Conferencia General Octubre 1983
«Que no os engañen»
presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
El Señor declaró:’Y salid de entre los inicuos. Salvaos, sed limpios, los que lleváis los vasos del Señor’ (D. y C. 38:42).
Mis hermanos, oro por la guía del Espíritu.
Quisiera dirigirme primeramente a los jovencitos congregados aquí. No me cabe duda de que cada uno de vosotros, jovencitos, aspira tener éxito en la vida. El hecho mismo de que hayáis hecho el esfuerzo de asistir a esta reunión sirve para indicar que estáis interesa-, dos en cosas que valen la pena. Hace poco leí un artículo que se refiere a los resultados de un estudio realizado entre estudiantes de secundaria en los Estados Unidos. En una parte leí: «La religión juega un papel preponderante en la vida de los estudiantes de secundaría que obtienen altas calificaciones y participan en otras actividades no académicas, según lo indica una reciente encuesta llevada a cabo entre 55.000 estudiantes avanzados de secundaria y de entre 22.000 instituciones de enseñanza pública, privada y religiosa de los Estados Unidos. La encuesta revela que el 85 por ciento de quienes obtienen las calificaciones más elevadas ha sido criado en hogares estables en los cuales se practica una vida religiosa. Cerca del 45 por ciento vive en comunidades rurales. El 84 por ciento de los estudiantes destacados manifiestan su preferencia por las condiciones matrimoniales tradicionales y rechazan el consumo de tabaco y de drogas. Únicamente el 4 por ciento consume marihuana, mientras que el 89 por ciento jamás ha fumado.» (Citado en la publicación Christianity Today, 18 de febrero de 1983, página 35.)
Como veis, vosotros que sois miembros de la Iglesia no estáis solos. Aquellos que se entregan al tabaco, al alcohol y a las drogas quisieran hacerles creer que sois anticuados por no hacer lo mismo. Sin embargo, es un hecho que existen decenas de miles de jóvenes como vosotros. La mayor parte de los jóvenes de la Iglesia se abstiene de usar estas substancias, y además de ellos, hay miles de estudiantes más que obtienen calificaciones altas y que participan en actividades extra académicas en sus colegios, de los cuales el 85 por ciento proviene de buenos hogares en donde se vive una vida religiosa, y el 89 por ciento de éstos jamás ha fumado. Es un hecho concreto que os encontréis entre la mayoría de los sobresalientes cuando no participáis en tales prácticas.
A vosotros, jóvenes, que os encontráis aquí esta noche: diáconos, maestros y presbíteros, os felicito sinceramente por vuestras vidas dignas. Os felicito por vuestra fortaleza y el valor de proteger vuestras convicciones. Os felicito por el interés que demostráis en educar la mente y las manos, en servir al Señor como misioneros, en vivir vidas de las que os sentiréis orgullosos, así como lo estará vuestras familias y la Iglesia de la cual sois miembros.
Y al mismo tiempo que os felicito por esa fortaleza de abstenemos del uso del alcohol, tabaco y las drogas, nada de lo cual os beneficiará sino que os hará daño, os advierto en cuanto a otro insidioso mal. Me refiero a la seducción de la inmoralidad. Os voy a hablar con franqueza. Mucho es lo que se escucha hablar en estos días de las transgresiones sexuales entre los adolescentes. Hay mucho de esto aun entre nuestros propios jóvenes.
Todo muchacho que se entregue a cualquier tipo de práctica sexual, según se define este aspecto en la doctrina y normas de esta Iglesia —y no creo que haya nadie que no entienda lo que quiero decir cuando hago referencia a esto— hace pesar sobre sí un daño irreparable al tiempo que roba a la joven que participa con él de esa práctica, algo que jamás podrá ser restaurado. No hay nada de inteligente en este tipo de la así llamada conquista. No resulta en laureles, ni en victorias, ni en una satisfacción perdurable. Sólo trae consigo vergüenza, dolor y remordimiento. Aquel que cae de este modo se degrada a sí mismo y roba la virtud de la jovencita, y al robar esa virtud insulta a nuestro Padre Celestial, pues ella es una hija de Dios.
