La nota perfecta

Conferencia General Octubre 1981logo pdf
La nota perfecta
por el élder David B. Haight
del Consejo de los Doce

David B. HaightEl famoso Director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, Arturo Toscanini, ya fallecido, recibió una vez la breve y arrugada carta de un solitario pastor de ovejas de la remota región montañosa de Wyoming, en la cual le decía:

«Señor director: Sólo tengo dos posesiones: una radio y un viejo violín.  Las pilas de la radio se están debilitando y pronto se agotarán; el violín está tan desafinado que no lo puedo tocar.  Por favor, ayúdeme.  El próximo domingo, antes de empezar su concierto, déme la nota ‘la’ bien fuerte, para poder afinar en el violín la cuerda correspondiente; luego afinaré las otras cuerdas.  Cuando se terminen las pilas de la radio, todavía me quedará el violín.

Al comienzo de la próxima transmisión radial de su concierto desde el «Carnegie Hall», Toscanini anunció: «Para un querido amigo y radioescucha de las montañas de Wyoming, la orquesta tocará ahora una nota ‘la’ «. Todos los músicos se unieron haciendo vibrar un perfecto «la».

El solitario pastor sólo necesitaba una nota, nada más que una pequeña ayuda para afinar el violín; desde allí podría seguir solo.  Necesitaba a alguien que tuviese la bondad de ayudarle a afinar una cuerda, y luego las otras serían tarea fácil.  Después, con todas las cuerdas afinadas, el solitario pastor tendría algo que le sirviera de compañía y le alegrara, ya que podría tocar melodías que le elevarían el ánimo.

El mensaje y las recomendaciones que os daré a continuación son para los hijos de Dios cuyas pilas puedan estar agotadas o cuyas cuerdas necesiten afinarse; aquellos cuyas almas una vez sintieron la influencia de las palabras y enseñanzas del Maestro y de sus siervos, pero que han sido atraídos por otros intereses y actividades.  Puede que a algunos se les haya descuidado o que no se les haya dado suficiente participación en la Iglesia por medio de un llamamiento, como puede ser que se sientan ofendidos o aun indignos. Otros se han dado el lujo de «dejarse desafinar», acaso porque habiendo perdido el rumbo, se han alejado del camino principal.

El Salvador del mundo nos dio reglamentos conforme a los cuales vivir, y nos enseñó principios de amor que traen consigo interés en el prójimo y aliento para el desanimado:

«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.» (Mateo 11:28-30.)

El no puso limitaciones ni dijo «venid a mí todos los perfectos», o sólo los ricos, o sólo los pobres, o sólo los sanos o aquellos sin pecados, o los que digan oraciones más largas, o sólo los enfermos.  Su invitación es para todos: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar»; os daré alivio y paz, «porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga».

Su ruego a todos es que amemos a Dios, que amemos a Sus hijos, que guardemos sus mandamientos, y que creamos que El, Jesús, es el Cristo y que fue engendrado por Dios. (1 Juan 5:1-3.)

Algunas personas que aceptaron las enseñanzas del Salvador y se bautizaron en su Iglesia están ahora temporalmente perdidas del «rebaño»; algunas por su propia elección, pero otras, en muchos casos, por culpa de nuestra negligencia.

Mateo cuenta la última conversación de los discípulos con Jesús aquí en la tierra.  Todos se habían reunido en la montaña, como se les dijo, esperando a su Señor; El era el centro de sus vidas, y lo veneraban.  Sabían que pronto los dejaría. ¿Dónde irían? ¿Qué harían sin El?  Eran once contra el mundo. ¿Qué les diría El?

«Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.

Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.  Amén.» (Mateo 28:18-20.)

