Conferencia General Abril 1984
Nuestras oraciones
Élder Bruce R. McConkie
del Quórum de los Doce Apóstoles
«La oración cambia nuestra vida. Mediante ella nos acercamos al Señor, y El extiende su mano y nos toca de manera que jamás volvemos a ser los mismos.»
Siento gran gozo por el llamamiento de Russell Nelson y Dallin Oaks para que, de ahora en adelante, sean testigos especiales del Señor Jesucristo. Ellos fueron llamados por el Señor mediante el espíritu de inspiración y serán pilares de rectitud en Su casa para siempre jamás.
Me siento bastante inundado por profundos sentimientos de gratitud y regocijo por la bondad del Señor para conmigo.
El me ha permitido padecer dolor, sufrir ansiedad y sentir en mí su poder sanador. Estoy profundamente agradecido por la fe y las oraciones de tantas personas, y las sinceras peticiones que han ascendido al trono de la gracia en mi favor.
El Dios a quien pertenecemos, se siente complacido cuando ayunamos y oramos y buscamos sus bendiciones; cuando suplicamos con toda la energía de nuestra alma por aquello que más anhelamos; cuando, como dice Pablo, nos acercamos «confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16).
La oración es la forma y el medio que nos ha dado nuestro Creador para procurar su consejo y comunicarnos con El. Es una de las piedras angulares de la más perfecta y pura adoración.
Por medio de la oración le hablamos al Señor y El nos habla a nosotros. Tenemos el privilegio de que nuestras voces se oigan en las cortes celestiales, y de oír la voz de El, que nos responde, y que recibimos por el poder de su Espíritu.
La oración cambia nuestra vida. Mediante ella nos acercamos al Señor, y El extiende su mano y nos toca de manera que jamás volvemos a ser los mismos.
La oración es una grandiosa torre de fortaleza, un pilar de inagotable rectitud, una fuerza poderosa que mueve montañas y salva almas; por medio de ella se sana a los enfermos, se levanta a los muertos, y el Santo Espíritu se derrama en forma inconmensurable sobre los fieles.
En la oración nos comprometemos con solemnes convenios a amar y servir al Señor todos los días de nuestra vida. En ella rendimos nuestra devoción v ofrecemos nuestros sacramentos al Altísimo. Existen oraciones especiales, reservadas y ofrecidas por aquellos que beben de las aguas de reposo y descansan en delicados pastos, que no se pronuncian por los que todavía moran en los desiertos del pecado.
Teniendo en cuenta todo esto, quisiera hablar de algunas de las oraciones que tengo en mi corazón, oraciones que pienso encontrarán eco de iguales sentimientos en vuestro corazón, y se unirán en un poderoso coro de alabanza y petición, de adoración y acción de gracias, al ascender y hacerse oír en las cortes celestiales.
Nosotros no oramos con expresiones memorizadas, rituales o repetidas, sino que buscamos la guía del Espíritu y adaptamos la oración a las necesidades del momento, sin pensar en utilizar las mismas palabras en otras ocasiones. Pero sería apropiado si en nuestras oraciones empleáramos expresiones que transmitieran pensamientos similares a los siguientes:
Padre, te pedimos, en el nombre de Jesucristo, que escuches nuestras palabras, que disciernas, Tú que todo lo ves, los pensamientos e intenciones de nuestro corazón, y que nos concedas nuestros justos deseos.
Consideramos un gran privilegio poder presentarnos ante ti, inclinarnos delante de tu trono, llamarte nuestro Padre; y sabemos que escucharás nuestras súplicas. Permítenos hablar por el poder de tu Santo Espíritu.
Luego, al agradecer al Señor las bendiciones de La vida terrenal y la esperanza de la inmortalidad y la vida eterna, podríamos muy bien decir algo semejante a esto:
Padre, te estamos agradecidos por la vida en sí, por esta probación mortal en la cual, como peregrinos, lejos de nuestro hogar celestial, estamos para pasar por experiencias que no podríamos obtener de ninguna otra manera.
Te agradecemos el haber ordenado y establecido el grandioso y eterno plan de salvación por el cual nosotros, siendo tus hijos espirituales, recibirnos el poder de avanzar y progresar y llegar a ser como Tú si somos fieles y verídicos en todas las cosas.
Te damos gracias por haber enviado a tu Santo Hijo Jesucristo para ser nuestro Salvador y Redentor, para poner en movimiento todas las condiciones de tu maravilloso y eterno plan de salvación, para salvarnos de la muerte, el infierno, el diablo y un tormento sin fin.