Reconozco que esto está expresado con cierta dureza y sin rodeos. Pero considero que las tendencias de nuestra época demandan dureza y palabras francas y llanas. Jehová no habló en forma ambigua cuando dijo: «No cometerás adulterio» (Éxodo 20:14). Tampoco anduvo con rodeos cuando en la revelación moderna declara: «No hurtarás, ni cometerás adulterio, ni matarás, ni harás ninguna cosa semejante» (D. y C. 59:6).
Antes de pasar a otro tema quisiera agregar que si me escucha alguien que ha pecado en este sentido, tenga presente que existe el arrepentimiento y el perdón siempre que el primero sea legítimo. No todo está perdido. Cada uno de vosotros tiene un obispo, que ha sido ordenado y apartado por la autoridad del Santo Sacerdocio y quien, en el ejercicio de su oficio, está capacitado para recibir la inspiración del Señor. El es un hombre de experiencia, comprensión, un hombre que siente en su corazón un gran amor por los jóvenes de su barrio. El obispo es un siervo de Dios que comprende su obligación de guardar confidencias y que desea ayudaros en vuestros problemas. No tengáis temor de hablar con él.
Y ahora, todavía dirigiéndome a los jóvenes, quisiera decir algunas palabras en cuanto a la educación. Tengo un respeto y aprecio muy grande por los maestros. Me complace mencionar que existe un renacimiento general hacia la necesidad de dar mayor importancia a la educación y programas vocacionales. Vivimos en un mundo exigente, y quienes están recibiendo capacitación en estos momentos necesitarán la mejor educación posible si es que aspiran a ser elementos útiles a la sociedad a la cual ingresarán en poco tiempo.
En la Iglesia contamos con una fuerte tradición en cuanto a la calidad de la educación. Con el curso de los años hemos asignado una considerable parte del presupuesto de la Iglesia a la educación, tanto secular como religiosa. Como Iglesia apoyamos la educación pública. En donde exista una necesidad (legítimamente manifestada), debemos colaborar. Esa colaboración puede llegar a ser una inversión en la vida de nuestros hijos, nuestras respectivas comunidades y naciones. Sin embargo, que nadie llegue a pensar que todos los remedios se encuentran exclusivamente en el incremento de donaciones. Es imperioso que se analicen las circunstancias de acuerdo con la necesidad y determinemos los costos con exactitud. Seamos elementos de apoyo, pero también seamos prudentes valorando los medios con los que cuenten las personas.
A vosotros, hermanos mayores, quisiera hablaros sobre un punto que puede aplicarse a algunos de vosotros. Se trata de la responsabilidad de mantenerse alejados de lo que un escritor llamó «el elemento corrosivo del mundo». Me refiero a aquellas influencias de, las que les hablé a los jovencitos, o sea, las tentaciones que nos conducen hacia la inmoralidad y anulan nuestra eficacia como líderes en el sacerdocio.
El Señor declaró en 1831: «Y salid de entre los inicuos. Salvaos, sed limpios, los que lleváis los vasos del Señor» (D. y C. 38:42).
Estamos siendo invadidos por la creciente plaga de la pornografía. Sus productores y proveedores trabajan asiduamente en la explotación de un negocio que arroja muchos millones como ganancia. Algunos de sus productos son sutilmente engañadores, y están destinados a estimular los instintos más bajos. Muchos hombres que han participado del fruto prohibido y han visto su matrimonio destruido han perdido el respeto por sí mismos, destrozado el corazón de su compañera, y han llegado a comprender que la trampa en la que cayeron comenzó con materiales pornográficos, a los que no les daban mucha importancia. Algunos que ni siquiera pensaban en tomar un sorbo de alcohol o en fumar un cigarrillo justifican su participación de materiales pornográficos. Estas personas han confundido por completo los valores, aceptando aquellos que son indignos de un poseedor del sacerdocio de Dios.