Esas últimas instrucciones no sólo eran de encontrar y bautizar Personas, sino también de enseñarles.  La futura tarea de los discípulos era clara, como lo es para la Iglesia y sus miembros ahora: traer nuevas almas a Cristo y enseñarles.  Enseñarles los mandamientos, enseñarles los principios del evangelio, enseñarles el amor a Dios y el amor al prójimo; enseñarles con el Espíritu, enseñarles con amor, para que ellos puedan y deseen obedecer los mandamientos.

Ninguno debería perderse, sino que todos tendrían que sentir el amor del Maestro a través de Sus siervos.  El sabía que llevar el mensaje del evangelio a todas las naciones requeriría ayuda activa de todos los bautizados, no sólo de algunos, sino de todos y cada uno de ellos.

En el tiempo de Jesucristo había poderosas barreras sociales entre los judíos; sin embargo, el Salvador se mezcló libremente con publicanos y pecadores, a diferencia de los fariseos, quienes creían que no debían invitar a éstos a sus casas.

Cristo les reprochó su falta de bondad diciendo:

«Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. (Mateo 9:12.)

Los enemigos del Señor lo censuraban porque se mezclaba y comía con los pecadores, pero Jesús explicó por qué lo hacía y enseñó más claramente el propósito del amor de Dios hacia los pecadores arrepentidos, así como el gozo que hay en los cielos cuando un pecador se arrepiente:

«¿Qué os parece?» preguntó el Salvador.  «Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado?

Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve que no se descarriaron.

Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.» (Mateo 18:12-14.)

Y añadió:

«Y al llegar a casa, reúne a sus amigos vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido.

Os digo que así habrá mas gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa  y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.» (Lucas 15: 6-7)

Un miembro que estuvo inactivo relata:

«No capté sus nombres ni puse mucha atención a lo que estaban diciendo, excepto que eran de la Iglesia Mormona.  De alguna forma se habían enterado de que yo era mormón y me preguntaron si quería maestros orientadores. ¡Yo no había asistido a la Iglesia durante dieciséis años!

No sé exactamente por que dije que sí. Parecía que habían pasado muchas cosas en mi vida que me llevaron a convencerme de que había en ella un eslabón perdido. Anteriormente, habíamos vivido al lado de una familia mormona. No íbamos a la Iglesia, pero se me recordó que mis dos hijos no habían sido bendecidos y que nunca habían ido a la Iglesia.

Mi esposa no era mormona, ni siquiera era cristiana. Sin embargo, convenía conmigo en que algo nos faltaba.

Pronto se pusieron en contacto con nosotros los maestros orientadores y empezaron sus visitas regulares. Con ellos comenzó un proceso que les tomaría muchos meses y que cambiaría a mi familia para siempre.

Empecé a asistir a las reuniones del sacerdocio, de vez en cuando al principio, luego regularmente. Finalmente, pude sobreponerme a mi problema con la Palabra de Sabiduría. Nuestro hijo mayor, que entonces tenia cinco años de edad, comenzó a asistir a la Escuela Dominical. Inclusive empezamos a pagar algo al fondo de los diezmos. Mi esposa me apoyaba, pero no estaba interesada en la Iglesia.

Un día dos misioneros golpearon a nuestra puerta. Después de muchos meses, habiendo sido recientemente ordenado élder, bautice y confirme a mi esposa miembro de la Iglesia. Mas tarde nos sellamos con nuestra familia en el Templo de Washington.

Al revivir todas las experiencias pasadas, recuerdo conmovido el amor, las oraciones y la forma en que el obispado, la presidencia del quórum de élderes y otros miembros nos ayudaron a integrarnos.

Eramos realmente bendecidos al vivir en un barrio que trabajaba activamente con los miembros menos activos, donde el presidente del quórum de élderes (cargo que yo ocupo ahora) hacia especial hincapié en la reactivación, y donde aun un miembro de la presidencia de la estaca se intereso personalmente por nosotros.»

El profeta Ezequiel amonesto:

«Mas no apacentáis a las ovejas.

No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, ni volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida . . .» (Ezequiel 34:3-4.)

