Conferencia General Octubre 1983
«Nuestro Padre que estás en los cielos»
por el élder L. Tom Perry
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Como padres, son nuestros, sin duda, la responsabilidad y el privilegio de enseñar a nuestros hijos a orar, y les damos el ejemplo orando con la familia todos los días. «
Una de las oportunidades especiales que tenemos como Autoridades Generales es la de visitar las estacas de Sión. Treinta a cuarenta veces por año nos alojamos en el hogar de algún presidente de estaca, teniendo así el privilegio de ser huéspedes de los mejores hogares en todo el mundo.
Quisiera contaros una de mis experiencias recientes. Se me asignó ir a una conferencia de estaca para relevar al presidente, que había prestado muchísimos años de servicio. Era una estaca difícil de administrar porque además de estar localizada cerca del centro de una de nuestras grandes ciudades, la zona se industrializó, lo que causó que muchos de los miembros se mudaran a zonas más residenciales. Debido a su llamamiento, él se había quedado para guiar y cuidar del rebaño (los miembros). La situación no lo había acobardado, y por medio de su energía, con su esfuerzo y gran entusiasmo, la estaca había empezado a florecer.
Ese fin de semana, sus hijos empezaron a llegar en auto y en avión, para rendir tributo a su padre por los años de servicio cumplidos. Había un espíritu especial en ese hogar. Era una familia muy unida y disfrutaban de estar juntos.
Cuando me puse de pie para hablar en la última sesión de la conferencia, a mi izquierda estaba toda la familia. Su rostro reflejaba la emoción al honrar a su padre con su presencia.
Después de la sesión de la conferencia, me habían invitado a cenar con la familia antes de tomar el avión para casa. Al reunirse alrededor de la mesa, el padre les pidió que se arrodillaran para dar una oración familiar. De rodillas, descubrí dónde radicaba su fortaleza. Esta familia comprendía su relación con Dios, su Padre Eterno, y todos ellos comprendían la relación que los unía entre sí. La hermandad que existía en esta familia les facilitaba extender su cariño a amigos y vecinos.
Ser huésped en tantos hogares distintos en mis últimos diez años me ha convencido de que un espíritu muy especial sale a relucir cuando una familia ora junta.
Nuestros profetas nos han pedido una y otra vez que oremos con nuestras familias regularmente y a diario. El presidente John Taylor preguntó a los Santos: «¿Oran con sus familias?» Y también quiso saber si repetían palabras mecánicamente o si se inclinaban con mansedumbre y con el deseo sincero de obtener las bendiciones de Dios para ellos y para sus hogares. Y les dijo: «Esto es lo que debemos hacer», y además, «debemos cultivar un espíritu de devoción y confianza en Dios, dedicándonos a El y buscando sus bendiciones.» (Journal of Discourses, tomo 21, pág. 118.)
El presidente Heber J. Grant, refiriéndose a este tema, dijo: «No me preocupo por los niños y los jóvenes que oran a Dios con sinceridad y a conciencia dos veces por día para pedirle la guía de su espíritu. Estoy seguro de que cuando se encuentren con tentaciones tendrán la fortaleza para resistirlas por medio de la inspiración que les será dada.» (Gospel Standards, pág. 26.)
Como padres, son nuestros, sin duda, la responsabilidad y el privilegio de enseñar a nuestros hijos a orar, y les damos el ejemplo orando con la familia todos los días.
La oración es una comunión divina con Dios, y este compañerismo espiritual acarrea una bendición inigualada. Yo creo que las familias que oran juntas entienden el significado del consuelo que el Salvador estaba tratando de dar a los creyentes, al pronunciar la siguiente oración, cuando su ministerio terrenal estaba a punto de terminar.
«No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
«No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
«Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.
«Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.
«Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,
«para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.» (Juan 17: 15-18, 20, 21.)
El presidente Heber J. Grant nos aconsejó:
«Tan pronto como el hombre deja de rogar a Dios que le dé su espíritu y guía, comienza a apartarse de El y de su obra. Cuando los hombres dejan de orar a Dios para obtener su espíritu, adquieren demasiada confianza en su propio razonamiento y gradualmente pierden la influencia del Espíritu lo mismo que íntimos amigos, si nunca se escriben ni se visitan, llegan a ser extraños el uno para el otro.» (The Improvement Era, tomo 47, agosto 1944, pág. 481.)
La oración nos provee la capacidad de acercarnos a nuestro Padre Eterno. ¡Qué importante y fundamental es entonces, que les enseñemos a nuestros hijos a orar!