Múltiples escenas de perversión sexual, de violencia y de bestialidad están cada día más al alcance de aquellos que sucumben ante tales tentaciones. Cuando estas cosas acontecen, las actividades religiosas de seguro comienzan a perder atractivo puesto que son tan incompatibles como el agua y el aceite.
Recientemente se publicó el resultado de un estudio que dio lugar al comentario de varios escritores y columnistas. John Dart, editor de temas religiosos del diario Los Angeles Times, escribió lo siguiente en el mes de febrero pasado:
«Una encuesta realizada entre importantes escritores y ejecutivos de la televisión en Hollywood demuestra que estos individuos son notoriamente menos religiosos que la generalidad de las personas y que están totalmente desviados de los valores tradicionales en aspectos tales como el aborto, la homosexualidad y el sexo fuera del matrimonio. . . A pesar de que casi la totalidad de los 104 profesionales entrevistados tenían antecedentes religiosos en su vida, el 45 por ciento ahora afirma no tener una religión, y del restante 55 por ciento sólo el 7 por ciento declaró asistir a servicios religiosos cuando mucho una vez al mes.
«Este grupo ha tenido amplia participación en la creación de espectáculos cuyos temas y actores han pasado a ser comunes en nuestra cultura popular.
«El ochenta por ciento de los entrevistados afirmó no considerar las relaciones homosexuales como algo inmoral, y el 51 por ciento tampoco consideró como tal el adulterio. Del 49 por ciento que calificó a las relaciones extramaritales como algo reprochable, sólo el 17 por ciento lo hizo con toda convicción, de acuerdo con el estudio.
Casi todos —el 97 por ciento— estuvieron en favor de los derechos de la mujer de someterse a un aborto; y de ese porcentaje el 91 por ciento asintió en una manera terminante.
«Como contraste, otras encuestas indican que el 85 por ciento de los estadounidenses consideran el adulterio como inmoral, el 71 por ciento opina lo mismo de las actividades homosexuales y casi las tres cuartas partes de la población desean que el aborto sea limitado a ciertos casos extremos o abolido por completo.» (Los Angeles Times, 20 de febrero de 1983.)
Esta es la gente que mediante la vía del entretenimiento nos está guiando por el camino de sus propios valores, los que en muchos casos son diametralmente opuestos a las normas del evangelio. Por encima de éstos, que producen para la televisión pública, se encuentran los pornógrafos de peor calibre que en forma seductora buscan la manera de embaucar a los suficientemente ingenuos y a aquellos dudosos en su disciplina a que gasten su dinero en la compra de estos productos obscenos.
Nadie es inmune a tales influencias. Hace siglos Nefi previó nuestro día y dijo concerniente a él:
«Porque el reino del diablo ha de estremecerse, y los que a él pertenezcan deben ser provocados a arrepentirse, o el diablo los prenderá con sus sempiternas cadenas, y serán movidos a cólera, y perecerán;
«porque he aquí, en aquel día él enfurecerá los corazones de los hijos de los hombres, y los agitará a la ira contra lo que es bueno.
«Y a otros pacificará y los adormecerá con seguridad carnal, de modo que dirán: Todo va bien en Sión; sí, Sión prospera, todo va bien. Y así el diablo engaña sus almas, y los conduce astutamente al infierno.
«Y he aquí, a otros los lisonjea y les cuenta que no hay infierno, y les dice: Yo no soy el diablo, porque no lo hay;
y así les susurra al oído, hasta que los prende con sus terribles cadenas, de las cuales no hay rescate.» (2 Nefi 28:19-22.)
Estas son palabras interesantes y descriptivas: «Y los conduce astutamente al infierno», y después «les susurra al oído». Qué bien describen las vías seductoras y engañadoras de los que proveen basura, violencia y cosas malvadas.
Hermanos, no estoy proponiendo un boicoteo público, sino que individualmente evitemos tales cosas. Hay tanto hermoso e inspirador en la literatura, en el arte y en la vida misma que no debería haber tiempo para ningún hombre que posea el sacerdocio de Dios, para justificar, ver o adquirir aquellas cosas que conducen «astutamente al infierno».