Mientras viajaba al aeropuerto de Los Angeles con un alto funcionario de radio, supe que tanto el como su esposa, aun cuando habían nacido de padres miembros de la Iglesia, nunca habían sido activos en ella.  Las actividades sociales, las fiestas y diversiones, predominaban en su vida.

Después de ocho años de matrimonio y con tres hijos, empezaron a preocuparse por el rumbo que seguía su vida, pero no hicieron nada al respecto.

Diferentes parejas de maestros orientadores los visitaron sin ningún resultado.  Pero un día llegó un nuevo maestro orientador, un verdadero pastor.  Después de un tiempo, consiguió que el hombre le prometiera ir a la Iglesia una vez, aunque le dijo que no dejaría el cigarrillo ni la bebida, va que había resuelto firmemente no cumplir con la Palabra de Sabiduría, y si por esa razón no era bienvenido en la Iglesia, le daba igual.  El maestro orientador le dijo: «Claro que será bienvenido; el domingo pasaré a buscarlo».

El primer domingo que asistió a la Escuela Dominical, esperaba que alguien se alejara de él por su fuerte olor a tabaco; pero eso no sucedió.  «Me pedirán que dé una oración o que trabaje en la Iglesia», pensó.  Pero eso no sucedió tampoco.

El maestro orientador no telefoneaba el domingo por la mañana para no darle la oportunidad de que se arrepintiera de ir, sino que iba directamente a su casa y le decía: «¿Está listo?». Aquel buen hermano pasó a buscarlo todos los domingos durante más de un año.

La pareja empezó a leer Una obra maravillosa y un prodigio, y se dieron cuenta de que la Iglesia consistía en muchas otras cosas más que la Palabra de Sabiduría, de la cual habían oído tanto toda su vida (como él no la observaba, consideraba que la Iglesia no tenía nada más que ofrecerle).  Poco a poco aprendieron que ésta es una Iglesia de amor, no una Iglesia de temor.  Aprendieron sobre la misión del Salvador, sobre nuestro Padre Celestial y sobre el arrepentimiento.  Llegaron a sentirse tan orgullosos de la Iglesia a la que pertenecían desde el nacimiento, que pronto el cumplimiento de la Palabra de Sabiduría dejó de ser un problema importante y el esposo no tuvo que pasar por las etapas del tormento de dejarlo, sino que esto sucedió sin esfuerzo. ¡Había tantos otros principios del evangelio que comenzaban a ser más importantes para ellos!

El hermano comentó: «Empecé a trabajar en nuestra capilla nueva y un día le dije en voz baja a mi obispo: ‘Estoy listo para dar una oración; puede llamarme cuando quiera’ «.

El Salvador enseñó a Pedro: «y tú, una vez vuelto [convertido], confirma a tus hermanos» (Lucas 22:32).

Las almas están encomendadas al cuidado de la Iglesia para que se vele por ellas, se les guarde en el camino recto, se registren sus nombres y se les nutra por la buena palabra de Dios. (Moroni 6:4.)

Un matrimonio de edad avanzada vivía en una pequeña comunidad mormona del estado de Idaho, Estados Unidos; ambos cónyuges habían sido miembros de la Iglesia toda su vida.  El esposo tenía ochenta y cinco años de edad, y su esposa, ochenta y cuatro.  El aún era presbítero en el Sacerdocio Aarónico. Unos nuevos maestros orientadores que se enteraron del desinterés de esta familia por la Iglesia les preguntaron si podrían ir a su hogar; los ancianos se sintieron complacidos al ver que alguien se preocupaba por ellos.

Los maestros orientadores les enseñaron los principios del evangelio, y ellos respondieron positivamente.  A los ochenta y seis años, el hombre fue ordenado élder, y junto con su esposa se hizo digno de ir al templo y sellarse en matrimonio por esta vida y la eternidad.

