El manto de un obispo

Conferencia General Abril 1985logo 4
El manto de un obispo
obispo Robert D. Hales
Obispo Presidente

Robert D. HalesHomenaje a los obispos y presidentes de rama en todo el mundo.

Mis queridos hermanos y hermanas, esta es la cuarta vez que me van a apartar como obispo.

Quisiera referirme a la sección cuarenta y uno de Doctrina y Convenios, en la cual se menciona el llamamiento de Edward Partridge como el primer Obispo Presidente. Allí se dice que en el no había engaño. En cuanto a esta característica, quisiera deciros que el obispo Brown, el obispo Peterson y el obispo Clarke la poseen y que han desempeñado su llamamiento con excelencia. Cuando es necesario buscar a un nuevo Obispado Presidente, el Señor y los hermanos de las Autoridades Generales buscan por todo el reino hasta encontrar a tres hermanos que estén dispuestos a entrar en la competencia de atajar jabalinas.

Quisiera decirles al obispo Vandenberg, al obispo Simpson y al obispo Featherstone lo mucho que me ha servido su ejemplo. Cuando yo era obispo, ellos sirvían en el Obispado Presidente.

Si en esta época de Pascua pudiera rendir tributo a los mas de diez mil obispos y presidentes de rama de todo el mundo, diría que el llamamiento de obispo realmente comprende las características del Salvador. Hay obispos magníficos por toda la Iglesia. Cuando un hombre llega a ser obispo, se opera un cambio en el, pues lo que aprende mas que nada es a honrar su llamamiento. Una vez que un individuo es ordenado al oficio de obispo, nunca deja de serlo, siendo la razón el hecho de que se lleva a la tumba las confidencias de las personas a las que sirvió.

El «manto» de un obispo incluye ser presidente del Sacerdocio Aarónico y del quórum de presbíteros, ser un juez común en Israel, ser sumo sacerdote presidente para ayudar en asuntos temporales, encargarse del bienestar de los miembros por medio de consejos auxiliares y del sacerdocio, y ser responsable de los diezmos y las ofrendas.

Muchas veces reflexiono sobre este manto que recae sobre un obispo. Al sentarse en una reunión sacramental y mirar a su rebano, puede darse cuenta de quien tiene problemas, al ver a su Sacerdocio Aarónico -los diáconos, los maestros y los presbíteros- sabe con quienes debe hablar. Conozco ese sentimiento de impotencia que se experimenta cuando a uno lo relevan de obispo para ser una Autoridad General y luego vuelve al barrio en que estaba sirviendo para darse cuenta de que ha perdido el poder de discernimiento en cuanto a los miembros del barrio. No puede uno hacer lo que hacia cuando era obispo.

Pienso en los discípulos que esperaban afuera del Jardín de Getsemaní, que no tenían el discernimiento para darse cuenta del tormento por el que estaba pasando el Salvador. Y sin embargo, el Salvador mismo personificaba esa característica que los obispos y todos nosotros deberíamos de tener. El dijo: «¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?» (Mat. 26:40.) Y ellos no comprendieron.

Algunas veces, la experiencia es el mejor maestro del discernimiento. Pienso en el presidente Lee, que tuvo que perder a su dulce compañera a fin de que pudiese comprender la agonía y la angustia de la persona que ha perdido a su conyuge, para entonces enfocar su atención como profeta en las personas solteras de la Iglesia. Es en momentos como estos que aprendemos.

Recuerdo también a mi madre, que pasó ocho años paralizada. El ultimo año y medio, necesitó atención las veinticuatro horas del día. y mi querido padre era el que la atendía. Una noche, pocas semanas antes de que ella falleciera, me arrodille al lado de su cama después de hacer una oración, y me dijo: «Me gustaría ir a ver a papa».

Le pregunte: «Mama, ¿por que has pasado por todo esto?»

Respondió: «Para aprender paciencia.»

«Madre, ¿no has aprendido suficiente paciencia?»

Entonces, con la bondadosa manera con que enseñan las madres, me miró y me dijo: «Yo sí, y tu?»

En esos momentos uno empieza a darse cuenta de que si somos sensibles a las dificultades y a los problemas de los demás, estos nos ayudaran a progresar, si tan sólo les extendemos la mano.

Se encuentran presentes muchos lideres del sacerdocio de todas partes del mundo. Estos presidentes de estaca, Representantes Regionales y Autoridades Generales saben la gran verdad del consejo que dio el elder LeGrand Richards, uno de los Obispos Presidentes de esta dispensación. Después de una importante reunión con las Autoridades Generales en el templo, dijo: «Hermanos, entiendo todo lo que hemos estado hablando, pero hasta que los obispos se muevan, no pasara nada. Todo lo que esta por encima del obispo son sólo habladurías.» Ese día enseñó una gran lección.

