Conferencia General Octubre 1985
La única Iglesia verdadera
élder Boyd K. Packer
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Inevitablemente, y así debe ser, la doctrina que declara que esta es la Iglesia verdadera sale a relucir en las primeras instancias de toda conversación seria en cuanto al evangelio, puesto que no hay mejor tema para comenzar una presentación así que el de la Primera Visión. «
«Creemos que el hombre debe», (y conste que no decimos «puede» ni «podría», sino debe) «ser llamado de Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas». (Artículos de Fe, 5.) Así es como recibimos nuestra comisión para seguir adelante.
Hoy hemos participado en el sostenimiento del élder M. Russell Ballard, el nuevo miembro del Quórum de los Doce Apóstoles. Estoy seguro de que el hermano Bruce R. McConkie, con quien el élder Ballard trabajó diariamente en la obra misional, se regocija con ese llamamiento. Creo que el mundo no comprende el significado del Santo Sacerdocio. Me uno a mis hermanos en dar la bienvenida al hermano Ballard a esta fraternidad sagrada. En días antiguos, fueron los hermanos Pedro, Santiago, Juan, Andrés, Felipe, Bartolomé y otros; y en una manera igualmente real y literal, con el mismo oficio, el mismo llamamiento, la misma relación sagrada con el Señor. hoy son los hermanos Kimball, Romney, Hinckley, Benson, Hunter, Monson y los otros, los que tienen la misma obligación y el mismo poder que los sostiene a fin de lograr que esta obra siga adelante.
Me siento muy humilde por haber tenido el privilegio de levantar la mano junto con vosotros en esta sagrada ocasión.
Deseo dar animo a aquellos de vosotros que os sentís incómodos cuando alguien rechaza alguno de los conceptos fundamentales del evangelio.
El Señor dijo que «todo hombre [puede] hablar en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo». (D. y C. 1:20.) Así que hay personas humildes, hombres, mujeres y hasta jóvenes, que no han recibido preparación académica para el ministerio, que llevan a cabo la obra del Señor, muchos de nosotros con poco mas que una convicción espiritual en cuanto a su veracidad.
Hay veces en que seguramente pareceremos ser bastante novatos cuando se nos compara con el clero profesional de otras iglesias
Hay un concepto que of rece un problema especial; se trata de nuestra firme convicción de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, como lo declara la revelación, es «la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra». (D. y C. 1:30.)
Este concepto a menudo provoca la resistencia y el rechazo del que investiga en forma pasajera.
Algunos dicen: «No queremos tener nada que ver con nadie que declare ideas tan insolentes».
Los primeros Santos de los Ultimos Días fueron perseguidos con odio por sostener esa idea; se les hizo objeto de relatos que pretendían ser graciosos. En la actualidad, por cierto que no estamos libres de ese mismo tratamiento.
¿No seria aconsejable que transigiéramos, haciendo esta doctrina a un lado? ,No seria mejor que hubiera mas personas que aceptaran todo lo demás del evangelio en vez de los relativamente pocas que se convierten en la actualidad?
Nuestros misioneros golpean muchas puertas antes de encontrar a un converso; la cosecha podrá parecer opulenta, pero apenas somos espigadores. Como lo predicen las Escrituras, recogemos «uno de cada ciudad, y dos de cada familia». (Jeremías 3:14).
Hay quienes recomiendan que nos limitemos estrictamente a las evidencias del evangelio, a una vida familiar feliz y a la observancia de principios sanos.
Quizás seria preferible decir que «es mejor» o «la mejor». El termino «única», hablando de la Iglesia, por cierto que no es el que pueda despertar mas interés al iniciar una conversación sobre el evangelio.
Si pensáramos únicamente en tener mucha diplomacia o en la popularidad, indudablemente deberíamos cambiar nuestro enfoque. Pero debemos mantenernos firmes a nuestro derrotero, aun cuando algunos se alejen.
No es de extrañar que muchas veces se piense que nuestros misioneros son presumidos, aun cuando en realidad son muy corteses.
Si nuestro deseo primordial es ser aceptados o recibir aprobación, seguramente nos sentiremos incómodos cuando otras personas rechacen el evangelio.