Quisiera aconsejamos que tratarais el tema de la oración cuando lleváis a cabo las noches de hogar. Al enseñar este tema, quisiera pediros que tocarais los siguientes cuatro puntos básicos.
Primero, la manera en que nos dirigimos a nuestro Padre. Al escuchar muchas oraciones, a veces me pregunto a quién se están dirigiendo. La introducción es tan complicada que encuentro difícil hacerme una idea de cómo es la persona a la cual se dirige la oración. Recuerdo la ocasión en que el Primer Congreso de los Estados Unidos estaba tratando de determinar cómo deberían dirigirse al presidente del país. Se sugirió que lo llamaran: «Su alteza, presidente de los Estados Unidos y protector de las libertades del país.» El presidente Washington replicó: «Sólo llamadme Señor Presidente». (Willis M. and Ruth West, The American People, Allyn and Bacon, 1948.)
El Señor enseñó a sus discípulos a orar de esta manera:
«Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
«Vosotros, pues oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.» (Mateo 6:5, 9.)
En otras oraciones que nos dio el Salvador, también utiliza la palabra «Padre». Nos enseñó que dijéramos «Oh Dios, Padre Eterno» al comienzo de la oración para bendecir la Santa Cena. Al utilizar la palabra «Padre», comprendemos nuestra relación con El. El es nuestro Padre Eterno y nosotros somos sus hijos. Enseñad a vuestros hijos cómo dirigirse a Dios por medio de la oración.
Segundo, debemos usar un lenguaje apropiado en las oraciones. Siempre debemos dirigirnos a Dios con los pronombres tú y tuyo. El ya fallecido presidente Stephen L Richards nos dio este consejo:
«Hemos descubierto… una falta de enseñanza adecuada con respecto a la oración. Yo mismo me he sentido alarmado al escuchar a misioneros que han sido llamados para ofrecer oraciones, que no parecieron haber tenido ninguna experiencia o capacitación con respecto al uso del lenguaje propio de las oraciones.
«… Creo, mis hermanos, que tanto en los quórumes como en las clases y en el hogar deberíais enseñar el lenguaje correcto de la oración que es tú y tus, en lugar de usted. Me resulta decepcionante oír que alguien se dirige a nuestro Padre Celestial tratándolo de usted… Creo que deberíais tomar nota de ello y aprovechar toda oportunidad que tengáis para enseñar el sagrado y reverente lenguaje de la oración.» (La oración, pág. 50.)
Enseñemos a nuestros hijos a usar el lenguaje propio de la oración.
Tercero, debemos ofrecer oraciones de gratitud. Hace algunas semanas, se me pidió que bendijera a un niño que estaba pasando por algunos problemas. Después de la bendición, cuando me preparaba para irme, su madre le dijo: «Hijo, dale las gracias por la bendición antes de que se vaya.» En lugar de dirigirse a mí, el niño bajó la cabeza, cruzó los brazos y agradeció a su Padre Celestial. ¡Qué perspicaces son los niños!
Al tener la oportunidad por las mañanas o por las noches de arrodillarme con mi esposa para orar, me siento lleno de gratitud por la bendición y el privilegio de tenerla como compañera. Me siento muy agradecido por mis hijos y la vida que llevan y por poder estar con ellos y presenciar su desarrollo y progreso.
Cuando uno se arrodilla a orar se siente conmovido por una gratitud muy grande hacia el Señor por las muchas bendiciones que a diario da a sus hijos. ¡Qué bendecidos somos por conocer a Jesucristo! Qué bendecidos somos como pueblo por el don del evangelio. Me maravillo de lo que El ha creado para nuestro beneficio y agradezco que tenemos el privilegio de gozar de esta vida terrenal. Mi corazón se llena de gratitud, especialmente en esta época de la cosecha; cuando recojo papas y encuentro muchísimas más que el pequeño espécimen que planté hace unos meses; al arrancar una mazorca, cuando veo la forma en que dos o tres granos de maíz se han centuplicado. Cuando viajo y observo la hermosura de Sus creaciones, las montañas, las fértiles planicies, los cristalinos arroyos o los majestuosos océanos, ¡qué agradecido me siento por las bendiciones que me da! Cuando nos arrodillamos a orar como familia, debemos enseñar a nuestros hijos a expresar gratitud al Señor por sus muchas bendiciones.
