Conferencia General Octubre 1984
«Si lo sobrellevas bien»
élder Marvin J. Ashton
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Siempre que tengamos amor, paciencia y comprensión, no estaremos fallando y debemos continuar esforzándonos.»
Cuando la tragedia, la desilusión y la angustia invaden nuestras vidas, es muy común para muchos de nosotros sentir resentimiento, y culparnos por lo sucedido. En medio de la tensión creada por la situación solemos decir: «¿Que hicimos para merecer esto? ¿Por que el Señor permite que esto nos pase a nosotros’?»
Recientemente escuchamos a los padres de un hijo descarriado, decir con el corazón destrozado y el espíritu quebrantado, «¿En qué nos equivocamos? ¿Qué hicimos que desagradara tanto al Señor? ¿Qué es lo que el Señor quiere de nosotros? ¿Es ésta la recompensa por tratar de ser buenos padres? ¿Por qué nos pasa esto a nosotros?»
Estas eran sólo unas de las muchas preguntas que acudían a su mente, mientras se hundían en el dolor ante la mala conducta de su hijo. Sus comentarios y actitud reflejaban en forma alarmante el resentimiento, la frustración y la culpabilidad por lo sucedido, todos combinados.
Se hacia evidente que a esta turbada pareja no se le podría tranquilizar con pasajes de las Escrituras o con opiniones personales. Debido a la transgresión de su hijo ambos estaban convencidos de que el Señor se sentía descontento con ellos. Su actitud reflejaba amargura y perdida del autorrespeto, y en ese momento se dejaban consumir y destruir por angustiosas circunstancias.
En su tragedia, no buscaban consejos ni consuelo, sino que parecía que trataban de encontrar a alguien que los acompañara en su sufrimiento y se lamentara con ellos: «Si en realidad existe un Dios misericordioso, ¿por qué permite que algo así pase?»
Debemos recordar que no todo sufrimiento es un castigo. Es importante no dejarnos destruir por la conducta de otras personas.
Muchas veces perdemos tanto tiempo averiguando cual fue el error que nos hiciera merecer los penosos momentos por los que pasamos, que nos olvidamos de resolver los problemas del presente. Og Mandino escribió en su libro El milagro más grande del mundo:
«Si nos encerramos en una prisión de fracaso y lástima de nosotros mismos, nos convertiremos en nuestros propios carceleros, y sólo nosotros tendremos la llave para liberarnos » (New York, Frederick Fell Publishers. 1975, pág. 61.)
Podemos salir de esa prisión si recurrimos al Señor pidiéndole fortaleza. Con su ayuda podemos hacer que nuestras tribulaciones se conviertan en escalones ascendentes. Las llaves están en nuestras manos.
«Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis.» (D. y C. 82:10.)
Si nos sentimos ofendidos y resentidos, ¿cómo podemos pensar que Él esta obligado a ayudarnos en nuestras tragedias y decepciones? El mencionado pasaje no nos dice de que manera ni cuando se cumplirá la promesa, pero es real y valedera. Nuestro cometido es el de perseverar. Siempre habrá pruebas y decepciones a lo largo del camino, pero las angustias y tragedias no tienen por que vencernos si recordamos la promesa del Señor.
Una buena actitud sería decir: «Ayúdanos, oh Señor, a recordar tu amor por nosotros y a sentirnos fortalecidos por ti cuando nuestros ojos se nublen de lagrimas de dolor y no podamos ver con claridad.»
Sería conveniente que todos nosotros, especialmente aquellos que se encuentran bajo el peso de las aflicciones debido a problemas de mala conducta o infortunio, recordáramos que aun el profeta José Smith padeció momentos de desesperación debido a sus amargas experiencias en la cárcel de Liberty. Quizás el también tuviera derecho de preguntar «¿Qué hice de malo? ¿Qué hice, oh Señor, que te desagradara tanto? ¿En que fallé? ¿Por qué no contestas mis oraciones y mis suplicas?» Poniendo de manifiesto lo que albergaba en su corazón y en su mente, exclamó:
«Oh Dios, ¿en dónde estas? ¿y dónde esta el pabellón que cubre tu morada oculta? (D. y C. 121:1.)
Y la respuesta consoladora fue:
«Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán mas que por un breve momento;
«y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te ensalzará; triunfarás de todos tus enemigos.» (D. y C. 121:78.)
La promesa de Dios a José Smith es también para todos nosotros. «Si lo sobrellevas bien, Dios te ensalzará; triunfarás de todos tus enemigos» (incluso de las angustias causadas por la mala conducta de nuestros seres queridos).
Si es que nos toca sufrir, debemos hacernos esta pregunta:
«El Hijo del Hombre se ha sometido a todas ellas. ¿Eres tu mayor que él?» (D. y C. 122:8.)
