Los pequeños obstáculos

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Los pequeños obstáculos
por el élder Angel Abrea
del primer quórum de los Setenta

Ángel AbreaUna tarde extremadamente calurosa cruzaba los verdes campos de la pampa argentina.  El sol calcinaba la ruta al punto que las olas de calor parecían hacerse visibles.  Sin embargo, yo viajaba cómodo y confiado, ya que lo hacía en un nuevo automóvil recientemente salido de fábrica, con un poderoso motor de muchos caballos de fuerza que conquistaba la distancia y los elementos y me permitía viajar raudamente en la comodidad que me brindaba el aire acondicionado.

Repentinamente, noté que la temperatura del motor comenzaba a aumentar y el poderoso motor daba muestras de una sensible falla.  Cuando la temperatura alcanzó un nivel peligroso, detuve la marcha a un costado del camino con la esperanza de que mis muy limitados conocimientos de mecánica me permitieran descubrir lo que ocurría en el auto.  Debo admitir que estaba bastante contrariado al pensar que, pese a ser nuevo, mi automóvil pudiera tener un desperfecto.  No mucho tiempo después que levanté la tapa del motor descubrí, asombrado, en el radiador un sinnúmero de pequeñas y coloridas mariposas que habían detenido el proceso de refrigeración del motor.  En verdad quedé admirado ante el hecho de que unos pocos cientos de pequeñas mariposas, con su fuerza colectiva, pudiera dominar los briosos caballos de fuerza del motor.  No fue un águila, un halcón, o cualquier otra ave, lo que hubiera sido un poco más justificable, sino apenas unos pocos cientos de pequeñas mariposas.

Este incidente me llevó a reflexionar acerca de la similitud que existe a menudo en nuestra vida.  Pensé en el tremendo potencial que cada uno de nosotros tiene, potencial que nos puede llevar a la vida eterna.

El profeta José Smith ha dicho:

«Esta pues es la vida eterna: conocer al solo Dios sabio verdadero; y vosotros mismos tenéis que aprender a ser Dioses, y a ser reyes y sacerdotes de Dios, como lo han hecho todos los Dioses antes de vosotros, es decir, por avanzar de un grado pequeño a otro, y de una capacidad pequeña a una mayor; yendo de gracia en gracia, de exaltación en exaltación, hasta que logréis la resurrección de los muertos y podáis morar en fulgor eterno y sentaros en gloria, como aquellos que se sientan sobre tronos de poder infinito. . .

Serán herederos de Dios y coherederos con Jesucristo. ¿Qué significa esto?  Heredar el mismo poder, la misma gloria y la misma exaltación hasta llegar al estado de un Dios y ascender al trono de poder eterno, así como los que han ido antes.» (Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 428-430.)

¿Cuántas veces dejamos que «pequeñas mariposas» disminuyan, ahoguen o restrinjan nuestro inmenso potencial en el camino hacia la exaltación?

Proporcionalmente, son relativamente pocos los que son detenidos en su viaje por los así llamados graves o serios pecados, como los que podemos encontrar en los titulares de los periódicos.  Generalmente, no es el águila poderosa lo que nos detiene, sino las pequeñas mariposas.

Para ilustrar más acabadamente este concepto, me gustaría mencionar algunos de estos accidentes del camino que se convierten en obstáculos en nuestro maravilloso viaje hacia el reino celestial. ¿Habéis pensado en el tremendo deterioro espiritual que resulta de no guardar santo el día de reposo?  Este mandamiento va mucho más allá que el descansar de nuestras labores.  Guardar el día de reposo trae consigo una elevación del carácter espiritual y nos prepara para lo que vendrá.  Por observar este mandamiento tendremos poder sobre el mal, y estaremos capacitados para guardar los mandamientos del Señor y mantenernos sin mancha de los pecados del mundo.

Hablando más específicamente del día de reposo, ¿habéis pensado acerca de la desnutrición espiritual que resulta de no asistir a la reunión sacramental o de hacerlo con una actitud equivocada?  El sagrado convenio hecho por los miembros de la Iglesia debería prevalecer en los pensamientos y sentimientos predominantes en nuestro corazón y mente al participar de la Santa Cena.  Si podemos alcanzar esto, siempre tendremos el Espíritu del Señor con nosotros.

Un miembro de la Iglesia no puede ignorar ni simplemente dejar de lado la semanal renovación de este convenio y pretender al mismo tiempo tener el Espíritu.  Si entendemos realmente el propósito de nuestras reuniones sacramentales, asistiremos a ellas no solamente para escuchar a alguien predicar, lo que por supuesto es importante, sino para renovar los sagrados convenios hechos con nuestro Padre Celestial en el nombre de su Hijo Jesucristo.  Aquellos que hacen un hábito de no asistir al servicio semanal, Y no se arrepienten, ponen en gran peligro su estabilidad espiritual.

¿Nos hemos detenido a pensar en lo que significa para nuestra salvación cuando dejamos de orar o no hacemos que nuestras oraciones sean gratificadoras y repetidas experiencias cotidianas?  Nos referimos continuamente al poder de la oración, pero ¿estamos siempre dispuestos a pagar el precio a fin de que la promesa que encontramos en 3 Nefi pueda ser realidad?

«He aquí, en verdad, en verdad os digo que debéis velar y orar siempre, no sea que entréis en tentación; porque Satanás desea poseeros para zarandearos como a trigo.

Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre;

y cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, creyendo que recibiréis, si es justa, he aquí, os será concedida.» (3 Nefi 18:18-20.)

Otro ejemplo: ¿nos damos cuenta de que cada vez que sostenemos a los líderes de la Iglesia, estamos moralmente obligados a apoyarlos?  El levantar la mano se convierte en un símbolo del convenio que hacemos de apoyarlos.  Cada vez que los criticamos o condenamos, nos convertimos literalmente en violadores del convenio.  El presidente Joseph F. Smith hizo el siguiente comentario en cuanto a este problema:

«En cuanto un hombre dice que no se sujetará a la autoridad legalmente constituida de la Iglesia, bien sean los maestros, el obispado, el sumo consejo, su quórum o la Primera Presidencia, y en su corazón lo confirma y lo lleva a efecto, precisamente en ese momento se aleja de los privilegios y bendiciones del sacerdocio y de la Iglesia, ‘ se excluye del pueblo de Dios, porque menosprecia la autoridad que el Señor ha instituido en su Iglesia.» (Doctrina del Evangelio, capitulo 3, pág. 43.)

He tenido innumerables experiencias al escuchar las razones que muchos tienen para no pagar sus diezmos.  En la mayoría de los casos todo se resume a una simple falta de fe.

Recuerdo una oportunidad en el año 1957, cuando siendo yo un nuevo presidente de rama en la Argentina, decidí entrevistar a los miembros a fin de considerar con ellos la importancia de pagar los diezmos.  Es así que me reuní con un buen hermano de la rama, llamado José, quien tenía dificultades para pagar el diezmo.  Le pregunté: «Hermano José, ¿por qué no paga el diezmo?» Estoy seguro de que José no esperaba que la pregunta le fuera formulada en una forma tan directa.

Después de un momento de silencio me respondió: «Bueno, usted sabe. tengo dos hijos y el sueldo de un empleado es muy bajo.  Este mes tengo que comprarles zapatos para que puedan ir a la escuela y, haciendo cuentas, el dinero no me alcanza.»

Instantáneamente le dije: «José, yo le prometo que si usted paga el diezmo fielmente, sus hijos tendrán zapatos para ir a la escuela y usted podrá pagar todos los gastos del hogar.  Yo no sé cómo el Señor lo hará, pero El siempre cumple con sus promesas.» Además de eso, agregué: «Si aún usted encuentra que el dinero no le alcanza, yo le devolveré de mi bolsillo lo que haya pagado de diezmo.»

En el camino de vuelta a casa me preguntaba si lo que había hecho era lo correcto.  Allí me encontraba yo, recién casado, habiendo comenzado mi carrera y enfrentado a problemas económicos propios de la época v la edad.  Comencé a preocuparse de mis propios zapatos, ¡ni hablar de los de la familia de José!  Cuando llegué a casa, mi querida esposa me aseguró que no iba a haber ningún problema, y eso me dio confianza.  Debo decir que nadie oró con más fuerza que yo esa noche por el bienestar económico de José.

Un mes más tarde, me senté nuevamente en una entrevista con José.  Aunque las lágrimas le sofocaban y le impedían hablar, me dijo: «Presidente, es increíble; pagué el diezmo, pude cumplir con todas mis obligaciones, y hasta pude comprar los zapatos nuevos para mis hijos, todo sin que mi sueldo fuera aumentado. ¡Yo sé que el Señor cumple con sus promesas!»

En la actualidad, José permanece fiel pagando el diezmo.

Hasta ahora sólo he mencionado algunos de los problemas que surgen de las «pequeñas mariposas» que encontramos en nuestro camino eterno.  Naturalmente hay mucho más.

Podríamos mencionar, por ejemplo, la falta de autodominio que conduce a muchas personas a violar la Palabra de Sabiduría.

Las varias excusas que se dan para no dar cumplimiento al programa de preparación personal y familiar.

La falta de ánimo y la apatía con que enfrentamos nuestras responsabilidades en cuanto a la obra genealógica.

La falla en retornar a menudo al templo del Señor para llevar a cabo la obra por los de nuestra familia que han fallecido.

En algunos casos, la falta de interés, en otros el temor, excluyen a muchos de participar en la obra misional.

Estos son algunos de los ejemplos de una lista sin fin.  Es muy probable que no perdamos nunca la condición de miembros de la Iglesia por simplemente no adherirnos a uno o más de los mandamientos mencionados; sin embargo, afecta nuestro desarrollo espiritual y fundamentalmente la capacidad de cada individuo.

«Porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes.  Y en tanto que los hombres hagan lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa.» (D. y C. 58:28.)

El Señor no nos ha mandado al mundo para que fracasemos; hemos sido dotados con todos los talentos y habilidades necesarias para llegar al final de la jornada y estar nuevamente en su presencia.  Nuestro desafío más grande es usar fiel y decididamente todo lo que El nos ha dado para alcanzar la exaltación.

Si eso es lo que logramos, si podemos vivir de cada palabra que sale de la boca de Dios, al fin de nuestro viaje otra vez seremos parte de una gloriosa experiencia como aquella al iniciar la jornada «cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios» (Job 38:7).

Yo sé que el Señor ha hecho esto posible, que El nos bendice y continuará bendiciéndonos en tanto avanzamos hacia nuestra gloriosa meta.

En el nombre de Jesucristo.  Amén.

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