Jesús es nuestro Salvador

Conferencia General Abril 1982logo pdf
Jesús es nuestro Salvador
por el élder David B. Haight
del Consejo de los Doce

David B. HaightEn el corazón de todos los hombres, más allá de su raza o posición social, existen anhelos inexpresables por cosas que en estos momentos ellos no poseen.  Tales anhelos son implantados en el corazón del hombre por un Creador misericordioso, y es su designio que estos anhelos lo conduzcan hacia Aquel que es el único capaz de satisfacerlos.  Esa plenitud se encuentra en Jesús el Cristo, el Hijo del Padre Celestial Eterno.  Pablo declaró: «por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud» (Colosenses 1:19).

Jesucristo fue escogido y ordenado para ser el único Salvador y Redentor del mundo.  Al hermano de Jared El dijo:

«Yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo.  He aquí, soy Jesucristo . . . En mí tendrá luz, y esto eternamente, todo el género humano, sí, aun cuantos crean en mi nombre.» (Eter 3:14.)

A sus discípulos enseñó lo siguiente:

«… he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. . .

«Que todo aquel que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.» (Juan 6:38, 40.)

Precisamente en este día, en gran parte del mundo se celebra el domingo de palmas, conmemorando la entrada de nuestro Señor a Jerusalén.  La multitud «tendía sus mantos en el camino», y «tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle». (Mateo 21:1-11; Juan 12:12-13.)

Se trataba de la celebración anual de la Pascua judía.  Hacía ya algún tiempo que los sacerdotes principales del Sanedrín estaban conspirando a fin de encontrar una excusa para arrestar y dar muerte a Jesús.  Fue entonces que consideraron que su oportunidad había llegado.

El día anterior a la cena de Pascua, Jesús instruyó a sus discípulos en cuanto a dónde encontrar un cuarto para poder reunirse y recibir sus instrucciones.  Así fue que encontraron un hogar y Jesús se reunió con los Doce, y juntos se sentaron a comer.  Después que terminaron, el Maestro les instruyó y les ministro.  Les lavó los pies y les dijo:

«Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien porque lo soy.

«Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.» (Juan 13:1314.)

Entonces les dijo:

«Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. . .

«Hijitos, aún estaré con vosotros un poco.  Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros:     A donde yo voy, vosotros no podéis ir.

«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.

«En esto conocerán todos que sois sus discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.» (Juan 13:31, 33-35.)

«No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mi.

«En la casa de mi Padre muchas moradas hay; y si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a Preparar lugar para vosotros.

«Y si me fuere y os preparara lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.

«Y sabéis a donde voy, y sabéis el camino.» (Juan 14:1-4.)

Tomás preguntó:

«Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?»

Y el Salvador respondió:

«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.

«Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.» (Juan 14:5-7.)

«Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.» (Juan 16:28.)

«…todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.» (Juan 16:23.)

Jesús, iniciando el sacramento de la Santa Cena, tomó pan, lo partió, dio las gracias en oración y lo repartió entre sus discípulos diciendo:

«Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí . . .

«Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.» (Lucas 22:19-20.)

Después de implantar el sacramento, el Salvador explicó a sus discípulos:

«Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.» (Juan 16:7.)

El Salvador oró al Padre pidiendo por sus Apóstoles y por todos los creyentes diciendo:

«Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti;

como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste.

«Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.» (Juan 17:1-3.)

Luego que Jesús finalizó de orar a su Padre, dejó el cuarto superior, y junto a sus discípulos se dirigió al Jardín de Getsemaní a fin de poder orar a solas:

Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.» (Mateo 26:39.)

El Señor mismo dijo refiriéndose al sufrimiento que padeció en el jardín:

«Padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa desmayar.

«Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres.» (D. y C. 19:18-19.)

«Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten.» (D. y C. 19:16.)

Mientras los guardias y Judas se le acercaban, el Señor dijo:

«… ved, se acerca el que me entrega.» (Mateo 26:46.)

Entonces Judas le besó en la mejilla.

Jesús preguntó: «Amigo, ¿a qué vienes?» (Mateo 26:50.) «¿A quién buscáis?» (Juan 18:4.)

Uno de los guardias respondió:

«A Jesús nazareno».  Y el Salvador contestó: «Yo soy». (Juan 18:5.)

De inmediato los guardias llevaron a Jesús hasta donde estaban reunidos los escribas y los ancianos y luego ante Caifás, el sumo sacerdote (Mateo 26:57).

«Te conjuro por el Dios viviente», dijo Caifás, «que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios». (Mateo 26:63.)

«Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.» (Marcos 14:62.)

Entonces Jesús fue llevado ante Pilato, quien le preguntó: «¿eres tú el Rey de los judíos?»

A lo cual Jesús contestó:

«Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos.» (Juan 18:36.)

Y Pilato dijo a la multitud:

«Yo no hallo en él ningún delito.  Pero vosotros tenéis la costumbre de que os suelte uno en la pascua. ¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los judíos?» (Juan 18:38-39.)

Pero entonces todos dieron voces de nuevo, diciendo:

«No a éste, sino a Barrabás.» (Juan 18:29-40.)

