El fuego de sus vidas

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El fuego de sus vidas
Barbara B. Smith
Presidenta General de la Sociedad de Socorro

Barbara B. Smith«Amo el trabajo en el cual he estado laborando durante los últimos nueve años y medio, el exigente e intenso pero a la vez hermoso trabajo de la Sociedad de Socorro. La experiencia ha sido tan dulce para mí.»

Presidente Kimball, presidente Hinckley, Autoridades Generales y hermanos y hermanas:

Esta tarde me siento más o menos como el ex Procurador de Justicia que manifestó sus sentimientos al cumplir noventa y cinco años de edad. Se hizo a la idea de que era simplemente otro cumpleaños, uno como cualquier otro; pero cuando se puso de pie para reconocer la ocasión, sus palabras revelaron su amor por la vida, por su trabajo y por sus semejantes. Dijo:

«Me he calentado las manos en el fuego de la vida . . . los ricos recuerdos de la memoria son míos . . . mías también son las cosas preciosas de hoy . . .lo mejor de la vida yace siempre adelante. Su verdadero atractivo permanece escondido en alguna parte más allá de las colinas del tiempo».

Al igual que ese gran caballero, yo también amo la vida; amo el trabajo en el cual he estado laborando durante los últimos nueve años y medio, el exigente e intenso pero a la vez hermoso trabajo de la Sociedad de Socorro. La experiencia ha sido tan dulce para mí que me parece como un efímero momento en el tiempo.

Ahora que me encuentro en este punto de transición, afloran a mi mente recuerdos de mi familia, de mi buen esposo, que me apoyó y pacientemente me esperaba; de mis hijos y sus cónyuges tratando de programar sus ocupadísimos horarios para ajustarse al mío, de mis nietos que a menudo han sido ejemplos para mí; de las mujeres con quienes he trabajado; me inundan un caleidoscopio de imágenes, experiencias e impresiones de todos ellos.

Veo a mis devotas, talentosas y leales consejeras, Marian R. Boyer, Janath R. Cannon, Shirley W. Thomas y Ann S. Reese y mi secretaria tesorera, Mayóla R. Miltenberger, a quienes amo profundamente. Veo a las brillantes y dotadas mujeres que han trabajado conmigo como miembros de la Mesa General. Y por supuesto, mi secretaria personal, y las estimadas hermanas que trabajan en nuestra oficina, las anfitrionas que sirven en el Edificio de la Sociedad de Socorro, nuestra representante de comunicadones, Moana B. Bennett.

También puedo ver a las fieles líderes de la Sociedad de Socorro a nivel de estaca y barrio, y a la infinidad de hermanas que componen la Sociedad de Socorro en la Iglesia, a quienes he llegado a conocer y apreciar.

En este momento sólo puedo hacer eco a las palabras del presidente Kimball: «Dios bendiga a las mujeres, las maravillosas y hermosas mujeres».

Ciertamente me he calentado las manos en el fuego de sus vidas.

He visto surgir la nobleza a medida que las he observado vencer sus tristezas personales, desilusiones y tragedias . . .

He sido testigo de su compasión y muestras de amor, tanto dentro de su círculo familiar como con sus semejantes.

He gozado de su espíritu creativo, me he regocijado con sus logros y he compartido sus momentos de alegría.

He sentido la fortaleza de este hermanamiento cuando nos hemos reunido en la Sociedad de Socorro, en las reuniones para mujeres en las conferencias de área, en actividades sociales y en acontecimientos históricos de importancia, como esa ocasión especial en Nauvoo, el lugar de nacimiento de nuestra querida organización, donde conmemoramos dicho acontecimiento con una exhibición de hermosos monumentos dedicados a la mujer.

He leído la forma en que la Sociedad de Socorro celebró su quincuagésimo aniversario con una gran reunión de hermanas en este tabernáculo. La presidenta Zina D. H. Young dirigió la palabra a la congregación y declaró:

«. . . Ojalá que toda la gente pudiera escuchar mis palabras, no solamente vosotros, hermanos y hermanas que estáis en este tabernáculo, sino que toda la gente de este continente pudiera oírlas y comprenderlas, y no sólo de este continente, sino también los de Asia, África, Europa y las Islas del Pacífico.»

He llegado a pensar que este quizás haya sido más que sólo un sincero deseo de una gran ex directora. Tal vez fue una plegaria al Señor para un tiempo como éste.

Permitidme explicaros: Cuando fui pequeña participé en un programa efectuado aquí en el tabernáculo. En aquella ocasión percibí algo que nunca he olvidado, aun cuando en aquel entonces no lo comprendí. Tuve la impresión de que en un tiempo futuro habría de estar frente a una gran congregación de la Iglesia en este mismo edificio.

Pensé que aquella visión de mi infancia se había cumplido en la Conferencia de la Sociedad de Socorro de 1974, cuando fui sostenida como Presidenta General de la Sociedad de Socorro. Pero ahora tengo la seguridad de que éste es el día que vi hace muchos años, y quizá sea por personas devotas como la presidenta Zina Young que nuestras voces se pueden oír proclamando las verdades del evangelio a todo el mundo, verdades que pueden transmitirse a los corazones y mentes de aquellas personas que tendrán el deseo de escuchar y tratarán de comprenderlas.

Con ese mismo espíritu, me siento muy orgullosa de testificar que nuestros profetas y apóstoles son hombres llamados de Dios. Ellos siempre dirigirán la Iglesia bajo la divina dirección y por el poder del Espíritu Santo.

Las mujeres en la Iglesia tienen una importante obra que llevar a cabo, la cual requiere de una gran fortaleza de carácter, fe en el Señor Jesucristo y un corazón puro que será una luz al mundo y un baluarte de rectitud en contra de la obscuridad que cubre la tierra con contención e iniquidad.

Con toda humildad declaro mi creciente amor por cada uno de vosotros. Os aseguro que amo profundamente a nuestra nueva presidenta general de la Sociedad de Socorro. Sé que esta organización está en buenas manos, que continuará creciendo y desarrollándose en incontables maneras para bendecir las  vidas de todas las hijas de Dios.

Sé que esto es verdadero; lo siento en cada fibra de mi ser, así como sé que Dios vive, y que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y nuestro Redentor.

Que podamos utilizar a un grado máximo cada momento de nuestra vida para que en alguna parte «más allá de las colinas del tiempo» podamos recordarlos. Es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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