Conferencia General Abril 1986
Reverentes y limpios
élder Dallin H. Oaks
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Quienes profanan el nombre de Dios, inevitablemente renuncian a la compañía de su Espíritu.»
Recientemente nuestra familia estaba mirando en la televisión lo que se suponía ser una buena película. De pronto, uno de los actores usó una expresión vulgar; avergonzados, tratamos de cambiar el tono de tal expresión para nuestra hija de diez años. Rápidamente, ella nos aseguró que no teníamos que preocuparnos, ya que escuchaba cosas peores en la escuela.
Estoy seguro de que muchos padres Santos de los Últimos Días han tenido experiencias similares. La naturaleza y extensión de la profanación y la vulgaridad en nuestra sociedad es una muestra de su deterioro.
No puedo recordar cuando fue la primera vez que escuche una expresión vulgar y profana como algo común. Supongo que fue entre los adultos en el granero o en las barracas. Actualmente, nuestros jóvenes escuchan tales expresiones de niños y niñas en la escuela primaria, de actores, en las novelas populares e incluso de boca de oficiales públicos y estrellas deportivas. La televisión y las cintas video introducen las expresiones vulgares y profanas a nuestro hogar.
Para muchos en nuestra época, la profanación ha llegado a ser algo común, y la vulgaridad algo aceptable. Por cierto, esto es en cumplimiento a una profecía del Libro de Mormón que dice que en los últimos días «habrá grandes corrupciones sobre la superficie de la tierra» (Mormón 8:31 ) .
Siempre se ha mandado al pueblo de Dios abstenerse del lenguaje profano o vulgar. Los Santos de los Últimos Días deben comprender el porque.
Los nombres de Dios el Padre y de su Hijo Jesucristo son sagrados. El profeta Isaías enseñó que el Señor no permitiría que tales nombres fueran deshonrados o «amancillados» como dicen las Escrituras. (1 Nefi 20:1 1; Isaías 48:1 1)
En el tercero de los Diez Mandamientos, el Señor le mando al Israel Antiguo: «No tomaras el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano» (Éxodo 20:7). El profeta Abinadí también repitió este mismo mandamiento al pueblo del Libro de Mormón (Mosíah 13:15) y a cada uno de nosotros por medio de nuestros profetas modernos (D. y C. 136:21).
Doctrina y Convenios ofrece el siguiente ejemplo:
«Por tanto, cuídense todos los hombres de cómo toman mi nombre en sus labios.
«Porque he aquí, de cierto os digo. que hay muchos que están bajo esta condenación, que toman el nombre del Señor y lo usan en vano sin tener autoridad» (D. y C. 63:61-62).
Aquí aprendemos que tomamos el nombre del Señor en vano cuando lo usamos sin autoridad. Esto se hace evidente cuando los sagrados nombres de Dios el Padre y su Hijo Jesucristo se usan en lo que se denomina profanación: en maldiciones cargadas de odio, en denuncias de enojo, o para dar énfasis al lenguaje vulgar.
Los nombres del Padre y el Hijo se usan con autoridad cuando con reverencia enseñamos y testificamos de ellos, cuando oramos y cuando llevamos a cabo las sagradas ordenanzas del sacerdocio.
En cualquier idioma no existen palabras mas sagradas o mas importantes que los nombres de Dios el Padre y su Hijo, Jesucristo.
Como leemos en el Libro de Mormón, cuando el Salvador se apareció al pueblo de este continente, El les enseñó que debían tomar sobre si el nombre de Cristo:
«Porque por este nombre seréis llamados en el postrer día;
«y el que tome sobre sí mi nombre, y persevere hasta el fin, este se salvara en el postrer día» (3 Nefi 27:5-6).
El ha dado instrucciones a sus seguidores de llamar su Iglesia con su nombre (3 Nefi 27:78; D. y C. 115:4). En nuestra época esta es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
El Salvador enseñó que debemos comenzar nuestras oraciones diciendo: «Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre» (3 Nefi 13:9; Lucas 11 :2). En el Libro de Mormón, el Señor resucitado dio las siguientes instrucciones:
«Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre;
«y cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, creyendo que recibiréis, si es justa, he aquí, os será concedida.
«Orad al Padre en vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidas vuestras esposas y vuestros hijos» (3 Nefi 18:19-21; 3 Nefi 27:7; Juan 14:13; 15:16).
Las Escrituras están repletas de declaraciones que dicen que el nombre de Jesucristo es «el único nombre que se dará debajo del cielo, mediante el cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres» (Moisés 6:52; Hechos 4: 12; 2 Nefi 25:20; 31:21; Mosíah 3: 17).
La Biblia contiene cientos de referencias que mencionan el nombre de Dios, una palabra sagrada que usualmente se refiere a Dios el Padre o Elohim (Génesis; Juan 3: 16). Los profetas de la antigüedad también conocían y reverenciaban el nombre de Jehová, el Santo de Israel, Jesucristo, a quien la Biblia se refiere como el Señor (Abraham 1:16, 2:8; Eter 3; Isaías 43:3).
