Conferencia General Octubre 1984
Siervos buenos y fieles
presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
«Hay cientos de miles, ya casi llegan a un millón, de jóvenes y de hermanos adultos poseedores del sacerdocio que aman al Señor y obedecen sus mandamientos.»
Queridos hermanos, quisiera deciros que voy a dejar a un lado el discurso que tenía preparado y voy a hablaros extemporáneamente. Esta reunión ha sido extraordinaria. Estoy seguro de que cada uno de los jóvenes que se encuentran presentes ha cultivado en su corazón el deseo de salir al mundo como representante de nuestro Señor Jesucristo.
Por lo tanto, deseo deciros, jóvenes, que debéis prepararos para esa gran responsabilidad. El hermano Edwards os habló de la importancia de una buena preparación.
El Señor dijo:
‘Si estáis preparados, no temeréis.» (D. y C. 38:30.)
Este es el momento para que os preparéis, no importa que tengáis doce, catorce, dieciséis o dieciocho años de edad. Tened cuidado; nunca uséis palabras que no estén en armonía con el llamamiento que recibiréis si sois dignos de ir por el mundo para representar esta Iglesia y servir como embajador del Señor. Dios os bendiga para que lo logréis.
Espero que hayáis escuchado atentamente lo que dijo el obispo LaVell Edwards, un entrenador que cree en el valor del buen entrenamiento y en seguir las reglas del juego. Este hermano sirvió como obispo por siete años y es un hombre sabio, hábil y con muchísima experiencia. Hizo un sacrificio para poder acompañarnos esta noche y apreciamos muchísimo que lo ha hecho y las palabras que nos dirigió. Muchas gracias, obispo Edwards, y lo felicitamos por haber obtenido otra victoria hoy.
Esposos y padres, como resultado de las inspiradas palabras del hermano Hanks, habréis tomado la firme resolución de conduciros en vuestros hogares de manera tal que seáis dignos del amor, el respeto y el compañerismo de vuestras esposas e hijos. El poseer el sacerdocio no le da a ningún hombre el derecho de dominar a aquellas personas a las cuales debe mostrar el amor más grande y la mayor de las consideraciones. Cada uno de nosotros debemos ir a nuestros hogares con la firme resolución de vivir dignos de la unión de aquellos que nos aman y a los cuales debemos amar y respetar sin reservas.
Ahora, para terminar, quisiera hablar con agradecimiento y amor por los poseedores del sacerdocio en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.
Hay cientos de miles, ya casi llegan a un millón, de jóvenes y de hermanos adultos poseedores del sacerdocio que aman al Señor y obedecen sus mandamientos. Estos maridos y padres guían sus hogares con bondad y con un espíritu de amor, agradecimiento y respeto; responden ante el llamado para servir en cualquier cargo a medida que tales llamamientos provienen de la Iglesia. Son buenos ciudadanos del gobierno bajo el cual viven; son buenos vecinos en sus comunidades; como empleados son leales y trabajan con diligencia, honradez e integridad. Son hombres castos que viven con honor, que aman a Dios y a los cuales ama el Señor.
Os agradezco de corazón que estéis viviendo vidas rectas; os agradezco el buen ejemplo que dais a vuestras ‘ familias y al mundo en general. Vosotros sois la honra de esta Iglesia y contribuís a la felicidad, a la paz y a la seguridad de vuestras esposas e hijos. Actuando con generosidad ayudáis a los pobres, consoláis a los que están solos y apoyáis todo lo bueno de nuestra sociedad. Sois los buenos frutos de este hermoso evangelio del Hijo de Dios.
No tenéis remordimiento que os quite el sueno; no hay violaciones de los mandamientos de Dios que puedan obsesionaros; sois aquellos a los que puedo llamar mis fieles hermanos.
Os agradezco vuestra gran lealtad. Muchos del mismo calibre han llevado a cabo esta obra desde el principio de la Iglesia. Estuvieron presentes en la casa de Peter Whitmer cuando se organizó la Iglesia. Se encontraban entre los pocos que apoyaron al Profeta en los días difíciles en que la cabecera de la Iglesia se encontraba en Nueva York. Sin vacilar salieron de Kirtland a servir misiones, a dondequiera que se les pidiera ir, obedeciendo el llamado del Profeta.
Efectuaron la penosa marcha con el Batallón de Sión, el trayecto de 1.200 Km. desde Ohio hasta el oeste de Misuri. Acompañaron al Profeta en la cárcel de Liberty. Sin protección y perseguidos, tambaleantes siguieron los pasos de los empobrecidos Santos a través de los pantanos del Misisispi hasta llegar a Quincy. Illinois.
Desaguaron los pantanos de Commerce para crear Nauvoo La Hermosa; erigieron la magnifica Casa del Señor sobre una colina a orillas del río: estuvieron con el Profeta en Carthage: lloraron su pérdida y apoyaron el liderazgo de los Doce Apóstoles. (Son hordas de mafiosos pisándoles los talones, abandonaron sus casas y el templo y afrontaron el invierno de lowa. Algunos de ellos emprendieron la marcha en la larguísima ruta con el Batallón Mormón hasta San Diego y de vuelta al valle del Gran Lago Salado. Otros siguieron los ríos Elkhorn y Platte hasta Scottsbluff. South Pass e Independence Rock y luego bajaron al valle. Allí arrancaron artemisa, lucharon contra los grillos, trabajaron y oraron, construyeron viviendas, capillas y templos a su Dios.
Durante toda esta larga odisea hubo algunos que no fueron fieles, que fueron traidores, que fueron desleales, pero estos eran una minoría. Honremos a los que se mantuvieron firmes, y a sus esposas que trabajaron a la par de ellos.
Vosotros, mis hermanos, sois iguales que ellos: leales, hombres de fe, hombres virtuosos, hombres que aman a sus familias y que aman a sus hermanos, hombres que construyen templos y que después hacen obras en ellos, hombres que responden a los llamamientos de servir a Dios y lo hacen sin titubear y sin siquiera pensar en si mismos; hombres que aman a Dios y su Hijo Unigénito, el Señor Jesucristo.
Todo lo que diga no es suficiente para expresar todo mi agradecimiento por vosotros. El voto de apoyo que habéis mostrado en esta conferencia tiene mas significado para mí que el que puedo expresaros. A veces, cuando penso que mi carga es pesada y que mis problemas son muchos, me acuerdo de vosotros que no sólo levantáis la mano para apoyarnos sino que también nos apoyáis de todo corazón, con tiempo y recursos económicos.
Dios os bendiga. Ruego que haya paz y amor en vuestros respectivos hogares, que recibáis ayuda en vuestras empresas justas y que, cuando llegue el momento, podáis encontraros ante el Señor y recibir su bienvenida: «Bien buen siervo y fiel.»
Invoco las bendiciones del cielo sobre cada uno de vosotros y sobre vuestros seres queridos, y lo hago con el corazón lleno de gratitud y en el nombre de Jesucristo. Amén.
























