Conferencia General Octubre 1983
Las entrevistas entre padres e hijos
por el élder Carlos E. Asay
del Primer Quórum de los Setenta
Guía para mejorar la calidad de las entrevistas entre padres e hijos.
Hace varios años, dije a una de mis hijas que ya era tiempo de que tuviéramos una entrevista. Su respuesta, nada entusiasta, me hizo pensar que yo debía de resultarle terriblemente aburrido. Entonces, para no someterla a una conversación formal, la invité a salir en el auto a tomarnos un refresco. Durante el trayecto de ida y vuelta, le hice preguntas que ella me contestó con naturalidad. Ni siquiera se dio cuenta de que la estaba entrevistando, o al menos eso pensé yo, porque unas semanas más tarde, al decirle que quería entrevistarla, me preguntó sin vacilar: «¿Con refrescos o en seco?»
Me pregunto si nuestro proceder al cumplir nuestros deberes —aun al entrevistar a nuestros hijos— no será a veces seco, riguroso. ¿Pudiera ser que en nuestro afán por cumplir con los deberes de la Iglesia se nos nuble la visión? ¿No nos estaremos obsesionando demasiado con los programas de la Iglesia que llegamos al punto de olvidar la familia? De ser así, quizá debamos preguntarnos si no estaremos interiormente secos, «llenos de huesos de muertos» (Mateo 23:271).
Cuando pienso en el proceder seco, estricto, recuerdo a los antiguos que alteraron la ley menor: multiplicaron los rituales, las ceremonias y los símbolos a tal grado que se llegó a venerar más la ley misma que al Señor; se abusó tanto de la ley que ésta alejó del Mesías a la gente en vez de acercarla a El.
Pienso que el modo aceptable de actuar adquiere su sabor con las aguas vivas que emanan de Cristo, que es un modo de actuar que se basa en enseñanzas inspiradas como ésta:
«[No debes] tener presente más objeto que el de glorificar a Dios; y . . . ningún otro propósito [ha] de influir en [ti] sino el de edificar su reino.» (José Smith-Historia 1:46. )
«El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo.» (Mateo 23:11.) «. . . porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.» (2 Corintios 3:6.) «Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha.» (Mateo 6:3.)
Las obras vivas no son mecánicas, ni rígidas ni tienen matiz de egoísmo, y las realizan los santos que hablan y actúan según las percepciones de su corazón y el Espíritu del Señor que hay en ellos. (2 Nefi 4:12.)
La entrevista de Alma con Helamán representa un proceder placentero y alentador. Es un diálogo breve, de tres preguntas, entre padre e hijo. Según el relato, Alma se acercaba al final de su ministerio y debía escoger a alguien que asumiera la responsabilidad de profeta y de llevar los anales. Escogió a Helamán. Por tanto, Alma fue a su hijo y le preguntó: «¿Crees las palabras que te hablé concernientes a estos anales que se han guardado?»
Sin vacilar, Helamán respondió: «Sí, yo creo». Quizá haya dicho: «Sí, creo en las Escrituras y en todo lo que me has enseñado».
La segunda pregunta de Alma fue sencillamente: «¿Crees en Jesucristo, que ha de venir?» Nuevamente, Helamán respondió: «Sí, creo todas las palabras que tú has hablado».
¡Qué honor para aquel padre que se había regocijado en Cristo, que había hablado de Cristo, predicado de Cristo y enseñado a su hijo a saber a qué fuente debía acudir para la remisión de sus pecados! (2 Nefi 25:26.)
Hasta ese punto, el padre examinaba con sus preguntas las creencias básicas del hijo. En seguida, debía probar que esas creencias eran algo más que sólo palabras. Alma le preguntó: «¿Guardarás mis mandamientos?»
Ignoro lo que pasó por la mente de Helamán al prepararse para dar su respuesta final. Sabía que debía honrar a sus padres y respetar la autoridad del sacerdocio, lo cual prueban sus acciones anteriores. Me inclino a pensar que su respuesta nació del sincero deseo de ser obediente más bien que del temor a la autoridad. Sus palabras reflejan su gran amor a Dios y a su padre: «Sí, guardaré tus mandamientos con todo mi corazón».
Es prodigioso que un padre pueda igualar sus mandamientos cabalmente con lo que Dios desea. Evidentemente, eso fue lo que logró Alma, dado que Helamán estaba preparado y dispuesto a obedecerlos con todo su corazón.
Esa breve, informativa e inspiradora entrevista debe de haber complacido mucho a Alma. No sólo se había comunicado sincera y espiritualmente con su hijo, sino que éste le había expresado manifiestamente su fe y asegurado su devoción. Como broche de oro a la conversación, Alma, bajo la inspiración del Espíritu, profetizó y le pronunció esta bendición: «Bendito eres; y el Señor te prosperará en esta tierra». (Alma 45:8.)
Me pregunto si nuestras entrevistas con nuestros hijos son tan inspiradoras y edificantes como la de Alma con Helamán. Estimo importante que el padre haya ido al hijo, que no le hubiera mandado llamar para interrogarlo. Me agrada el hecho de que la conversación haya sido directa y sin discordia, y no forzada. Es admirable que haya conseguido la espontánea lealtad del hijo, sin apremiarle. Y, lo más bello, que el padre haya concluido con una tierna bendición.
¿No debiéramos seguir el ejemplo de ese modelo de comunicación? Me refiero a los principios allí aplicados y no exclusivamente a la forma.
Una vez, al llegar tarde a casa de una asignación, mi esposa me habló de su preocupación por uno de nuestros hijos y me dijo que le inquietaba que el interés del joven no estuviera centrado precisamente en ir a la misión. Desde luego, aquello despertó mi curiosidad y le pregunté dónde estaba el muchacho.
Me dijo que en su habitación, preparándose para dormir. Fui a verle inmediatamente y me senté en el borde de su cama. Al preguntarle si podía hablar con él un momento, me respondió:
«Claro que sí, papá».
Era tarde, él estaba cansado y yo también, por lo que comprendí que no ganaría nada con una conversación larga. Y, siguiendo el acercamiento directo de Alma a Helamán, la conversación fue algo así:
—Hijo, ¿piensas todavía que irás a la misión?
—Sí, papá —me dijo—. Siempre he pensado ir a la misión, y no he cambiado de opinión.
—Hijo, ¿conoces los requisitos para ir a la misión? ¿Sabes lo que quiere decir ser digno?
—Sí, papá —asintió—. Comprendo los requisitos y las normas de dignidad personal.
Le dije:
—Gracias, hijo. Una última pregunta: ¿Eres moralmente limpio y digno de servir al Señor? ¿Podrías aceptar un llamamiento si se te hiciera hoy mismo?
Tras reflexionar un momento, me dijo:
—No es fácil, papá. La tentación es grande y se encuentra en todas partes. Pero puesto que me lo has preguntado, sí, soy digno de servir.
Aquélla fue una experiencia maravillosa, hermosa, espontánea y santificante. Di las gracias a mi hijo, lo besé, le aseguré mi cariño y le di las buenas noches. Una vez en mi habitación, le dije a mi esposa que todo andaba bien y que podía dormir tranquila.
Veo gran sabiduría en las prácticas que instamos a los padres a seguir en la Iglesia. Hay virtud en el deber de dirigir las noches de hogar y las oraciones familiares, como lo ha mencionado el élder Perry, hay virtud en dar bendiciones de padre y en las entrevistas entre padres e hijos. Todas ellas son actividades importantes y deben llevarse a cabo; sin embargo, el participar en ellas no debe convertirse en el objetivo final, ya que constituyen sólo los medios para tomar parte, enseñar y bendecir a las personas, y deben emplearse para lograr la finalidad de salvar y exaltar almas.
Doy gracias a Dios por mi esposa y mis hijos, que tanto sentido dan a mi vida. Doy gracias a Dios por la Iglesia restaurada y por los profetas vivientes que me han proporcionado programas inspirados para el beneficio de quienes me rodean. Estoy agradecido por el evangelio que proviene de la fuente de aguas vivas, que es Jesucristo. Ruego humildemente ser bendecido para no confundir el fin con los medios o, en otras palabras, para que la forma de cumplir con los deberes no me haga olvidar el espíritu que reviste todos los mandamientos. Que nuestras entrevistas, oraciones y toda comunicación con nuestros hijos sean santificantes y no severas ni secas, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























