Conferencia General Abril 1983
El Creador y Salvador
Por el Élder Mark E Petersen
Del Quórum de los Doce Apóstoles
«Jesús es un Dios de luz y de vida, y no un símbolo de muerte y de dudas. El vive y salvará a todos los que estén dispuestos a servirle.»
Con la primavera siempre llega la Pascua de Resurrección, y ésta nos hace pensar en Jesucristo, nuestro Salvador.
El, que nació en Belén, el Hijo de Dios, el Príncipe de paz, (Isa. 9:6), es el que extiende la promesa de buena voluntad y lo hace para todos los seres humanos.
El hizo real el significado de la Pascua mediante su gloriosa resurrección, y la certeza de la vida sempiterna. ¡Pensad en ello! ¡La vida sempiterna!
Cuando nació, se le llamó Jesús, porque salvaría a los suyos de sus pecados, y también Emanuel (Isa. 7:14), o «Dios con nosotros».
¡Cuán apropiado ese nombre, porque El era Dios, y de hecho vino al mundo a estar con nosotros. «¡Dios con nosotros!» Ese fue Su nombre; así fue, en realidad. Era Divino antes de nacer en la tierra, fue Divino mientras estuvo aquí y nunca cambió su identidad, sino que sigue siendo eternamente el Hijo de Dios, nuestro
Redentor y nuestro Salvador. Murió en la cruz para expiar los pecados de todos lo que le obedecieran y rompió las ligaduras de la muerte para darnos la resurrección a todos.
Su Expiación fue el suceso más importante que jamás se ha verificado. La creación de esta tierra, el establecimiento de las Doce Tribus de Israel y las obras de los grandes patriarcas y profetas fueron el preludio de Su sacrificio en el Calvario.
Los holocaustos en los altares de Israel en los tiempos del Antiguo Testamento eran símbolo del Gran Sacrificio de Aquel que fue llamado el «Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo» (véase Apocalipsis 13:8).
En el papel de Jehová en la preexistencia, Jesús fue la figura principal en la elaboración de los primeros planes de la existencia terrenal de la raza humana. El fue el que se ofreció para morir por nosotros; fue el que dio toda la honra al Padre Celestial; fue el que llegó a ser el «autor de eterna salvación para todos los que le obedecen» (Hebreos 5:9). Como dijo el apóstol Pedro: «. . . no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12).
Se requería una vasta preparación para su Expiación. aun antes de que naciera en la carne. Por un lado, hacía falta una tierra sobre la cual nosotros, los hijos de Dios, pudiéramos vivir durante nuestra existencia terrenal.
Por lógica, la tierra debía ser material, tangible, ya que los que habíamos de vivir en ella seríamos seres corpóreos, como lo somos ahora. Además, también debía serlo a fin de que el Salvador tuviera donde vivir su vida mortal. Su existencia en Palestina debía ser material, con un cuerpo de carne y huesos como el nuestro. En esta tierra había de padecer el sufrimiento corporal de la crucifixión. moriría físicamente y luego -¡cuán glorioso suceso!- llevaría a cabo la resurrección de su cuerpo. Por tanto, una tierra material era fundamental para Su misión. No había nada etéreo tocante a Su obra aquí en la tierra, ni ésta había de realizarse de un modo intangible o místico.
Su vida en la tierra fue real y material. Su muerte fue real y física, como lo fue Su resurrección, todo lo cual tuvo lugar en este mismo planeta real y tangible, dónde El demostró plenamente Su auténtica realidad como Ser tangible.
Cuando se hicieron los planes de su Expiación en los primeros concilios de los cielos, una parte de ellos se concentró en la creación de la tierra, puesto que ésta requería una obra de arquitectura divina seguida por un procedimiento de construcción material.
Sin esta tierra, ¿habría podido Cristo haber nacido de María en Belén? ¿Habría podido morir en la cruz en Jerusalén? ¿Habría podido resucitar de la tumba?
