Conferencia General Abril 1983
El evangelio de Jesucristo y las necesidades básicas de la gente
élder James M. Paramore
Del Primer Quórum De Los Setenta
El evangelio nos da paz y consuelo, y nos ayuda a darnos cuenta de que la vida tiene propósito e importancia.
Mis queridos y maravillosos hermanos, os pido que me apoyéis con vuestra fe y vuestras oraciones durante los breves minutos en que ocuparé este púlpito.
Hace algunos años, poco antes de que saliésemos a la misión a Bélgica, nos fuimos de vacaciones con nuestra familia. Al llegar al motel, nuestros hijos inmediatamente se mudaron de ropa y se pusieron sus trajes de baño aun antes de que pudiésemos bajar todo el equipaje del automóvil. Al pasar por donde estaba la piscina leí un rótulo que me impactó en gran manera. Decía: «Nunca deje a sus niños sin vigilancia». Aunque muchas veces había leído rótulos similares, y los había pasado por alto, esta vez me sentí compelido a quedarme y vigilar a los pequeños. (Mi esposa no se sentía muy contenta de tener que seguir descargando el equipaje sola.) En cuestión de minutos una de mis hijas se fue a lo más profundo de la piscina, e inmediatamente tuvo serios problemas para mantenerse a flote y comenzó a luchar en espera que alguien la ayudara. Me tiré a la piscina, con la ropa puesta, y haciendo un enorme esfuerzo llegué a tiempo hasta donde estaba ella. Ese día reconocí el desesperado y silencioso llamado de socorro y nunca lo olvidaré.
Las personas tienen necesidades básicas que no siempre son tan obvias como esta experiencia, pero están presentes, y sus voces casi inaudibles podríamos escucharlas, si quisiéramos. Hay rótulos y voces silenciosas por todos lados que dicen: «Siento que hay algo en alguna parte que yo necesito, algo que me dará paz, que me consolará y me indicará que mi vida tiene propósito e importancia, que yo también formo parte.»
Hace algunos años el psiquiatra Henry Link, después de años de estudio y experiencia, y aunque no era cristiano, descubrió que el evangelio de Jesucristo era la mayor influencia para hacer que sus pacientes fueran felices, saludables y exitosos; quedó tan impresionado por lo que había aprendido que se convirtió en un devoto seguidor de Jesucristo y escribió un libro intitulado El regreso a la religión. Al pensar en esto, vino a mi mente la declaración del Salvador:
«Por toda palabra que salía de la boca de Dios, empezaron los hombres a ejercitar la fe en Cristo; y así, por medio de la fe, recogieron toda cosa buena» (Moroni 7:25).
Hermanos, es este conocimiento de los cielos que contiene el evangelio restaurado de Jesucristo, junto con nuestra fe implícita y nuestra fidelidad a él, lo que satisface las necesidades básicas de las personas.
Todos tienen la necesidad de formar parte de algo. Cuando trajimos a casa a un perrito recién nacido ladró sin cesar la primera semana porque extrañaba a su madre, pero cada vez que uno de nosotros lo levantaba se sentía seguro, querido y que pertenecía a alguien, y dejaba de ladrar.
Hace ya algunos años, cuando estaba en el quinto año de escuela, sentí la necesidad de pertenecer a algo, y el solo hecho de participar en el equipo de béisbol y tener un uniforme satisfizo esa necesidad; me dio la seguridad que necesitaba. El evangelio de Jesucristo puede satisfacer esta gran necesidad en cada hombre, mujer y niño sobre la faz de la tierra, en cada familia, y en cada persona soltera. Todo aquel que se une a la Iglesia inmediatamente forma parte de ella, sin importar quién sea o dónde esté. Hay un lazo de hermandad que va más allá de las barreras de la nacionalidad y del idioma y que une a todos los hombres. Las verdades y la hermandad del evangelio, y la participación activa en él satisfacen esta necesidad y pueden vencer todas las barreras.
Recuerdo una experiencia que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando un soldado alemán, miembro de la Iglesia, fue gravemente herido por una bala americana. Le dijo a su superior: «Por favor tome una de las banderas blancas y cruce al otro lado, y pregunte si hay algún élder mormón que pueda darme una bendición de salud.» ¡Que petición más disparatada en medio de una guerra con dos enemigos mortales! Pero el oficial, viendo la condición del herido, quería satisfacer lo que parecía la última petición de un moribundo. Tomó la bandera blanca, cruzó la línea enemiga y preguntó si había algún élder mormón. Encontró a uno que, junto con el alemán, cruzó la línea enemiga, puso las manos sobre la cabeza del hermano enfermo y pidió en el nombre del Señor que permaneciera vivo hasta que pudiera recibir la debida atención.
El evangelio de Jesucristo satisface esa necesidad de formar parte de algo, primero del reino de nuestro Padre Celestial, luego de nuestra familia, la cual puede llegar a ser una unidad eterna, y finalmente de todos los miembros sobre la faz de la tierra.
Hace algunos años, una pareja jubilada, los Krugers, se mudaron al oeste de los Estados Unidos para vivir sus últimos años. Se fueron en ómnibus hasta Provo, Utah, por un corto tiempo. No habían seleccionado todavía un lugar para vivir, por lo tanto, tomaron un taxi y recorrieron la ciudad. Les gustó lo que vieron, y al próximo día se compraron una casa. Venían de una ciudad grande y aunque habían vivido 42 años en la misma casa, casi no conocían a nadie. Cuando se mudaron al área de nuestro barrio, no habían pasado muchas horas cuando les fueron brindados comida, ayuda y amistad. No podían creer todas las atenciones que estaban recibiendo. Ahora formaban parte de un grupo de seres humanos cariñosos y compasivos, que verdaderamente los amaban y les brindaban seguridad, cariño y el verdadero amor de Cristo. Nunca volvieron a ser las mismas personas de antes. Ahora pertenecían a una familia grande y eran más felices de lo que jamás lo habían sido en su vida.
El apóstol Pablo, también un converso de Cristo y Sus verdades, descubrió personalmente, no sólo las grandes verdades eternas que lo edificaron y cambiaron su vida, sino también que formaba parte del cuerpo de Cristo, es decir del reino de Dios sobre la tierra, donde los miembros se ayudaban el uno al otro con un espíritu y corazón abierto, a causa del amor que sentían dentro de sí. Escuchen las palabras que utilizó para describir esto:
«Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.» (Efesios 2:19.)
Los miembros dicen que nunca se han sentido como extranjeros a dondequiera que han ido, ya sea Italia, Oslo, Ciudad de México, Portland, u Orem, Utah. Sintieron que pertenecían al grupo al momento de darse a conocer como miembros de la Iglesia de Jesucristo. Toda persona que viva sobre la tierra necesita tener el sentimiento de que es aceptada, y el evangelio del Señor Jesucristo y su Iglesia lo brindan. Aunque un miembro viva solo, no está nunca solo. Pertenece, contribuye y nunca es olvidado.
Hace poco, en Holanda, el presidente de misión tuvo un infarto cardíaco y por un tiempo estuvo a las puertas de la muerte. Aunque era un extranjero en el país, por decirlo así, pertenecía a la casa de Dios, y literalmente miles de personas en Holanda y en otros países, y hasta los apóstoles del Señor, se arrodillaron en oración pidiendo que se preservara su vida si era la voluntad de Dios. Piensen en ello: esto pasa cientos de veces cada día aquí en la tierra. El formaba parte de la familia de Dios; sintió los ayunos y oraciones y amor que se ofrecían por él. Y ¿qué decimos de su esposa? También sintió que era parte de ese grupo de personas como nunca lo había sentido antes. Yo estuve allí; fui testigo de las muchas llamadas telefónicas que ella recibió de aquellos que eran miembros de la casa de Dios.