Ahora quisiera hacer mención a otro asunto, y quizás repita algunas palabras que pronuncié en otra ocasión:
Parece que tenemos entre nosotros toda, una hueste de críticos. Algunos de ellos tratarían intencionalmente de destruirnos, inferiorizando a aquello que nosotros llamarnos divino.
En su espíritu crítico no perciben la majestuosidad del avance de esta causa. Han perdido de vista esa chispa que fue prendida en Palmyra y que ahora enciende las hogueras de la fe en toda la tierra, en muchas naciones y en muchos idiomas. Basados en una filosofía humanística, no comprenden que los impulsos espirituales, amparados en la influencia del Espíritu Santo, han tenido tanto que ver con las acciones de nuestros antecesores como tuvieron que ver con los procesos del intelecto. No comprenden que la religión está tan relacionada con el corazón como lo está con la mente.
Sabemos de críticos que parecen querer extraer de un amplio panorama de información aquellos elementos que menoscaban y empequeñecen la imagen de algunos de los hombres y mujeres del pasado que trabajaron con tanto ahínco en el establecimiento de los cimientos de esta gran causa. También se encuentran lectores para sus escritos que parecen deleitarse en ellos, y en absorber toda la información que ellos contienen. Con tal conducta se están limitando a participar de un aperitivo, en vez de deleitarse en un delicioso banquete de varios platos.
Reconocemos que nuestros predecesores eran humanos, y que sin duda cometieron errores. Algunos de ellos inclusive lo reconocieron, pero estos errores eran mínimos cuando se les compara con la maravillosa obra que ellos cristalizaron. El resaltar los errores y hacer a un lado el bien que hicieron es como dibujar una caricatura. Las caricaturas son humorísticas, pero a menudo son feas y engañosas. Un hombre puede tener una mancha en la mejilla y aun así tener un rostro bello que denota fuerza interior, pero si se resalta indebidamente la mancha con relación a los otros rasgos, el retrato pierde integridad.
Existió únicamente UD hombre perfecto sobre la tierra. El Señor empleó gente imperfecta en la tarea de edificar su sociedad perfecta. Si algunos de ellos en algunas oportunidades tropezaron, o si su integridad se vio debilitada de una forma u otra, debe admirarnos aún más lo mucho que lograron.
No temo la verdad, al contrario me agrada. Pero exijo que se tengan todos los hechos en consideración en su debido contexto, resaltando aquellos elementos que explican el gran crecimiento y poder de esta organización.
El Todopoderoso hizo por inspiración una promesa expresada en estas hermosas palabras:
«Dios os dará conocimiento por medio de su Santo Espíritu, sí, por el inefable don del Espíritu Santo (D. y C. 121:26.)
Los humanistas que nos critican, los así llamados intelectuales que nos rebajan, hablan sólo porque ignoran esta manifestación. Nunca han escuchado la voz del Espíritu. No la han escuchado porque no la han buscado ni se han preparado para ser dignos de ella.
No caigamos en las garras de la sofistería del mundo, que la mayoría de las veces es negativa y muy rara vez da buenos frutos.
Hermanos, la Iglesia es verdadera. Aquellos que la guiamos tenemos un solo deseo, y es el de cumplir con la voluntad del Señor. Buscamos su dirección en todas las cosas. No hay ni una sola decisión de importancia que afecte a la Iglesia y a sus miembros que sea adoptada sin consideración y oración, recurriendo a la fuente de toda la sabiduría. Seguid a los líderes de la Iglesia. Dios jamás permitirá que su obra sea guiada por caminos equivocados. Hermanos, si somos dignos de recibir su inspiración, no habrá duda en nuestro corazón de la veracidad de esta obra y la gran misión de su reino. Que Dios os bendiga, jóvenes y hermanos mayores poseedores del sacerdocio. Ruego humildemente que vuestro ejemplo despierte el respeto y la admiración de todos los que os rodean, y os dejo mi testimonio de la divinidad de esta obra, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