¡Cuánto nos gloriamos en El y su bendito nombre, regocijándonos para siempre en que nos haya rescatado de la muerte temporal y espiritual! Y nos regocijamos también porque es el único Mediador entre nosotros y Tú, porque nos ha devuelto a la armonía contigo, no recriminándonos por nuestros pecados, sino sanándonos con sus llagas.
Te agradecemos, nuestro Padre, que nos hayas dado a tu Hijo Unigénito para que, al creer en El, no perezcamos, mas tengamos la vida eterna; para que El, en medio de la sangre y las agonías de Getsemaní, y de la sangre y las crueldades del Calvario, soportara nuestros pecados bajo la condición del arrepentimiento. ¡Cuánto amamos al Señor Jesús, llamado Cristo, que es también el Santo Mesías! Que además es nuestro Señor, nuestro Dios, nuestro Rey, a quien adoramos en la plena majestad de su Divina Persona, y en cuya sangre tendremos que lavar nuestros vestidos a fin de poder pararnos ante El y Tú sin mancha en aquel gran día.
Y con respecto a la restauración del glorioso evangelio en nuestros días, las oraciones podrían expresar ideas corno las siguientes:
Y ahora, Dios de nuestros padres, sentimos gozo y gratitud por lo que has hecho por nosotros en esta época. Con todo nuestro corazón te agradecemos la restauración del evangelio, porque tu voz ha vuelto a oírse; porque los cielos, por largo tiempo sellados, se han abierto otra vez; porque hay ángeles santos, que traen sacerdocios, y llaves, luz y verdad, ministrando entre nosotros.
Nos causa un respetuoso asombro saber que Tú y tu Amado Hijo aparecieron a José Smith en la primavera de 1820, a fin de establecer la dispensación del cumplimiento de los tiempos.
Nos maravillamos de que hayas enviado a Moroni a revelar el Libro de Mormón; a Moisés, para que nos diera el poder de recoger a Israel en el Egipto del mundo y traerlo a la Sión de Dios; y a Elías el Profeta para que nos confiriera el poder de atar en la tierra y que nuestras ordenanzas sean selladas eternamente en los cielos.
¡Y cuán agradecidos te estamos porque Elías trajo de nuevo el evangelio de Abraham a fin de que nosotros, como hijos del convenio, podamos ver la continuación de nuestra unidad familiar en la eternidad!
Y del poder lograr una armonía con el Padre, por medio de la expiación de su Hijo, sería apropiado que dijéramos en la oración algo como esto:
Padre, nos has dado las enseñanzas para que podarnos estar en armonía contigo, y has derramado sobre nosotros revelaciones y visiones. Somos tu pueblo, y deseamos ser dignos del llamamiento y elección que tenemos.
Has hecho milagros entre nosotros; nos has dado las Santas Escrituras, particularmente tu palabra que se ha manifestado en nuestros días; has conferido sobre nosotros el don del Espíritu Santo por el cual somos guiados a toda verdad y por el que nuestras almas son santificadas.
Por todas estas bendiciones te estamos agradecidos, mucho más de lo que podamos expresarte, y por ellas alabaremos tu santo nombre para siempre.
Confesamos ante ti nuestros pecados, de los cuales procuramos la remisión, a fin de que no haya nada entre nosotros y tú que pueda impedirnos recibir tu Espíritu en abundancia.
En cuanto a la edificación del reino de Dios en la tierra, nuestras oraciones podrían expresarse así:
Te pedimos que bendigas tu Iglesia y » reino en la tierra, y que podamos ser eficaces instrumentos en tus manos para volver a edificar la Sión de antaño, o sea, la que ha de ser la Nueva Jerusalén. Que podamos recoger a las ovejas perdidas; de Israel y juntarlas en las estacas de Sión, en todas las naciones, como lo profetizaron los antiguos profetas.
Danos tu poder para predicar tu evangelio restaurado a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Ábrenos, por favor, las puertas de todas las naciones. Permítenos cumplir la divina comisión que tenemos de preparar a un pueblo para la venida de tu Hijo. Y que podamos descubrir los nombres de nuestros antepasados, y realizar por ellos las ordenanzas de salvación y exaltación en los sagrados santuarios que se han dedicado a tu santo nombre.