Cuando el presidente se mejoró. y pude dejarlo, mi corazón rebozaba. Sí, estaba feliz de que su vida se había preservado, pero también por el privilegio de pertenecer a la Iglesia de Jesucristo aquí sobre la tierra.
En realidad, en Su Iglesia nos sentimos como en nuestro hogar por las cosas en que creemos, las normas que amamos, el espíritu que necesitamos, la ayuda, la seguridad y el sentimiento de pertenecer. Ahora que estoy hablando de estas cosas. recuerdo al quórum de élderes en Ginebra. Suiza, que tomaba la responsabilidad de la mudanza de cualquier miembro del barrio, sin costo alguno, siempre y cuando permanecieran dentro de los límites del barrio. (¡Ni aun en la mudanza se pueden alejar de nosotros!) Los Santos de los Últimos Días en todas partes abren su corazón, su hogar y sus carteras en el servicio y amor hacia el prójimo. Esto no se hace por obligación, sino por el amor y el gozo que sienten hacia Dios y hacia su prójimo, Ciertamente ésta es la esencia del evangelio, tal como el Salvador lo vivió y enseñó. Recordemos sus palabras: «Sed uno; y si no sois uno, no sois míos.» (D. y C. 38:27.) «En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.» (Mateo 25:40.)
«Mas el fruto del Espíritu es amor. gozo y paz . . . bondad.» (Gálatas 5:22.) Todo aquel que pertenece a su Iglesia quiere acercarse a los demás. no porque se le ordene en una forma institucional o en una organización, sino más bien por el deseo de servir, amar. ayudar, socorrer e interesarse en los demás con bondad y amor genuinos. En muchas maneras humildes. sin egoísmo, cada uno de nosotros puede ser una luz a otros que secretamente, o en silencio, están esperando y aun hasta orando para formar parte. Mis hermanos, esta clase de interés, de amor, no se puede lograr por mandato o calendario; viene porque uno tiene dentro de sí ese sentimiento de pertenecer, siente su poder, gozo y bondad y se interesa en todos los hijos de Dios.
Recuerdo hace algunos años a un inactivo poseedor del sacerdocio que, en un momento de oración. entrevistas e invitación para servir, sintió el amor y el verdadero interés que sus líderes tenían por él y lloró abiertamente por la oportunidad que se le daba de enmendar sus sendas y pertenecer al espíritu y hermandad que sintió. Formamos parte de estas verdades, de esta hermandad, de estas promesas, pero también pertenecemos a la organización de la Iglesia de Jesucristo. Ciertamente cada uno de nosotros es necesario. Aprendemos cuando estamos en Su servicio. Crecemos en compasión, sabiduría, carácter y aprecio. y llegamos a fortalecernos cuando estamos «anhelosamente empeñados en [Su] causa» (D. y C. 58:27). Llegamos a ser más como El. Comenzamos-si servimos con pureza de corazón y sin egoísmo–a aprender las sendas del Señor, y llegamos a ser más sensibles a las necesidades de otros.
Líderes, sigamos el consejo del profeta Moroni. el cual declaró: «Y después que habían sido recibidos por el bautismo . . . eran contados entre los miembros de la Iglesia de Cristo: y se inscribían sus nombres, a fin de que se hiciese memoria de ellos y fuesen nutridos por la buena palabra de Dios . . . Y la iglesia se reunía . . . para hablar unos con otros concerniente al bienestar de sus almas» (Moroni 6:4, 5). Acerquémonos a cada miembro para que puedan pertenecer a la casa de Dios.
Y a los miembros les digo: Que ayudemos con toda nuestra energía y amor, primero a cada miembro de nuestra propia familia, y luego a todos los miembros, dondequiera que se encuentren, para que todos tengamos el gran privilegio, el honor y la bendición de formar parte del reino de Dios. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