Cuando recuerdo la amonestación del Salvador de hacer todo lo que este a nuestro alcance con un buen espíritu, pienso en el padre en la parábola del hijo pródigo. Aun cuando aquel padre se encontraba angustiado por la perdida y la conducta de su hijo descarriado, no leemos que se haya lamentado «¿En qué me equivoqué? ¿Que hice para merecer esto? o, ¿En qué fallé?»
En cambio parece que sobrellevó sin amargura la mala conducta de su hijo y lo recibió con amor. «Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.» (Lu. 15:24.)
Cuando los miembros de nuestra familia nos defraudan, es cuando más necesitamos aprender a aguantar con paciencia. Siempre que tengamos amor, paciencia y comprensión, aun cuando no se vea ningún progreso, no estaremos fallando; debemos continuar esforzándonos.
Mientras mirábamos en la televisión algunos de los juegos olímpicos que se llevaron a cabo en Los Angeles este verano, nos emocionamos al ver la destreza de los jóvenes atletas de todas partes del mundo. Son muy similares estas carreras y competencias de las Olimpiadas a la gran carrera en la que todos participamos: la carrera por la vida eterna. Un ganador de la medalla de oro dijo que su éxito se debió a que pudo sobrellevar las pruebas del sacrificio constante y de la autodisciplina.
El apóstol Pablo comparó la vida con una gran carrera cuando dijo: «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno sólo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis». (1 Cor. 9:24.)
Y antes de los días de Pablo, el Predicador, hijo de David, dijo:
«Ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes», mas el que persevere hasta el fin, será salvo.» (Ecc. 9:1 1; Mat. 10:22 y Mar. 13:13.)
¿En que debemos perseverar en la carrera por la vida eterna para llegar a ser campeones?
Para llegar a ser ganador en la carrera por la vida eterna se requiere esfuerzo y trabajo constante, luchar y sobrellevarlo todo con la ayuda de Dios. Pero la clave es dar un paso a la vez.
El elemento esencial para aprender a perseverar es el esfuerzo constante. En nuestra carrera por la vida eterna todos debemos sufrir y vencer obstáculos. Quizá pasaremos por angustias, aflicciones, la muerte, el pecado, las debilidades, los desastres, las enfermedades, dolor, angustias mentales, critica injusta, soledad o rechazo. La manera en que los afrontemos determinará si se convertirán en escalones ascendentes o en piedras en nuestro camino. Al valiente, estos obstáculos le hacen posible el progreso.
Conozco a una joven señora que acaba de mudarse, proveniente del este de los Estados Unidos, luego de un doloroso divorcio, y se encuentra buscando trabajo. Un día en que una de las personas que la entrevistaba le preguntó cuáles eran sus metas y dónde pensaba que estaría al cabo de cinco años, ella le contestó: «Me es imposible pensar tan lejos; por el momento, tengo que vivir la vida día a día.» Esta es la manera en la que debemos enfrentar las pruebas y dificultades de nuestra vida. Se sobrellevan los problemas cuando se tiene una disciplina personal de hora tras hora, día tras día, y no cuando se hacen saber a todos.
Hay muchas clases de decepciones y sufrimientos que tal vez tengamos que enfrentar. Ya hemos hablado del dolor causado por el pecado en nuestra vida o en la de los miembros de nuestra familia. Permitidme hablaros acerca de otros sucesos que quizás también tengamos que sobrellevar.
Quisiera relataros algo acerca de una hermosa joven de la que todos nos sentimos orgullosos La llamaré Diane, porque ese es su verdadero nombre. Diane era capitán del equipo gimnástico de la Universidad de Utah en su primer campeonato nacional femenino. En Miami, estado de Florida, como integrante de un equipo de exhibición durante la primera gira profesional que haya hecho un equipo norteamericano, dio una vuelta demasiado grande en una practica de salto en el potro cayendo sobre el cuello y lesionándose la espina dorsal. Así se quebró su delgado y delicado cuerpo, el cual había sobrellevado cientos de horas de ejercicios que requerían tanto esfuerzo y agotador entrenamiento. La muchacha de la deslumbrante sonrisa, reconocida como el corazón del equipo, se encontraba frente a la realidad de tener que aceptar la compasión como premio o seguir adelante con su vida.
A principios de su carrera de gimnasta, cuando alguien le preguntaba, «¿No tienes miedo de lastimarte?», ella respondía, «No, hay que aceptar la gloria y las caídas. Estoy dispuesta a aceptar lo que venga.»
Podemos juzgar su capacidad para salir adelante y seguir viviendo al saber que se graduó de la universidad dos años y medio después de quedar paralizada del cuello para abajo, aun cuando tiene cierto movimiento de los brazos y las manos. Aunque estaba confinada a una silla de ruedas, raramente faltaba a una clase, era buena estudiante y sumamente querida por sus compañeros y maestros.