Estos nombres eran tan sagrados que a los hijos de Israel repetidamente se les mando no «profanar» el santo nombre de su Dios (Levíticos 18:21; 19:12; 20:3; 21:6) . Quien blasfemaba en contra del nombre del Señor era sentenciado a morir apedreado (Levíticos 24: 16).
Catalogando los pecados de sus compatriotas, el profeta Ezequiel dijo: «Sus sacerdotes. . . contaminaron mis santuarios; entre lo santo y lo profano no hicieron diferencia. . . y yo he sido profanado en medio de ellos» (Ezequiel 22:26; 36:20 23).
A través de las edades el Señor ha dicho que «cualquier cosa que hagáis, la haréis en mi nombre» (3 Nefi 27:7). Dios el Padre mandó que Adán y Eva y todos sus descendientes fueran bautizados «en el nombre de mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad, el cual es Jesucristo» (Moisés 6:52).
Al termino de su ministerio, el Señor resucitado identificó las señales que
seguirían a los creyentes (véase Marcos 16:17-18):
«En mi nombre harán muchas obras maravillosas;
En mi nombre echarán fuera demonios;
En mi nombre sanarán a los enfermos;
En mi nombre abrirán los ojos de los ciegos
y destaparán los oídos de los sordos» (D. y C. 84:66-69).
Cuando Pedro sanó al mendigo cojo, dijo estas palabras: «. . .1O que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (Hechos 3:6).
Cuando los nombres de Dios el Padre y su Hijo Jesucristo se usan con reverencia y autoridad, invocan un poder que sobrepasa la comprensión del hombre mortal.
Debería ser obvio para cada creyente que estos poderosos nombres, mediante los cuales se realizan milagros, mediante los cuales el mundo fue formado, a través de los cuales el hombre fue creado, y mediante los cuales podemos ser salvos, son santos y se deben tratar con la mas profunda reverencia. Tal como leemos en la revelación moderna: «Recordad que lo que viene de arriba es sagrado, y debe expresarse con cuidado y por constreñimiento del Espíritu» (D. y C. 63:64).
Así fue también que el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios fue llamado el Sacerdocio de Melquisedec «mas por respeto o reverencia al nombre del Ser Supremo, para evitar la demasiada frecuente repetición de su nombre, la iglesia en los días antiguos dio a ese sacerdocio el nombre de Melquisedec, o sea el Sacerdocio de Melquisedec»(D. y C. 107:3-4).
El deseo y la obra de Satanás es de engañar y corromper. El procura frustrar el plan del evangelio por medio del cual Dios ha dado la oportunidad de la vida eterna para todos sus hijos.
Satanás trata de desacreditar los sagrados nombres de Dios el Padre y de su Hijo Jesucristo, nombres por medio de los cuales se efectúa su obra. Y tiene éxito en la medida en que es capaz de influir en cualquier hombre o mujer, niño o niña para que haga de estos santos nombres algo común y los asocien con pensamientos vulgares y actos malignos. Quienes tomen estos sagrados nombres en vano son, por tal motivo, promotores de los propósitos de Satanás.
La profanación es profundamente ofensiva a quienes adoran al Dios cuyo nombre es mancillado. Todos recordamos cómo reaccionó un profeta desde su lecho de enfermo cuando un enfermero de la sala de operaciones tropezó y profirió maldiciones en su presencia. Aun en su estado medio inconsciente, el presidente Kimball se incorporó e imploró: » ¡Por favor, por favor! Es el nombre de mi Señor el que acaba de denigrar» (Spencer W. Kimball, Improvement Era, mayo de I953, pág. 320).
Las palabras que hablamos son importantes. El Señor enseñó que los hombres darán cuenta por «toda palabra ociosa» en el día del juicio. «Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado» (Mateo 12:36-37). El también dijo «lo que sale de la boca, esto contamina al hombre» (Mateo 15: 11) .
Tal como el apóstol Santiago enseñó, de cierto «la lengua es un fuego», «un mal que no puede ser refrenado» y «contamina a todo el cuerpo» (Santiago 3:6. 8).
La profanación también afecta a quien la usa. Tal como leemos en Proverbios, «la lengua apacible es árbol de vida; mas la perversidad de ella es quebrantamiento de espíritu» (Proverbios 15:4). El Espíritu del Señor, el Espíritu Santo, testifica de Dios el Padre y de su Hijo Jesucristo (2 Nefi 31: 18). Cuando tales nombres son injuriados, ese Espíritu, que «no habita en templos inmundos» (Helamán 4:24) es ofendido y se retira. Por esta razón, quienes profanan el nombre de Dios, inevitablemente renuncian a la compañía de su Espíritu.
Tal como el apóstol Pablo le enseñó a Timoteo, a fin de ser aprobado ante Dios, debemos evitar «profanas y vanas palabrerías, porque conducirán mas y mas a la impiedad» (2 Timoteo 2: 15 16). La profanación conduce a la impiedad ya que el Espíritu del Señor se retira y el profanador queda sin su guía.
Las expresiones vulgares e irrespetuosas también son ofensivas al Espíritu del Señor.