Recuerdo una experiencia que tuve cuando estaba recibiendo mi entrenamiento de piloto durante la Segunda Guerra Mundial. Enviaban a los cadetes a la universidad para recibir la capacitación en tierra, y yo fui asignado a la universidad del estado de Washington. Ocho personas que jamas nos habíamos conocido tuvimos que ocupar el mismo cuarto. La primera noche nos presentamos.
El primero que habló procedía de una familia muy rica del este de los Estados Unidos; describió los colegios privados a los que había asistido, y dijo que todos los veranos su familia viajaba «al continente». Yo no sabia que eso quería decir que viajaban a Europa.
El padre del siguiente había sido Gobernador del estado de Ohio y en ese momento era miembro del gabinete presidencial estadounidense.
Y así fueron presentándose uno por uno. Yo estaba entre los mas jóvenes y esa era mi primera experiencia lejos de mi hogar. Todos ellos habían ido a la universidad, menos yo. De hecho, no había nada extraordinario en cuanto a mi persona.
Cuando finalmente cobre el valor necesario para hablar, dije: «Yo vengo de un pequeño pueblo en Utah del cual jamas habrán escuchado hablar. Soy parte de una familia de once hijos. Mi padre es mecánico y tiene un pequeño taller».
Luego les dije que mi bisabuelo se habla unido a la Iglesia y había viajado hacia el Oeste con los pioneros. Para sorpresa y gran alivio de mi parte, ellos me aceptaron. Mis creencias y mi insignificancia no eran una falta.
Desde ese incidente jamas me he sentido incómodo entre personas de posición social alta ni baja. Tampoco me he avergonzado de mi legado familiar ni de la Iglesia, ni he sentido la necesidad de disculparme por sus doctrinas, ni siquiera por aquellos conceptos que me he visto imposibilitado de explicar a satisfacción de todos.
Inevitablemente, y así debe ser la doctrina que declara que esta es la Iglesia verdadera sale a relucir en las primeras instancias de toda conversación seria en cuanto al evangelio, puesto que no hay mejor tema para comenzar una presentación así que el de la Primera Visión. Allí, en esa primera conversación con el hombre en esta dispensación, el Señor se refirió a ese punto en forma indiscutiblemente clara.
José Smith inquirió en cuanto a cual de todas las sectas era la correcta, y a cual de ellas debía unirse. Es evidente que supuso que podría encontrar en algún lugar la iglesia «correcta»; la debida orientación hacia ella daría por terminada su búsqueda, y entonces podría unirse a esa iglesia, vivir conforme a sus creencias, y dar fin al asunto.
Mas ese no era el caso. En respuesta a su humilde oración, el Padre y el Hijo se le aparecieron, y cuando hubo cobrado control hasta el punto de poder hablar, preguntó «cual de todas las sectas era la verdadera a fin de saber a cual unirme» (José SmithCHistoria 18) Este es el relato de lo que sucedió en seguida:
«Se me contestó que no debía unirme a ninguna, porque todas estaban en error; y el Personaje que me habló dijo
que todos sus credos eran una abominación a su vista; que todos aquellos profesores se habían pervertido; que ‘con sus labios me honran, pero su corazón lejos esta de mi; enseñan como doctrinas los mandamientos de hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella’. De nuevo me mandó que no me afiliara con ninguna de ellas.» (José SmithCHistoria 19-20)
Como podemos apreciar, el lenguaje es muy directo. No es de extrañar que cuando el Profeta se refirió al asunto ante otras personas, comenzaran los problemas.
Por si en momento alguno José Smith se sintiera tentado a dudar de la validez del mensaje recibido. Las revelaciones posteriores se lo confirmaron una y otra vez. Poco después de un año de haberse organizado la Iglesia, se reveló lo que conocemos como la sección I de Doctrina y Convenios. En ella el Señor dice que el Libro de Mormón salió a la luz a fin de que sus siervos:
«Tuviesen el poder para establecer los cimientos de esta iglesia y de hacerla salir de la obscuridad y de las tinieblas, la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra, con la cual Yo, el Señor, estoy bien complacido, hablando a la iglesia colectiva y no individualmente.» (D. y C. 1:30; cursiva agregada. )
Tras dejar en claro que estaba «hablando a la iglesia colectiva y no individualmente», el Señor advirtió: «Yo, el Señor, no puedo considerar el pecado con el mas mínimo grado de tolerancia» (D. y C. I :3 1 ) .