Entonces Pilato tomó a Jesús y le azotó.  Y los soldados le pusieron una corona de espinas sobre la cabeza, y le cubrieron con un manto púrpura. (Marcos 15:15-17.)

Pilato dijo:

«Ningún delito hallo en este hombre» (Lucas 23:4).

La multitud daba voces diciendo: ¡¡Crucifícale, crucifícale! ¡Fuera con éste, crucifícale!» (Lucas 23:18,21.)

Entonces le tomaron a El, al Maestro, a aquel a quien Pedro había negado tres veces, v lo llevaron.  Cargó su propia cruz.  Comenzó el largo camino hasta la colina, abriéndose paso entre la multitud, entre las mujeres que sollozaban, entre la chusma que clamaba por su crucifixión y a través de las puertas de la ciudad, hasta llegar a la colina llamada Gólgota, el «lugar de la Calavera». (Juan 19:17.) Y allí le crucificaron.

Al ladrón que colgaba de la cruz junto a El, Jesús le dijo:

«De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43).

Las últimas palabras mortales de Jesús fueron las siguientes:

«Mujer, he ahí tu hijo.»
Y enseguida volviéndose a Juan:
«He ahí tu madre.» (Juan 19:2627.)
Y luego:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.» (Lucas 23:46.)
«Consumado es.» (Juan 19:30.)

Llegado el primer día de la semana, muy temprano por la mañana, las mujeres fueron hasta el sepulcro con especias que habían preparado y se encontraron con que la piedra que cubría la entrada había sido quitada. (Lucas 24:1-2.)

Entonces escucharon la voz de un ángel preguntar:

«¿Por qué buscáis entre lo, muertos al que vive?
No está aquí, sino que ha resucitado.» (Lucas 24:5-6.)

Este anuncio proclamó el acontecimiento más glorioso acaecido desde el momento de la creación misma.

María escuchó una voz preguntar:

«¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?»
Y María respondió:
«Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. 91
En aquel momento escuchó una voz llamar: «María».
Y supo que era El y contestó: «¡Raboni!»
«No me toques», le dijo Jesús,
«porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios».

(Juan 20:15-17.)

Más adelante Jesús se apareció sus Apóstoles en el cuarto superior donde habían pasado la noche anterior a su muerte.  Por cierto que estaban asustados.  Entonces escucharon la voz de su Maestro decir:

«Paz a vosotros. . .

¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos?

«Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved: porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.» (Lucas 24:36-39.)

Más adelante, a orillas del mar, en Galilea, mientras el Salvador v los discípulos comían juntos, Jesús le preguntó a Pedro:

«Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? …
«Sí, Señor; tú sabes que te amo. . .
«Apacienta mis corderos. . .
«Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?. . .
«Sí, Señor; tú sabes que te amo. . .
«pastorea mis ovejas. . .
«Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? …
«Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo – » – – –
Y entonces el Salvador le dijo una vez más:
«Apacienta mis ovejas.» (Juan 21:15-17.)

Pedro había negado abiertamente al Señor tres veces.  En esta oportunidad, también tres veces, Jesús le arrancó la promesa de su amor y lealtad.

Había llegado el momento de que Cristo ascendiera al trono de su Padre.  Antes de su muerte había declarado a su Padre:

«He acabado la obra que me diste que hiciese.» (Juan 17:4.)

Después de su resurrección, permaneció en la tierra unos cuarenta días, a fin de que sus discípulos pudieran comprender más cabalmente su naturaleza glorificada, y pudieran ser instruidos en cuanto a los asuntos del reino de Dios.

Ahora se encontraba listo para Partir.  Los Apóstoles sabían que era el Salvador.  Sus discípulos ya no lo asociarían con la tumba, sino que darían testimonio de que es un ser glorificado.

Para el lugar de su ascensión, Jesús escogió el Monte de los Olivos, al que conocía bien; ya que cerca, en la ladera del monte próximo a Betania, había hallado reposo y el afecto de Lázaro, María y Marta.  Próximo a este lugar también se encontraba el Jardín de Getsemaní en donde había orado y agonizado.  Escogió el Monte de los Olivos para ascender, y sobre su cima se apoyarán sus pies cuando El vuelva, no como un hombre lleno de pesares, sino como un rey glorioso y triunfante.

Allí, en el Monte de los Olivos, el Salvador instruyó a los Apóstoles y a todos los que creen, de la siguiente forma:

«Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;

«Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» (Mateo 28:19-20.)

Os testifico por el poder del Espíritu Santo que este mismo Jesús, es el Cristo, el Hijo del Dios viviente; crucificado por los pecados del mundo «para santificarlo y limpiarlo de toda injusticia; para que por El pudiesen ser salvos todos» (D. y C. 76:41-42).

«Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará.» (Isaías 40:11.)

El es nuestro Redentor, nuestro Señor y nuestro Rey-

Su reino está nuevamente establecido en la tierra, y es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.  Esta iglesia, mediante dirección divina, está preparando al mundo para su segunda venida, pues El vendrá otra vez, lo declaro humildemente en Su santo nombre.  Amén.

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