta del sol hasta el apuntar del alba.

¡Qué gran regocijo hubo entre la población!

Veintiséis años después, también un 4 de abril, el Señor me sacó del mundo para entrar en su servicio permanente.  Unos meses más tarde, esta vez como miembro del Primer Quórum de los Setenta de la Iglesia, viajé nuevamente a la parte sudoriental de Asia; pero esa vez iba a esparcir otra luz: la luz del evangelio; y así fue como otro cambio notable se verificó en la vida de muchas personas.

La tarea la realizaron dedicados jóvenes y señoritas que se encargaron de llevar la luz del evangelio a todas las viviendas en donde se les permitió entrar.

Sus centrales de luz eran las casas de misión de esa zona de Asia, y sus conexiones, las líneas de la autoridad del sacerdocio, sin las cuales el sistema no marcharía jamás.

Esos misioneros también presenciaron demostraciones de gozo y gratitud cuando los primeros destellos de luz eterna llegaron a la vida de sus conversos, y éstos aprendieron a cantar en su propia lengua en sus noches de hogar: «Oh qué grato todo es… cuando hay amor» (Himnos de Sión, 192).

Cada vez que se abre una nueva misión, se establecen ramas de la Iglesia o se organizan estacas de Sión, la luz radiante empieza a relumbrar trayendo a la memoria el mensaje del himno:

El alba rompe de verdad
y en Sión se deja ver.
Tras noche de obscuridad,
bendito día renacer.
(Himnos de Sión, l.)

Hermanos, ¿no es acaso un milagro la propagación de la luz a toda nación?

¿El deber de llegar a todo hogar para dar luz, amor y felicidad a nuestros semejantes, no es una sagrada obligación?  Sobre todo cuando sabemos que el Salvador dijo:

«De cierto os digo a todos: Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a las naciones.» (D. y C. 115:5.)

¿Quiénes son «todos» ahora, hoy mismo, el 4 de abril de 1981?  Por lo que puedo darme cuenta, en base a las recomendaciones que a diario se reciben en el Departamento Misional, la mayoría son élderes de diecinueve años y hermanas de veintiuno, quienes salen a servir como misioneros regulares.  También tenemos a las fieles hermanas mayores que son excelentes misioneras dondequiera que se las llame a servir.

Por último, hay un número limitado de matrimonios jubilados; y digo «un número limitado», porque hay muchos más en esas condiciones que son saludables, y podrían servir eficazmente en el campo misional. Al continuar la obra expandiéndose en las muchas naciones de la tierra, habrá una necesidad aún mayor de matrimonios para servir como misioneros regulares.  Aparte de su asignación básica de enseñar el evangelio, se les puede asignar una variedad de otras funciones.  Por ejemplo, en las misiones donde aún no hay líderes preparados, los matrimonios misioneros pueden servir para capacitar a los conversos. También tenemos entre ellos oficinistas, tenedores de libros y contadores jubilados.  Las parejas con esa preparación pueden servir en las oficinas de misión como secretarios de registros o financieros; más aún, hay matrimonios mayores que tienen conocimiento en genealogía y que pueden servir, cuando se les asigne expresamente a ello, para enseñar a los miembros en barrios y ramas.  Hay también posibilidades de servir enseñando el evangelio en los centros de visitantes, o abriendo las puertas de la obra en sectores internacionales, fuera de los límites de las misiones existentes.

Lamentablemente, aún existe la idea errónea entre muchas parejas de que su misión ha de ser sólo proselitista; espero que, con lo que acabo de decir, tengan ahora una idea más clara y reconsideren la posibilidad de servir; y más aún, al oír que contrariamente a lo establecido con otros llamamientos, ahora pueden presentarse como voluntarios para ir a una misión de seis, doce o dieciocho meses.

Quizá algunos digan que es muy difícil dejar a los nietos, ya que parecería que en esa etapa de la vida alejarse de éstos resulta más duro que dejar a los propios hijos.

Conozco extraordinarias experiencias de matrimonios en el campo misional.