Si no los hubieran visitado conscientes maestros orientadores, probablemente habrían muerto sin haber recibido esa bendición esencial del evangelio.  Otros pastores pudieron haber llegado a esta pareja años antes, cuando los hijos crecían.  Pero ellos estaban agradecidos de que por fin unos maestros orientadores hubieran tenido el valor de ir a su casa a visitarlos.

La gente que se aleja de la doctrina verdadera generalmente en el fondo sabe que le falta algo (la semilla de la verdad, aunque pequeña, permanece) que nunca puede ser reemplazado con fama, ni dinero, ni placeres mundanos.

El Salvador puso a un niñito en medio de sus discípulos y les enseñó que debían llegar a ser como niños pequeños para entrar en el reino de los cielos.  Les dijo: «Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido» (Mateo 18:11) y para llamar a los pecadores al arrepentimiento (Mateo 9:13).

Otro miembro de la Iglesia inactivo dijo lo siguiente:

«Mi matrimonio había fracasado y yo llevaba una vida contraria a los principios de la Iglesia.  No sólo era inactivo, sino que había perdido la confianza en mí mismo para volver solo a la Iglesia.  Me iba bien en los negocios, tenía un regio automóvil y compraba ropa cara.  Tenía todo lo que el mundo podría desear.

Un día, mi compañía contrató a un nuevo empleado; me di cuenta de que éste era mormón por su forma de actuar.  Nos hicimos amigos, y él me invitó a la Iglesia.  Yo quería ir, pero no me sentía digno.  Me invitaba continuamente, pero yo siempre rehusaba.  Quería regresar, pero no tenía la fortaleza para hacerlo.

Una noche, a solas en mi departamento, me sentí sumamente deprimido y rompí en incontrolables sollozos.  Oré al Señor y le rogué que me ayudara.  Al día siguiente, mi amigo me preguntó cómo me sentía, pues pudo percibir que algo malo me pasaba.  Poniéndome un brazo alrededor de los hombros, me dijo: ‘El todavía te ama, y nosotros también. ¿Por qué no vuelves a la Iglesia?’ Esa fue la respuesta a mis oraciones; era la ayuda por la que había rogado la noche anterior.

¡Y volví a la Iglesia!  Me sentí incómodo al principio, pero el saber que todos se preocupaban por mí facilitó las cosas.  Hoy día, no tengo el mejor automóvil ni uso la ropa más cara, pero me siento más rico que nunca.  Muchos de aquellos que han caído desean intensamente regresar a la Iglesia, pero temen dar el primer paso.  No pierden su testimonio, pierden la confianza en sí mismos.»

Los que se descarrían necesitan de un amigo, pero de uno que conozca al Pastor.  Rara vez las personas dejan de ir a la Iglesia por desacuerdos doctrinales; quienes se han alejado están a la espera de una muestra de amor y amistad genuinos para sanar sus heridas o disipar sus dudas.

Nefi testificó diciendo:

«Os digo que el Señor Dios no obra en la obscuridad.

El no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo; porque él ama al mundo, al grado de dar su propia vida para que pueda traer a todos los hombres a él. . .

antes dice: Venid a mí, vosotros, todos los extremos de la tierra . . .

¿Ha mandado él a alguien que no participe de su salvación? . . . no, sino que la ha dado gratuitamente para todos los hombres; y ha mandado a su pueblo que persuada a todos los hombres a que se arrepientan.  » (2 Nefi 26:23-25, 27.)

Somos el pueblo del Señor, y El espera que busquemos, enseñemos y rescatemos a aquellos cuyas cuerdas necesiten afinarse.  Ruego que al llevar esto a cabo, nos impulse el amor puro de Cristo, de manera que hagamos sonar para ellos un «la», en una vibración perfecta.

Dios vive, Jesús es el Cristo.  Esta es su obra, de lo cual testifico en el nombre de Jesucristo.  Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario