Conferencia General Octubre 1983
«Os saludamos en el nombre del Señor»
por el presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
«Si somos unidos, no habrá poder debajo del cielo que pueda detener el progreso continuo de este grandioso reino.»
Santos de los Últimos Días de todo el mundo, y hombres y mujeres de buena voluntad de todas partes, os saludamos en el nombre del Señor al comenzar esta gran conferencia mundial de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Afirmamos ante todos los hombres nuestra creencia en Dios el Eterno Padre, en su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo. Este es nuestro primer Artículo de Fe y el fundamento de toda nuestra obra.
Tenemos el gran placer y el honor —sí, el gran placer y el honor— de tener entre nosotros a este hombre notable a quien sostenemos como Profeta de Dios, nuestro Profeta, Vidente y Revelador, nuestro amigo y líder, el presidente Spencer W. Kimball.
Lamentamos que su estado de salud no le permita dirigirnos la palabra. Le hemos oído hablar muchas veces en el pasado desde este púlpito, y el recuerdo de su gran testimonio sigue animándonos y fortaleciéndonos a todos.
¿Quién podría medir la influencia que él ha ejercido en los demás? Pienso que si procuráramos caracterizarlo con una sola palabra, ésa sería amor.
Leeré mis apuntes de algo que él dijo el 23 de octubre de 1980 ante una gran asamblea de hermanas y hermanos chinos, en Taipei, Taiwán. Dijo lo siguiente:
«Estimo que el Señor me dio desde el momento en que nací un espíritu de amor. He amado a mis compañeros de misión. De niño, amaba a los del equipo contrario al jugar básquetbol. Amo a la gente de todo el mundo. Os amo a vosotros.»
Si él pudiera hablarnos ahora, ése sería indudablemente el tenor de sus palabras. El llegar a todos con amor es lo que caracteriza su extraordinario liderazgo. Su vida es una lección para todos, una lección del maravilloso poder del amor.
Si bien su cuerpo está cansado y débil, la fuerza de su liderazgo se siente en toda la Iglesia en el mundo entero; es un elemento que nos mantiene unidos como discípulos del Señor Jesucristo. Su influencia unificadora se hace sentir en todos los sumos consejos de la Iglesia.
También agradecemos la presencia del Presidente Romney, Primer Consejero en la Primera Presidencia. También él está delicado de salud, y si pudiera hablarnos, no dudo de que nos testificaría de ese gran y estimulante poder que emana de la vida y el carácter de nuestro Presidente. Doy fe de ello. Sé que cada uno de los Doce y de los Setenta y del Obispado Presidente haría lo mismo.
Doy gracias a cada uno de los miembros de estos consejos y quórumes que constituyen las Autoridades Generales de la Iglesia. Les agradezco su amor y lealtad, su fe y devoción, su unidad de propósito y acción, bajo la dirección de nuestro Presidente.
El Señor dijo: «. . . y si no sois uno, no sois míos» (D. y C. 38:27).
Esa estrecha unidad es el sello distintivo de la Iglesia verdadera de Cristo: se siente entre nuestra gente en todo el mundo. Si somos uno, somos de El.
Por tanto, al comenzar esta gran conferencia de la cual irradiará al mundo un sentimiento de amor, rogamos recibir las bendiciones del Señor. Rogamos por nuestro querido Profeta a quien amamos y honramos. Rogamos los unos por los otros para que sigamos adelante con unidad y fortaleza. Si así lo hacemos, no habrá poder debajo del cielo que pueda detener el progreso continuo de este grandioso reino. Ruego que nunca disminuyan nuestra fe, ni nuestra devoción, ni nuestro amor al Señor y a Su obra, ni nuestro deseo de servir unidos para lograr el progreso de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