Sabemos que hay gente decente, respetable y humilde en muchas iglesias, ya sean cristianas o no. Por otro lado, hay muchos que profesan ser Santos de los Ultimos Días y que en comparación no son tan dignos, pues no cumplen con sus convenios.
Pero no se trata de comparar unas personas con otras. No somos bautizados colectivamente, ni tampoco seremos juzgados de esa forma.
Un buen comportamiento sin las ordenanzas del evangelio no redimirá ni exaltara a la humanidad; los convenios y las ordenanzas son esenciales, y se nos manda enseñar toda la doctrina, aun aquellos aspectos que no son tan populares.
Si renunciáramos a la doctrina en cuestión, ya no podríamos justificar la restauración. La doctrina es verdadera, es lógica, mientras que lo opuesto no lo es .
Hace algunos años, regresaba de un viaje con el presidente Hinckley y ambos mantuvimos una conversación con un pasajero que dijo algo tocante al hecho de que todas las iglesias conducen al hombre a los cielos.
¿Cuantas veces habéis escuchado ese concepto de que todos los caminos conducen al cielo? Se afirma que no hay una iglesia que sea mejor que las demás. que son simplemente diferentes, que al final todos los caminos se juntan, y que, por consiguiente, existe seguridad en todas las iglesias por igual. Por mas generoso que sea el concepto, no puede ser verdadero.
Siempre me ha fascinado el hecho de que quienes nos condenan, rechazan la filosofía de los caminos que convergen en el cielo cuando se trata de religiones que no son cristianas. Es que si no lo hicieran, no habría razón para aceptar al Señor como nuestro Redentor, ni para considerar la Expiación como algo esencial. Y ¿cómo podrían explicar la declaración del Salvador que dice: «El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado»? (Marcos 16:16.)
Pese a que esa filosofía tiene su atractivo, debe reconocerse que no es razonable.
Supongamos que los sistemas académicos fueran administrados conforme a ese mismo concepto y que todas las facultades representan distintos caminos en pos del mismo titulo. Ya fuera que los alumnos estudiaran o no, pasaran los exámenes o no, todos recibirían el titulo de su elección Así sin contar con la debida capacitación, una persona podría recibir el titulo de abogado, de ingeniero o de medico.
Dudo mucho que alguien se sometiera a una operación en manos de un cirujano que se hubiera recibido con ese plan de estudios.
No funciona de esa manera. No puede funcionar de esa manera ni en la educación, ni en los asuntos espirituales. Existen ordenanzas esenciales de la misma forma que se requieren ciertos cursos en la educación; existen normas definidas de dignidad. Si las resistimos, las evitamos o no las cumplimos, no estaremos entre quienes completen el curso.
¿Os dais cuenta de que al afirmar que todas las iglesias son iguales se da por sentado que la verdadera iglesia de Jesucristo no existe en ninguna parte?
Ahora bien, otros pueden insistir en que esta no es la verdadera Iglesia. Tienen todo el derecho de pensar así; pero el afirmar que no existe una iglesia verdadera, que ni siquiera es necesario que exista, equivale a negar las Escrituras.
El Nuevo Testamento nos enseña que hay «un Señor, una fe, un bautismo» y habla de llegar todos «a la unidad de la fe», (Efe. 4:5, 13) y a «la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo».
No hemos inventado la doctrina de la única iglesia verdadera, sino que la recibimos del Señor. Sea lo que sea que se llegue a pensar de nosotros, por mas presuntuosos que parezcamos ser por mucho que se nos critique, debemos enseñar esta doctrina a todos los que quieran escuchar.
El Señor mandó a los Santos de los Ultimos Días que «no obstante las tribulaciones que os sobrevengan», la iglesia debe «sostenerse independiente de todas las otras criaturas bajo el mundo celestial» (D. y C. 78:14).