Cuarto, nuestras peticiones al Señor. El profeta José Smith dijo una vez:
«Quisiéramos decir a los hermanos que procuren allegarse a Dios en sus cámaras secretas, que invoquen en sus campos. Seguid las instrucciones del Libro de Mormón y orad por vuestras familias, por vuestro ganado, vuestros rebaños, vuestras manadas, vuestro maíz y cuantas cosas poseáis; pedid las bendiciones de Dios sobre todo vuestro trabajo y sobre todo aquello que os dedicaréis.» (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 301.)
El presidente Brigham Young también nos aconsejó:
«Suponed que la familia quiere reunirse para orar, ¿de qué manera deben hacerlo? El padre de familia debe reunir a su esposa e hijos, y cuando ora en voz alta, todos los presentes, que tienen edad de comprender, deben repetir mentalmente las palabras que salgan de sus labios. ¿Y por qué? Para que todos sean uno.
«Si todos piden con fe, recibirán. Todos deben pedir mentalmente lo mismo que pide el que está dando la oración. Todos deben dejar a un lado sus preocupaciones. No os preocupéis por las cocinas, ni los establos, ni de las manadas, ni de los rebaños, y si algo les pasa mientras estáis orando, preparaos para poder decir sinceramente:
‘Está bien, estas cosas le pertenecían al Señor, él me las dio; yo le rendiré honores reuniendo a mi familia e invocando el nombre de mi Dios’.
«Si ponéis vuestros asuntos y preocupaciones en el lugar que les corresponde y os dedicáis estrictamente al Señor cuando debéis, aunque no sea inmediatamente, pronto os encontraréis unidos, y seréis capaces de vencer todo principio de maldad. Si todos estáis unidos de esta manera, ¿os dais cuenta de que formaremos una poderosa cadena de fe?» (Journal of Discourses, 3:53.)
Enseñemos a nuestros hijos a pedir en sus oraciones valentía, oportunidades, consuelo, paz, comprensión, y no cosas materiales. Enseñémosles a decir: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:10).
El presidente Kimball nos ha dicho: «Siempre habrá tiempo para la oración, siempre habrá esos momentos de bendita soledad, de acercamiento a nuestro Padre Celestial, de libertad de las cosas y cuidados mundanos.
«Cuando nos arrodillamos para tener la oración familiar, nuestros hijos, de rodillas a nuestro lado, están aprendiendo hábitos que perdurarán con ellos toda su vida. Si no nos damos tiempo para hacer oración, lo que de hecho estamos diciendo a nuestros hijos es: Pues, al cabo no es muy importante; no nos preocuparemos al respecto. Si podemos hacerlo cuando sea conveniente, tendremos nuestra oración; pero si suena la campana de la escuela o viene el autobús o nos llama nuestro empleo, bueno, la oración no es tan importante y la haremos cuando sea oportuno’.
«A menos que se proyecte, la oración jamás parece ser oportuna.
«Por otra parte, ¡cuán gozoso es poder establecer estas costumbres y hábitos en el hogar, de modo que cuando los padres visitan a sus hijos en las casas de éstos, después de que se han casado, se arrodillan naturalmente con ellos en la manera acostumbrada y establecida de la oración!» (El Milagro del Perdón, pág. 259).
Me siento agradecido porque mis hijos les están enseñando a mis nietos que la oración es una bendición en sí. Creo que la primera palabra que oí decir a mis cuatro hijos fue «Amén», muchas veces repetida con entusiasmo. Más adelante aprendieron a decir, «Padre Celestial». El comienzo de su instrucción terrenal ha sido enseñarles quiénes son y cómo pueden comunicarse con nuestro Padre Celestial. Estoy seguro de que lo mismo harán mis hijos con mis tres nietos tan pronto como tengan la edad de aprender cómo dirigirse a nuestro Padre Celestial por medio de la oración.
Creo que no hay enseñanza más importante que podamos dar a nuestros hijos que la de enseñarles el poder de la oración. Debemos hacerlo por medio del ejemplo, llevando a nuestros hijos a diario delante del Señor y dándoles la paz y la seguridad que se alcanza cuando uno sabe que es hijo del Padre Celestial.
Que podamos, hoy mismo, comprometernos a vivir de tal modo que nos permita dirigirnos a Dios con una conciencia tranquila para pedirle su guía y ayuda divinas, y expresar nuestra gratitud por las bendiciones que nos ha dado.
Que el poder de la oración bendiga nuestros hogares, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