Sin esta tierra, ¿habría habido soldados romanos que lo clavaran a la cruz y luego vigilaran su tumba? ¿Habría podido manifestarse materialmente a Sus discípulos para darles una prueba de Su resurrección? ¿Habría podido «la otra María» haber estado en el jardín en aquella primera mañana de la Pascua (Mateo 28:1) para oír al ángel decir: «No está aquí, pues ha resucitado» (Mateo 28:6.)?
La creación especial de esta tierra fue parte vital del plan de salvación, y tuvo un propósito determinado; no fue creada por que sí, ni fue en modo alguno un accidente, ni un suceso impremeditado. Fue el resultado de una creación premeditada y preparada con un fin determinado. El Divino Arquitecto la ideó. El Creador Todopoderoso la llevó a cabo y le designó una misión particular.
Pero esta tierra no tuvo como fin ser sólo morada de los mortales; no, en modo alguno. Tuvo un destino mayor que ése. Esta tierra no permanecerá en su estado actual sino que ha de llegar a ser inmortal. Pasará por un proceso de refinamiento por medio del cual llegará a ser una esfera celestial «y será un Urim y Tumim» en los cielos (D. y C. 130:9). Eso requerirá nuevos actos de creación divina, y, desde luego, el sentido común nos indica que ningún accidente espontáneo podría producir un cambio así.
El Salvador residirá aquí cuando la tierra sea celestializada, y su Padre la visitará de vez en cuando. Entonces será la morada eterna de aquellos que alcancen la gloria celestial en el Reino de Dios.
Tal es el destino final de la tierra. Tal es la finalidad que Dios tuvo al crearla, porque así lo dispuso El en el principio.
¿Apreciamos lo que esta tierra en verdad significa para nosotros? ¿Vemos la razón por la que fue hecha? ¿Comprendemos su propósito? ¿Reconocemos que no hubo nada accidental ni espontáneo en su origen? ¿Entendemos que su creación fue literal, verdadera, completa y exclusivamente obra de Dios?
Y, ¿quién fue el Creador?
Nuestro Padre Celestial testifica que fue su Hijo Amado quien realizó esta extraordinaria tarea.
«Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho», dijo el apóstol Juan. (Juan 1:3.)
«Porque en él fueron creadas todas las cosas. las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.» Así lo dijo el apóstol Pablo. (Colosenses 1:16-17.)
El Todopoderoso también lo afirmó cuando dijo a Moisés:
«Y he creado incontables mundos, y también los he creado para mi propio fin; y por medio del Hijo, que es mi Unigénito, los he creado» (Moisés 1:33).
Cristo enseñó que El mismo era el Creador: esto es lo que dijo al profeta José Smith: «He aquí, soy Jesucristo el que hice los cielos y la tierra.» (D. y C. 14:9.)
Una de las más conmovedoras e impresionantes revelaciones del Salvador se encuentra en el Libro de Eter, en el relato de la aparición del Señor al hermano de Jared:
«He aquí, yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo . . .
«Y nunca me he mostrado al hombre que he creado, porque jamás ha creído en mí el hombre como tú lo has hecho. ¿Ves que eres creado a mi propia imagen? Sí, en el principio todos los hombres fueron creados a mi propia imagen.
«. . . este cuerpo que ves ahora, es el cuerpo de mi espíritu; y he creado al hombre a semejanza del cuerpo de mi espíritu; y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne.» (Eter 3:14-16; cursiva agregada.)
¡He allí Sus propias palabras! En gloriosa e irrefutable verdad: ¡Cristo es el Creador! ¿No hemos de aceptar Su ‘j’ palabra en vez de las teorías, sin inspiración, de los hombres?
Quizá el mayor obstáculo a la fe en Cristo hoy en día sea la negación –que se propaga velozmente- de que El es el Creador, la cual proviene de hombres que desean suplantar la verdad revelada con la misma débil y frágil teoría de que el universo y toda forma de vida emergieron espontánea y accidentalmente de alguna manera misteriosa.
Negar que El es el Creador es negar también que El es el Cristo.
Negar que El es el Creador es negar que El puede salvarnos de nuestros pecados.