En obediencia a ello, permanecemos independientes. Si bien es cierto que cooperamos para el logro de objetivos comunes, lo hacemos a nuestra manera. No reconocemos las ordenanzas efectuadas en otras iglesias. No aceptaremos intercambios de bautismos, practica que, dicho sea de paso, ha pasado a ser bastante común en otras iglesias.
No nos unimos a asociaciones sacerdotales ni a concilios de iglesias; nos mantenemos alejados de movimientos ecuménicos. El medio por el cual los cristianos debemos unirnos es el evangelio restaurado.
No declaramos que los demás no tienen nada de la verdad. El Señor dijo que tienen «apariencia de piedad». Quienes se convierten a la Iglesia deben traer consigo lo que tengan de la verdad y agregar a ella el resto.
No tenemos la libertad de alterar esta doctrina fundamental del evangelio, ni siquiera ante las tribulaciones profetizadas en las revelaciones. La popularidad y la aprobación del mundo son cosas que tal vez deban permanecer lejos de nuestro alcance.
Hace algunos años se me invitó a dirigir la palabra en la Universidad de Harvard; en ese entonces, había un miembro de la Iglesia que postulaba para un cargo en el Gobierno de los Estados Unidos, lo cual habla despertado cierto interés. Se esperaba que estuvieran presentes tanto docentes como estudiantes, y, claro esta, yo confiaba en que aceptaran el mensaje del evangelio y que la reunión terminara en un espíritu de armonía. Pero al orar para que así fuera, tuve la fuerte sensación de que esta oración no iba a recibir una respuesta afirmativa.
Decidí que por increíble que les sonara un discurso sobre ángeles, planchas de oro y restauración, enseñaría la verdad con confianza, pues tengo un testimonio de la verdad. Si ello resultaba en que alguien saliera de la reunión incómodo y molesto, no habría de ser yo . Si ellos querían sentirse molestos, que se sintieran pues.
Y fue como el Espíritu me lo había indicado. Algunos sacudían la cabeza en señal de asombro e incredulidad de que hubiera alguien que creyera tales cosas.
Pero yo estaba en paz. Les había enseñado la verdad y ellos tenían el derecho de aceptarla o rechazarla, según mas les agradara.
Siempre existe la esperanza, y a menudo resulta así, de que en un grupo como ese haya por lo menos una persona con un poco de criterio que se pregunte «¿Será acaso cierto?» Y si el pensamiento acompaña una oración sincera, una nueva alma entra a una arboleda sagrada personal para recibir la respuesta a la pregunta: «¿Cual de todas las iglesias es la verdadera, y a cual debo unirme?»
A medida que crezco en edad y en experiencia, cada vez me preocupa menos el que otros estén en desacuerdo con nosotros. Sí me interesa que nos entiendan; y una vez que nos entiendan, tienen su libre albedrío y pueden aceptar o rechazar el evangelio según les plazca.
No nos resulta fácil defender una posición que molesta a tantas otras personas.
Hermanos y hermanas, nunca nos avergoncemos del evangelio de Jesucristo, ni nos disculpemos por sus sagradas doctrinas. Jamas nos sintamos incómodos ni agobiados por no poder acoplarnos a los gustos y a las ideas de los demás, ni limitados por no poder brindar otra cosa que nuestra profunda convicción.
Tengamos la certeza de que si explicamos lo que sabemos y testificamos lo que sentimos, quizás plantemos una semilla que un día crecerá y florecerá hasta llegar a ser un testimonio del evangelio de Jesucristo.
Os testifico que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, como el Señor lo declaro, es la única Iglesia verdadera y viviente sobre la faz de la tierra; que El se halla complacido con ella, refiriéndose a la Iglesia en general, y que, si somos sumisos y fieles individualmente, El nos aprobara.
Si podemos presentarnos sin vergüenza, sin vacilación, sin bochorno, sin reservas a dar testimonio de que el evangelio ha sido restaurado, que hay profetas y apóstoles en la tierra, que la verdad esta al alcance de todo ser humano, entonces el Espíritu del Señor estará con nosotros. Y podremos trasmitir a otros esa misma convicción. Testifico de ello en el nombre de Jesucristo. Amén.
