Cada líder del sacerdocio que se encuentra aquí hoy debe regresar y asegurarse de que los obispos entiendan los mensajes que hemos escuchado, porque es mediante sus entrevistas con la juventud, en sus entrevistas al llamar a los miembros para ocupar cargos y en su compasión por los necesitados y las viudas que se realizan los importantes cambios espirituales en la vida de los santos. El obispo que utiliza los recursos disponibles, el sacerdocio y las organizaciones auxiliares, para satisfacer las necesidades de su gente, es un buen obispo, no uno que sigue al pie de la letra el manual de instrucciones a costa del perjuicio de los miembros.

Ahora, quisiera pedirles a los adultos y a los jóvenes que me están escuchando, que todas las mañanas y las noches oréis por vuestros obispos. Ellos necesitan vuestra ayuda y no pueden cumplir con sus responsabilidades sin vuestra ayuda y oraciones.

Recuerdo al pequeño que estaba portándose mal en una reunión sacramental. Los padres estaban un tanto avergonzados por tal comportamiento; por fin el padre, disgustado, llevó al niño afuera. Al pasar por el pasillo el padre le dio un apretón y la criatura se dio cuenta de lo que le esperaba. Justo antes de salir de la capilla el niño gritó: «Obispo, ¡ayúdeme!»

Todos los miembros de la Iglesia pueden acudir a su obispo cuando necesiten ayuda, y pueden estar seguros de su amor por ellos y de que pueden seguir su consejo con confianza. Los obispos aprenden a no juzgar y a no comparar a la gente con un ideal de perfección, y a alegrarse de cualquier progreso que estos logren.

Para concluir quisiera mencionar dos pasajes de Escrituras. En la sección cuarenta y uno de Doctrina y Convenios, que se recibió el día que Edward Partridge fue llamado, el encabezamiento dice: «Los santos procuraban vivir de acuerdo con los mandamientos del Señor». Eso también se aplica a la actualidad. Tratamos de vivir de acuerdo con la voluntad de Dios hasta donde la conocemos. La sección continua diciendo que el Señor nos pide que nos congreguemos de acuerdo en cuanto a Su palabra. (D. y C. 41:2.) Si lo hacemos, tendremos unidad. Hoy he sentido esa unidad aquí, y ruego las bendiciones del Señor para que continúe, para que «por vuestra oración de fe» tal como el Señor promete, «recibiréis mi ley para que sepáis cómo gobernar mi iglesia y poner todas las cosas en orden delante de mí’ (D. y C. 41:3).

En conclusión quisiera mencionar la historia de Elías y Eliseo. Elías había abandonado sus responsabilidades y se había ido a una cueva; pero Jehová se le apareció y le dijo que volviera. No había tenido un converso en muchos años, pero cuando volvió encontró a Eliseo, quien inmediatamente lo siguió. (1 Reyes 19.)

Vivieron y trabajaron juntos por algunos años hasta que llegó el momento en que todos los lideres del sacerdocio sabían que Elías iba a ser trasladado. Elías y Eliseo se pararon a la orilla del Río Jordán y mas lejos estaban cincuenta poseedores del sacerdocio. «Tomando entonces Elías su manto lo dobló, y golpeó las aguas, las cuales se apartaron a uno y a otro lado, y pasaron ambos por lo seco.» Y Elías le dijo a Eliseo: «Pide lo que quieres que haga por ti» ¿Os lo imagináis? Entonces Elías fue arrebatado en un carro de fuego, y lo único que quedó fue su manto. Eliseo lo levantó y se volvió hacia los cincuenta poseedores del sacerdocio que estaban ahí. Tenia que cruzar el río, así que levantó el manto, golpeó las aguas y estas se separaron. (2 Re. 2:1-15.)

Me encuentro ahora a orillas del Jordán con mis hábiles consejeros, el obispo Eyring y el obispo Pace, en nuestro intento de cruzar el río para servir juntos. Pido las oraciones del obispo Brown, el obispo Clarke y el obispo Peterson y de todos los presentes para que mis consejeros y yo podamos también apartar las aguas del río a fin de que podamos volver y cumplir con nuestra misión.

Cuando recibió el llamamiento, el obispo Pace me dijo: «Usted no me conoce bien», y yo le conteste: «No, pero el Señor si». El obispo Eyring y yo nos conocemos desde que éramos niños y se que es un hombre de Dios. Entre la congregación se encuentra hoy Wilberg Cox. El obispo Eyring y yo fuimos sus consejeros en una presidencia de estaca. El nos moldeo de tal forma que ahora somos bendecidos.

Ruego que el Señor nos bendiga a cada uno de nosotros. Os testifico que Dios vive, que Jesús es el Cristo. De esto no me cabe la menor duda. Os doy mi testimonio, junto con los que han profetizado hoy. Al mirarlos a los ojos, y al darme cuenta del amor que siento por ellos, ruego que podamos trabajar juntos en armonía Lo digo esto en el nombre de Jesucristo. Amén.

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