¡Ten misericordia de nosotros! Ten paciencia con nuestra debilidad, porque hemos puesto en ti nuestra confianza.
Tú eres nuestro Dios, y no hay nadie como Tú; y a ti es a quien nos volvemos en adoración y acción de gracias.
Al hablar de nuestras necesidades temporales, yo no vacilaría en decir cosas como éstas:
Clamamos a ti por nuestros campos y nuestros rebaños, por los frutos de nuestras tierras y por el aumento en nuestras viñas y nuestros huertos. Te suplicamos que calmes los elementos y nos protejas de los desastres a fin de que nuestra mesa y nuestra despensa estén colmadas. Necesitamos comida, ropa y refugio; necesitamos educación y trabajo apropiado; necesitamos prudencia en nuestros negocios y empresas profesionales.
Concédenos de acuerdo con nuestras necesidades, no dándonos pobreza ni riquezas sino lo que sea adecuado y conveniente para nosotros.
En cuanto a las bendiciones personales que nos preparan para la salvación, nuestros pensamientos podrían expresarse de esta manera:
Bendice a nuestras familias, para que marido y mujer puedan amarse y allegarse el uno al otro; para que los padres puedan criar a sus hijos en la luz y la verdad; para que los hijos, habiendo crecido en la disciplina y la amonestación del Señor, honren a sus padres al vivir como sus justos antepasados.
Padre, hay entre nosotros no pocas personas que desean tener un compañero eterno y son dignas de ello; prepara el camino para ellas, de manera que puedan ver cumplirse los rectos anhelos de su corazón.
Hay entre nosotros también los que están enfermos y afligidos, los que sufren dolencias pero no están señalados para morir; Tú, Grandioso Médico, derrama sobre tus santos tu poder sanador.
Señor, aumenta nuestra fe, y permite que los enfermos sanen v los muertos se levanten, aún más que en el presente. Pero, sobre todo, Tú que eres Dios de sanidades, haz que aquel que vino trayendo en sus alas salvación también nos sane espiritualmente.
Queremos ser puros; anhelamos ser un pueblo sin mancha; necesitamos, deseamos y procuramos, particularmente, la compañía de tu bendito Espíritu. Y, al igual que los de la antigüedad, suplicamos que podamos recibir el Espíritu Santo. Nos regocijamos por sus dones y buscamos tenerlos en mayor abundancia. Permite que los testimonios, la revelación, las visiones y los milagros se multipliquen entre nosotros.
Déjanos conocer las maravillas de la eternidad, aun aquellas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han llegado siquiera al corazón del hombre.
Y entonces, a modo de coronamiento, convenio y petición sería apropiado que expresáramos ideas como éstas:
Y finalmente, Padre, queremos ser uno con tu Hijo, como El es uno contigo. Estamos tratando de lograr la salvación; deseamos la vida eterna; anhelamos volver a tu presencia, y permanecer allí, con Abraham, Isaac y Jacob, con todos los profetas y hombres santos, para ya no alejarnos jamás.
Déjanos contemplar la faz de tu Hijo, mientras estamos aquí como mortales. Deja que podamos oír como El nos dice: «Venid, benditos de mi Padre, entrad en el gozo de vuestro Señor; vuestro llamamiento y elección son firmes, sois coherederos conmigo y heredaréis, recibiréis y poseeréis todo lo que mi Padre tiene.»
Y ahora, Dios nuestro, Eterno Elohím, en conocimiento de tu voluntad con respecto a todas estas expresiones de agradecimiento y a todas estas súplicas de bendiciones, pactamos contigo que obedeceremos tus mandamientos y que te amaremos y serviremos por el resto de nuestros días.
Que éste sea, entonces, nuestro convenio: que de este momento en adelante andaremos en todas tus vías, sin culpa, obedientes, fieles, dignos de toda confianza, amándonos los unos a los otros, y testificando de palabra y de hecho que somos tu pueblo, las ovejas de tu redil, tus hijos escogidos.
El expresarnos en esa forma concreta sentimientos y deseos que muy bien podemos comunicar al Señor en oración.
Es mi esperanza que todos los que se unan en similares coros de alabanza y petición, de adoración y de gratitud, y que se esfuercen por vivir en la forma en que oran, obtengan la paz en esta vida y’ la vida eterna en el mundo venidero.
Y esa es mi oración, por mí mismo, por mi familia y por todo Israel. En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