Hace sólo unas pocas semanas, Diane, como maestra, entró con su silla de ruedas en un salón de clases de tercer año en una escuela primaria de Salt Lake y, con un esfuerzo marcado, se enfrentó nerviosa a un grupo de curiosos alumnos. «Siempre quise ser maestra», expresó con convicción. «No hay nada que me guste más.»
«¿Ni siquiera participar en las Olimpiadas?», le preguntaron. «Si, eso también me hubiera gustado muchísimo», contestó con añoranza.
¡Que reconfortante es su actitud! «En la universidad no tenía muchos problemas en andar sola de aquí para allá en mi silla de ruedas, pero cuando había una subida enseguida conseguía amigos.»
Diane ha aceptado la gloria y las caídas. Es una persona sincera y se preocupa por los demás. Ella encuentra diversión donde otros no la ven. «Yo me siento verdaderamente feliz y contenta con mi vida. No estoy amargada ni resentida. En cierto sentido sigo manteniendo mi espíritu deportivo.»
Con su excelente actitud y autodisciplina, y con la ayuda y el amor de su familia, amigos y alumnos, continua tratando de «ganar la medalla de oro». Diane, gracias por enseñarnos el verdadero sentido de la palabra perseverar.
En cualquier circunstancia en la que nos hallemos, cualquiera sea la magnitud de la tragedia, el dolor de la mala conducta, o simplemente la lucha de vivir una vida digna de un Santo de los Ultimos Días, debemos recordar que «ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, mas el que persevere hasta el fin será salvo».
Cuando éramos niños, a veces se nos decía que no nos preocupáramos, que todo saldría bien. Pero la vida no es así. No importa quienes seamos, siempre tendremos problemas. La tragedia y la frustración son los intrusos inesperados en los planes de nuestra vida. Alguien dijo: «La vida es la que interfiere mientras estamos haciendo otros planes.» Es importante que no pensemos que nuestras aflicciones son un castigo de Dios. Es cierto que nuestros hechos pueden ser la causa de algunos problemas, pero hay veces en que las pruebas no vienen como consecuencia de las malas acciones. El camino por la vida nos enseña que nada que valga la pena se consigue fácilmente.
Muchas veces la forma más difícil de seguir adelante esta en tratar de mantenernos firmes en nuestras metas, obligaciones y asignaciones. ¡Que fácil es para algunos de nosotros desviarnos de nuestro camino cuando lo inesperado y aparentemente inmerecido surge en nuestra vida! La grandeza de una persona se mide por la manera en que esta reacciona ante los sucesos que parecen ser totalmente injustos, desmedidos e inmerecidos. A veces tenemos la tendencia de dejarnos vencer por una situación, en vez de sobrellevarla. Sobrellevar quiere decir aguantar, permanecer firme, sufrir sin desmayar, seguir siendo uno mismo, o demostrar la voluntad o el poder de perseverar.
Día a día podemos hacer el esfuerzo de obtener el poder para resistir y sufrir sin desmayar. La inspiración y la motivación se encuentran a cada paso, en los casos que he citado anteriormente y en otros muchos ejemplos que nos rodean. También podemos recibir fortaleza por medio del estudio de las Escrituras y la oración constante.
Nuestros amigos y seres queridos muchas veces nos dan fortaleza y apoyo cuando nuestra voluntad se debilita. A su vez, nuestra fortaleza y capacidad se duplican cuando ayudamos a otros a perseverar.
Ruego a Dios que nos ayude a perseverar con determinación y firmeza. Si lo hacemos. las palabras significativas de 2 Timoteo 4:7 cobraran mas importancia:
«He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.»
Cuando las angustias, las tragedias, las desilusiones, los agravios, la atención inusual, la fama o una prosperidad desmedida formen parte de nuestras vidas nuestro cometido y responsabilidad será perseverar bien. Dios nos ayudara en nuestro propósito de salir adelante, triunfar y continuar si humildemente nos consagramos a la significativa declaración de que hemos sufrido muchas cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas.» (Decimotercer Articulo de Fe.)
Dios vive. Jesús es el Cristo, y nos ha dejado una de las características de su grandeza para que sea nuestra guía: Su perseverancia. Mientras vivía en la tierra. El perseveró hasta el fin a la vez que sufría la más terrible de las agonías y el repudio. Quiero dejaros mi testimonio de que Dios nos ayudara a perseverar si hacemos el esfuerzo de vivir de acuerdo con sus enseñanzas, buscar su guía y guardar sus mandamientos. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























