Apuntad una fecha

Conferencia General Octubre 1984

Apuntad una fecha

M. Russell Ballardélder M. Russell Ballard
del Primer Quórum de los Setenta

«No os preocupéis si no tenéis específicamente a alguien en este momento. Permitid que el Señor os ayude, conforme oréis diligentemente para que os guíe, para encontrar a aquellos que están preparados para aceptar el evangelio.»

Ruego que mi mensaje pueda ser recibido con el mismo espíritu del élder Oaks.

Recientemente la Primera Prescindencia y el Quórum de los Doce me asignaron para trabajar en el Departamento Misional. La obra misional es un importante cometido, especialmente cuando nos damos cuenta de que aproximadamente 4.7 mil millones de personas habitan la tierra. El aumento actual de la población de la tierra es de 150 nacimientos por minuto, 9.100 por hora y 218.100 por día con un total de 79.6 millones al año.

Si usted tiene 50 años de edad, la población del mundo se ha duplicado en el periodo de su vida. («Global Population Growing by More than 200,000 a Day», U.S. and World Report, 23 de julio de 1984, pág. 52.)

En la actualidad, mas personas vienen al mundo en un día que las que se bautizan en la Iglesia en un año. La magnitud de la tarea misional puede aparecer abrumadora. Sin embargo, la asignación a los miembros de la Iglesia es muy clara. Debemos llevar el evangelio de Jesucristo a cada alma.

Jesús enseñó: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; «enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» (Mateo 28: 19-20.)

Con fe podemos llevar a cabo lo que el Señor desea, porque el profeta José Smith declaró: «La verdad de Dios progresara valiente, noble e independiente hasta que haya penetrado en todos los continentes, visitado todos los climas, extendido por todo país y resonado en todos los oídos, hasta que los propósitos de Dios sean logrados y el gran Jehová proclame que la obra se ha cumplido.» (History of the Church. 4:540 )

Una indicación de la fe que necesitamos para llevar a cabo este cometido lo expresó el élder Boyd K. Packer cuando dijo: «Siendo que el bautismo es esencial, tenemos que sentir la urgente necesidad de llevar el mensaje del evangelio de Jesucristo a toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo . . .

«Nosotros aceptamos la responsabilidad de enseñar el evangelio a toda persona sobre esta tierra. Y si se hace la pregunta, ‘¿Quiere decir que estas aquí para convertir a todo el mundo’?’, la respuesta es: ‘Sí, trataremos de llegar a toda alma viviente’.

«Quizás, al comprender la magnitud de este cometido, haya quienes digan: ‘¡Eso es imposible!’ ‘¡No se puede hacer!’ A ellos sencillamente les responderíamos, ‘Tal vez, pero nosotros lo haremos de todas maneras’.» («La redención de los muertos», Liahona, feb. de 1976, pág. 82.)

Parte de la respuesta recaerá en nuestra habilidad de comprender mas a fondo y acelerar el uso de la tecnología moderna en el campo de la comunicación, para enseñar el evangelio a todo el mundo. Debemos utilizar al máximo los periódicos, revistas, televisión, radio y satélites. Pero aun con toda la tecnología que obra en nuestro favor, no hay poder en la Iglesia para propagar el evangelio de Jesucristo que iguale lo que vosotros y yo, como individuos, podemos hacer.

Me doy cuenta de que la mayoría de los miembros de la Iglesia comprenden que deben tomar parte activa en la proclamación del evangelio. Algunos han tenido mucho éxito; pero otros todavía ni lo intentan. Creo que hay muchos miembros de la Iglesia que no entienden la doctrina básica que gobierna la obra de nuestro Padre Celestial.

José Smith enseñó: «El bautismo es por señal a Dios, a los ángeles y a los cielos que hemos cumplido con la voluntad de Dios; y no hay otro modo bajo los cielos que Dios haya ordenado para que el hombre venga a Él y sea salvo y entre en el reino de Dios, sino por la fe en Jesucristo, el arrepentimiento y el bautismo para la remisión de los pecados. . .; y entonces tendrás la promesa del don del Espíritu Santo.» (Enseñanzas del profeta José Smith, págs. 239-240.) Cuando son bautizados, los hombres reciben una remisión de sus pecados y llegan a contarse entre los santos para recibir las bendiciones y felicidad que brinda el ser miembro de la Iglesia.

Una consecuencia natural de la conversión es la continua remisión de los pecados si se vive de acuerdo con el evangelio, que incluye compartir el evangelio con otros. El presidente Spencer W. Kimball declaro: «El Señor nos ha dicho que nuestros pecados serán perdonados mas fácilmente si traemos almas a Cristo y con determinación continuamos dando nuestro testimonio al mundo, y por supuesto que cada uno de nosotros desea ayuda adicional para que sus pecados le sean perdonados.» («Me seréis testigos», Liahona, nov. de 1977, pág. 3.)

En Doctrina y Convenios leemos: «Porque yo os perdonare vuestros pecados con este mandamiento: que os conservéis firmes en vuestras mentes en solemnidad y el espíritu de oración, en dar testimonio el todo el mundo de las cosas que os son comunicadas.» (D. y C. 84:61; cursiva agregada.) Y también en Doctrina y Convenios leemos: «Sin embargo, benditos sois, porque el testimonio que habéis dado se ha escrito en el cielo para que lo vean los ángeles; y ellos se regocijan a causa de vosotros, y vuestros pecados os son perdonados. » ( D. y C. 62:3: cursiva agregada.)