El apóstol Santiago enseñó que los seguidores de Cristo debían ser «tardos para hablar, tardos para airarse» y desechar «toda inmundicia» (Santiago 1: 19, 21). En la Biblia, la palabra inmundicia es un termino asociado con el pecado sexual y con el lenguaje lujurioso (Ezequiel 16:36: 24:13; Efesios 5:34). De la misma manera Pablo condenó la vulgaridad cuando escribió a los colosenses: «Dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca» (Colosenses 3:8).
Estas condenaciones de la Biblia en cuanto a la vulgaridad son necesarias en nuestra época.
Expresiones indecentes y vulgares contaminan el ambiente a nuestro alrededor. Las relaciones sagradas entre marido y mujer son marcadas con expresiones vulgares que degradan lo que es intimo en el matrimonio y hacen común aquello que es prohibido fuera de los lazos del mismo. Los pecados morales de los cuales no se debería hablar, se encuentran en el idioma de cada día. La decadente conducta humana que va desde la inmodestia hasta lo mas indecente se exhibe en las paredes y se anuncia por las calles. Los hombres y mujeres sensibles del siglo veinte pueden fácilmente comprender cómo Lot, un fugitivo de los actos e idioma de Sodoma y Gomorra, pudo haber estado «abrumado por la nefanda conducta de los malvados» (2 Pedro 2:7).
Cuan seriamente debemos considerar las enseñanzas del Libro de Mormón que dice que «ninguna cosa impura puede entrar en el reino de Dios; de modo que se hace necesario que se prepare un lugar de inmundicia para lo que es inmundo» (1Nefi 15:34; Alma 7:21).
Las expresiones vulgares y profanas son evidencia publica de la ignorancia, ineptitud o inmadurez de quien las expresa.
Quien profana debe ser ignorante o indiferente al firme mandamiento del Señor que dice que su nombre se debe tratar con reverencia y no usarse en vano.
Quien usa la profanación o la vulgaridad para puntualizar o dar énfasis a su vocabulario confiesa su ineptitud en la habilidad de comunicarse. Los idiomas modernos, debidamente usados, no requieren tales ayudas artificiales.
Una persona que usa profanaciones o vulgaridades para captar la atención de alguien usando el efecto de la sorpresa, se ve envuelto en una conducta que no es aceptable ni siquiera entre los jóvenes o adultos. Tal lenguaje es también contraproducente, ya que a medida que el efecto sorpresa va pasando con la familiarización de los términos usados, el usuario debe mantener su efecto aumentando su exceso.
Los miembros de la Iglesia, jóvenes o adultos, nunca deben permitir que palabras profanas o vulgares pasen a través de sus labios. El lenguaje que usamos es una proyección de nuestro corazón, y nuestro corazón debe ser puro. Tal como el Salvador enseñó:
«Porque de la abundancia del corazón habla la boca.
«El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas» (Mateo 12:34-35).
El Libro de Mormón nos. enseña que cuando seamos llevados a juicio ante el tribunal de Dios «nuestras palabras nos condenaran. . . y nuestros pensamientos también nos condenaran» (Alma 12:14). Reconozcamos la profanación y la vulgaridad por lo que son. Son pecados que nos separan de Dios y malogran nuestras defensas espirituales, causando que el Espíritu Santo se aparte de nosotros.
Personalmente debemos abstenernos y debemos enseñar a nuestros hijos a que se abstengan de mencionar tales expresiones.
También podemos exhortar a nuestras amistades a que hagan lo mismo. En las ocasiones que tengamos el valor de hacer una solicitud amistosa, tal como el presidente Kimball, a menudo recibiremos una respuesta de respeto y cooperación. Nuestra hija casada que vive en Illinois tuvo tal experiencia. Cuando fue su turno de llevar a los chicos de su vecindario a una practica de fútbol, sus bulliciosos pasajeros llenaron el aire con profanaciones. En un tono firme, pero a la vez amable, les dijo a los muchachitos: «En nuestra familia solamente usamos ese nombre cuando adoramos, de manera que les pido que no lo usen irrespetuosamente en nuestro automóvil». Los muchachos obedecieron inmediatamente y lo que es aun mas sorprendente, la mayoría de ellos recordaron su petición la próxima vez que los transportó.
Obviamente no podemos controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor. Las revelaciones modernas sugieren una alternativa a quienes desean mantenerse limpios: «Salid de entre los inicuos. Salvaos» (D. y C. 38:42). A veces podemos apartarnos del lenguaje profano o vulgar.
Si esto no es posible. por lo menos podemos expresar nuestra objeción para que el resto no piense que nuestro silencio es señal de aprobación o consentimiento.
Nuestro décimo tercer Artículo de Fe nos compromete a aspirar a cosas que son virtuosas, bellas, o de buena reputación. o dignas de alabanza». El lengua je de un Santo de los Últimos Día debe ser reverente y limpio: comprendemos los requisitos eternos de pureza y comprendemos el significado sagrado de los nombres del Padre y del Hijo.
Testifico de Dios el Padre y de su Hijo Jesucristo, y ruego que podamos ser mas fieles al honrar sus santos nombres.
En el nombre de Jesucristo. Amén
