Negar que El es el Creador es negar que El puede romper las ligaduras de la muerte: es refutar la realidad de la Resurrección.
Negar que El es el Creador es negar que llevó a cabo la Expiación sobre la cruz en el Calvario.
Negar que El es el Creador es rechazar Su evangelio y la verdadera religión cristiana.
¡Pero El es el Creador! ¡Es el Redentor! ¡Es el Salvador del mundo! El consumó Su expiación en el Calvario y llevó a cabo la resurrección. ¡Lo sabemos por revelación de Dios! ¡Su evangelio es verdadero y lo amamos, y le amamos a El y consideramos un privilegio el servirle!
¿Se podría pedir una definición más clara de la Creación y el propósito de la vida que la que se da en nuestras Escrituras?
Contamos aun con la palabra de nuestro Eterno Padre Celestial. El dio testimonio de que Jesucristo es su Hijo Amado y añadió que en El tenía «complacencia» (Mateo 3:17).
El no sólo afirmó que Cristo creó los mundos, sino que tras cada etapa de la creación, ¿no dijo acaso que la obra era buena?
Cuando las aguas y el firmamento fueron puestos en su sitio, «vio Dios que era bueno». Cuando la vida fue puesta en la tierra, «vio Dios que era bueno» y una vez acabada la creación, «vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera» (Génesis 1:10-31; cursiva agregada).
El Padre es un Dios de verdad y El dijo que el Salvador es «lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14). Luego, ¿osaremos no creer en El y rechazar Sus palabras? ¡El Salvador hizo la obra de la creación y el Padre estuvo muy complacido con El! Entonces, ¿no debiéramos complacernos en aceptarle y servirle?
El Padre expresó repetidamente Su satisfacción con el ministerio de su Hijo. ¿No lo manifestó así en el bautismo de Cristo? «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.» (Mateo 3:1 7; cursiva agregada.)
¿No lo repitió en el monte de la Transfiguración? «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.» (Mateo 17:5; cursiva agregada.)
¿No presentó el Salvador a los nefitas con la misma expresión? «He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco.» (3 Nefi 11:7; cursiva agregada.)
Y cuando aparecieron ambos al joven José Smith, ¿no expresó el Padre de nuevo su aprobación de su Hijo Amado?
¿No es acaso suficiente el testimonio de nuestro Eterno Padre Celestial para borrar toda duda de la mente humana? El fue quien declaró que Jesús es su Hijo y que era bueno lo que había hecho.
Entonces, ¿en qué creemos y tenemos fe?
En que Dios es nuestro Padre Celestial y que por medio del evangelio podemos llegar a ser como El y a vivir con El.
En que Jesús de Nazaret es su Hijo y nuestro Salvador.
En que el Salvador fue en verdad el Creador del cielo y de la tierra, y que El es el Divino Modelo al cual debemos conformar nuestras vidas.
Por lo tanto, sigámosle a El y adorémoslo en espíritu y en verdad. El invita a todos con amor, diciendo:
«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
«Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
«porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.» (Mateo 11:28-30.)
Cuando El nació, los ángeles cantaron.
Cuando El murió, los cielos lloraron. Cuando El rompió las ligaduras de la muerte, los ángeles fueron a saludarle, y también fue María. Ella le conocía y lo reconoció como el Cristo.
Pero algunos dudaron.
¿Seremos como María y creeremos y le aceptaremos? ¿O nos uniremos a los que dudan y nos envolveremos en las tinieblas de la incredulidad?
Jesús es un Dios de luz y de vida, y no un símbolo de muerte y de duda. El vive y salvará a todos los que estén dispuestos a servirle. El es nuestro divino Redentor y nuestro eterno Creador. El es la resurrección y la vida. Este es nuestro testimonio al mundo.
Sí, hoy es Pascua de Resurrección, y para nosotros significa Cristo-el resucitado, el Hijo de Dios, nuestro Creador y nuestro Redentor. Así testificamos en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