Un profeta de Dios, el presidente George Albert Smith, dijo: «Según entiendo, la misión más importante que tengo en esta vida es primeramente: obedecer los mandamientos de Dios, tal como se me han enseñado; y después, enseñar estos a los hijos de mi Padre Celestial que todavía no los entienden.» (En Conference Report, oct. de 1916, pág. 50.) La doctrina me parece muy clara: la remisión de los pecados es una cosa continua. A medida que cada uno de nosotros se esfuerce por permanecer limpio, puro y aun santificado, no veo mejor manera de lograr esto que ayudando a otros de los hijos de nuestro Padre Celestial a encontrar la verdad.

Cuando participamos del sacramento, hacemos convenio de que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, que siempre le recordaremos y que guardaremos sus mandamientos. (Véase D. y C. 20:77.) ¿Hay alguna otra manera mejor por medio de la cual vosotros y yo podamos mostrar al Señor que lo amamos que compartiendo su evangelio? No es necesario que se nos envíe a ciudades distantes o que pongamos nuestros pies en otras tierras para ser misioneros. Nuestros vecinos, amigos, conocidos, parientes y el desconocido que vive en nuestra calle, todos son parte del mundo con los cuales debemos compartir el mensaje del evangelio. Ningún miembro de la Iglesia necesita esperar que el barrio, la estaca, la misión o cualquier otra organización de la Iglesia lo guíe para poder hacer esta obra. Cada uno de nosotros debería participar activamente en compartir el evangelio porque amamos al Señor con todo nuestro corazón y porque tenemos el deseo de servirle.

Las Escrituras nos enseñan: ‘Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios;

«porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne: por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, a fin de que todo hombre pueda arrepentirse y venir a él . . .

«¡Y cuan grande es su gozo por el alma que se arrepiente!

«Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo.

«Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me traéis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuan grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!» (D. y C. 18:10-11, 13-15.)

Pensad en ello, hermanos: Jesucristo sufrió el dolor de todos los hombres para que vosotros y yo pudiésemos tener la promesa de la vida eterna. Ciertamente Él puede esperar que llevemos a cabo Su obra que nos ha encomendado. Nuestro Padre Celestial y su amado Hijo no nos han abandonado en esta gran obra; han prometido guiarnos si solicitamos su ayuda.

Permitidme sugeriros una forma sencilla en la cual cada uno de nosotros podemos ejercitar nuestra fe y empezar nuestro servicio misional personal. En un futuro cercano, apuntad una fecha en la cual tendréis a alguien preparado para escuchar el evangelio. No os preocupéis si no tenéis específicamente a alguien en este momento. Permitid que el Señor os ayude, conforme oréis diligentemente para que os guíe. Ayunad y orad con el propósito de tener la guía de nuestro Padre Celestial.

Muchos, si no todos de vosotros, tendréis experiencias espirituales muy especiales a medida que recibís la inspiración del Señor. Por propia experiencia misional, así como familiar, sé que el Señor alumbrara vuestra mente. Él ampliará vuestra visión de esta obra llevando a vuestra mente los nombres de personas que nunca antes considerasteis como posibles miembros de la Iglesia. A medida que llevéis a cabo esta obra seréis bendecidos para saber lo que tenéis que decir y la forma de enfocarlo con cada persona.

Hermanos, como pudisteis daros cuenta, no sugerí que apuntaseis un nombre, sino más bien una fecha especifica. La clave de nuestro éxito será implorar la dirección divina para que podamos ser dirigidos a aquellos que aceptaran el evangelio.

Ya que vivir el evangelio es esencial para la remisión de pecados, y dado que el servicio misional es necesario para vivir el evangelio, creo que cada uno de nosotros debe fijar una fecha cuando menos una vez cada año para tener a una persona o una familia lista para enseñarle el evangelio. Deberíamos esperar un gran éxito. A nosotros, en el Departamento Misional, nos gustaría saber de vuestro éxito cuando pongáis en practica mi sugerencia. Ningún gozo se compara al que se recibe cuando se introduce la luz del evangelio de Jesucristo en la vida de uno de los hijos de nuestro Padre Celestial. Las experiencias misionales pueden brindar a cada miembro de la Iglesia la tranquila certeza de que sus pecados en verdad le son perdonados. Nuestro Padre Celestial nos amara por el hecho de proclamar el evangelio de su Hijo, Jesucristo, a todos sus hijos sobre la tierra.

No esperéis que nadie os ayude, sino el Señor. El os ayudara. Nuestros esfuerzos individuales pueden producir un gran aumento en la edificación del reino de Dios. Si sólo el treinta por ciento de los miembros adultos activos en la Iglesia siguiera esta sencilla sugerencia cuando menos una vez al año, añadiríamos unas doscientas mil personas al numero de conversos que se bautiza actualmente. En diez años tendríamos por lo menos 5.4 millones de conversos mas de los que normalmente obtendríamos bajo los actuales esfuerzos de los miembros. Si un cien por ciento de los adultos activos participará, muy pronto empezaríamos a ver que todo ser viviente puede recibir el mensaje.

Que el Señor nos bendiga para que tengamos el valor de comprometernos a establecer una fecha especifica en la cual tendremos a alguien listo para escuchar el mensaje del evangelio. Entonces podremos implorar al Señor para que guíe nuestros esfuerzos a fin de que miles de sus hijos puedan recibir el evangelio de Jesucristo. Espero que consideremos esto no como un deber sino más bien como un gran privilegio, ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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