El hermano Ralph Lambert y su esposa sirvieron por dieciocho meses en la Misión de Oklahoma-Tulsa.  En una rama pequeña, una hermana y su hijo adolescente iban los domingos a la Iglesia; aun que el padre de la familia era miembro de la Iglesia, no concurría a las reuniones.  Antes de jubilarse en Oklahoma había vivido en Utah; cuando era un joven diácono era tan tímido y vergonzoso que no iba a la Iglesia porque tenía miedo de que le pidiesen que orara o cumpliera alguna otra asignación.  De vez en cuando los misioneros iban a hablarle de la Iglesia, pero nunca pudieron lograr activarlo en ella.  Sin embargo, los hermanos Lambert, que tenían la misma edad que él y gran madurez, pudieron trabar una cálida amistad con aquel hombre, que así comenzó a ir a la Iglesia con su esposa e hijo; nunca se le apremió a hacer cosa alguna que no tuviese ganas de hacer.  Tras breve tiempo, preguntó con cuánto dinero había de contribuir al presupuesto de la rama, y cuando esto se le explicó comenzó a dar su aporte.  Como un mes más tarde, al acercarse el domingo de ayuno, preguntó cuál era la forma de pagar el diezmo.  Se le explicó que el sistema no había cambiado en cincuenta años, desde que él vivía en Utah.  Y comenzó a hacer esa contribución voluntaria al reino. Poco después, dijo que aceptaría cualquier llamamiento que le hiciesen en esa rama pequeña.

Fue ordenado presbítero, lo que le permitió ordenar a su hijo menor, también de presbítero en el Sacerdocio Aarónico.

Ulteriormente, llegó a ser consejero en la presidencia de la rama; un año después, habiendo demostrado ser del todo digno, fue ordenado élder… y él y toda su familia fueron sellados en el Templo de Salt Lake City.

Testifico que los hermanos Lambert, junto con miles de matrimonios fieles que han servido en el pasado, y los que sirven ahora, serán ricamente bendecidos por nuestro Padre Celestial; sé que han ganado un profundo conocimiento del verdadero significado de la escritura:

«Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de Padre!» (D. y C. 18:15.)

Finalmente, quisiera referimos una experiencia muy interesante que el hermano Edwin Q. Cannon y su esposa tuvieron en su misión en la zona occidental de África.  Es referente a una distinguida familia de color de la Iglesia, de apellido Sampson-Davis, que reside en Acera, Ghana.

En 1963, el hermano Sampson-Davis se graduó con un título de electrónica en la Universidad de Oxford, Inglaterra, y lo contrató la Compañía Philips Electronics en Eindhoven, Holanda.

La hermana Sampson-Davis viajó desde África para reunirse con su esposo en dicha ciudad.  Un día, los misioneros mormones le dieron un ejemplar del Libro de Mormón y la primera charla misional en la pensión donde ella y su esposo se hospedaban.  Me abochorna un poco deciros que la dueña de la pensión era holandesa, pues le dijo categóricamente a nuestra hermana que no recibiera más a los mormones.

La familia Sampson-Davis por fin regresó a Ghana; quince años después, en 1978, la hermana se puso nuevamente en contacto con la Iglesia y comenzó a asistir fielmente a las reuniones de la Escuela Dominical.  Los misioneros les dieron las charlas y ellos obtuvieron un firme testimonio; y el hermano Ted Cannon bautizó a la madre y a sus tres hijos en una piscina de Acera.

El hijo mayor, el élder Crosby Sampson-Davis, comenzó a prepararse para servir en una misión, y recibió su llamamiento misional a principios de este año.  Hace dos semanas, el élder Sampson-Davis salió del Centro de Capacitación para Misioneros, para servir en la Misión de Inglaterra-Manchester.  Es interesante saber que el padre se unió a la Iglesia un mes antes de que el hijo saliera a la misión; ahora, toda la familia está unida en la fe.

Los hermanos Cannon en verdad han visto los frutos de su labor y conservan hermosos recuerdos del tiempo que pasaron con otros de los hijos de nuestro Padre Celestial en África.

Os he relatado las experiencias de esos dos matrimonios, para que comprendáis la importancia del servicio misional que prestan los matrimonios jubilados, y las bendiciones que reciben todos los que se embarcan en la obra del Maestro.

Os testifico, como converso a la Iglesia, que ninguna persona puede tener un gozo mayor que el de tomar parte en llevar el mensaje del evangelio a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos.

Humildemente ruego que el espíritu misional esté con todos nosotros en los tiempos que vienen, y que podamos ser instrumentos en las manos del Señor para edificar su reino aquí en la tierra antes de su glorioso retorno, y lo hago en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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